lunes, octubre 29, 2007

—LA LOCA— Cap. 11

Ese Lunes en la mañana casi se queda dormido. Si no fuera porque Alfredo lo despertó a tiempo, habría llegado atrasado a clases. La trasnochada de anoche aún le produce dolor de cabeza. Ël no está acostumbrado a dormirse después de las 10 de la noche. Su abuelo era bastante estricto en ese sentido. "La gente de trabajo debe acostarse temprano –decía–. El buen Dios nos dio el día para trabajar y estudiar, y la noche para descansar." Finalmente decidió no contar a Alfredo, al menos por ahora, la desagradable experiencia de la noche anterior, así como tampoco las cosas que el "Pitufo" dijo acerca de la señorita Nélida. De todas maneras, la imagen de la muchachita que estaba siendo violada por el "Jote", no deja de atormentarlo. ¿Debería denunciarlo? ¿Y si después, el "Jote" vuelve para cobrarse venganza?... Tal vez la jovencita estaba de acuerdo, después de todo... uno no sabe. El temor le hace relegar esos pensamientos inquietantes en un rincón oscuro de su mente.
El lunes en la tarde Alfredo le comunicó que Tito quería hablar con él. Cristian le hizo el quite a propósito. No quería tener que explicar porqué se retiró tan intempestivamente de la casa del "Piojo".

El martes en la tarde, después del colegio, se lo encuentra de sopetón al salir del almacén de la señora Luisa.
—Hola, compadre. ¿Qué pasó que te desapareciste de repente de la fiesta? Me tenías harto' preocupado amigo –pregunta Tito, mientras pone su mano en el hombro del joven–. Creí que te había pasado algún "drama". Tuve que hacerme el ganso, con tu tío, y le pregunté cómo habías amanecido del estómago, para que no se molestara por haberte dejado volver solo. Como me dijo que te habías ido para la escuela, ahí me tranquilicé, compadre...
—¿Cómo supiste que me había enfermado?
—La "Pita" me dijo que te sentiste mal del estómago...
—Es cierto, Tito. Parece que la bebida con pisco que me dio Dina, me descompuso el estómago y tuve que ir al baño a vomitar... Después no quise molestarte, así es que me fui solo...
—Puchas, qué mala onda compadre. Yo me preocupé más, cuando los "Malditos" llegaron a la fiesta con ganas de buscar bronca. Al final quedó la "grande". Con decirte que llegaron hasta los pacos...
—¿Ah sí?
—La legal, compadre. Por eso fue mejor que te hubieras ido. Así don Alfredo no te prohibirá salir de nuevo conmigo. ¿Sabís' que el taita del "Piojo" dijo que con esto, ya no piensa prestar la casa para otra fiesta? Pa' más remate parece que el "Jote" se metió a los dormitorios con alguna "pierna" y dejó toda la cama deshecha. La vieja del "Piojo" andaba con "penacho de guerra", compadre. Yo me estaba pasando rollos, pensando que te habías topado con los "Malditos", y te hubieran "faenado", compadre.
—Bueno, en realidad, solo me topé con unos jóvenes que andaban tomando cerveza, y querían que les diera mi chaqueta, y....
—No me estís' balanceando, pu' compadre. ¿No vis' que estoy hablando en serio? –interrumpe Tito.
—Si no es broma, Tito. Unos jóvenes me salieron a asaltar, y tuve que darles mi reloj. Por favor no le vayas a contar a mi tío, porque se va a preocupar mucho, y estando arriba en la mina, más preocupado se pondrá. ¿Ya?
—Hecho, compadre. No te preocupes por eso. Tu tío, de mí, no sabrá piola. Pero, ¿cómo eran los locos? ¿Eran muchos? ¿Qué te dijeron?.
—Bueno, en realidad, eran como veinte más o menos –Tito cierra los ojos de preocupación, y se lleva una mano a la cabeza mientras Cristian continúa con el relato–. A uno de ellos lo llamaban Claudio o algo así. Y a una niña que parece que mandaba, porque todos le hacían caso...
—¡ No me digai' que le decían ...¿Licha, por casualidad?.!
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?...
—¡Te topaste con los "Malditos", compadre! ¡Qué mala onda!. Churra, qué mala onda, compadre –repite preocupado el muchacho.
—¿Estás seguro, Tito?.
—Totalmente, compadre. La Licha es la hermana del "Sopa" y del "Negro José", un loco que mataron el año pasado en la pobla’ de al lado. Es rica la loca, pero es más peligrosa que mono con navaja, compadre. Al grupo con que yo me junto nos tiene "filo" a muerte.
—¿Y porqué?
—Es que alguien le metió en la cabeza que nosotros nos 'echamos' a su hermano. Y na' que ver pu'...
—¿Se lo qué......?
—Que nos "echamos" a su hermano, que lo matamos...
—Ahh. ¿ Y no fueron ustedes?
—No, no pu', compadre. Chis', córtela. Cómo se le ocurre. Somos agallados, pero no andamos 'echándonos' a la gente por cualquier cosa. Además esos compadres están metidos hasta las masas con la "blanca". Pa' mi que el "Negro José" se hizo el "toni" con un billete y se lo echaron en venganza.
—¿La blanca?
—La blanca, pu' compadre. La coca, la “pasta”, la "drogueli".
—Ah...
—Lo que no entiendo, es cómo te dejaron ir, así no más. Si venías de la fiesta, fijo que te "punzaban", compadre.
—Si me preguntaron si venía de la fiesta, pero me hice el tonto.
—Menos mal compadre. No se te ocurra volver a caminar sólo por la pobla de noche, compadrito. Si te ven conmigo, fijo que van a creer que eres del lote. Y si te pillan solo... mejor ni hablamos.
—Pero la niña que llamaban "Licha", no parecía tan mala persona...
—Eso es lo que usted cree pu' compadre. Esa mina, así como usted la ve, rica de todas partes, con sus ojitos piola y todo... se mandó a dos locos del grupo a la posta. Y a los dos juntos. Lo que pasa es que el "Sopa" le enseñó a usar la "catana", y “pa' más”, sabe karate,: cinturón negro, compadre, c i n t u r ó n n e g r o –gesticula exageradamente el muchacho–. ¿No ve que ha participado en campeonato nacional de Karate?. Por eso los "Malditos" la respetan. Además que su hermano es de la mafia y es el jefe del grupo...
—¿Verdad?
—La legal, pu' compadre, no lo voy a estar balanceando... ¿Pa' qué? Claro que el "Sopa" no se junta con ellos. Ël tiene su lote de gente mayor. Pero a veces los usa pa' algún "trabajo."
—¿Y él nunca ha tratado de vengarse de ustedes, por lo de su hermano?...
—El "Sopa" sabe que nosotros no tuvimos na' que ver en el atado. ¿Tú crees que si creyera que fuimos nosotros, no se habría mandado pal' otro lado hace ratito al que lo hubiera hecho?. Esos son gallos peligrosos. Nosotros no nos metemos con ellos ni en broma, compadre. Y usted hace bien en no meterse tampoco. Y menos con la Licha. No se engañe con la facha rica de la mina, compadre. Es veneno. Se lo digo... Veneno.
—No te preocupes Tito. No tengo intenciones de meterme en líos...
—Arrímese a la Dina, compadrito. Usted le cayó en gracia a la loca. Yo vi cómo lo miraba. Estoy seguro que si usted se lo pide, se los baja en primera, ja, ja, ja. Si quiere, yo le hago gancho ¿Qué me dice?.
—No Tito –se apresura a responder el joven–, Yo nunca he pololeado, y no quiero hacerlo todavía... yo después te digo.
—¿Y quién dice que tiene que pololear, compadre?. Si lo único que debe hacer, es pegarse unas buenas "agarradas" de traseros, pechugas, y unas buenas "baboseadas" por toditos los rincones – dice Tito, en tono festivo, gesticulando y haciendo exagerados ademanes descriptivos–. Y después le pasa la boleta, y chao pescao’, compadre.
—No creo que yo pueda hacer eso, Tito –responde avergonzado el joven–. A mi no me criaron así. No es que te esté criticando, pero mi abuelo me enseñó a respetar a las mujeres, porque... bueno porque son mujeres.
—Puchas que es ganso usted compadre. Se está perdiendo lo mejor de su vida... la juventud –dice en tono compasivo el sorprendido muchacho–. Va a llegar a viejo, y no va a tener nada interesante que recordar, o que contarle a sus nietos. Cuando sus nietos le pregunten qué hizo cuando era joven, les tendrá que decir (remedando voz de viejo sin dientes): "Ay, hijitos, yo fui monje tibetano y me decían 'el Padre Cristian', y nunca supe lo que tenían debajo de la falda las mujeres, por que mi abuelito me enseñó que a las mujercitas hay que respetarlas –señalando y asintiendo con el dedo índice–. Y solo se les puede dar un besito en la puntita...de la nariz." Y cuando le pregunten cómo nacieron sus hijos, les dirá: "Ay, es que yo apagaba la luz cuando se acostaba su abuelita, así que tenía que arreglármelas a tientas". Ja, ja, ja, ja.
Tito prorrumpe en una escandalosa risotada, seguido por Cristian quien no puede impedir reír de buena gana con la bufonada de Tito.
—Bueno, compadre. Mejor lo dejo. No vaya a ser cosa que se me pegue el "espíritu santo" y después me tenga que ir a un monasterio. Chao –dice riendo Tito.
—Chao, payaso...

Durante el resto de esa semana, no pudo encontrarse con la señora Soledad, a quien el Antuco llama "la loca". Una lástima. Le hubiera gustado conocerla. Su curiosidad en cuanto a esa misteriosa señora, es muy grande. ¿Será realmente loca, o simplemente excéntrica y mal comprendida?
Alfredo se esmeró en salir con su sobrino. Claro que con los deberes escolares del joven, solo pudieron salir dos veces. Y una de ellas, el Sábado por la tarde, con la señorita Nélida, quién no dejaba de mirarlo de esa manera que lo hace ella, y que le hace bajar la vista ruborizado. Ese Sábado Alfredo lo llevó a conocer el Balneario Municipal, al sur de la ciudad. Nélida y Alfredo nadaron hasta una balsa localizada a unos 30 metros de la orilla. Cristian, quien no sabe nadar, permaneció en la orilla, mientras unos niños chapoteaban a su lado. Nélida parecía disfrutar de las miradas ansiosas de unos jóvenes que la silbaban y halagaban por su minúsculo biquini rojo. Alfredo solo reía por los comentarios que los jóvenes adolescentes hacían, y solo se limitaba a decir que "lo que no se toca, no sale perjudicado" o algo así. Cristian trataba de desviar su vista de los pechos de Nélida, cuando ella se agachaba a recoger la toalla o cuando se recostaba en la arena con uno de sus ojos entreabierto, para escudriñar la reacción del joven. La forma en que Nélida hostigaba a Alfredo con abrazos y besos arriba del taxibús, cuando regresaban a casa, ponía nervioso a Cristian, a pesar de que Alfredo trataba de controlar los relajados afectos de la muchacha.
Ese domingo Alfredo salió temprano con Nélida. Cristian, se excusó de acompañarlos y también con Tito, quien lo invitó a su pichanga de "pateadura". No quería tener que enfrentar al “Jote”. El solo pensarlo, le hacía temblar la barbilla. Además las palabras de Andrés Avila, su compañero de curso, acerca de los "amigotes" de Tito, y lo que él mismo había podido comprobar, no le habían dejado ganas de repetir la experiencia ¡Ni que estuviera loco!.
Prefirió ir a observar a los amigos del Antuco, jugar al lado del supermercado. El Antuco lo invitó a jugar con ellos, pero a Cristian le pareció que era muy grande para jugar con los niños. De modo que se sienta en una banca a observarlos.
De pronto, el Antuco, corre agitado hacia Cristian....
—¡Socio, socio... ahí viene...!
—¿Viene quién...?
—¡ La "loca", pu' ! La loca –repite el Antuco bajando la voz para que la mujer no lo escuche.
La mujer, delgada, de unos 60 años, viste un traje mas bien antiguo, de tela fina, largo hasta los tobillos. Lleva un sombrero alón, de paja con unas flores artificiales y una cinta roja con el que sujeta el sombrero a su barbilla. En sus brazos acurruca con ternura a un pequeño perro faldero, de hermoso pelaje negro brillante, bien cuidado, y de orejas largas, que no cesa de lengüetear la cara de la mujer, quien ríe divertida mientras le acaricia la barriguita.
—Hola, señora Sole –saluda el Antuco, dándose importancia, ante los ojos asustados de sus amigos que lo observan acercarse con tanta familiaridad a la mujer.
—Hola, mi amorcito... –responde la mujer, inclinándose para dar un beso en la mejilla al niño, quién ufano observa a sus amigos, exhibiendo su "valentía"–. ¿Qué haces por aquí? ¿ Ya hiciste tus deberes con tu mamá, picarón?.
La mujer acaricia la barbilla del niño mientras mira interrogante a Cristian, quien no sale de su asombro ante el extraño personaje. Siente una extraña mezcla de excitación, temor, y satisfacción al poder, por fin, conocer a la enigmática mujer.
—¿Y este guapo jovencito... es amigo tuyo, "Tuquito"?. –pregunta la mujer con una agradable sonrisa.
—Es Cristian, mi amigo. ¿No es cierto, socio? –responde el Antuco, orgulloso, dando una mirada de suficiencia a sus amigos que lo observan boquiabiertos.
—Claro. Como está señora –responde Cristian, mientras estrecha la mano de la mujer, quien al parecer esperaba que el joven se la besara por cortesía, a juzgar por la pequeña perturbación en su rostro.
—Los amigos del "Tuquito", son mis amigos también, ¿verdad "Pequitas"? –dice sonriendo la mujer, mientras toma la patita del perro y se la muestra a Cristian para que lo salude, cosa que el joven hace divertido.
—Hola "Pequitas", gusto en conocerte –dice Cristian, mientras el perro da unos ladridos, como si entendiera el saludo del joven.
— Uyy, le haz caído bien al "Pequitas". Eso muestra que eres un buen chico, pues el "Pequitas” nunca se equivoca. El conoce muy bien a las personas –exclama contenta la mujer–. El sabe distinguir la gente buena de la gente mala ¿sabías?.
—Qué interesante –responde el joven para seguir la corriente.
—"Tuquito" ¿me quieres acompañar al Supermercado para que me ayudes a vigilar a este perrito malulo? –pregunta la mujer dirigiéndose al niño–. Este "niñito" es muy travieso –explica la mujer al joven–. Si uno se descuida, se pone a hacer puras maldades. Es un malcriado –dice dando un beso en el hocico del perro.
—Se refiere al "Pequitas" –se apresura a explicar el Antuco, preocupado.
—Ja,ja, ja. Sí, si me doy cuenta, no te preocupes –contesta divertido el joven–. Vamos, yo también les acompaño.
—Uy, qué jovencito mas gentil. ¿No ves que el "Pequitas" conoce a la gente, "Tuquito"? –dice la mujer acariciando la cabeza del niño.
Los tres entran al supermercado. Cristian retira un carro para transportar mercadería, pero la mujer le pide que lleve un canasto metálico solamente.
En el recorrido por los pasillos interiores, la mujer no deja de conversar con su perro, como si éste entendiera lo que su ama le dice. Incluso pregunta al animal sus preferencias para llevar sus marcas "preferidas". Antuco da cómplices miradas sonrientes a Cristian, mientras da pequeños codazos al joven, quien solo se encoge de hombros, cuando la mujer habla con su perro.
—El “Tuquito", se ríe cuando hablo con el "Pequitas" –dice la mujer a Cristian, dando una mirada pícara al niño, quien se ha ruborizado al notar que la mujer se ha dado cuenta de sus codazos a Cristian–. Pero es que mi perrito es mi única familia que tengo. ¿verdad perrito?
—No, si no me río, señora Sole –se apresura a explicar el Antuco.
—Ay, no te preocupes mi amorcito, si no me molesta. El "Pequitas" es tan regalón fijate –dice ahora, dirigiéndose al joven–. Cuando yo lo dejo solito, cuando voy a comprar, se pone a llorar igual que un niño, por eso me lo traigo mejor. Y cuando me ve llorando a mí, se sube arriba de mi falda y me pasa la lengua por toda la cara, ja, ja, ja, como si quisiera hacerme cariño, consolarme ¿entiendes?. En las noches no se duerme si no me ve a mí primero acostada. y se sube a mi cama el muy frescolín. Le gusta dormir conmigo. Yo le aguanto a veces no mas, por que él tiene su camita que yo le hice con un cajón, ¿cierto mi perrito?
—¿Te gustaría venir a mi casa a tomar el té conmigo, Tuquito? –pregunta la mujer–. Puedes traer al tu amiguito...
—Claro, señora Sole –responde el niño–. A mi amigo le gustará ¿verdad socio?
—¿Eh?... claro... si, creo que sí –responde sorprendido el joven, por lo imprevisto de la invitación.
En realidad se estaba preguntando cómo hacer algunas preguntas que le inquietan acerca de la enigmática mujer. No puede comprender bien por qué le interesa tanto conocer más de ella. ¿Será que puede hallar respuesta a algunas de sus inquietudes de adolescente, con ella? (Por lo que parece, el Antuco está muy interesado en comerle los chocolates a la hora del té).
—¡Espléndido! –exclama la mujer–. Entonces compraré algunas cositas para acompañar el té. Sin olvidarme de tus chocolates, "Tuquito".
A Cristian le divierte notar cómo el Antuco no puede disimular la instantánea sonrisa que se apodera de su rostro, a pesar de sus esfuerzos por impedirlo.
Después de acompañar hasta su casa a la señora Soledad, para ayudarle a llevar las compras, Cristian y el Antuco regresan al sector del Supermercado a recoger la pelota del Antuco, ante las protestas airadas de los demás niños. Al regresar a su pieza, el joven se percata que Alfredo aún no regresa de la playa. Busca mecánicamente el reloj en su muñeca para ver la hora. No está. Claro, se lo regaló a "Licha". Bueno, se vio obligado a obsequiárselo, si no; es posible que a esta hora estuviera recuperándose en el hospital o recostado dentro de uno de los cajones que vende el papá del Antuco.
Deben ser cerca de las una de la tarde. Enciende el televisor., tal vez digan la hora. El periodista lee las noticias del mediodía.. El derrumbe de un edificio en la india ha dejado centenares de muertos y desaparecidos. Un joven extraviado hace meses no aparece, ante la desesperación de sus padres. El posible enjuiciamiento de un general retirado del ejército, motiva declaraciones encontradas de diversos sectores políticos. Los cuerpos desaparecidos de unos niños, son encontrados en una ensenada de un río de la quinta región, al parecer violados y asesinados. Declaraciones a favor y en contra de la pena de muerte. La selección Chilena queda eliminada de un torneo internacional, al perder por un escore de 5- 0. El suicidio de una joven adolescente tiene consternado a sus padres y compañeros de colegio. Las declaraciones de una psicóloga, lamentan lo común que se han hecho estos actos desesperados de los jóvenes, que se repiten con cada vez mas frecuencia.
No entiende bien porqué nuevamente siente ese nudo en la garganta que casi no le deja respirar. El periodista despide el noticiero. "Son las dos de la tarde, continúe con nosotros... ya viene..."
"¡Las dos de la tarde!... La señora María debe estar impaciente esperando que vaya a almorzar..."

Al llegar a casa de doña María se encuentra con Alfredo que va saliendo...
—Flaquito... ¿Qué te pasó? Iba a buscarte.
—Se me pasó la hora, Alfredo. Yo creí que ibas a pasar por la pieza primero. Te estaba esperando... y como vi que no llegabas, me vine no mas...
—Ja, ja, ja. Menos mal. Si no íbamos a seguir esperándonos hasta la noche.
Después de almorzar, se sientan en el living a conversar, mientras Nélida sigue hostigoseando a Alfredo con sus arrumacos, mientras disimuladamente observa de reojo a Cristian, quien hace verdaderos esfuerzos por no posar su vista sobre las piernas de la muchacha.
—Bueno, me voy a la pieza –dice incómodo Cristian, después de un rato, mientras se incorpora para retirarse.
—¿Ya te vas?... ¿Tan pronto? –pregunta Nélida con fingida indiferencia.
—Sí. La verdad es que me siento bastante cansado y con sueño. Así es que voy a dormir una siesta.
—No se te vaya a pasar la hora de nuevo, flaquito, para que tomemos onces temprano. A lo mejor salimos a la noche –sugiere Alfredo.
—Ah, qué bueno que me lo recordaste... Es que no voy a venir a tomar onces. Estoy invitado a otra parte.
—¿Donde el Tito? Ten cuidado Cristian, acuérdate de ese día de la fiesta, después que tú te viniste...
—Ah, no. Si no es donde el Tito. Además ya decidí no ir más a una de sus fiestas. Ya me di cuenta que sus amigos no son muy buena compañía –responde el joven.
—Qué bueno que lo hayas decidido así, flaquito –dice Alfredo–. A Tito hay que tenerlo "ahí no más". No es mal chico, pero las juntas que tiene...
—Especialmente las cabras locas del grupo. Son tan vulgares, y capaz que estén todas con SIDA, por que se montan con cualquiera que se les acerca –interviene precipitadamente Nélida, ante la preocupación de Alfredo por lo que pueda escuchar su sobrino–. No se te vaya a ocurrir meterte con una de ellas, Cristian.
—Nélida... –trata de interrumpir Alfredo.
—Además –continúa la muchacha sin detenerse–, esas cabras andan buscando que las dejen preñadas, para agarrar algún tonto que las saque de la casa —"Nélida"..—. Ay, ¿qué pasa Alfredo?...
—No creo que Cristian necesite escuchar esas cosas, linda. Él está muy joven todavía para...
—Ay, "monito", que eres cándido –dice la muchacha, mirando al cielo–. ¿Tú crees que Cristian no escucha esas cosas en el colegio, o con los amigos de la pobla?. Además si tú no lo aconsejas, con la inexperiencia que tiene, en algún problema se va a meter. Y entonces ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a lamentar de no haberle advertido antes?. Sí, por que entonces será demasiado tarde para hacer algo.
—Bueno, en realidad no dejas de tener razón, linda –dice resignado Alfredo.
—Por supuesto que la tengo, "monito". ¿Y tú qué piensas, Cristiancito? ¿Crees que tengo razón?
—Bueno...yo... yo trato de cuidarme... Pero la familia de Tito son muy buenas personas, y en todo caso yo no voy para allá ahora.
—¿Y dónde vas, entonces, si se puede saber? –pregunta Alfredo.
—Bueno, una señora que es amiga del Antuco, y que conocí hoy día en la mañana, nos invitó al Antuco y a mí a tomar onces a su casa.
—¿El Antuco? ¿Te refieres a ese niño rucio de la vuelta? –pregunta Alfredo.
—Sí, ¿por qué? ¿Lo conoces?
—Claro, y quién no –responde Alfredo–. Ese Antuco es todo un personaje. Ja, ja, ja. La otra vez se le ocurrió soltar un ratón en el almacén de la vuelta, donde tú vas a comprar, solo para que la señora Luisa, se asustara y poder hacer de las suyas. Mientras fingía ayudar a la señora Luisa a pillar el ratón se embolsó los bolsillos llenos de golosinas. Ja, ja, ja.
—¿Eso hizo?... ¿Estás hablando en serio? –pregunta Cristian con incredulidad.
—Claro, pues, si la historia la conoce todo el barrio, ja, ja, ja.
—¿Y cómo...?
—Es que su papá lo pilló, y le obligó a regresar donde la señora del almacén a disculparse con ella y devolverle los dulces. Lo peor de todo, para él, es que tuvo que hacerlo delante de toda la gente que estaba ahí, y confesar que el ratón lo había llevado él. Creo que con la vergüenza que pasó, nunca más le dieron ganas de robar dulces en el almacén. Ja, ja, ja.
—Parece que ese Antuco tiene más historias que estante de biblioteca. Ja, ja, ja –dice doña María que ha estado escuchando desde la cocina mientras lava los platos, lo que provoca la risa de todos–. ¿Sabían que una vez anduvo con una lista, recolectando dinero para enterrar a una señora pobre que supuestamente había fallecido en la población?
—¿Ah, sí?
—Claro. Y más de alguna vecina creyó el cuento –dice riendo, doña María–. Después su papá lo pilló en el dormitorio dándose una panzada de chocolate y golosinas, Ja, ja, ja. Con la tanda que le dio el papá, no le quedaron ganas de seguir haciendo “colectas”, ja, ja, ja.
—¿Y ahora estás invitado con él a tomas onces dices? –pregunta Alfredo.
—Sí, donde la señora Soledad. Una señora que vive sola, cerca de la casa del Antuco.
—¿La señora Sole?, ¿La que le dicen "La loca"? –pregunta Nélida.
—La misma ¿La conoce?
—Por supuesto, la conoce toda la pobla –responde la muchacha–. Esa señora quedó media "rallá", parece que desde que le mataron al esposo...bueno al menos así dicen...
—El Antuco me dijo que era soltera, y que no tiene hijos... –dice Cristian.
—Quizás que pensará en su mente ella –dice la muchacha–. Pero a mí me contó la señora Eudalia, que es una vieja copuchenta que sabe todo lo que pasa en la pobla, que al marido se lo mataron pal' 73, con los detenidos desaparecidos. De ahí que quedó así la pobre.
—Yo me acuerdo que estaba cabra chica, cuando conocí a la señora Sole –interviene doña María desde la cocina–. Era una señora muy bonita, y era artista ¿saben?. Todavía me recuerdo cuando nos regalaba chocolates. Claro que para ese entonces esta población ni pensaba existir. Con mi familia éramos vecinos de ella, en la población Oriente ¿saben?. De ahí que la conozco.
—Yo a veces la veo por la calle con una muñeca, y se pasea con ella como si fuera una guagua de verdad –dice Alfredo–. ¿No será medio peligroso que vayas, Cristian?
—¿Peligroso? Ná que ver, pues, don "Alfred" –interviene doña María que se ha incorporado a la conversación, secándose las manos con un paño de cocina–. Si esa señora es inofensiva, ¿sabe?. Además no siempre anda con los cables pelados. Si eso le da a veces no más. La mayor parte del tiempo es normal, y a veces se pone como una niña chica, muy tierna. Lo que pasa es que aquí en el barrio, las viejas chismosas le han creado mala fama. Pero es muy buena mujer, ¿sabe?. Quiere mucho a los niños. Debe ser por que nunca los tuvo.
—El Antuco se ha hecho amigo de ella, y dice que habla cosas muy cuerdas –interviene Cristian.
—Ese Antuco solo está interesado en los chocolates y golosinas que doña Sole le regala –dice riendo doña María–. Sería capaz hasta de ir a misa, con tal que le regalen golosinas, ja, ja, ja.
—Bueno, yo me retiro, permiso –interrumpe Cristian–. Nos vemos mañana, señora María.
—Adios, mi amorcito –responde maternalmente doña María.
—Yo voy a salir al centro a la noche, flaquito –dice Alfredo, mientras pone su mano sobre la cabeza del joven–. Si quieres acompañarnos, ven como a las 7 más o menos. ¿Ok?.
—Está bien Alfredo, yo te aviso. Gracias. Adios.
Nélida lo besa en la mejilla al despedirse. Eso pone nervioso al joven, pues el perfume de ella y su pronunciado escote, siempre logran perturbarlo.

Después de ver un poco de televisión, recostado en la colchoneta que Alfredo usa ahora para dormir, se duerme rápidamente.
Entre sueños ve a doña Soledad, con un vestido muy antiguo y un enorme sombrero alón, de esos que usaban las artistas de antaño. Sus labios exageradamente pintados, se mueven y gesticulan protuberantes...
—" Amorcito, no tienes porqué preocuparte –dice con voz aguardientosa, no te voy a hacer nada, ja, ja, ja. Solo quiero cantarte una canción que compuse para ti... "
La mujer, entre sueños, le canta una canción de cuna, mientras lo abraza fuertemente, como un bebé. De pronto se ve en el lugar de la muñeca de doña Soledad, siendo paseado por ésta, de un lado a otro mientras canta un extraño estribillo...
—" Cristiancito, se fue a jugar, nunca nadie lo acompañó. Su papito lo heredó, pero su tío se lo ocultó..."... " Cristiancito se fue..."
El rostro de su abuelo aparece entre sueños, sonriente, cariñoso...
—" Chato, cuídate de la ambición, hijo. No seas como el Benancio, tu padre. ¿No ves que por buscar la riqueza, te descuidó a ti y a tu madre?."... "Tener mucho dinero es una desgracia también, chatito. Por él se mata la gente. Por él se abandona a las personas que más se quiere. No es bueno ser , ni rico, ni pobre. El que no tiene nada, puede llegar a faltar a la ley y la moral para conseguirlo. Y el que tiene mucho, también falta a la ley y la moral, por que nunca cree tener suficiente".
Se despierta sobresaltado. El calor de la habitación le ha hecho transpirar profusamente. No deja de pensar en lo extraño del sueño. La verdad es que no es la primera vez que tiene pesadillas. Pero nunca han sido tan coherentes como ésta. Hasta pareciera como si su subconsciente quisiera decirle algo. Pero la sola idea de que su tío le oculte algo importante para él, lo hace desestimar ese pensamiento. Quizás se deba a la promesa de Alfredo de contarle un secreto acerca de su padrino, Don Miguel, si pasaba de curso. Sí. Eso debe ser.


FIN DEL CAPÍTULO 11

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