lunes, septiembre 18, 2006

"EN CASA DE TITO" —Capítulo 8

Contra la corriente –Novela...

Capítulo 8
EN CASA DE TITO

El calor del mediodía le obliga a darse una ducha en el cuartucho. Luego se cambia de polera. Solo faltan los calcetines limpios... Llaman a la puerta. Le llama la atención que golpeen a la puerta. Nadie lo ha hecho desde que llegó de Ovalle.
—Un momento ya voy...
Dónde están los calcetines... es un misterio. Bajo la cama no. La noche anterior los retiró de la tendedera. Se acostó cansado y no recuerda bien dónde los guardó. Tal vez dentro de los otros zapatos. No. Nuevamente golpean a la puerta...
—Cristian... ¿Estás ahí? –Le cuesta reconocer la voz de Tito.
—¿Eres tú, Tito?
—Sí, compadre. ¿Te desperté?
—No. Espera ya te abro...
Se olvida de los calcetines mejor, y se pone los pantalones para ir a abrir la puerta.
—Hola, pasa. Perdona el desorden...
—Hola, compadre. No te preocupes. Si vieras mi pieza... parece camarín de pirata, ja, ja, ja. Oye, que está oscuro aquí. ¿Abro la ventana?
—Ah, sí. Gracias.
—¿Siempre haces lo mismo?
—¿Qué cosa?
—Dar las gracias.
—Ah, sí. No lo había notado. Es una costumbre. ¿Te molesta?
—No, no compadre, todo lo contrario. No es común que la gente lo haga. Tú eres raro. Hablas palabras bonitas y das las gracias. Mis amigos son mas garabateros, no estoy acostumbrado, pero no me molesta. Es piola’. –Abre la ventana dejando entrar un torrente de luz que llena la habitación.
—¿Cómo?
—Ah, verdad que a ti hay que traducirte. Piola : Pulento. Ah, perdón. Te dejé igual ¿verdad?, ja, ja, ja –los dos ríen de buena gana. Mientras Cristian se pone la polera, Tito hurguetea entre los libros sobre el mueble que hace las veces de ropero.
—Oye, ¿qué hacen estos calcetines aquí arriba?
—¿Ah? ¡Ahí estaban! No los podía encontrar. Ja, ja, ja.
—¡Cómo estarías de curado anoche, chico!. Ja, ja, ja. Oye, ¿recién te estás levantando dormilón?...
—No. ¿Te imaginas?. Estuve un rato cerca del supermercado y me di una ducha... ¿Tomaste desayuno, Tito?
—¿Es broma? Son más de las doce, compadre. Ya vamos a almorzar... ¿Qué onda?
—Perdona... Chitas, no me di ni cuenta como pasó la hora. ¿Vienes a mostrarme tus “bichos”?.
—No, Ahora no. Es que mi vieja me mandó a preguntarte si querías almorzar con nosotros.
—¿Tu mamá?. Pero si recién me conocen... ¿tú crees?...
—Oye, es que le caíste en gracia, compadre. Además se le puso que tú me puedes pegar el espíritu santo o algo así, ¿puedes creerlo?. Yo, el “Loco Tito” –(parodiando a los evangelizadores callejeros)– “por fin encuentra al Señor y abandona su vida de libertinaje, drogadicción y sexo, mucho sexo, de manos del hermano Cristian, Dios lo tenga en su Santo Reino”.
—¿Qué sabes tú del Santo Reino? –pregunta perturbado Cristian. Su voz se torna seria.
—Oye, compadre, no te enojís’, pu´. Si solo estoy bromeando...
—No, si no estoy molesto... lo que pasa es que he escuchado ya de ese “Santo Reino” en el funeral de mi abuelo, y otras veces. Y no me trae buenos recuerdos. Perdona. Cada vez que lo escucho, siento que la muerte está cerca... La muerte, -musita- pareciera que nunca dejará de rondarme.
—Compadre... no se me ponga grave tampoco. Mejor vamos a almorzar. Mi vieja está esperando.
—Hay un problema, Tito. No le he avisado a la señora de la pensión. Se va a quedar con el almuerzo.
—¿La señora María? Después le avisa, pues compadre. ¿Y tú jurai' que se va a quedar con el almuerzo?. Esa comadre es capaz de guardarte el almuerzo para la pascua, con tal de no perder, ja, ja, ja. Además hoy día le llegan los pensionistas de la vega, así es que no pasa na', compadre. Si quieres después te acompaño a darle una explicación.
—Está bien. Vamos.
Los dos muchachos salen del cuarto. Cristian cierra la puerta y entra al baño a lavarse las manos, mientras Tito espera. Después entran en casa de Tito. Doña Verónica le recibe jovialmente.
—Hola, Cristian. Qué bueno que aceptaras venir a almorzar con nosotros. Ven te voy a presentar a mi esposo... ¡Héctor! llegó el invitado...
Un hombre corpulento, de tez morena, nariz ancha, de mediana estatura y rostro sonriente, aparece desde dentro de la casa.
—Hola, Cristian. Tenía ganas de conocerte. Mi esposa no hace mas que hablar del “joven educadito“ que llegó de Ovalle. –le ofrece su enorme mano, que le hace recordar la “Mano del desierto” que vieron en el camino, cuando venían con Alfredo en dirección a Antofagasta.
—Buenos días señor. Gusto en conocerle –responde Cristian, un tanto sorprendido por la inesperada amabilidad de esta familia a la cual apenas conoce.
—¿No te dije que era educado, viejo?. –Doña Verónica contempla complacida a Cristian, mientras se toma del brazo de su marido.
—Ay, no... –interrumpe Tito, mientras lleva la mano a sus ojos cerrados levantando su cabeza al cielo–. Si parece una telenovela rasca. Ahora tendré que cuidarme, si no, luego me van a echar a la calle para cambiarme por “San Cristian”.
—No seas tonto, Tito. Las cosas que se te ocurren –contesta su mamá riendo de buena gana por la salida del muchacho–. Pero pasa, Cristian. Siéntate a la mesa... ¿Quieres pasar al baño?
—No gracias señora. Ya me lavé antes de venir. Muy amable.
—¿No te dije papá que es de otro mundo? –dice riendo Tito–. ¡Si da las gracias por todo!... ja, ja, ja.
—¡Tito! –advierte con voz enérgica doña Verónica.
—Ah, Cristian. En la nota que me dejó tu tío Alfredo, menciona que estás estudiando “Minas“. ¿Te gusta esa carrera? –pregunta don Héctor, el padre de Tito, para salvar la situación.
—Bueno, en realidad no sé si me gustará. La verdad es que mi tío cree que es una buena profesión.
—Y lo es. Pero, ¿tú qué piensas? –insiste sonriente don Héctor.
—No sé. Creo que me acostumbraré. No es tan malo. –responde Cristian, mientras juguetea nervioso con una miga de pan.
—Yo creo que uno debe estudiar lo que a uno le gusta –interrumpe Tito con un gesto de suficiencia–. No lo que otros le imponen, compadre.
—Pero tú al parecer no sabes lo que quieres. –dice doña Verónica mientras pone los cubiertos en la mesa–. Da la impresión que lo único que te interesa es salir con tus amigotes.
—Mamá,... no hinches’ de nuevo... Tu sabes que los Ibarra no tenemos cabeza pa’ los estudios.
—Ah, ah, jovencito –interviene don Héctor señalando a su hijo con su dedo índice–. Habla por ti, Tito. Mira que no es el caso de tu hermana. Ni mío tampoco. Yo sacaba buenas notas en el colegio.
—¡Vamos, papá.! En tu tiempo no existían las escuelas. Estaban muy ocupados correteando a los Dinosaurios... Ja, ja, ja –Tito no para de reír.
—Al único que hacen gracia tus chistes es a ti mismo –contesta su padre arrojando una miga de pan a Tito quién la atrapa en el aire y se la come.
En ese momento golpean a la puerta. Doña Verónica desde la cocina pide a su esposo: –¿Quieres abrir la puerta, gordo?
—Yo voy papá –se adelanta Tito–. Estoy más cerca.
Al abrir, Tito pregunta con familiaridad.
—¿Y tus llaves ?
—Se me olvidó llevarlas –responde una voz suave de mujer, a quién Cristian no logra ver desde su posición–. ¿Llegó...?
—Sí, llegó la visita –responde Tito, señalando a Cristian.
—Hola, Cristian. ¿Qué tal? Gusto en conocerte.
La muchacha, de unos 26 años, morena, de pelo castaño, bonita figura, aunque más bien delgada y agraciada de rostro, trae una bolsa de pan la que deja sobre la mesa para saludar a Cristian. Éste se pone de pié, le pasa su mano con una leve reverencia. A esto, la joven da una mirada de interrogación a su padre y su hermano, quienes por toda respuesta, se encogen de hombros tratando al mismo tiempo de evitar sus risitas contenidas.
—El gusto es mío, señorita...
—Marcia, me llamo Marcia. Pero siéntate por favor. –Le besa en la mejilla, y tomando la bolsa de pan se dirige a su madre que sale en ese momento de la cocina.
—Mamá, me costó encontrar pan. Tuve que ir al Supermercado.
—Gracias, hija. Es que el pan que tenía no era suficiente –responde doña Verónica, llevando la bolsa a la cocina.
El almuerzo transcurre jovial entre las bromas desatinadas de Tito y las llamadas de atención de su madre. Cristian observa de reojo a la joven quien muestra un carácter mas bien retraído, pero agradable. Cristian no puede creer que se haya comido el pescado asado que le sirvió doña Verónica.
—Perdone, señora, pero ¿Cómo preparó el pescado? Le quedó muy sabroso.
—¿Te gustó?. En realidad lo preparó Marcia.
—¿Si? Cocina muy bien. No me creería si le digo que a mí normalmente no me apetece el pescado, pero este tiene sabor como a pollo o algo así –insiste Cristian entusiasmado.
Las dos mujeres se miran una a otra, sonrientes. Tal vez por los halagos, tal vez por no estar acostumbradas a que Tito tenga amigos tan educados.
—Se prepara al horno con rodajas de Tocino, cebolla y ajo, lo que le da ese sabor tan especial –explica complacida la muchacha–. ¿Quién te enseñó esos modales, Cristian, tus padres?
—Gracias. No. Mis padres murieron cuando era muy niño. Yo me crié con mis abuelos.
—Oh, perdón no sabía... –se disculpa confundida.
—Está bien, no se preocupe. Ahora vivo con mi tío, supongo que hasta que salga del liceo y entre a trabajar.
—Por pieza, no se preocupen, pues nosotros no pensamos pedirles el cuarto, y menos a tu tío. Es un excelente arrendatario, responsable y siempre paga su arriendo a tiempo. Parece que ustedes son ramas del mismo árbol ¿eh? -dice sonriendo, don Hector.
—Además a Marcia le daría tanta pena si se fuera Don Alfredo... Ja, ja, ja –interrumpe impertinentemente, Tito.
—¡¡Tito!! –responde molesta la joven–. ¿Te das cuenta mamá?. A este cabro’ no se le quita lo desatinado –continúa Marcia, dando una mirada fulminante a su hermano.
—Tito, esas bromas están fuera de lugar, hijo. Ten más respeto con tu hermana –sentencia don Héctor en forma seria.
—¿Y qué tanta ofensa le he hecho?. Si toda la población sabe que le gusta don...
—¡Tito basta! –interviene doña Verónica–. Ya se te está pasando la mano.
—Está bien, está bien. Me cayo –dice Tito mostrando las palmas de sus manos–. Pero que conste que la verdad es que...
—¡Tito! Ya se acabó –interrumpe don Héctor con voz autoritaria, dando una severa mirada a su hijo.
—¡AAggg! –exclama Tito llevándose las manos al pecho, como si lo hubiesen herido de gravedad, mientras se desliza por la silla con voz como quebrada por el dolor– Me han apuñalado con sus miradas... estoy muriendo... Cedo mis zapatillas de tenis a mi papá que tiene los pies más chicos que los míos, y mis “bichos” a “San Cristian“ para que cuide de ellos y les de cristiana sepultura... a la Marcia no le dejo nada por cuica’, y a mi mamá, mis deudas en el almacén de la esquina para que me pague la cuenta y así el nombre de los Ibarra no sea deshonrado... Que mi cuerpo sea cremado y mis cenizas repartidas entre las niñas de la población que llorarán por mi trágica partida...
—Ja, ja, ja. –La parodia de Tito a terminado por vencer la molestia de su familia y todos rompen a reír incluyendo a Cristian que se toma el estómago de tanto divertirse.
—Este “negro”, no toma nada en serio –comenta Marcia, tratando de ponerse seria pero sin poder evitar sonreírse.
Una vez terminado el almuerzo, Tito invita a Cristian a su pieza para enseñarle su colección de insectos, los cuales muestra con orgullo mal disimulado.
—Mira, esta mariposa grande nocturna... Bueno en realidad no son mariposas, son polillas ¿sabías? –explica orgulloso a Cristian–. Bueno esa ma.. polilla la obtuve una noche en que se le metió por la espalda dentro del vestido a la Marcia. Ja, ja, ja. Era para la risa como saltaba y gritaba que se la sacara. Y más gritaba cuando yo en vez de sacársela, fui a buscar la filmadora y la grabé saltando y gritando. Se puso furiosa, y todavía sigue enojada porque yo le escondí la cinta y no se la he entregado. Siempre que me "hincha", la amenazo con mostrársela a don Alfredo, ja, ja, ja. ¿Quieres verla?
—No, Tito. No creo que a ella le gustaría...
—Claro que no le gustaría. Si se enterara me despellejaría vivo. Tiene su carácter. En eso salió a mi mamá.
—¿Tu mamá?. No lo parece. Se ve tan tranquila...
—Ay, compadre. Es que tú no la has visto cuando se enoja. Si hasta mi papá le tiene miedo cuando anda con la lesera... ja, ja, ja. ¿Tienes algo que hacer mañana, Cristian?.
—Bueno sí, tengo que estudiar. Parece que van a hacer una prueba el Martes.
—Ah, pero es el Martes. ¿Por que no vienes a jugar una pichanga con los cabros del barrio, para que te hagas de ambiente, compadre?. Puedes estudiar el Lunes, ¿cual es el drama?... ¿Qué dices? ¿Vienes?
—No sé. Quizás me anime...
—Vamos, compadre, no se la tome tan a lo grave. Mira jugamos a las 10 de la mañana en la cancha de más arriba. ¿Qué dices, te paso a buscar?
—Bueno, está bien, me convenciste... Yo te paso a buscar mejor.
—Ah, no. Yo te voy a buscar. Si no, capaz que vengas a buscarme a las 10 de la noche, compadre. Acuérdate que si no te despierto hoy, habrías seguido durmiendo todo el día.
—Ya te dije que no me estaba levantando. Me terminaba de duchar. Me levanté temprano. Pregúntale al "Antuco"...
—¡Ah... conociste a la "familia Adams"! ja, ja, ja. Yo te paso a buscar, compadre, sin drama...
—Está bien. Tú pásame a buscar.

La tarde la pasó escuchando la pequeña radio portátil de Alfredo, y haciendo ejercicios de matemáticas. Con la llegada de los Ibarra, ya no se sentía tan solo. ¿Encontraría buenos amigos, como el Atilio, el guatón Tito, el Pedro, la Nuri?. Más tarde bajó al Supermercado a comprar algo para tomar onces en su cuarto. Le dio lata tener que ir a darle explicaciones a doña María, por no haber ido a almorzar. Instintivamente no quería tener otro encuentro con Nélida, la polola de Alfredo. Al menos no todavía. Aún recordaba sus orejas calientes. Qué distinta le parecía Marcia, la hermana de Tito, si la comparaba con Nélida. ¿Sabría Alfredo que le interesaba a Marcia?. Por que definitivamente le interesaba, a juzgar por lo enojada que se puso con Tito cuando éste bromeaba acerca de Alfredo.
Ojalá pudieran comprar un televisor más adelante. Aunque fuera en blanco y negro. Podría hacer mas llevaderas las noches después del colegio. En fin, mañana será otro día. Tal vez ya sienta menos esa sensación de vacío en su pecho. La sensación de sentirse tan solo, a pesar de sus compañeros de colegio, especialmente ahora que no está Alfredo, “Alfred”, como le dice doña María. Las lágrimas salen solas, impertinentes, inesperadas. ¿Porqué no se va ese nudo de la garganta?. ¿Acaso estará allí para siempre?. ¡Qué falta le hacen su tata, su mami! El rostro bondadoso de su abuelo se aparece entre las lagrimas, y su mami, preparando la comida en la vieja cocina de hierro negro.
Después de tomar onces, se recuesta sobre la cama, rendido por las emociones que le hunden el pecho hasta que la noche piadosa le consuela el alma acariciando su cabello negro y acurrucándole en su regazo. El sueño llega sigiloso, imperceptible, profano.

Esta vez los calcetines se quedarán puestos.

FIN DEL CAPITULO 8

GLOSARIO
Polera: Blusa casual, camiseta cerrada, deportiva.
Garabateros. De habla soez, Palabrotas vulgares.
Piola, Pulento: Excelente, de buena apariencia. Bueno.
Curado: Borracho.
No te enojís’, pu´.: No te enojes, pues.
tú jurai': Tu juras, tu crees cándidamente.
Rasca: Vulgar, Ordinario.
No hinches’, me "hincha", : No importunes, Me molesta insistentemente.
Cabro, cabros: Muchacho, muchachos. Individuos jóvenes.
Cuica’: De modales delicados, se dice de personas adineradas que gustan aparentar falsa cultura.
Anda con la lesera: Pasa por momentos de disgusto.
Le dio lata: Le causó incomodidad, molestia, hastío.