viernes, octubre 20, 2006

—LOS AMIGOTES DE TITO— Cap. 9


Contra la corriente –Novela...

Capítulo 9
LOS AMIGOTES DE TITO

La saliva le moja la camisa y siente un ligero dolor en el cuello. Su cabeza da vueltas y siente nauseas. Le cuesta posesionarse de la situación. La pesadilla de anoche se confunde con sus pensamientos retrospectivos del día anterior. Ahora recuerda. Es Domingo y Tito deberá recogerlo para ir a jugar un partido de fútbol. No tiene zapatos para jugar. Tendrá que ponerse las zapatillas del colegio. ¿Qué hora es? Mira su reloj pulsera. Las 9 de la mañana. A las 9 y 45, Tito le pasa a recoger y juntos se dirigen a una cancha de fútbol en la Población vecina.
La “cancha “ se compone de un sitio eriazo, de esos que no faltan en los barrios pobres, con unas piedras a cada lado que señalan el “arco” o pórtico. Allí, un grupo de unos 9 a 10 muchachos, de diversas edades, pelotean entusiasmados entre gritos y garabatos. Apenas dan atención a los recién llegados. Tito tiene que hacer esfuerzos para detener un momento la pichanga.
—Bueno, ¿vamos a empezar o van a pelotear todo el día? –pregunta Tito, dándose importancia. Los otros responden con cada palabrota del más subido calibre, a modo de “saludo”.
Un muchachón de unos 20 años con camiseta sin mangas, con tatuajes en sus brazos, de pelo largo amarrado al estilo “Rambo”, y jean recortados a la rodilla, se acerca a Tito y Cristian. Limpiándose la nariz con el antebrazo, y la pelota bajo el otro, da un escupitajo al suelo mientras observa detenidamente a Cristian...
—¿Y este “compadre”, de dónde lo sacaste, “Loco” ?
—Es Cristian, llegó de Ovalle. Vive en la pieza del patio de mi casa. Yo lo invité a jugar con nosotros -responde sin inmutarse Tito, adoptando una postura de “matón experimentado”-. Porqué... ¿algún problema, "Jote"?.
—Sin drama, loco, sin drama. Solo preguntaba. ¿Sabís' jugar a la pelota cabrito? –pregunta el "Jote", dirigiéndose a Cristian, mientras le pellizca una mejilla.
—Un poco –contesta el muchacho, algo nervioso.
—¿En qué posición ?
—¿ Cómo? –Cristian mira confundido a Tito, como pidiendo ayuda.
—Quiere decir si juegas adelante o como defensa –se apresura a explicar Tito.
—Ah, entiendo. Donde ustedes quieran...
El muchachón mira a Tito con una sonrisa burlona, mientras hace un gesto de sorpresa fingida a los demás muchachos que observan y sonríen.
—Que juegue atrás con el “Pitufo” y el “ Piojo “ -sanciona el "Jote"-. ¡Vamos mis leones, que se me van las 'patas' por pelotear!
Después de repartirse los equipos da comienzo el partido, o la pateadura, da igual, porque el juego brusco es celebrado como gracia por los componentes de los dos equipos. Después de un malentendido, estuvo a punto de armarse una "mocha" de proporciones entre el "Cabeza de sandía" y el "Johny diez pesos", pero el "Jote" se encargó de amenazar a cada uno de los involucrados con su cortaplumas, de modo que la "calma" volvió al partido.
El juego transcurre entre patadas, gritos, empujones y garabatos, cosa que desagrada notoriamente a Cristian. A pesar de haberle informado en varias oportunidades a Tito que quiere retirarse, éste insiste en que se quede.
Al término del "partido", el “Jote” se acerca condescendiente a conversar con Cristian.
—Jugai' mas o menos, cabrito. Te falta algo de firmeza pa’ trancar, pero tenís' “pechuga”. Lo malo es que soy tan callado. Saca la bronca no más. No seai' “tumba”, si aquí todos somos amigos.
—Gracias –Cristian no puede ocultar su incomodidad, mientras el "Jote" se acerca a Tito.
—¡Oye Tito, ¿vai' a venir a la noche a la fiesta en casa del “Piojo”?. Podís' traer al “Tumba”, pa’ que conozca a las “piernas” del barrio –dice el “Jote”, con mirada maliciosa, mientras observa la reacción de Cristian y de los demás, a su "ingenioso" apodo con que ha bautizado a Cristian.
—Yo no podría –se adelanta a decir Cristian, antes de que Tito logre contestar la pregunta–. Mi tío llega hoy de la Minera y tengo que esperarlo...
—Tranquilo, compadre. Sin drama. Tu tío llega cansado del turno, y siempre se acuesta temprano los Domingos –interrumpe Tito–. ¿No ve que yo le conozco todo el itinerario?. Mira: –dice calmadamente, mientras enumera las situaciones con los dedos–. Llega como a las 10 de la noche, se ducha mientras canta a toda “jeta” la canción de Nino Bravo... esa que le gusta... “Nohelia”. Después, va al almacén de la “Pollito”, compra queso, toma té en la pieza y se acuesta. El Lunes duerme hasta las 11 de la mañana, se levanta, se afeita y se va a la casa de la Nuri a almorzar y se queda toda la tarde manoseando “pierna” hasta la noche... ¿ves?. Por último le dejas una nota en la pieza y el teléfono del "Piojo", pa' que te llame si quiere.
—No sé... A la noche te confirmo –dice Cristian, como un modo de salir del paso.
—No se me vaya a “chupar”, pu' compadrito –dice el "Jote" en tono paternal, mientras pone su mano en el hombro del joven–, mire que aquí todos nos ayudamos "los unos contra los otros". Pa' eso están los amigos, ¿verdad, loco Tito?.
—La "pura". –Contesta Tito adoptando postura de "duro"–. Aquí en esta Pobla, si uno quiere pasarla bien, tiene que tener amigos, Cristian. Si no, te vas a aburrir como foto en nicho de muerto, ja, ja, ja. –Los otros celebran condescendientemente la intervención de Tito.
—Bueno, nos vemos a la noche, "mis leones" -grita haciéndose el gracioso el "Jote", mientras recoge la pelota y se aleja dándose de patadas en el trasero, con los demás "amigotes" de Tito.
Cristian , Tito y un jovenzuelo de unos 15 años, delgado, moreno al que llamaban "El pitufo", por lo bajo de estatura, se dirigen en la misma dirección, hacia sus casas.
—¿A qué hora almuerzas, Cristian –pregunta Tito, mientras se saca la polera transpirada.
—Como a las una y media a dos, me dijo la señora María –responde el joven–. ¿Por qué?
—No, es que te iba a invitar a mi casa, compadre, pero me olvidé preguntarle a mi mamá si podía llevarte.
—Ah, no. No te preocupes. Ya dejé con el almuerzo servido ayer a la señora María ¿te acuerdas?. No creo que le haga gracia que nuevamente la haga esperar sin avisarle. Para otra oportunidad será.
—¿Pero qué vas a hacer mientras tanto? Recién son las doce y media –insiste Tito.
—Bueno, tengo que ducharme, y barrer la pieza, así es que no me daré ni cuanta cuando pase la hora.
—¿Dónde almuerzas tú, compadre? –pregunta el "pitufo".
—Almuerza donde la "Ensueño" –interrumpe Tito.
—Ah, que buena onda... –contesta el "Pitufo", dirigiéndose a Cristian–. Te debes ir de 'mangoleo' todos los días. Esa comadre no muestra más por que se le terminó el repertorio, ja, ja, ja.
—Y con esas falditas cortitas que usa... uuuh, y esos escotes grandotototes... uuuh... Ja, ja, ja, ja, –corean al unísono, Tito y el Pitufo, haciendo gestos groseramente descriptivos.
—¿Te refieres a la señorita Nélida, Tito?...–pregunta inocentemente Cristian.
—A quién más pu', socio. No sea ganso. No me va a decir ahora que le gusta el charqui, y que se está “mangoleando” a la mamá... Ja, ja, ja –responde Tito, dando una palmada de complicidad en la espalda al "Pitufo", quien se une a la risa del muchacho.
—No entiendo porqué le dices "Ensueño" –contesta Cristian en forma un tanto seria, haciendo caso omiso al comentario de Tito–. ¿Es por lo bonita?..
—Ja, ja, ja... –reaccionan los dos muchachos, ante la candidez de Cristian.
—No socio –dice Tito, en tono conciliador–. Le dicen así por los colchones “Ensueño”. Es que todos los que pololean con ella se le quieren subir encima, ja, ja, ja. A Cristian hay que explicarle todo –dice Tito dirigiéndose al "Pitufo"–, es que él se crió en un pueblito de "gansolandia", ja, ja, ja.
Cristian se mantiene serio, mostrando que no le ha gustado mucho el comentario.
—Vamos, compadrito –agrega Tito, colocando su brazo en los hombros del joven–. No se me ponga grave, si nadie quiere balancearlo. Lo decimos de broma no más, ¿no es cierto "Pitufo"?
—Claro –responde el aludido–, además es cierto que esa mina está pa' subírsele encima. A lo mejor si le 'hacís' los ‘puntos', te puede resultar, y le dai' sus buenos masajes –dice el "Pitufo", mientras gesticula haciendo ademanes groseros.–. La "Ensueños" ha pololeado con casi todos los cabros del barrio, y siempre yo la veía en las esquinas cuando me la tenían agarrada por todas partes. Figúrate que cuando pololeó con mi primo, él me contó que todos los días se le... ¿ah?
El "Pitufo" apenas alcanza a percatarse de los desesperados gestos que Tito le hace a espaldas de Cristian, para intentar que detenga sus fogosos comentarios acerca de Nélida.
—La "señorita Nélida" ahora está pololeando con don Alfredo, el tío de Cristian –interrumpe Tito muy circunspecto, dirigiéndose al "Pitufo", y olvidándose por ahora, de llamarla "La Ensueños"
—Ah, churra, la metí a fondo. Perdona socio, no sabía... –se disculpa el "Pitufo", abochornado, mientras da una mirada acusadora a Tito por no haberlo alertado a tiempo.
—No me mire a mí compadre –dice Tito al "Pitufo"–. Usted solito "introdujo las extremidades inferiores" hasta el ‘fondeque' ja, ja, ja. Nadie le estaba tirando la 'sin huesos'. ‘Apechugue' solito ahora, como los hombrecitos. Ja, ja, ja.
—Está bien –interrumpe Cristian conciliadoramente–, no se preocupen. Ella es polola de mi tío y yo no me meto en esos asuntos. Él es adulto y sabe lo que hace, o no hace.
—¡Oye! Que habla bonito el "Tumba", quiero decir,... Cristian –corrige el "Pitufo", al darse cuenta que el apodo no le hace ninguna gracia al joven.
—Ándate pa' la casa, mejor, "Pitufo", antes de que la sigas metiendo más. Ja, ja, ja –aconseja Tito al jovenzuelo, mientras le da un golpe en la cabeza con la polera que lleva en la mano.
—Tito y Cristian llegan juntos a la casa y se despiden en la puerta.
—Chao compadre, a lo mejor te invitamos a almorzar el próximo fin de semana, pero tienes que venir con don Alfredo para que la Marcia se mee en los calzones Ja, ja, ja. –dice Tito mientras se despide de Cristian–. Ah, y no te olvides que a la noche te paso a buscar para ir a la fiesta...
—Chao, Tito. Yo te aviso –responde Cristian, que con la experiencia vivida, no le quedan ganas de volver a ver a los "amigotes" de Tito.

Después de ducharse en el cuartucho, se dirige al sector del supermercado, para hacer tiempo antes de ir a almorzar a casa de doña María. Se entretiene observando a la gente que entra y sale cargada de paquetes, además de los comerciantes que venden todo tipo de productos, fuera del edificio, aprovechando la concurrencia de clientela. Cristian compra un helado a un comerciante. A lo lejos, en la parte baja del sector, el Antuco y sus amigos juegan a la pelota. En la esquina del frente, un grupo de predicadores evangélicos con sus guitarras, tratan de ser oídos por la gente que, indiferente, concurre al supermercado. Los vendedores de pescado "fresco", atraen a clientes y moscas por igual. De improviso una voz grave le sobresalta...
—Hola, "Tumba", ¿Qué hací ' aquí, loco? ¿vivís' por aquí?...
Al volverse, reconoce al muchacho, de unos dieciocho años, a quien durante la "pichanga-pateadura" llamaban el "Johny diez pesos". El muchacho delgado, moreno, viste jean negros y una polera blanca con un dibujo de un esqueleto tocando guitarra eléctrica, con el nombre de una de esas bandas de "jevi-metal". Su pelo largo, apelmazado y desarreglado, parece haberle declarado la guerra al lavado de cabello.
—Hola –responde Cristian, quién no puede disimular el desagrado que le produce encontrarse con el muchacho–. Sí, vivo cerca de aquí... en la casa del Tito.
—Aah –murmura el "Johny diez pesos" por todo comentario, sin agregar nada más. Se le queda mirando fijamente a los ojos, con sus manos en los bolsillos traseros del pantalón, como esperando alguna reacción del joven.
—¿Por qué? –pregunta Cristian, por decir algo que le saque de la perturbación que le provoca la mirada del muchacho.
—No, por nada, compadre... tranquilo, no pasa na'... Bueno, ¿y ya tenís' pierna? –pregunta el "Johny" (mostrando el hueco que le ha dejado la falta de uno de sus dientes), al hacer una mueca forzada que pretende pasar por sonrisa.
—¿Pierna?
—Sí, pierna... ¿No sabís' lo que es una "pierna"?
—No, la verdad es que no sé, disculpa... –contesta un tanto nervioso ante la mirada burlona del "Johny".
—Una mina, pu' compadre, una mina. Una pulenta, una mijita rica, una 'tonta buenona'... ¿entendís ahora?... –contesta el muchacho haciendo gestos groseramente descriptivos, queriendo parecer gracioso.
—Creo que sí. Te refieres a una polola ¿verdad?
El muchacho se le queda mirando sin contestar, escudriñándolo con la vista, mientras ladea un poco su cabeza, como tratando de entender si Cristian en realidad no sabe, o trata de tomarle el pelo...
—Vo' no soy de aquí, ¿verdad? –pregunta finalmente el "Johny", cambiando la conversación.
—No. Vengo del interior de Ovalle –responde Cristian con la mirada baja, para no toparse con la mirada impertinente del muchacho.
—Aaah. Por eso... –responde el "Johny", cayendo en cuenta–. Ja, ja, ja, creí que, o eras tarado o me estabai' balanceando... Lo que pasa es que vo' estai' verdecito todavía, pu' "tumba". Pero no te "preocupí " –dice condescendientemente el Johny, mientras da un manotazo en el hombro de Cristian–, nosotros te vamos a dejar piola. Pa' eso están los amigos...
—Me van a dejar ¿qué?... –pregunta preocupado el joven.
—Ja, ja, ja... pero no te asustís’, pu' "tumba". Quiero decir que vamos a ayudarte a hacerte machote. No quiero decir que seas marica –se apresura a aclarar el "Johny"–. Me refiero a que... ah, bueno... vó' me entendí pu'... a hacerte mas “pulento”...
Cristian asiente con la cabeza, para no tener que seguir pidiendo aclaraciones al muchacho, que parece no gustar de las explicaciones.
—¿Te puedo pedir un favor? –pregunta tímidamente Cristian.
—Sí, claro. Dime no mas, "Tumba"...
—¿Me puedes llamar "Cristian"?... Es que estoy acostumbrado a que me digan así –dice el joven, con cierto temor, recordándose de la violenta reacción del Jonhy ante una patada del "cabeza de sandía", en el partido de fútbol.
—Ah bueno –responde con cierta sorpresa el muchacho–. Si te molesta, no hay atao' pu' "Tumba"... digo "Cristian".
—Bueno, tengo que ir a almorzar. Permiso... perdón, ¿cómo te llamas?...
—¿Yo?, Diógenes –contesta sorprendido de que alguien pregunte su nombre de manera tan educada–. Pero dime "Johny", no más –dice guiñando un ojo–. Todos me conocen así en la pobla. ¿ok, socio?...
—Está bién. Gusto en verte... (Qué mentiroso eres, Cristian), después nos vemos –Cristian se aleja aliviado de la incomoda situación.
Al llegar a la esquina del supermercado, un joven delgado le detiene del brazo...
—Hola, Cristian, ¿cómo estás?
—Ah, hola, Avila. No te había visto. ¿vives por aquí? –responde Cristian al reconocer a Andrés Avila, su condiscípulo, a quién Mirtha llama "El Padre Pollo".
—En realidad no –contesta el joven–. Pero vengo a ver a mi tía Ana, los fines de semana. Ella vive en este barrio. Ahora me mandó a comprar al Super. Así es que conozco a casi todos los niños de aquí.
—Ah. No sabía. El otro día nos estábamos acordando de ti, con la Mirtha...
—¿Ah, sí?. Espero que no haya sido para "pelarme", ja.
—Ah no. Ella habló muy bien de ti. Dice que la ayudaste mucho en una oportunidad.
—Debe referirse a la vez que se peleó con su pololo. Sí... quedó muy mal la pobre Mirtha. En realidad lo único que yo hice, fue darle algunos consejos, pero nada importante.
—Bueno ella no lo ve así. Dice que aprecia mucho lo que hiciste por ella.
—Ah, qué bueno. Y hablando de consejos... ¿me permites darte uno? –pregunta Andrés.
—Claro –responde un tanto sorprendido Cristian, preguntándose de qué se tratará.
—Espero que no te molestes... Es que recién te vi conversando con el "Johny" y...
—¿Lo conoces? –interrumpe Cristian.
—Claro. Y quién no... Si aquí todos saben que es de los "gatos pardos", y que...
—¿Los gatos pardos?, qué es eso –pregunta intrigado Cristian.
—Es una banda de jóvenes de la población de más allá –dice Andrés, señalando hacia el sector alto, hacia los cerros de la ciudad–. Son como cien, entre niños y niñas. Claro que no todos son de ese barrio. Se juntan en las noches a "tandear" en las esquinas. Parecen hormigas cuando andan todos juntos.
—¿Y para qué? –pregunta intrigado Cristian.
—Pa' puro molestar no más pu'. Además entre ellos hay algunos que son "patos malos". Siempre se pelean con otra banda del otro barrio de mas al norte, los " Malditos". Esos si que son malos... –dice el joven enfatizando sus palabras con el ceño.
—¿Ah sí?.
—Claro. La semana pasada dicen que se agarraron en una fiesta que se hizo en la casa de la "Pita", una niña de los "Gatos pardos".
—¿Y porqué?
—Es que algunos de los "Malditos" querían colarse a la fiesta, y no los dejaron. Como andaban medios "volados", se pusieron a insultar y a tirar piedras, y los papás de la "Pita" llamaron a los carabineros. Cuando llegaron los carabineros, ya estaban agarrados a aletazo limpio en la calle. Así es que se los llevaron detenidos a todos. El medio escándalo que tenían.
—¿Y tú cómo te enteraste? ¿Estabas allí?. –pregunta Cristian en tono de broma.
—¿Estás loco? Ni que estuviera enfermo. A mí no me gusta juntarme con esos compadres. Lo que pasa es que un compañero de curso de mi hermana, es de los "gatos pardos" y él le contó a la Marcela.
—¿Marcela?
—Sí. Mi hermana. Y eso no es todo...
—¿Ah no?
—No, pu'. Después de ese atado', los "Malditos" fueron en patota' a la casa de la "Pita", como a la medianoche y le "dieron el tratamiento".
—¿Tratamiento?
—Tratamiento. Se trata que toda la pandilla le apedrean la casa, le rompen todos los vidrios y le dejan la puerta pa' la historia. Después se arrancan y cuando llegan los carabineros, se van de negativa diciendo que ellos estaban en otro lado en una fiesta, que ellos hacen para tener "coartada".
—Y los de la pandilla de los "gatos...¿cuánto?...
—Pardos.
—Ah, sí. ¿Y ellos no se vengaron?
—Bueno, la mayoría son cabros chicos, de 13 y 15 años, así es que les tienen miedo a los "Malditos". Pero el Jhony tiene dos hermanos chicos que son de los "gatos". Él y al que le dicen "el Piojo", son "patos malos", y varias veces se han agarrado a ‘cuchillazos’ con algunos de los "Malditos". El año pasado encontraron muerto acuchillado a uno de los "Malditos". Todos dicen que fue el "Jhony" que se lo "echó", por un problema de drogas. Pero nadie se atreve a acusarlo.
—¿El "Jhony", el mismo que estaba conversando conmigo recién? –pregunta casi incrédulo Cristian.
—El mismo, amigo. Por eso te digo... no te juntes mucho con él. Le dicen el "Jhony diez pesos, por una película chilena que pasaron en el cine, porque se parece al actor que hizo ese papel. y es "pato malo" como el verdadero "Jhony cien pesos". Claro que a este le dicen Jhony diez pesos, por que es mas rasca, ja, ja, ja.
—Puchas, ahora me dejaste re' preocupado. Voy a tener que alejarme de los amigos del Tito...
—Perdón, ¿te refieres al "loco Tito"? –pregunta Andrés.
—Bueno, así creo que le dicen. Es hijo del dueño de la casa donde arrendamos pieza con mi tío ¿Por qué, Avila? –responde Cristian ya más preocupado.
—No sé. Yo no lo conozco muy bien. Pero dicen que anda metido en las drogas y esas cosas. Pero en realidad no lo podría asegurar –responde Andrés, tratando de tranquilizar a Cristian–. Son solo rumores. Prefiero que no tomes en cuenta lo que te dije, amigo, ¿ya?.
—Está bien, pero me mantendré alerta, por cualquier cosa –contesta Cristian.
—Buena idea. Bueno te dejo. Tengo que llevarle las cosas para el almuerzo a mi tía –se despide el joven-. Después conversamos. Me gustaría preguntarte algo, pero mejor lo dejamos para otro día ¿Ok?
—Ok, chao, nos vemos, Avila.

Después del almuerzo de puré con vienesas y una pobre entrada, que le hace recordar las palabras de Alfredo, en el sentido de que los almuerzos de doña María no son la gran cosa, Cristian se dirige a la zona costera de la ciudad, que queda a unas diez cuadras desde la casa de Tito, bajando por una de las calles principales del barrio. Al llegar a la Playa, un pequeño balneario donde unos niños aún se bañan aprovechando los días soleados de fines de Marzo, se tiende un rato en la arena repasando en su mente los acontecimientos del día. No puede dejar de pensar en las palabras del "Pitufo" respecto de la señorita Nélida. ¿Serán ciertas las cosas que dijeron Tito y el "Pitufo"? ¿Deberá contarselo a su tío?.¿Y si se mete en un problema con Nélida y Alfredo?...Le parece extraño que su tío no supiera de ello, viviendo en el mismo barrio. Por lo general los vecinos saben todo lo que ocurre en el vecindario. Al menos así era en Chalinga, su pueblo. O a lo mejor lo sabe y no le importa. Tal vez solo quiera divertirse y después... Bueno, parece que al menos ella quiere llevar las cosas en serio, a juzgar por las preguntas que le hizo el día Jueves, después que la conoció. Recuerda que hasta dijo que tal vez se casarían a fin de año... Quizás sea mejor no hacer ningún comentario, por ahora, y si las cosas comienzan a ponerse serias... ahí verá...
Se anima a sacarse los zapatos y a mojarse los pies en una pequeña posa, donde juegan unos niños pequeños, con sus baldes plásticos y sus palitas. La agradable sensación en sus pies acalorados, le recuerdan las tardes de paseo al río, con el Atilio y sus amigos. ¿Qué será de ellos?. ¿Se recordarán de él?
Una señora delgada de unos sesenta años, con su sombrilla amarilla con flores, para el sol retoza junto a un pequeño perrito, cerca del agua. No sabe por qué, pero se le figura que podría ser la señora Soledad, a quien el Antuco llama "la loca". El vestido de seda floreado con el cuello subido, le parece fuera de lugar, lo que le hace creer que podría ser ella. Además el perrito se mantiene muy quedo en sus brazos. Ella lee una revista o libro, que no alcanza a distinguir desde su posición. De pronto siente un impulso inusual en querer hablar con ella. Se acerca disimuladamente a ella, mientras el perro le gruñe mostrando sus colmillos.
—Quieta, "Felisa". No molestes al joven –la mujer asegura al perro por su correa, dando una mirada curiosa al joven que se ha perturbado un poco.
No. No debe ser ella. Está seguro que el perro de doña Soledad, no se llama "Felisa". No recuerda bien cómo lo llamó el Antuco. Pero está seguro que no es "Felisa". Es perro, no perra. ¿Conocerá a la señora Soledad? La próxima vez que vea al Antuco, le pedirá que lo lleve a conocerla.
Después de pasar un buen rato, mirando a los niños jugar en el agua, decide regresar al cuarto. Siente algo de frío, ya que ha salido un poco de viento.

Esa noche, como a las nueve, mientras repasa uno de sus cuadernos, escucha abrir la puerta chica del portón. Es raro, Alfredo no llegaría hasta las diez, según dijo...
—Hola sobrino mal criado... ¿ cómo estás?. Ayúdame con el bolso. -ver la sonrisa jovial de Alfredo le produce una profunda alegría. Ha sido una semana demasiada larga.
—Alfredo... que gusto me da verte –responde el muchacho–. No sabes lo aburrido que es estar sólo, durante toda una semana. Te esperaba mas tarde...
—Ah, sí. Es que se adelantó la bajada, por que el otro turno tenía que hacer un trabajo más temprano arriba en la mina. ¿Y te aburriste mucho, "Cris"? –dice riendo Alfredo, al parodiar a doña María.
—Bueno, ya te pongo al día “Alfred”. ¿Qué traes en el bolso que está tan pesado?
— Ja, ja, ja, sigues siendo una "calamidad", como decía mi taita. Son las colaciones que dan arriba en la mina. Como yo no me las sirvo todas, las guardo para traerlas. Nos hace falta un refrigerador, flaquito. Ahora que estás tú tendremos que guardar cosas que se pueden descomponer. Ahora para el pago vamos a comprar uno de segunda mano que sea. ¿Te parece? –comenta Alfredo mientras saca las provisiones del bolso.
—¿Y sería mucho pedir si compraras un televisor para no aburrirme tanto? –pregunta el joven con cierta timidez.
—Aah, ya sabía que me preguntarías eso, flaco... ja, ja, ja.
—Perdón, no quise molestarte...
—Flaco, flaco... ¿de donde sacaste que me molestabas? Venga para acá mi sobrino regalón –Alfredo rodea con su brazo los hombros del joven–. Usted es mi única familia, jovencito, por eso nunca piense que me molesta ¿ya?.
Los ojos de tío y sobrino delatan la emoción que los embarga, en momentos como ese. Recuperándose rápidamente, Alfredo termina de sacar los víveres del bolso.
—Ahora, Flaquito... cierra los ojos por favor... te tengo una sorpresa.
—¿Verdad?... ¿Qué es Alfredo?. –pregunta nervioso el joven.
—Si te digo, ya no es sorpresa, pues, tramposo. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga... ¿De acuerdo?
—Está bien –sonríe nervioso Cristian.
Alfredo sale un instante del cuarto y regresa con un televisor en sus brazos.
—Ahora abre tus ojos, flaquito...
—¡Alfredo!... ¿Cómo...? ay, ja, ja, ja... –Cristian no sabe qué decir, por la emoción. Solo atina a ayudar a su tío a poner el televisor sobre el velador y a dar un efusivo abrazo a Alfredo.
—¿ Te gustó la sorpresa?
—Claro, pu' Alfredo. Si en las tardes me aburría como ostra ¿No ves que todavía no conozco a la gente del barrio?. ¿ Y cuándo tuviste tiempo de comprar la tele?..
—Se la compré a un compañero del turno. Hace tiempo que me la había ofrecido, pero como tenía que dejar la pieza sola por toda una semana, no me atrevía. El problema es que como esta es una casa esquina, se pueden saltar por el muro y robar todo. Pero ahora que estás tú no van a entrar si ven que hay alguien viviendo aquí.
—¿ Se saltan por el muro? –pregunta intrigado el joven.
—Claro, especialmente cuando saben que la casa está sola. Y aquí ya me conocen todos, y saben todos mis movimientos.
Cristian recuerda las palabras de Tito y no puede mas que concordar con su tío.
—Una vez se entraron a robar ¿sabes? –continúa Alfredo.
—¿Se metieron por el muro? –pregunta Cristian.
—Bueno, no tengo otra explicación. Es la única posibilidad. Lo extraño es que no forzaron la puerta. Algún delincuente "profesional", abrió el candado y me llevó un minicomponente y un escritorio chico que me había comprado para usarlo como mesa y para guardar papeles. Me gustaba ese escritorio, pues tenía tallado a mano un dragón chino en la cajonera. Era muy bonito. Dejaron todos los papeles desparramados por el suelo y se lo llevaron. Ah, y como burla ¡se robaron el candado!...
—Puchas, qué pena –comenta Cristian–. ¿Y han vuelto a entrar?
—Parece que no, porque no veo que falte algo. Seguramente donde te ven a ti, ya no se tientan –dice Alfredo, dando una rápida mirada a todo el cuarto.
En ese momento se siente la voz de Tito, fuera del cuarto...
—Cristian... ¿Estás ahí? -pregunta mientras golpea la puerta.
—Sí, Tito. Llegó mi tío Alfredo...–responde Cristian, subiendo un poco la voz para que le escuche Tito.
—¿Ibas a salir a alguna parte, Chatito?, porque si es así, no te preocupes por mí. Yo me voy a dar un buen baño y de ahí me quiero acostar. Estoy bastante rendido... –dice Alfredo.
—¿Puedo pasar?. –insiste Tito
—Sí, por supuesto –responde Alfredo–. Pasa no más, negro.
—Permiso... Hola Alfredo... Llegaste temprano hoy. ¿Tuviste algún problema, compadre? –pregunta Tito con familiaridad.
—No, para nada –responde Alfredo, saludando a Tito con la mano–. Se adelantó el otro turno y nosotros aprovechamos de bajar antes de que...
—¿Y esa tele?. Esta mañana no la vi, o... –interrumpe sorprendido Tito.
—La compró mi tío. La trajo recién.
—A que buena onda. Nosotros íbamos a ir a un carrete' con el Cristian ¿No es cierto compadre?... –dice Tito, guiñando un ojo a Cristian.
—Bueno, sí. Pero...
—En ese caso, no se preocupen por mí. Yo me daré un baño y me acuesto –interrumpe Alfredo.
—La verdad es que yo también me siento un poco cansado –dice Cristian dando una mirada suplicante a Alfredo, quién no se da por aludido.
—No se me ponga vinagre, pu' compadre. Acuérdese que ya nos comprometimos con los cabros del grupo. Además, si no sales, nunca vas a conocer amigos... ¿verdad Alfredo?
—Bueno, es cierto. Pero me preocupan algunos de esos "amigos", que llamas tú. No me gustaría que le presentaras a gente de dudosa reputación... –dice Alfredo, mirando con seriedad a Tito.
—Chis' buena, Alfredo. A la otra me acusai' de cogotero –responde Tito haciéndose el gracioso–. Si los cabros con que yo me junto son buena onda, no son "malandras". Además donde vamos a ir es casa de familia respetable.
—¿Y se puede saber dónde es esa casa respetable? –dice Alfredo, entre serio y en broma.
—En la casa del Heriberto... –contesta Tito, sin mencionar el apodo del "piojo" a propósito.
—¿Heriberto? No recuerdo a nadie con ese nombre... ¿Qué apodo tiene?
—No tiene “chapa” pu' Alfredo. ¿No te digo que es gente respetable? –Tito miente, para no delatarse.
—Bueno, si tú lo dices. En todo caso te encargo a Cristian. No me gustaría que se metiera en problemas con alguna pandilla... ¿Ok?.
—Tranquilo, compadre. Si va a cargo de este pechito, no puede pasarle nada. Yo me responsabilizo –responde Tito adoptando postura de hombre de mundo, mientras guiña un ojo a Cristian.
—Mira, Negro... esa no es ninguna garantía para mí, porque si vamos a hablar de ser responsable... tú no eres ninguna luminaria en ese sentido. Acuérdate lo que pasó la otra vez en una de esas fiestas que tu...
—Ya, ya, ya... Ya recibí el mensaje, compadre. No es necesario que saquemos los trapos sucios a la plaza pública, porque a mí también se me puede caer el casett... –dice en tono de broma Tito.
—Uy, qué miedo –responde Alfredo siguiendo la broma–. Yo tengo mi conciencia bastante limpia, jovencito. No como “otros”, que la tienen más negra que su propia piel...
—Aaah, ya nos fuimos al "chancho" ¿ve? Y después andamos rogando que le hagamos gancho con mi hermana...
—Ahí sí que nos equivocamos, "compadre" –responde Alfredo, remedando la forma de hablar de Tito–. Yo jamás le he pedido a usted, que me haga propaganda con su hermana. Por lo demás, ella es toda una dama. Ni se compara a cierto individuo que yo conozco. Para mí que, a uno de los dos lo adoptaron tus papás.
—A ella, tiene que ser, pu', Ja, ja, ja, ja... ¿No ves que es la mas "cuica" de la familia, ja, ja, ja...? –responde con una risotada el muchacho.
—Y además es muy bonita. En cambio a ti no querían dejarte salir del hospital cuando naciste, por respeto al público, ja, ja, ja –dice Alfredo riendo, mientras arroja un paño sobre la cabeza de Tito.
—¿Viste, Cristian? –pregunta Tito riendo, mientras Cristian no puede contener la risa por las chanzas que su tío y Tito se reparten–. Y después dice que no le gusta mi hermana... Ja, ja, ja.
—Ya... váyanse mejor –dice Alfredo riendo–. Son como las diez... a las doce a más tardar traes a Cristian, Tito, por favor. No quiero que lo cogoteen por venirse muy tarde.
—¿A las doce? –exclama Tito poniendo una cara cómica de sorpresa exagerada–. ¿Estás enfermo, compadre?... Si a las doce recién empieza a llegar la "gallá". ¿En qué mundo vive, compadrito?. Si la época de los malones con "tiques" para sacar a bailar a las viejas, ya pasó de moda hace mucho tiempo, pu', compadre. No sea mala onda...
—Bueno, entonces a la una y no más. Acuérdate que mañana tú y Cristian tienen que ir a la escuela. –contesta Alfredo en tono determinante–. No sé por qué no hicieron su fiesta ayer sábado. Así no hubieran tenido que preocuparse tanto por la hora.
—Es que ayer no se podía, porque el taita del... Heriberto, tenía que entrar al turno de sereno a las cinco de la mañana, y estaba durmiendo... pero ahora...
—Entonces la podían hacer en otra casa... –insiste Alfredo.
—Pero es que las otras casas son muy chicas, y además no la prestan los viejos...
—Por algo será... por algo será... –dice Alfredo, con divertida ironía.
—Yo me vendré a las doce, Alfredo –dice Cristian con convicción–. No te preocupes. ¿Es muy lejos de aquí, Tito?.
—No. Es como a seis cuadras de aquí... Puchas, que mala onda –dice el muchacho con resignación–. Bueno, qué le vamos a hacer. Yo lo traeré al convento, "su santidad", no se preocupe... ¿vamos, "padre Cristian"?
Los dos jóvenes se despiden de Alfredo y se dirigen a casa del "Piojo". Cristian no puede dejar de sentirse preocupado. Los comentarios de Andrés Avila, su compañero de curso, resuenan en sus oídos...
—"...el Jhony tiene dos hermanos chicos que son de los "gatos". Él y al que le dicen "el Piojo", son "patos malos", y varias veces se han agarrado a cuchillazos con algunos de los "Malditos". El año pasado encontraron muerto acuchillado a uno de los "Malditos". Todos dicen que fue el "Jhony" que se lo "echó", por un problema de drogas. Pero nadie se atreve a acusarlo."
—"... dicen que el Tito anda metido en las drogas y esas cosas. Pero en realidad no lo podría asegurar. Son solo rumores."
El rostro de su abuelo nuevamente se le aparece sonriente...
—" Cuida tus "juntas". Cristian... Mira que las cosas malas se pegan como "brea". Después es imposible sacársela del cuerpo."
¿Habrá hecho bien con acompañar a Tito a su fiesta?. ¿Estará el Jhony diez pesos?. Seguro que estará. Es amigo del “Piojo”. De pronto le dan ganas de regresar a su cuarto y dormir sin preocupaciones, como su tío Alfredo. Pero Tito, como adivinando los pensamientos fugitivos del joven se encarga de tranquilizarlo.
—No te preocupes, compadre. No pasa na'. Este pechito se encargará de que nada le pase. Aquí en el barrio todos me conocen, así es que nadie se atreverá a molestarlo, conmigo está seguro –dice Tito, con ese aire de lider "duro" que adopta cuando quiere impresionar.
—Está bien, Tito, está bien...
La voz de Cristian suena resignada. Su timidez nuevamente le impide tener las fuerzas suficientes para hacer lo que cree es más prudente. La sonrisa de Tito se le antoja enigmática... El rostro de su abuelo le mira con preocupación...



FIN DEL CAPÍTULO 9

GLOSARIO
Compadre = sujeto, individuo.
Sin drama, loco = No hay problemas, amigo.
Cabrito = jovencito, mozuelo.
"cuica": Dísese de las personas que gustan aparentar buena posición económica.
Mocha = Lío, pelea.
Garabatos = Palabrotas, palabras soeces.
tenís' “pechuga”. = Tienes valor, entereza.
Saca la bronca = Habla con confianza, con personalidad.
No seai' “tumba = No sea callado, lacónico.
Las “piernas” del barrio = Las muchachas del barrio.
Pelota = Balón.
Pierna: Muchacha, novia.
Pobla = Barrio.
Polera = Camisa deportiva
Pololear: Hacer citas, sin compromisos.
Polola: Novia sin compromiso. Enamorada. Muchacha con la que se sale sin
responsabilidad
“pulento”: Excelente. Optimo.
canta a toda “jeta” =Canta a todo pulmón.
Manoseando “pierna” = Acariciándose con la muchacha.
No se me vaya a “chupar” = No se vaya a intimidar, a desalentar, a arrepentirse.
La "pura". = Así es . Es la verdad..
Qué buena onda = Qué bien, qué excelente.
'mangoleo' = Atisbar los lugares íntimos de una mujer. Voyeurismo.
Balancearlo, balanceando...: Reírse de la persona.
'hacerle los ‘puntos': Tratar de embaucarla y convencerla.
Ah, churra: “Ups.” “Diantres”.
la 'sin huesos'.: La lengua.
‘Apechugue' : Enfréntelo, responsabilícese.
Ovalle : Pequeña ciudad Nortina de Chile.
te vamos a dejar piola.: Te vamos a dejar capacitado, preparado. En buena forma.
No hay atao': No hay problema.
para "pelarme",: Para hablar mal de mi.
"tandear": Molestar, hacer bobadas.
"patos malos".: Delincuentes.
se agarraron: Se enfrascaron en una riña.
volados",: Drogados.
carabineros.: Policías uniformados.
Después de ese atado': Después de este lío.
Se lo "echó",: Lo mató.
No tiene “chapa”: No tiene Alias, sobrenombre vulgar.
nos fuimos al "chancho": Hacemos bromas pesadas.
No quiero que lo cogoteen: No quiero que los asalten.
la "gallá".: La gente, los invitados.
malones con "tiques": Bailes antiguos con boletos de baile.

lunes, septiembre 18, 2006

"EN CASA DE TITO" —Capítulo 8

Contra la corriente –Novela...

Capítulo 8
EN CASA DE TITO

El calor del mediodía le obliga a darse una ducha en el cuartucho. Luego se cambia de polera. Solo faltan los calcetines limpios... Llaman a la puerta. Le llama la atención que golpeen a la puerta. Nadie lo ha hecho desde que llegó de Ovalle.
—Un momento ya voy...
Dónde están los calcetines... es un misterio. Bajo la cama no. La noche anterior los retiró de la tendedera. Se acostó cansado y no recuerda bien dónde los guardó. Tal vez dentro de los otros zapatos. No. Nuevamente golpean a la puerta...
—Cristian... ¿Estás ahí? –Le cuesta reconocer la voz de Tito.
—¿Eres tú, Tito?
—Sí, compadre. ¿Te desperté?
—No. Espera ya te abro...
Se olvida de los calcetines mejor, y se pone los pantalones para ir a abrir la puerta.
—Hola, pasa. Perdona el desorden...
—Hola, compadre. No te preocupes. Si vieras mi pieza... parece camarín de pirata, ja, ja, ja. Oye, que está oscuro aquí. ¿Abro la ventana?
—Ah, sí. Gracias.
—¿Siempre haces lo mismo?
—¿Qué cosa?
—Dar las gracias.
—Ah, sí. No lo había notado. Es una costumbre. ¿Te molesta?
—No, no compadre, todo lo contrario. No es común que la gente lo haga. Tú eres raro. Hablas palabras bonitas y das las gracias. Mis amigos son mas garabateros, no estoy acostumbrado, pero no me molesta. Es piola’. –Abre la ventana dejando entrar un torrente de luz que llena la habitación.
—¿Cómo?
—Ah, verdad que a ti hay que traducirte. Piola : Pulento. Ah, perdón. Te dejé igual ¿verdad?, ja, ja, ja –los dos ríen de buena gana. Mientras Cristian se pone la polera, Tito hurguetea entre los libros sobre el mueble que hace las veces de ropero.
—Oye, ¿qué hacen estos calcetines aquí arriba?
—¿Ah? ¡Ahí estaban! No los podía encontrar. Ja, ja, ja.
—¡Cómo estarías de curado anoche, chico!. Ja, ja, ja. Oye, ¿recién te estás levantando dormilón?...
—No. ¿Te imaginas?. Estuve un rato cerca del supermercado y me di una ducha... ¿Tomaste desayuno, Tito?
—¿Es broma? Son más de las doce, compadre. Ya vamos a almorzar... ¿Qué onda?
—Perdona... Chitas, no me di ni cuenta como pasó la hora. ¿Vienes a mostrarme tus “bichos”?.
—No, Ahora no. Es que mi vieja me mandó a preguntarte si querías almorzar con nosotros.
—¿Tu mamá?. Pero si recién me conocen... ¿tú crees?...
—Oye, es que le caíste en gracia, compadre. Además se le puso que tú me puedes pegar el espíritu santo o algo así, ¿puedes creerlo?. Yo, el “Loco Tito” –(parodiando a los evangelizadores callejeros)– “por fin encuentra al Señor y abandona su vida de libertinaje, drogadicción y sexo, mucho sexo, de manos del hermano Cristian, Dios lo tenga en su Santo Reino”.
—¿Qué sabes tú del Santo Reino? –pregunta perturbado Cristian. Su voz se torna seria.
—Oye, compadre, no te enojís’, pu´. Si solo estoy bromeando...
—No, si no estoy molesto... lo que pasa es que he escuchado ya de ese “Santo Reino” en el funeral de mi abuelo, y otras veces. Y no me trae buenos recuerdos. Perdona. Cada vez que lo escucho, siento que la muerte está cerca... La muerte, -musita- pareciera que nunca dejará de rondarme.
—Compadre... no se me ponga grave tampoco. Mejor vamos a almorzar. Mi vieja está esperando.
—Hay un problema, Tito. No le he avisado a la señora de la pensión. Se va a quedar con el almuerzo.
—¿La señora María? Después le avisa, pues compadre. ¿Y tú jurai' que se va a quedar con el almuerzo?. Esa comadre es capaz de guardarte el almuerzo para la pascua, con tal de no perder, ja, ja, ja. Además hoy día le llegan los pensionistas de la vega, así es que no pasa na', compadre. Si quieres después te acompaño a darle una explicación.
—Está bien. Vamos.
Los dos muchachos salen del cuarto. Cristian cierra la puerta y entra al baño a lavarse las manos, mientras Tito espera. Después entran en casa de Tito. Doña Verónica le recibe jovialmente.
—Hola, Cristian. Qué bueno que aceptaras venir a almorzar con nosotros. Ven te voy a presentar a mi esposo... ¡Héctor! llegó el invitado...
Un hombre corpulento, de tez morena, nariz ancha, de mediana estatura y rostro sonriente, aparece desde dentro de la casa.
—Hola, Cristian. Tenía ganas de conocerte. Mi esposa no hace mas que hablar del “joven educadito“ que llegó de Ovalle. –le ofrece su enorme mano, que le hace recordar la “Mano del desierto” que vieron en el camino, cuando venían con Alfredo en dirección a Antofagasta.
—Buenos días señor. Gusto en conocerle –responde Cristian, un tanto sorprendido por la inesperada amabilidad de esta familia a la cual apenas conoce.
—¿No te dije que era educado, viejo?. –Doña Verónica contempla complacida a Cristian, mientras se toma del brazo de su marido.
—Ay, no... –interrumpe Tito, mientras lleva la mano a sus ojos cerrados levantando su cabeza al cielo–. Si parece una telenovela rasca. Ahora tendré que cuidarme, si no, luego me van a echar a la calle para cambiarme por “San Cristian”.
—No seas tonto, Tito. Las cosas que se te ocurren –contesta su mamá riendo de buena gana por la salida del muchacho–. Pero pasa, Cristian. Siéntate a la mesa... ¿Quieres pasar al baño?
—No gracias señora. Ya me lavé antes de venir. Muy amable.
—¿No te dije papá que es de otro mundo? –dice riendo Tito–. ¡Si da las gracias por todo!... ja, ja, ja.
—¡Tito! –advierte con voz enérgica doña Verónica.
—Ah, Cristian. En la nota que me dejó tu tío Alfredo, menciona que estás estudiando “Minas“. ¿Te gusta esa carrera? –pregunta don Héctor, el padre de Tito, para salvar la situación.
—Bueno, en realidad no sé si me gustará. La verdad es que mi tío cree que es una buena profesión.
—Y lo es. Pero, ¿tú qué piensas? –insiste sonriente don Héctor.
—No sé. Creo que me acostumbraré. No es tan malo. –responde Cristian, mientras juguetea nervioso con una miga de pan.
—Yo creo que uno debe estudiar lo que a uno le gusta –interrumpe Tito con un gesto de suficiencia–. No lo que otros le imponen, compadre.
—Pero tú al parecer no sabes lo que quieres. –dice doña Verónica mientras pone los cubiertos en la mesa–. Da la impresión que lo único que te interesa es salir con tus amigotes.
—Mamá,... no hinches’ de nuevo... Tu sabes que los Ibarra no tenemos cabeza pa’ los estudios.
—Ah, ah, jovencito –interviene don Héctor señalando a su hijo con su dedo índice–. Habla por ti, Tito. Mira que no es el caso de tu hermana. Ni mío tampoco. Yo sacaba buenas notas en el colegio.
—¡Vamos, papá.! En tu tiempo no existían las escuelas. Estaban muy ocupados correteando a los Dinosaurios... Ja, ja, ja –Tito no para de reír.
—Al único que hacen gracia tus chistes es a ti mismo –contesta su padre arrojando una miga de pan a Tito quién la atrapa en el aire y se la come.
En ese momento golpean a la puerta. Doña Verónica desde la cocina pide a su esposo: –¿Quieres abrir la puerta, gordo?
—Yo voy papá –se adelanta Tito–. Estoy más cerca.
Al abrir, Tito pregunta con familiaridad.
—¿Y tus llaves ?
—Se me olvidó llevarlas –responde una voz suave de mujer, a quién Cristian no logra ver desde su posición–. ¿Llegó...?
—Sí, llegó la visita –responde Tito, señalando a Cristian.
—Hola, Cristian. ¿Qué tal? Gusto en conocerte.
La muchacha, de unos 26 años, morena, de pelo castaño, bonita figura, aunque más bien delgada y agraciada de rostro, trae una bolsa de pan la que deja sobre la mesa para saludar a Cristian. Éste se pone de pié, le pasa su mano con una leve reverencia. A esto, la joven da una mirada de interrogación a su padre y su hermano, quienes por toda respuesta, se encogen de hombros tratando al mismo tiempo de evitar sus risitas contenidas.
—El gusto es mío, señorita...
—Marcia, me llamo Marcia. Pero siéntate por favor. –Le besa en la mejilla, y tomando la bolsa de pan se dirige a su madre que sale en ese momento de la cocina.
—Mamá, me costó encontrar pan. Tuve que ir al Supermercado.
—Gracias, hija. Es que el pan que tenía no era suficiente –responde doña Verónica, llevando la bolsa a la cocina.
El almuerzo transcurre jovial entre las bromas desatinadas de Tito y las llamadas de atención de su madre. Cristian observa de reojo a la joven quien muestra un carácter mas bien retraído, pero agradable. Cristian no puede creer que se haya comido el pescado asado que le sirvió doña Verónica.
—Perdone, señora, pero ¿Cómo preparó el pescado? Le quedó muy sabroso.
—¿Te gustó?. En realidad lo preparó Marcia.
—¿Si? Cocina muy bien. No me creería si le digo que a mí normalmente no me apetece el pescado, pero este tiene sabor como a pollo o algo así –insiste Cristian entusiasmado.
Las dos mujeres se miran una a otra, sonrientes. Tal vez por los halagos, tal vez por no estar acostumbradas a que Tito tenga amigos tan educados.
—Se prepara al horno con rodajas de Tocino, cebolla y ajo, lo que le da ese sabor tan especial –explica complacida la muchacha–. ¿Quién te enseñó esos modales, Cristian, tus padres?
—Gracias. No. Mis padres murieron cuando era muy niño. Yo me crié con mis abuelos.
—Oh, perdón no sabía... –se disculpa confundida.
—Está bien, no se preocupe. Ahora vivo con mi tío, supongo que hasta que salga del liceo y entre a trabajar.
—Por pieza, no se preocupen, pues nosotros no pensamos pedirles el cuarto, y menos a tu tío. Es un excelente arrendatario, responsable y siempre paga su arriendo a tiempo. Parece que ustedes son ramas del mismo árbol ¿eh? -dice sonriendo, don Hector.
—Además a Marcia le daría tanta pena si se fuera Don Alfredo... Ja, ja, ja –interrumpe impertinentemente, Tito.
—¡¡Tito!! –responde molesta la joven–. ¿Te das cuenta mamá?. A este cabro’ no se le quita lo desatinado –continúa Marcia, dando una mirada fulminante a su hermano.
—Tito, esas bromas están fuera de lugar, hijo. Ten más respeto con tu hermana –sentencia don Héctor en forma seria.
—¿Y qué tanta ofensa le he hecho?. Si toda la población sabe que le gusta don...
—¡Tito basta! –interviene doña Verónica–. Ya se te está pasando la mano.
—Está bien, está bien. Me cayo –dice Tito mostrando las palmas de sus manos–. Pero que conste que la verdad es que...
—¡Tito! Ya se acabó –interrumpe don Héctor con voz autoritaria, dando una severa mirada a su hijo.
—¡AAggg! –exclama Tito llevándose las manos al pecho, como si lo hubiesen herido de gravedad, mientras se desliza por la silla con voz como quebrada por el dolor– Me han apuñalado con sus miradas... estoy muriendo... Cedo mis zapatillas de tenis a mi papá que tiene los pies más chicos que los míos, y mis “bichos” a “San Cristian“ para que cuide de ellos y les de cristiana sepultura... a la Marcia no le dejo nada por cuica’, y a mi mamá, mis deudas en el almacén de la esquina para que me pague la cuenta y así el nombre de los Ibarra no sea deshonrado... Que mi cuerpo sea cremado y mis cenizas repartidas entre las niñas de la población que llorarán por mi trágica partida...
—Ja, ja, ja. –La parodia de Tito a terminado por vencer la molestia de su familia y todos rompen a reír incluyendo a Cristian que se toma el estómago de tanto divertirse.
—Este “negro”, no toma nada en serio –comenta Marcia, tratando de ponerse seria pero sin poder evitar sonreírse.
Una vez terminado el almuerzo, Tito invita a Cristian a su pieza para enseñarle su colección de insectos, los cuales muestra con orgullo mal disimulado.
—Mira, esta mariposa grande nocturna... Bueno en realidad no son mariposas, son polillas ¿sabías? –explica orgulloso a Cristian–. Bueno esa ma.. polilla la obtuve una noche en que se le metió por la espalda dentro del vestido a la Marcia. Ja, ja, ja. Era para la risa como saltaba y gritaba que se la sacara. Y más gritaba cuando yo en vez de sacársela, fui a buscar la filmadora y la grabé saltando y gritando. Se puso furiosa, y todavía sigue enojada porque yo le escondí la cinta y no se la he entregado. Siempre que me "hincha", la amenazo con mostrársela a don Alfredo, ja, ja, ja. ¿Quieres verla?
—No, Tito. No creo que a ella le gustaría...
—Claro que no le gustaría. Si se enterara me despellejaría vivo. Tiene su carácter. En eso salió a mi mamá.
—¿Tu mamá?. No lo parece. Se ve tan tranquila...
—Ay, compadre. Es que tú no la has visto cuando se enoja. Si hasta mi papá le tiene miedo cuando anda con la lesera... ja, ja, ja. ¿Tienes algo que hacer mañana, Cristian?.
—Bueno sí, tengo que estudiar. Parece que van a hacer una prueba el Martes.
—Ah, pero es el Martes. ¿Por que no vienes a jugar una pichanga con los cabros del barrio, para que te hagas de ambiente, compadre?. Puedes estudiar el Lunes, ¿cual es el drama?... ¿Qué dices? ¿Vienes?
—No sé. Quizás me anime...
—Vamos, compadre, no se la tome tan a lo grave. Mira jugamos a las 10 de la mañana en la cancha de más arriba. ¿Qué dices, te paso a buscar?
—Bueno, está bien, me convenciste... Yo te paso a buscar mejor.
—Ah, no. Yo te voy a buscar. Si no, capaz que vengas a buscarme a las 10 de la noche, compadre. Acuérdate que si no te despierto hoy, habrías seguido durmiendo todo el día.
—Ya te dije que no me estaba levantando. Me terminaba de duchar. Me levanté temprano. Pregúntale al "Antuco"...
—¡Ah... conociste a la "familia Adams"! ja, ja, ja. Yo te paso a buscar, compadre, sin drama...
—Está bien. Tú pásame a buscar.

La tarde la pasó escuchando la pequeña radio portátil de Alfredo, y haciendo ejercicios de matemáticas. Con la llegada de los Ibarra, ya no se sentía tan solo. ¿Encontraría buenos amigos, como el Atilio, el guatón Tito, el Pedro, la Nuri?. Más tarde bajó al Supermercado a comprar algo para tomar onces en su cuarto. Le dio lata tener que ir a darle explicaciones a doña María, por no haber ido a almorzar. Instintivamente no quería tener otro encuentro con Nélida, la polola de Alfredo. Al menos no todavía. Aún recordaba sus orejas calientes. Qué distinta le parecía Marcia, la hermana de Tito, si la comparaba con Nélida. ¿Sabría Alfredo que le interesaba a Marcia?. Por que definitivamente le interesaba, a juzgar por lo enojada que se puso con Tito cuando éste bromeaba acerca de Alfredo.
Ojalá pudieran comprar un televisor más adelante. Aunque fuera en blanco y negro. Podría hacer mas llevaderas las noches después del colegio. En fin, mañana será otro día. Tal vez ya sienta menos esa sensación de vacío en su pecho. La sensación de sentirse tan solo, a pesar de sus compañeros de colegio, especialmente ahora que no está Alfredo, “Alfred”, como le dice doña María. Las lágrimas salen solas, impertinentes, inesperadas. ¿Porqué no se va ese nudo de la garganta?. ¿Acaso estará allí para siempre?. ¡Qué falta le hacen su tata, su mami! El rostro bondadoso de su abuelo se aparece entre las lagrimas, y su mami, preparando la comida en la vieja cocina de hierro negro.
Después de tomar onces, se recuesta sobre la cama, rendido por las emociones que le hunden el pecho hasta que la noche piadosa le consuela el alma acariciando su cabello negro y acurrucándole en su regazo. El sueño llega sigiloso, imperceptible, profano.

Esta vez los calcetines se quedarán puestos.

FIN DEL CAPITULO 8

GLOSARIO
Polera: Blusa casual, camiseta cerrada, deportiva.
Garabateros. De habla soez, Palabrotas vulgares.
Piola, Pulento: Excelente, de buena apariencia. Bueno.
Curado: Borracho.
No te enojís’, pu´.: No te enojes, pues.
tú jurai': Tu juras, tu crees cándidamente.
Rasca: Vulgar, Ordinario.
No hinches’, me "hincha", : No importunes, Me molesta insistentemente.
Cabro, cabros: Muchacho, muchachos. Individuos jóvenes.
Cuica’: De modales delicados, se dice de personas adineradas que gustan aparentar falsa cultura.
Anda con la lesera: Pasa por momentos de disgusto.
Le dio lata: Le causó incomodidad, molestia, hastío.

jueves, agosto 03, 2006

"UN AMIGO INESPERADO" —Capítulo 7


Contra la corriente –Novela...

Capítulo 7
UN AMIGO INESPERADO

Esta mañana Cristian se levantó más temprano que de costumbre, considerando que es Sábado, y no tiene que ir a la escuela. Después de mirarse los dientes en el pedazo de espejo de la pared, (cuándo se decidirá Alfredo a comprar uno nuevo), arreglarse el pelo con la mano y sacarse las legañas de los ojos, apenas se anima a ir al baño (con el frío que hace). Hoy día amaneció con hambre. Se imagina unos panes batidos crujientes para el desayuno. Si no fuera por el hambre que tiene, se levantaría mas tarde, después de todo no tiene nada importante que hacer. Claro que las ganas de orinar son más urgentes que el desayuno, por eso mira primero por la puerta entreabierta, por si hay alguien en el patio y rápidamente se mete al cuartucho de baño a pies descalzos y en calzoncillos. Mientras mira por una rendija del techo, evacua con gran alivio su vejiga.
Después de mojarse la cara, lavarse los dientes, ponerse unos jeans azules y una polera con mangas largas, se dirige al almacén de la vuelta a comprar pan y cecinas.
Algunas vecinas conversan animadamente mientras esperan su turno para comprar, mientras aprovechan de dar miradas curiosas al joven . Un niño rubicundo y pecoso, de unos diez años, de hermosos ojos verdes, se le queda mirando fijamente casi en forma impertinente. Cristian le mira de reojo, casi divertido por la insistencia y candidez de la mirada del niño.
—¿Qué quieres “Antuco”? –pregunta la dueña del almacén al muchachito, por segunda vez, ya que por estar mirando a Cristian no la escuchó.
—¿Ah?... Dice mi mamá que le anote medio kilo de pan, un cuarto de queso y un chicle –responde el niño, mientras empuja a unas mujeres para adelantarse cerca del mesón, entregando a la gorda mujer una roñosa libreta de anotaciones.
—¿Ah sí?, ¿Y desde cuándo tu mamá compra chicles para el desayuno? –sonríe doña Luisa, que al parecer tiene un acabado conocimiento de las tretas del niño, mientras le recibe la libreta. Las otras mujeres ríen de buena gana, mientras el chico, sin decir palabra, les da una furibunda mirada.
—Te llevas el pan y el queso, por ahora. El chicle lo dejaremos para otra ocasión, cuando venga tu mamá... ¿Te parece? –El niño se sonroja y sin contestar palabra recibe el pan y sale abriéndose paso entre las mujeres, no sin antes gritarles desde una distancia segura y conveniente...
—¡Viejas sapas! –el chico sale corriendo como perseguido, hasta doblar la esquina.
—¡Este Antuco, nunca va a aprender! –dice doña Luisa en tono tranquilizador, considerando que a las otras mujeres no les hizo ninguna gracia la impertinencia del chico.
—¿Ese que no es el hijo de la rucia que tiene el esposo que trabaja en una funeraria? –pregunta una de las mujeres.
—El mismo –responde doña Luisa mientras pesa el pan de la que pregunta–. El papá es bien fregado con sus hijos, pero la señora Fani lo consiente mucho, por eso que el niño está tan consentido. Pero no es mal chico. En un niño muy inteligente y travieso, pero no es malo. De todos modos va a tener que volver con la cola entre las piernas por que se le olvidó el queso, ja, ja, ja.
—¿Y tú, jovencito, que vas a querer? –pregunta la mujer a Cristian, mientras las miradas de las otras mujeres que han estado llegando se fijan en él, como queriendo indagar con sus ojos todo lo relativo al muchacho.
—¿Me vende cuatro panes y un octavo de margarina por favor?. ¿Puedo comprar unas tres rodajas de cecina solamente?. Es que no tenemos refrigerador. –Cristian se expresa un tanto nervioso al percibir las miradas.
—Claro, jovencito, aquí puedes comprar lo que quieras. ¿Tú eres el sobrino de don Alfredo, verdad? –Cristian se muestra más nervioso al ver que ha pasado a ser el centro de la atención.
—Sí, señora. –con su vista baja mira de reojo a su alrededor para comprobar si está siendo observado.
—Ya lo parecía. Don Alfredo me había hablado de ti. ¿Y cómo te llamas, hijo? –pregunta la mujer en tono maternal, mientras pesa la cecina.
—Cristian, señora.
—Aah, qué bien. Gusto en conocerte, Cristian. Yo me llamo Luisa. El pan lo puedes escoger tú mismo. –La mujer retira el mantel que cubre el pan .
Después de pagar, Cristian se retira, no sin antes darse cuenta que el niño pecoso está un tanto retirado de la puerta del almacén, oteando hacia adentro, tratando de no ser visto.
—¿Vienes a buscar el queso que se te olvidó? –pregunta Cristian al chico que lo mira inexpresivo, sin responder.
—Ya puedes entrar –dice, mientras el niño le mira inexpresivo–. Se fueron las mujeres que estaban ahí cuando tú fuiste a comprar.
—¿Se fueron?, ¿Se fueron todas? –pregunta el chico ahora, con interés.
—Sí. Las que están ahora llegaron después. La señora Luisa te está esperando.
El Antuco entra al almacén lentamente, asegurándose primero de mirar a cada persona para comprobar que no haya nadie que lo reconozca. Cristian se ha quedado cerca de la puerta, aguardando el desenlace de la situación, llevado por la curiosidad y la simpatía que le ha despertado el niño.
—Aaah!. “Vuelve el perro arrepentido con la cola entre las piernas”... a buscar el queso que se le olvidó, ja, ja, ja. –Doña Luisa ríe divertida mientras le entrega el queso al niño, quien con la vista metida al piso, no ha dicho palabra. Luego de recibir el queso, el chico sale corriendo del almacén. Al pasar al lado de Cristian, se detiene abruptamente.
—Gracias amigo. Te debo una –dice agitado. Luego emprende nuevamente la carrera dando vueltas a la esquina. Cristían se le queda mirando, divertido, mientras se dirige a su pieza.

Después de desayunar, ordenar la pieza, dar una barrida y lavar algunas prendas, sale a dar una vuelta cerca del Supermercado deteniéndose en los puestos ambulantes que se ubican fuera. El bullicio propio de los voceadores y las conversaciones de la gente que sale y entra al supermercado le hacen experimentar un sentimiento de soledad, ya que aún no ha hecho amistades en el vecindario. Las imágenes regresan a su mente, mientras se sienta en la cuneta de la acera a observar a unos niños que juegan a la pelota en un sector de tierra, al lado del supermercado.
“—Tírala, pu’ Cristian, no te la comai’ pa’ ti solo –el Atilio increpa molesto a Cristian, mientras detiene su carrera al ver que su amigo ha errado el gol–. A la otra te vamos a poner de defensa, si no nos das pases. ¿No ves que yo estaba solo?.
“—¿Que no ves que no podía pasártela por que estaba tapado? –contesta Cristian, que en ese entonces tenía unos 11 años de edad, mientras hace un gesto de molestia con el brazo–. Además cada vez que te la paso la pierdes altiro'.
“—Bueno, así no más nos vamos. Yo tampoco te la voy a pasar cuando me toque a mí.
El Atilio se seca la transpiración con la manga de su camisa. La pichanga transcurre entre gritos y risas de los niños, hasta que la pelota va a dar justo en la ventana de la señora Melania. El estruendo del vidrio roto hace salir a la indignada mujer, con la escoba en ristre.
“—¡Chiquillos de moledera, esta es la tercera vez que me quiebran el vidrio de la ventana, voy a llamar a sus padres para que de una vez por todas les de una tunda que nunca se les olvide!.
Los gritos e improperios de la corpulenta mujer, junto con sus descontrolados ademanes, hacen que los niños salgan corriendo olvidándose del balón. Cristian, al contrario, se ha quedado petrificado del susto, por lo que no puede evitar que la furiosa doña Melania lo tome por el brazo fuertemente, ante la mirada llena de pánico del niño.
“—Y tú, Cristiancito, debería darte vergüenza, hacer pasar estos malos ratos a tu abuelo, con todo lo que él se ha sacrificado por ti. Pero ya no voy a permitir que él vuelva a pagar el vidrio quebrado, por que ya es un abuso para el pobre viejo.
El tono más tranquilo de la mujer deja entrever el cariño que parece tenerle al muchacho. Éste solo atina a cerrar fuertemente sus ojos mientras doña Melania lo sostiene del brazo, como si esperase que en cualquier momento la mujer le descargue uno de esos golpes que solo ella sabe dar, y con el cual una vez volteó a un borracho que quiso propasarse con ella.(¡Con toda seguridad, para quererse propasar con doña Melania, debe haber estado bastante borracho!). De todos modos no alcanzó a recordar el desenlace de la situación, por que un fuerte golpe en la cabeza lo hace despertar de sus cavilaciones.

—¡Ándale, le pegaste al socio, Antuco!. –Unos niños corren a recoger el balón que ha caído hacia la calzada, después de golpear a Cristian.
—Perdona, socio, fue sin querer. –se disculpa el Antuco, transpirado y jadeante. Los otros chicos se acercan a rodear al joven.
— “Te las mandaste, Antuco”, “Pa’ otra vez fíjate pa’ donde chutiai’“. “No ves que ahora el socio se va a enojar, ¿ no es cierto, socio?” –los niños se atropellan al hablar.
—No, si es mi amigo. ¿No es cierto socio? –contesta el Antuco con aire de importancia, al reconocer a su salvador del almacén.
—Claro, no te preocupes, además no fue intencional –responde el joven poniéndose de pié, mientras se soba la cabeza–. Pero no voy a negarte que me dolió. –(risas).
—Oye, ¿Tú no eres de por aquí, verdad?. No te había visto –pregunta intrigado el niño, mientras se acomoda al lado de Cristian quién se ha vuelto a sentar en la cuneta.
—No, llegué hace poco. Vivo con mi tío aquí cerca. ¿Por qué?.
—No, por nada. Solo te pregunto no más. Es que yo conozco a casi todos los niños del barrio, y a ti no te había visto. ¿Tenís’ hermanos chicos?
—No. Soy yo solo. No tengo hermanos. ¿Y tú?
—Yo sí tengo... –El niño es interrumpido por los otros chicos que ya han perdido su interés en la conversación.
—Vamos a seguir jugando, Antuco –insiste un niño regordete, mientras lo jala de la polera–. Después sigues conversando con el socio.
—Vayan ustedes no más, después voy yo. –El Antuco contesta con aire de importancia, tratando de demostrar su calidad de líder delante de Cristian– ...Ya pu’ guatón, no estís’ hinchando.
Los niños salen corriendo a jugar en medio de una gritería general. A Cristian le llama la atención que un niño prefiera conversar con un casi desconocido, a seguir jugando con sus amigos. También a notado la mirada perspicaz e inteligente del niño.
—¿Qué te estaba diciendo?... –retoma la conversación el Antuco.
—Yo te preguntaba si tenías mas hermanos.
—Ah, sí... Tengo una hermana más chica que se llama Loreto, pero es re’ intrusa. Me registra todos los cuadernos de la escuela y se pone los zapatos de mi mamá. El otro día la pillaron pintándose la boca con el ‘ruge’ de mi mamá. Vieras’ visto como quedó. Parecía payaso como se pintó la cara, ja, ja, ja. Mi papá dice que la va a meter en un ataúd y va a clavar la tapa para que se quede tranquila. Claro que lo dice ‘de decir’ no más, ¿ah?. Lo que pasa es que mi papá trabaja vendiendo cajones pa’ los muertos –el niño gesticula entretenido durante el relato–. Claro que ella cree que es verdad, y se pone a llorar cuando mi papá se lo dice. Es más tonta?.
—¿Y a ti te gusta el trabajo que hace tu papá? –pregunta Cristian, para ver la reacción del niño.
—¿Estai’ mas loco?. Me da “guácatela” –hace un gesto de desagrado con su rostro–. Pero mi papá dice que es un trabajo como cualquier otro, y que si no fuera por ellos, mucha gente no tendría donde dejar a sus muertos.
—¿Y tú que piensas? –pregunta el muchacho, divertido por las respuestas del niño.
—No sé pu’, que está bien, supongo. Pero yo ni loco trabajaría en eso. Me daría más miedo?. La otra vez, cuando mi mamá se enfermó, mi papá me llevó a mi y a la Lore’ a la funeraria donde trabaja, y había un muerto en un cajón que iban a ir a buscar. La Loreto cuando lo vio se puso a llorar y estuvo como un mes con pesadillas en la noche. Mi mamá se enojó re’arto con mi papá, y le dijo que cómo se le ocurría mostrarle los muertos a la niña. Mi papá le dijo que él había dejado a la Lore’ y a mí, muy sentaditos en la otra oficina, y que la Lore’ sola se había ido a meter donde no debía. La Loreto me acusó a mí, y le dijo a mi mamá que yo le había arrimado la silla al cajón para que se subiera.
—¿Y fue así? –pregunta el joven sin poder controlar la risa que le causa el animado relato del niño.
—Sí pu’, pero fue por que ella me pidió que quería subirse para ver qué había en el cajón.
—¿Y tú por qué se lo arrimaste?
—¿Y cómo iba a saber que había un muerto adentro?. Si habían re’ muchos cajones ahí, y la Lore’ justo tenía que antojarse subir al que tenía el muerto. Es más quemá’?. Vieras' visto el medio grito que pegó. Ja, ja, ja.
El cabello corto rubicundo y erizado del niño, le confiere un aspecto travieso, que hace recordar a Cristian su propia infancia, ya que don Benancio, su abuelo, siempre se lo cortaba así. “El pelo largo es para los ‘maricas’”, decía. La convicción con que su abuelo recitaba sus dichos, siempre le hicieron creer que era la última opinión valedera de los asuntos. No cabía discusión alguna. Era esa manera en que don Benancio manifestaba sus opiniones, lo que le hace sentir nostalgia del sentido de seguridad que le inspiraba su presencia, haciendo más profundo su sentimiento de soledad.
La voz del niño le hace salir de sus cavilaciones.
—¿Y cómo te llamai' tú, socio?
—Cristian. Y tu debes llamarte Antonio.
—¿Y quién te lo dijo? –pregunta sorprendido el niño.
—Nadie. Lo que pasa es que como te dicen "Antuco", supuse que te llamabas Antonio.
—Ah sí pu', obvio. Qué gil. Ja, ja, ja –ambos ríen.
—¿Tu vives cerca de "la loca", Cristian?
—¿La loca?. ¿Quién es la loca?.
—Es una señora que está “chiflá del mate”, y vive por donde señalaste tú recién.
—No, no la conozco todavía. ¿Y en verdad que está loca?
—Claro pu'. No vis' que sale a pasear con su perro y una muñeca que tiene, y se pone a hacerla dormir como si fuera una guagua de verdad. A veces se pone a llorar en la calle, y las vecinas tienen que entrarla a su casa. Los cabros del barrio le tienen miedo, pero yo no –el Antuco adopta postura de valiente–. Chis', yo hasta entro a su casa, y ella me deja a tomar té.
—¿Y no tienes miedo?
—¿Por qué pu'?. Si no hace na'. Yo hasta le he ido a comprar al almacén cuando ella me manda. Después me regala chocolates. Claro que mi mamá no sabe, porque ella me tiene prohibido ir pa´la casa de la loca.
—¿Y sabes el verdadero nombre de la señora?
—Claro, pu'. Ella me lo dijo. Se llama Soledad. Pero ella dice que le diga "Sole" no mas. Dice que ella misma se puso ese nombre, por que está sola en el mundo. Bueno aparte del "Pequitas".
—¿El Pequitas?.
—Es su perro. Yo no sé por qué le puso así, cuando es un perro negro re' chico, lleno de rulos y tiene unas orejas grandes así –el niño gesticula exageradamente mientras habla–, y yo nunca le he visto ninguna peca.
—¿Y tu cómo sabes, lo has revisado? –pregunta Cristian divertido, para ver cómo reacciona el niño.
—Claro pu'. Bueno, antes no me dejaba tomarlo, me ladraba y quería morderme. Pero después que me hice amigo de la loca, quiero decir, de la señora Sole, ya me deja que lo tome en brazos, y me lengüetea toda la cara, 'guacatela' –el niño hace un gesto de desagrado.
—Ja,ja,ja. Seguramente le puso "Pequitas" por alguna otra razón, no por que tuviera pecas, ¿no crees?
—A lo mejor, pu'. Pero es un perro re' cariñoso. Mi papá dice que él cree que al perro también se le “pelan los cables”, como a la señora Sole.
—¿Y por qué lo dice?
—Bueno, resulta que una vez, cuando estaban velando a la señora del almacén,...
—¿Cuál señora, la señora Luisa?
—No, pu' socio. La señora Luisa es la señora chica, guatona del almacén donde compramos el pan en la mañana, donde estaban las viejas metiches, ¿no te acuerdas? –los gestos divertidos que hace el Antuco por describir su narración hacen que Cristian a penas pueda controlar su risa.
—Ah, sí, por supuesto.
—Yo me refiero a otra señora, de otro almacén, que también era guatona –Cristian vuelve su rostro para que el niño no vea sus esfuerzos por contener la risa–. Pero ella era del almacén de más abajo, ese que está al lado de la farmacia.
—Ah, sí. Bueno, ¿y?
—Bueno... ándate, ya me olvidé lo que te estaba contando...
—Me decías de que una vez en ese velorio... no sé, algo pasó...
—Ah, si, ya me acordé. Esa vez mi papá estaba encargado de llevar el cajón al cementerio con la "funebreria" donde él trabaja...
—La qué...?
—La... funerberia...
—¿No será "funeraria"?...
—Eso... la funeraria... Pero no me interrumpai' tanto pu' socio. ¿No vis' que se me olvida lo que estamos hablando?...
—Oh, perdona. Sigue no más. Te escucho... ¿y?
—Bueno, mi papá estaba en el velorio esperando que el cura terminara de rezar y esas cosas, para llevarse el cajón al cementerio en la carroza que él maneja. Cuando la señora Sole, con su perro en los brazos se acerca al cajón para verle la cara a la muerta, y el "Pequitas" se le arrancó de los brazos a la señora Sole, y se subió arriba del cajón de la muerta y se puso a comerse las flores y levantó la pata para mear' las flores, y justo entonces mi papá lo va a tomar para bajarlo, por que la señora Sole con los puros nervios se puso a gritar, y no hacía nada mas que taparse la cara con las manos. Y entonces el "Pequitas" le mordió la nariz a mi papá, y del puro dolor mi papá dijo un tremendo garabato, bien fuerte y todas las viejas que estaban ahí lo miraron re´ feo, y el cura se enojó, –el niño gesticula describiendo la escena– y le dijo que era un "erenje"...
— ¿No será “hereje”?
— Bueno... “hereje”, pero no me interrumpai’ pu’... Bueno, y el cura le dijo que se fuera y que saliera inmediatamente de la iglesia. Pero mi papá le dijo que no podía irse por que él era el chofer de la carroza, y que lo único que él había querido, era bajar al perro del cajón.
Cristian ya no puede contener la risa que le causa el relato y los gestos de Antuco.
— Ja, ja, ja... Bueno, y después ¿qué pasó?...
— Después yo le dije a mi papá que yo podía bajar al "Pequitas", pero mi papá me dijo que de ninguna manera, por que me podía morder también. Entonces yo igual me acerqué al "Pequitas" y en cuanto me vio, se me tiró a los brazos a lengüetearme contento y movía bien rápido su colita mocha. Así es que lo saqué de la iglesia y se lo entregué a la señora Sole. Mi mamá dijo que yo había sido un héroe y me dio un beso delante de todas las viejas, y me dio mas vergüenza?. Por eso mi papá no puede ver al "Pequitas" y dice que tiene los "cables pelados", como la señora Sole.
—Me imagino. ¿Y la Señora Soledad qué te dijo?
—Estaba re' contenta, y me invitó a tomar té a su casa. Yo al principio no quería, por que me daba miedo, pero después cuando los niños amigos míos me dijeron que yo era un “gallina”, tuve que ir no mas. Cuando entré a su casa estaba todo bien oscuro, y la señora Sole me dijo, de adentro, "pasa no más Antuco", y yo pasé y miraba pa' todos lados. Ya me parecía que de repente me iba a salir alguien y me iba a estrangular o algo así... –gestícula con sus manos al cuello–. Me senté bien despacito en un sillón re´viejo que tiene en el living, y miraba pa' todos lados. Cuando de repente el "Pequitas" me saltó encima, por atrás, que me hizo dar un tremendo grito. Vieras' visto el sustito que me dio. Entonces la Señora Sole salió de adentro, bien asustada, preguntándome que qué me había pasado. Y yo le dije que nada, que el "Pequitas" me había asustado. Así que la señora Sole le dijo al "Pequitas" que era perrito malo y un desatento con las visitas y lo encerró en el dormitorio, y el perro lloraba y gemía igual que los niños.
—Bueno, ¿y se te pasó el susto después?...
—Claro pu', ¿no vis' que después nos hicimos re' amigos con la loca, quiero decir, con la señora Sole?. Yo creo que a lo mejor no está tan loca, porque dice cosas que no son cosas que dicen los locos.
—¿Ah, sí?...
—Claro, pu'. Una vez me dijo que... a ver ¿cómo era?... Ah, sí... dijo: " Si este mundo malo dice que lo blanco es negro, y que lo negro es blanco, ¿quién es el que está loco?." Yo no entendí mucho pero creo que no son cosas de loco ¿o sí?...
—Yo pienso que no...
—También me dijo que los papás son como trabajadores que trabajan para Dios. Y que Dios les dio el trabajo de cuidar a sus hijos, y que después Él les va a preguntar cómo cuidaron a sus hijos. Y si no los cuidaron bien, no van a entrar al "Reino de Dios"...
—¿"Reino de Dios"? –pregunta intrigado Cristian. Otra vez esa expresión...
—Sí, así dice ella... Y dice que todos podemos entrar al "Reino" si sabemos cómo hacerlo...
—¿Y ella lo sabe?...
—No sé. Es que yo no sé si cuando habla cosas, es por que está hablando de veras o es por que se le "pelan los cables".
—Difícil saberlo ¿verdad?...
Cristian se queda meditando sobre lo que podrá ser "El Reino de Dios" en la mente enferma de la señora "Sole", mientras el Antuco sigue parloteando animado sin percatarse de que su interlocutor está muy lejos de ahí. Tendrá que conocer a la señora "Sole", y tiene el extraño presentimiento de que no está tan loca, y de que no se arrepentirá de conocerla. Recuerda una de las sentencias de su abuelo...

"—La gente hace cosas tan malas, Chato, que uno no sabe si estamos todos locos y los locos cuerdos." –decía cada vez que escuchaba de algún asesinato en su radioreceptor a transistores que acostumbraba a poner bajo su oreja cuando se iba a dormir. Le encantaba dormirse con la radio encendida. Y siempre cuando él despertaba por los fuertes ronquidos de su abuelo, se acercaba sigilosamente para retirarle la radio de la almohada y apagarla. Pero era inútil. Tan pronto apagaba el receptor, su abuelo abría los ojos y le increpaba: "Deja, deja, ye' Chato, caramba..." –y volvía a encender la radio– ..."¿no ves que estoy escuchando 'el correo de radio minería'?..." –decía, a pesar que ese noticiero había terminado hacía horas y no se daba cuenta que estaba escuchando un programa evangélico, de esos que pasan de madrugada. Era realmente cómico escuchar las palabras emotivas del predicador en medio de los ronquidos de su abuelo.

—...¿Tú crees que deba decírselo?...Socio..., socio...¡SOCIOO!...
Las palabras insistentes del Antuco lo sacan de sus cavilaciones.
—¿Ah? Sí... ¿decirle qué...?, disculpa...
—¡Rájate!, que estabai' volado, socio...
—Perdona, Antuco es que me estaba acordando de algo... ¿qué me preguntabas?...
—Te decía que si debo contarle a mi mamá que la "loca" me deja a tomar té a veces, ¿o no?. No vis' que a mi me conviene ir, por que me da chocolates, de esos que ella compra y que son súper ricos...
Cristian no alcanza a sacar al Antuco de su dilema chocolatado, por que una muchachita de unos 6 años, cabello corto, castaño oscuro, de bonito semblante, llega corriendo a buscarlo...
—"Tuco", dice mi mamá que "vallai" a almorzar... y que te apurís'"...
—Ya voy..., socio, esta es la Lore', mi hermana...
—Hola, Loreto, ¿cómo estás?.
—Hola... –contesta la niña con timidez, mientras baja la vista.
—¿ No es cierto, Lore' que tú pegaste el "medio" ni que grito cuando viste al muerto en el cajón?...
—Pesao', ¿pa' qué contai' eso? –la niña le da un golpe de puño en la espalda al Antuco, quien se incorpora riendo y corre hacia su casa...
—No me pillas... lero, lero. Ja, ja, ja...¡Chao, socio!, después seguimos conversando...–la niña persigue a su hermano corriendo y arrojando piedras.
—Chao, –contesta Cristian, mientras se incorpora para dirigirse a su cuarto. Se deberá dar una buena mojada al cuerpo, antes de almorzar, ya que está haciendo bastante calor. No hay mucho que hacer en Sábado. ¿Qué tendrá doña María para el almuerzo esta vez?. Se conforma con lo que sea, con tal que no sea pescado... "guácatela", como diría el Antuco...


FIN DEL CAPITULO 7


GLOSARIO
Calzoncillos:
Pantaloncillos interiores.
Polera: Camiseta deportiva.
Viejas sapas: Mujeres intrusas, metiches.
Fregado: Estricto, exigente.
Refrigerador: Heladera.
altiro': De inmediato.
Pichanga: Partido de fútbol de barrio.
Socio: Amigo, conocido.
Guatón, no estís’ hinchando.: Gordo, no estés importunando.
Guácatela: Expresión de desagrado, asco.
Es más quemá’ : Es muy desafortunada, de mala suerte.
Qué gil: Qué tonto, sonzo, necio.
Los cabros del barrio: Los muchachos del barrio.
Guatona: Gorda.
Mear': Orinar.
Garabato: Grosería, Palabra soez.
Chiflá' del mate... : Desequilibrada de la cabeza, trastornada, loca.

lunes, julio 17, 2006

"CLASE DE LITERATURA" Capítulo 6

Contra la corriente –Novela...
Capítulo 6

CLASE DE LITERATURA


—"El escribir transforma al escritor en un pequeño dios. Puede construir mundos, y derribarlos. Puede hacer que la vida de un personaje transcurra llena de felicidad, o puede sumirlo en la angustia y la desesperación. Puede dar vida o puede quitarla..."
El " Tres R" ha estado disertando acerca de la vocación de escritor, a propósito del análisis de una obra Literaria. Mientras el profesor habla y se pasea, los alumnos escuchan con la cabeza baja, algunos jugueteando con el lápiz, otros francamente distraídos, mirando por la ventana. Cristian parece ser el único que toma notas, además de Nuri que escribe en un pedazo de papel, el cual pasa disimuladamente a su compañera de atrás, provocando sus risitas contenidas.

—“De algún modo –continua el "Tres R"– el escritor termina encariñándose u odiando a los personajes que crea. Se transforman en hijos, buenos o malos. Los puede relacionar entre sí, combinándolos como en un experimento de química, y siempre que se comunican o traslapan sus vidas, producen un efecto diverso, lógico o inesperado. Y muchas veces el carácter y personalidad de cada uno de ellos, son determinantes en cuanto al resultado de esa “reacción química” y al efecto que tendrán en la historia o mundo creado...”

Mientras se pasea al disertar, el profesor se detiene al lado de Mirtha, compañera de Nuri, que no alcanza a esconder el pedazo de papel. Se lo quita de la mano con hábil movimiento. Mientras lo sostiene en su mano a la altura de su rostro y, sin leerlo, da una mirada de condolencias a la joven mientras sonríe irónicamente. La avergonzada muchacha baja la vista, mientras el profesor guarda el pedazo de papel en el bolsillo de su camisa. Algunos compañeros que se dan cuenta de lo ocurrido, se burlan de la muchacha haciendo morisquetas. Sin dar más importancia al episodio, el " Tres R" continúa su disertación...

—Por ello cada uno de esos “hijos”, debe estar claramente definido en la mente de su creador, y éste debe ser capaz de pensar, sentir y reaccionar como cada uno de ellos. Para lograrlo debe “conocer” la historia de cada uno de sus personajes. No se puede hacer “existir” a un personaje que no tenga una historia de su propia identidad.
Por otro lado la poesía y la prosa, emanan generalmente de ti, eres tú mismo percibiendo tu entorno y las emociones que éste te produce para trasladarlas al papel. Tu sensibilidad particular y muy tuya, le confiere una huella digital, por decirlo así, que identifica tus escritos y tu manera de percibir y narrar tus emociones. La riqueza de nuestro idioma, hacen que el español sea muy pródigo en expresar sentimientos, ideas y emociones...

El maestro cierra el "cómic" que un alumno leía disimuladamente, dando un golpecito con el mismo, en la cabeza del avergonzado joven.

—Por eso, jóvenes –continúa el maestro–, debería ser una deuda con ustedes mismos, el enriquecer su vocabulario. Esfuércense en aprender nuevas palabras y su significado, úsenlas en su habla diaria y no copien el habla cada vez más contaminada y vulgarizada que, lamentablemente, hasta los adultos están usando hoy, como una moda.
—Señor, ¿le puedo preguntar algo? –interrumpe levantando la mano Benigno Morales, un joven delgado, con la corbata suelta y su camisa fuera del pantalón, a quien apodan "el Maligno", y que repite de curso por segunda vez.
—Por supuesto, señor Morales. ¿ Podrías ponerte de pié para que todos podamos escuchar tu pregunta?.
—No, profe, así no mas, sin drama..... ¿ Nos podría decir qué tiene usted en contra de que los jóvenes tengamos nuestra propia forma de hablar?, ¿ Le hacemos algún daño a alguien con eso?
La impertinente interrupción, en tono desafiante, del muchacho produce un murmullo por toda la sala y luego un espeso silencio...
—Además, –continúa el impertinente– siempre y en todas las épocas ha habido jóvenes y han tenido su propia forma de hablar ¿verdad?... y nunca ha habido drama, compadre... –el altanero muchacho da una mirada a sus compañeros mientras sonríe maliciosamente, como buscando la aprobación del curso.

El Profesor pausa por un largo momento, mientras se pasea con la vista en el piso. Con una mano en la barbilla y la otra a su espalda, sosteniendo un trozo de tiza, busca en su mente las palabras precisas que utilizar, frente a esta inesperada interrupción.

—Morales, Morales... –repite lentamente el profesor, en el tono de alguien que ha perdido la esperanza de un entendimiento conciliatorio–. Mira, hijo, no voy a negar lo obvio. Es cierto que siempre ha habido jóvenes. También es cierto que en todas las épocas los jóvenes han buscado identificarse con algún modo particular de expresarse. Sin embargo, y de alguna manera, siempre se había respetado el idioma en la sociedad tradicional, de cualquier lugar civilizado. El habla singular de los jóvenes no pasaba de ser una moda localista y de duración definida por la generación de esos jóvenes en particular. Y en casos excepcionales, algunas de esas nuevas palabras, de uso común, se fueron incorporando y enriqueciendo nuestros idiomas.
En cambio hoy, –continúa el profesor– vemos con mucho pesar, que la ofensiva contra nuestro o nuestros idiomas tradicionales, no solo está siendo liderada por jóvenes de pensamiento rebelde o progresista, como les gusta definirse a ellos; sino por personas adultas, incluso profesionales que a modo de profetas modernos, aparecen en los medios de comunicación, no solo aprobando esta “herejía gramática”, si no, y lo que es peor, incentivándola, con el exclusivo objetivo de granjearse las simpatías de los que aprueban esa actitud y que, lamentablemente a veces, me da la idea, son más de lo que nos gustaría que fueran.

El impertinente trata de argumentar algo, pero el maestro, ignorándolo, sigue con su discurso...

—Por otra parte, me gustaría preguntar a todos ustedes, qué opinan porque cada vez, y con más frecuencia, se esté usando habla soez en los periódicos, revistas, cine, televisión, incluso en la literatura contemporánea. ¿ Alguien desea opinar?...

Uno de los alumnos, el más joven de la clase, el que leía el "comic", y a quien sus compañeros bautizaron como “El guagua”, levanta su mano...

—Muy bien señor Robledo, dígame; aparte de admirar a "Superman", cuál es su opinión...
—¿ Qué es “ habla soez”, señor?. –( risotadas).
—¡Por ejemplo cuando alguien te dice...” Las de tu madre... “! –grita un chistoso desde el fondo de la sala, provocando las risotadas de los otros alumnos y el seguimiento de varios “ejemplos” grotescamente descriptivos.
—¡A ver jovencitos! –interviene el “tres R”, levantando la voz en tono molesto y autoritario para llamar a la tranquilidad–, nadie les ha dado permiso para que se comporten como en su casa. No se olviden que todo el curso ya tiene una anotación negativa la semana pasada. Si siguen así van a ser incluidos muy pronto en el Libro de Guines.
—¡Oye, “guagua”, pregunta ahora qué es el Libro de Guines, ganso! –grita otro chistoso –(nuevas risotadas).
—Bueno, caballeros. Basta de interrupciones...

La oportuna intervención del profesor, logra calmar a los festivos alumnos. Luego de esperar que se restaure totalmente la calma, el “tres R” se dirige al alumno que hizo la pregunta originalmente.

—Garabatos, palabrotas, obscenidades, vulgaridades, señor Robledo. Éso significa habla soez. Como puede ver, sus compañeros son expertos en la materia... Pero aún no han contestado a mi pregunta... ¿Qué opinan que cada vez con más frecuencia se esté empleando ese tipo de habla en la literatura contemporánea?.
Los alumnos se miran entre sí, sin que nadie se atreva a emitir una opinión.
—¿Y qué les pasó?, ¿Se les terminaron las ganas de exponer sus opiniones tan descriptivas que tenían hace un momento?.
Los alumnos se sonríen en voz baja, cuchicheando entre ellos.

—Bueno... por lo que veo, parece que por hoy se les fundieron las neuronas –comenta con ironía el profesor–. Tarea para la casa, entonces. Para el próximo lunes deberán traer sus opiniones por escrito. Pueden buscar opiniones al respecto, de algunos personajes contemporáneos o no. Las mejores citas serán nominadas al 6,5 y si son muy buenas, al 7. Hasta el lunes jóvenes, pueden retirarse. Señor Aliaga, ¿puede quedarse un momento?. Usted también, señorita Delgado... gracias.

Los alumnos salen en medio de una algarabía, controlada prontamente por el "3R". Mirtha, una muchacha un tanto gordita pero agraciada de rostro, la alumna que mencionó el profesor para que se quedara, juguetea nerviosa con su corbatín. Después de cerrar la puerta, el maestro le pide a la muchacha que se acerque a su escritorio, mientras Cristian continúa sentado en su asiento, desde donde no puede escuchar la conversación.

—Señorita Delgado. Le voy a entregar el papelito que le quité, y sin leerlo, por respeto a usted –dice el profesor mientras le entrega el trozo de papel–. Pero no puedo dejar de lamentar el hecho de que, de un tiempo a esta parte, usted se está distrayendo muy frecuentemente. Antes era mucho mas aplicada a sus estudios, una de mis mejores estudiantes. Sin embargo ahora la veo como soñando despierta... mirando a la luna por la ventana... ¿No será que después de salir de su enfermedad de la semana pasada, ahora se está contagiando de "Nuritis" Zamora?. Las veo muy compinches últimamente.
—Sí señor... quiero decir no señor, disculpe... –la muchacha baja la mirada, avergonzada.
—Trate de no sentarse al lado de Nuri. De lo contrario no podrá concentrarse ¿no cree?
—Si señor... gracias señor Rojas... ¿Puedo retirarme?...
—Por supuesto, pase usted... –contesta el maestro, con cierto tono irónico.
—Gracias, permiso...

La muchacha se retira rápidamente, no sin antes compartir una sonrisa de alivio con Cristian, quien se ha puesto de pie para acercarse al profesor.

—Asiento, señor Aliaga... Puedo tratarte de tú ¿verdad?...
—Si, señor Rojas, por supuesto –asiente el joven, un tanto nervioso.
—La verdad que la clase anterior, el lunes pasado, no tuvimos mucha oportunidad de conocernos bien... Perdón, antes de seguir... ¿tienes algo que hacer, para no quitarte tu tiempo?...
—No, señor... está bien.
—Yo no conozco a tu tío... ¿cómo se llama...?
—Alfredo.
—Alfredo, sí. Como te decía, yo no lo conozco, aparte de lo que me ha dicho de él, el colega Miranda. Pero tengo entendido que va a ser tu apoderado.
—Sí, señor. Lo que pasa es que yo no tengo padres. Los dos murieron cuando era niño.
—Oh, lo siento... No lo sabía. ¿Dónde estudiabas anteriormente, Cristian?...
—En Ovalle, por que en Chalinga no hay enseñanza media.
—¿Y qué tal es tu pueblito?...
—Bueno, como todos, supongo. No hay mucho que decir... es tranquilo, todos se conocen... yo estaba acostumbrado a vivir allí. La verdad que todavía echo mucho de menos...
—Claro, tiene que ser así. Recién vas a cumplir una semana aquí, ¿verdad?
—Sí.
—¿Se te hace muy difícil?... quiero decir, ¿el vivir aquí?... –el maestro le mira con atención mientras se sube a medio sentar en la esquina de su escritorio.
—Bueno, por ahora sí. Lo que pasa es que no conozco a nadie todavía, aparte de mis compañeros de curso... extraño a mis amigos de Chalinga.
—Me imagino. ¿Y dónde vives?... ¿cerca de aquí?
—En la población "Bonilla". Me demoro como 10 minutos en taxibús.
—Ah. No es tan lejos. Vives con tu tío, me imagino... –afirma a modo de pregunta el profesor.
—Sí. Él arrienda una pieza donde vivimos los dos...
—Debo decirte que es obvio para mí que has recibido una muy buena educación,... en lo personal, me refiero. Tus modales de destacan en medio de la "jauría" que tengo como profesor jefe. ¿Te criaste con tu tío...?
—En realidad no, señor. Yo me crié con mis abuelos, los padres de mi papá...
—Aah. De ahí debe venir entonces el buen entrenamiento... ¿ Y porqué te viniste a Antofagasta?
—Es que mis abuelos murieron, y mi tío no quiso enviarme donde mi abuela Sara y mis tías, en Hijuelas, porque quería que estudiara una profesión.
—Hizo muy bien. Aunque me imagino que no se le debe hacer muy fácil cuidar de ti y al mismo tiempo trabajar... ¿Y cómo es tu relación con él?... perdona la pregunta, no quisiera inmiscuirme...
—No, está bien señor... Bueno, nos llevamos muy bien –dice el muchacho, con una sonrisa de satisfacción- yo soy su único sobrino, así que soy su regalón, dice él...
—Me alegro mucho. Eso te va a facilitar mucho las cosas, especialmente tu progreso en los estudios, ¿no crees?
—Sí. Yo creo...
—Me he fijado que eres un poco tímido. Pero al mismo tiempo discierno que tienes una personalidad muy bien formada. Seguramente tus abuelos te dieron una buena formación moral y un conjunto de valores que se percibe con solo conversar contigo. Eso es muy raro encontrar hoy día, especialmente en la juventud.
El joven solo atina a bajar la vista un poco incómodo por los comentarios del profesor.

—Yo quería conocerte un poco mejor, Cristian –agrega el maestro–, y al mismo tiempo darte un consejo desinteresado, si tú me lo permites, claro...
—Sí, señor... dígame no mas...
—Mira Cristian –el profesor pausa por un momento, tratando de hallar las palabras apropiadas–. En este colegio, como en todos, te encontrarás con buenos, malos, y muy malos amigos. Me he dado cuenta que estás asociándote con el grupo de Ulises López y Nuri Zamora... ¿verdad?
—Sí, señor, es que ellos se me.....
—No, no... Cristian –interrumpe el profesor–. Está bien. No lo estoy objetando... al contrario. Ulises es un muy buen alumno. Es uno de los mejores calificados en el curso, junto con su hermana Irene. Es cierto que de vez en cuando se descarría en su conducta por influencia de la señorita Zamora. En el fondo Nuri es buena chica. Yo creo que le falta mas orientación solamente. Lo malo es que cuando he tratado de hablar con ella, me rehuye. Como te habrás dado cuenta, ella tiene una especie de guerra personal contra la disciplina, o algo así ... ja, ja, ja.
—Sí, señor... me he dado cuenta –contesta el joven, mas relajado al notar que el "3 R" lo toma con humor.
—En realidad, este curso no está tan mal. –continúa el maestro–. Al menos los puedo controlar... Después de todo no tenemos malos elementos. Lo malo es que hay algunos alumnos que son muy malos para el estudio... Se pasan la vida chacoteando, haciendo bromas... no sé. Incluso tengo dos o tres que vienen repitiendo curso como tres años. Mi consejo es que cuides tus asociaciones, Cristian. Tú sabes lo que se dice.." Dime con quién andas..."
—"... Y te diré quién eres" –termina la frase el joven, dando a entender que conoce el refrán.
—Así es. O más bien, "Dime qué calificaciones tienes, y te diré con quién te juntas", ja, ja, ja... ¿no te parece?.
—Tiene razón, señor... gracias.
—No tienes por qué darlas, Cristian. Tengo el presentimiento que darás más de una sorpresa a esos alumnos que vienen a calentar asiento al colegio. Ojalá no te contagies con las malas juntas, porque en otros cursos los colegas tienen cada ejemplar...
—No se preocupe, trataré de recordar sus consejos –dice el joven, mientras se incorpora para retirarse.
—Así lo espero, Cristian, por tu bien... Ah, lo olvidaba. Cualquier cosa que necesites de mi persona, no dudes en pedirlo. A mí me gusta ayudar a los jóvenes que se esmeran en aprender y surgir. Si hay algo que no entiendas en mi asignatura, no dudes en preguntar. Si te haz fijado, hay varios alumnos que después de clases se quedan a hacerme algunas consultas acerca de la clase. Eso es muy estimulador para un profesor, y a mí me agrada ayudarlos.
—Gracias de nuevo, señor... lo tendré en cuenta...
El joven se despide del profesor, quién se queda ordenando sus notas y su carpeta antes de retirarse de la sala.

Fuera de la sala, cerca de la puerta de salida, está Mirtha, esperando a ver qué desenlace tendría la conversación de Cristian con el "3 R".

—¿Qué te dijo, Cristian? -pregunta curiosa, la muchacha.
—Nada. Solo quería conversar conmigo sobre los estudios y esas cosas...
—¿Te retó?
—No –sonríe divertido por la pregunta el joven–. Me dijo que tuviera cuidado con qué niños me junto.
—Apuesto a que te dijo que no te juntaras con la Nuri...
—No, no dijo nada de eso. Solo comentó que yo escogiera con cuidado a mis amistades, para lograr buenas calificaciones.
—Entonces no te separes del Ulises, si quieres sacar buenas notas en matemáticas, ja, ja, ja –comenta riendo Mirtha–. Ahora si quieres sacar buena nota en conducta, siéntate con el Avila. Ese compadre aparte de ser mateo, es más tranquilo que fotografía. Una no se da ni cuenta si está en clases o no. Lo malo que nadie quiere juntarse con él...
—Sí, lo he notado. ¿Y porqué? –pregunta intrigado el joven, mientras ambos se encaminan hacia la salida del colegio.
—Es que pertenece a una de esas religiones extrañas que prohiben todo, y nunca va a las fiestas que organizan los niños del curso. Además si tu le metes chachara, te habla y te habla de Dios y que la Biblia y que este otro, y aquello, y no para de machacarte la sesera, ¿'cachai'?
—¿Ah, sí?, ¿Y a ti te cae mal?
—No, pa' na'. El "Padre Pollo" es buen gallo, solo que tiene eso... tu entiendes –la muchacha hace un gesto de rezar con las manos mientras mira al cielo en actitud de mártir.
—¿Padre Pollo?
—Ja, ja, ja. Así le puso el "Maligno", porque antes le decían el "pollito", por lo flaquito. A mí me aconsejó re harto' cuando rompí con el Lucho, mi ex- pololo. Estaba mas deprimida... y el Padre Pollo me ayudó harto. Chis', fíjate que ni mi mamá me 'pescó' cuando andaba 'maleta'. La pura Nuri y el Pollo me ayudaron. Claro que la Nuri me aconsejó puras 'cabezas de pescado'...
—¿Ah sí?
—Ja, ja, ja, claro pu'. Fíjate que me dijo que siguiera al Lucho, y que cuando se juntara con la 'mechuda' que tiene ahora, le dijera que cuándo me iba a dar la leche para la guagua, y que cuando se botara a choro', le reventara un huevo crudo en la cabeza... ¿te imaginai' qué loca?...
—¿ Y tú lo hiciste?
—¿Estay más...? –hace un gesto grosero con las manos–. Si estaba deprimida no mas pu'... No chiflá' del mate... –los dos jóvenes ríen de buena gana.
Los dos jóvenes se dirigen a la salida del colegio y en dirección al paradero de la locomoción colectiva...
—Oye, –continúa la joven– menos mal que el "3R", no leyó el papel que me quitó de las manos... se pasó pa' ser gente mi mijito rico...
El joven no logra disimular su sorpresa, ante la forma en que la muchacha se refiere al profesor, por lo que Mirtha trata de corregir su comentario, un tanto avergonzada..
—Chuta, parece que metí la pata'. Lo que pasa es que a mí me cae re' bien el "3R", porque no es como los otros profes, ¿'cachai'? El siempre ha sido 'buena onda' conmigo. Me ayuda cuando no entiendo la materia... Me ayudó dándome otra oportunidad para hacer las pruebas que me perdí por estar enferma...

Mientras habla, la muchacha arruga el papel que le regresara el profesor, arrojándolo hacia dentro del antejardín del colegio. En ese momento Mirtha se da cuenta que se acerca el taxibús que pasa por su casa...

—Ah, chitas, ahí viene el taxibus... Chao, Cristian, nos vemos mañana...

La muchacha corriendo, logra subirse a tiempo al taxibús y desde la ventana hace señas despidiéndose del joven, quien le responde con otro gesto, mientras ve alejarse la máquina. La curiosidad, le impulsa a regresar a la puerta del colegio, para coger el papel que Nuri pasara a Mirtha durante la clase, y que ésta arrugara y arrojara al antejardín. Mirando hacia todos lados como si estuviera cometiendo un terrible delito, lee el trozo de papel... " Fíjate que está rico el huaso, Mirtha..."

FIN DEL CAPÍTULO 6.

GLOSARIO
Cháchara : Habla vacía, recibida a disgusto.
¿'cachai'? : ¿Captas? ¿Entiendes?
pa' na' : Para nada.
ni mi mamá me 'pescó' : Ni mi mamá me ayudó, no me hizo caso, me ignoró.
cuando andaba 'maleta'. : Cuando andaba mal de ánimo, deprimida.
'cabezas de pescado' : Sugerencias descabelladas, habla sin sentido, anormal.
chiflá' del mate... : Desequilibrada de la cabeza, trastornada, loca.
parece que metí la pata'.: Cometí una infidencia. Dije algo confidencial.
'buena onda' : Buena persona.