viernes, junio 09, 2006

"NELIDA" —Capítulo 5


Contra la corriente –Novela...

Capítulo 5
"NÉLIDA"

Los dos días siguientes, transcurren monótonos. Del Liceo a la pieza, de la pieza a la casa de doña María, de la casa de doña María a su pieza, de ahí al Liceo, del Liceo a su pieza y de su pieza a la casa de doña María nuevamente, esquivando a la “Negra”, que ya se ha ido acostumbrando a Cristian. Ya no le ladra, pero le ha dado por olfatearlo por todos lados como si estuviera buscando algo. Luego le tira el pantalón jugueteando. El problema es que le ha roto el botapié de su mejor pantalón. El otro problema es que doña María es una parlanchina empedernida y ya lo tiene “mareado”, hablándole de su “Nila”, a la cual aun no conoce y de sus proyectos de poner un Restorán. Y lo peor es que ha tenido que comer dos veces pescado, (con lo que le gusta). Además los dueños de la casa no han llegado aún, a pesar que se suponía llegarían el Martes. No es que le importe, pero está intrigado de cómo le recibirán. Además le gustaría saber si tienen hijos de su edad para tener con quién conversar después de clases. Hasta ahora no ha conocido a nadie del barrio.

El jueves al llegar a la casa de doña María a almorzar, le abre la puerta una joven de unos 25 años, de mediana estatura, morena de ojos grandes almendrados, que le recordaron a Bety, “su Bety”. Cabello largo liso castaño, sedoso, de muy agraciada figura. Viste una pequeña falda roja y blusa blanca, amarrada en lugar de abotonar. Con andar felino y mirada sonriente se dirige al muchacho...
—Tú debes ser Cristian... el sobrino de Alfredo, ¿Verdad?... Mamá me ha hablado de ti. Pasa, supongo que la “Negra” ya te ubica.
—Claro, gracias –no puede evitar sentir cierta incomodidad ante la mirada insistente de la muchacha, quien no le quita la vista mientras pasan al interior de la casa.
—Hola, Cristian, veo que ya conociste a “Nila” –dice doña María, con su mejor sonrisa.
—Bueno, en realidad no nos hemos presentado formalmente. Me da gusto conocerte, Cristian –Nélida le extiende su mano.
—Igualmente, señorita –balbucea Cristian un tanto perturbado. El no está acostumbrado a muchachas tan lindas y especialmente con minifaldas tan cortas.
—¿Y Alfredo?. Ah, que tonta, verdad que está en Zaldivar –se contesta ella misma–. ¿Te gusta Antofagasta? –pregunta, por decir algo...
—Sin ofender, en realidad no me gusta mucho. Los cerros pelados... la vida muy agitada. No me puedo acostumbrar –balbucea Cristian sin levantar la vista.
—Bueno ya te acostumbrarás.
La muchacha se sienta despreocupada, dejando ver sus muslos redondeados lo que incomoda a Cristian.
—Eso pasa con todos los que vienen de más al sur –agrega–. Se deprimen cuando no ven nada verde.
—¡Aquí lo único que verás verde, son los carabineros. ¿Sabes?! Ja, ja, ja –interrumpe doña María, queriéndose hacer la graciosa–. Solo mar y cerros pelados. Pero supongo que ya haz conocido a algunas muchachas ¿verdad? –pregunta con tono de picardía.
—Bueno, sí. En el liceo conocí a unas compañeras...
—¿Y nada más?... ¿No estás pololeando? –pregunta con mal disimulado interés la muchacha.
Cristian se perturba con la pregunta. Siente que un rubor incontrolable le calienta las orejas. La muchacha no ha dejado de mirarle con esa sonrisa inquisitiva.
—Vamos “Nila”. no hagas ponerse colorado al niño... –interrumpe doña María mientras pone los cubiertos frente al muchacho.
—No, no me gusta pololear. –Cristian baja la cabeza tratando de esconder el rubor que se ha apoderado definitivamente de su cara.
—¡Nooo!... ¡Un joven de otro mundo! ¿Oíste mamá?. Ja, ja, ja –las dos mujeres ríen de buena gana–. Por favor no vayas a creer que nos reímos de ti, Cristiancito. Lo que pasa que es muy raro ver un joven como tú, nada de mal parecido, decir que no le gusta pololear.
—Claro, ¿sabes? –interviene doña María con un tono maternal y conciliador–. Si aquí los jóvenes como tú, y más jóvenes aun, a los once años, viven tratando de encaramarse sobre las muchachas, ja, ja ¿ Sabes?. Por ejemplo, y para que tú veas, sin ir mas lejos, la chica de la vecina de mas arriba...
—¿Quién mamá? –interrumpe Nélida–. ¿La “Vero”?
—No, niña. Esa es otra de las mismas. Me refiero a la otra vecina de la vuelta, la rubiecita esa... no me acuerdo como se llama...
—Quién, ¿la “Pita “?
—Esa misma, yo la conozco por Lupe.
—Es la misma, mamá, se llama Lupe pero le dicen “Pita”...
—Ah, bueno, así será... Bueno como te decía, la Lupe esa no tiene mas de 14 años y ya tiene guagua. Y el pololo no debe tener mas de 13 años, ¿sabes?. ¡Qué va a hacer el pobre “perico“ ese!, si no sabe ni limpiarse el traste, ¿sabes?. Menos va a poder alimentar a la muchacha y al crío, ¿no te parece?.
Doña María ha puesto el almuerzo ante Cristian el cual da un suspiro de alivio cuando se percata que no es pescado.
—Te serví, lentejas “Cris” –dice doña María con su cara llena de risa–, pues ya me di cuenta que no te gusta el pescado. Lo noté cuando arrugas la nariz cada vez que lo sirvo.
—¿Que es regodeón también? –interviene Nélida con una mirada pícara de complicidad con su madre–. Yo creí que solo era vergonzoso. –Las orejas de Cristian parece que van a derretirse.
—Nélida, deja en paz al Chico... ¿No ves que lo tienes todo perturbado? Después se me va a aburrir y no va a querer venir a tomar once, ¿sabes?.
—Ay mamá, si no lo estoy molestando... solo le decía nomás... ¿Te molesto Cristian?
—Ejem, –carraspea nervioso–. No, no me molesta. Solo que como no la conozco bien todavía, estoy un poco nervioso.
Cristian trata de comer rápido para salir de la situación incómoda, solo para quemarse la boca con la comida caliente.
—Aay, perdona, “Cris”, olvidé decirte que estaba caliente, ¿sabes?. ¿Quieres que le agregue un poco de agua fría?.
—No, no. Así está bien, señora María. No se preocupe por favor.
—Creo que mejor me voy a mi pieza para dejar almorzar tranquilo a Cristian. Después nos vemos ¿ya?. –Nélida toca la nariz del joven y se retira sonriente a su cuarto.
—Es lo mejor que puedes hacer, “Nila“, mira que me lo tienes todo nervioso al niño, ¿sabes?. No le hagas caso “Cris”. La “Nila“ es así, pero es muy buena hija. Nunca me ha dado problemas. Aunque las envidiosas del barrio hablan puras leseras y calumnias de ella.
Cristian termina a duras penas su almuerzo. Parece que cada lenteja se le atascara en su garganta seca. Doña María lo ha dejado almorzando solo y se ha retirado al cuarto de Nélida. No puede borrar de su mente los ojos de Nélida. Almendrados y profundos. Le traen otros ojos almendrados a su mente. Los de “Bety”. ¿Qué estará haciendo en ese momento?. ¿Se recordará de él, como él de ella?. Estaba tan cerca de saber si en realidad le gustaba. Atilio se lo había confidenciado...
Las imágenes vuelven tiernas, dulces, agradables...

—“ Tu le gustas, Cristian. Lo sé.” –Puede ver el rostro de Atilio, transpirado después del partido de fútbol, enfático como si se tratara de una información de vital importancia.
—“ ¿ Cómo lo sabes?, ¿Te lo dijo ella? ”
—“ No seas tonto. Eso no lo dicen las niñas así no más. Lo sé por que me doy cuenta como te mira.”
—“ Pero ella mira a todos igual...” –la aseveración tiene olor a pregunta y es expectante.
—“ No igual. A ti se te queda mirando embobada, cuando tú no la ves. Pero yo me doy cuenta. Te digo... tú le gustas.”
— “Bueno y si así fuera, ¿qué voy a hacer?”
— “Bueno, supongo que se lo dirás, ¿no?...”
—“¿Estás loco?, ¿Qué le diré? ”
—“Que a ti también te gusta, supongo... ¿No? ”
—“ ¿Y cómo sabes si a mí me gusta? ”
—“ Vamos, Cristian... no me vas a decir que no te gusta. Si se te ponen los ojos como huevo frito cuando la miras. A mí no me engañas...”

—¿Terminaste de almorzar?
La voz de Nélida hace trizas las imágenes queridas. Es como si le despertaran bruscamente de un hermoso sueño.
—Ah, si. Ya he terminado gracias. Debo irme, tengo tareas que hacer.
—¿Ya se va “Cris”?, ¿Tan luego? Quédese a conversar un ratito, mientras se come la frutita –la señora María con su tonito maternal de siempre, retira los cubiertos.
—Gracias, señora María. Mañana tal vez. Lo que pasa es que ahora debo terminar un informe escolar que hay que entregar mañana. Estaban sabrosas las lentejas. Gracias. –Nélida le observa sonriente, como adivinando el porqué de la inesperada prisa de Cristian. Sabe que el muchacho está avergonzado y desea poner tierra, mucha tierra de por medio.
—No tienes qué agradecer, hijo. ¿Nos vemos a las onces? –pregunta doña María.
—No sé. Tal vez... yo le aviso... Hasta pronto señorita Nélida, gusto en conocerla..
—“Nila”.
—¿Cómo?
—Que me llames “Nila”...
—Oh, sí... perdón señorita “Nila”. Gusto en conocerla.
—El gusto ha sido mío, Cristian. Te dejo en la puerta no te vaya a molestar la “Negra”.
—Gracias.
Al salir al antejardín, la muchacha le detiene suavemente por el brazo.
—Cristian, ¿te puedo hacer una pregunta? -le habla casi al oído, en voz baja, como si no quisiera que doña María escuchase.
—¿Sí, señorita Nélida... digo, señorita “Nila”?
—¿Qué te contó de mí, tu tío Alfredo?
—Oh, bueno... me... me dijo que usted era su polola, y.. bueno, que era bonita...
—¿Ah, sí?, ¿Así te dijo? ¿Y qué más?...
—Bueno, nada más.
—¿No te dijo que quizás nos casemos a fin de año?...
—No... No me dijo nada de eso. –Cristian contesta sorprendido.
—En realidad él no quiere casarse todavía, pero soy yo la que lo presiona. Yo creo que cuando dos personas se entienden y se quieren, no tienen para qué esperar tanto ¿no crees?.
—Bueno sí... quiero decir no sé. Mi tío es el que tiene que decidir esas cosas.
—Y a ti, ¿te gustaría que nos casáramos? –pregunta con voz muy suave, mientras mira fijamente a los ojos del joven para ver su reacción.
—La verdad señorita "Nila", que no sé... yo... yo no... mi tío no conversa esas cosas conmigo.
—Pero yo te estoy preguntando a tí. Qué te parece a ti que nos casáramos con Alfredo... ¿te gustaría?
—Chitas, no sé que decirle. Es que como recién la vengo conociendo... me pilló de sorpresa su pregunta... ¿Le podría contestar otro día?
—Está bien, Cristiancito. No es que yo quiera ponerte en un aprieto. Es que para mí es super importante tu opinión. Después de todo si nos casamos con Alfredo tendremos que vivir contigo, y no sé si eso te incomodaría, ¿entiendes?.
—Sí, entiendo, señorita "Nila". Pero no se preocupe, lo que mi tío decida, está bien para mí.
—Ay, qué 'chévere'. A mí me has caído super bien, así es que me fascinaría vivir contigo... y con Alfredo, por supuesto.
Llega apresuradamente a su cuarto. Deja su mochila con cuadernos, se saca a tirones su corbata y se dirige urgentemente al baño. Su vejiga parece que va a estallar. Por fin puede descargar su desesperada urgencia. Aún no se siente en confianza como para pedir el baño en casa de doña María. Vergüenzas de pueblerino. Luego coge el espejo. Quiere comprobar si sus orejas lucen tan rojas como se imagina. ¡Horror!. Parecen semáforos encendidos en roja que anuncian a todos los vientos ¡¡¡¡Cristian está muuyy avergonzado!!!!... Qué plancha. Seguro que la señorita Nélida se habrá dado cuenta. Le da rabia consigo mismo. Los seres humanos debiéramos tener un interruptor, de modo que cada vez que nos ruborizáramos, nos permitiera pulsarlo y nuestras mejillas y orejas volvieran automáticamente a su normalidad.
Siente ruidos en la casa. Más bien parecen voces. Se acerca a la ventana trasera para escuchar mejor. Sí. Ahora está seguro. Son voces y ruidos de Platos. Da la vuelta al pasillo lo más rápido que le permiten sus piernas y el cierre del marrueco, que no quiere cerrar por mas que lo tira. Sale a la calle y se dirige a la puerta principal para escuchar. Al fin logra cerrar el cierre del pantalón, justo cuando se abre la puerta.
Un muchacho de unos 16 años le observa intrigado...
—¿Si, dime? ¿Buscas a alguien? –pregunta el muchacho, moreno de baja estatura, despeinado, delgado, con jeans y zapatillas. Sus ojos achinados y nariz aguileña, le dan una apariencia de persona del altiplano.
—Eh... no, yo... es decir... –Cristian no encuentra cómo explicar. La puerta abierta repentinamente y la pregunta del jovenzuelo, le tomaron desprevenido.
—¿Qué deseas? –insiste el muchacho limpiándose la boca con la manga de la camisa desabotonada.
—Soy... es decir, me llamo Cristian, y vivo aquí, en el patio de esta casa... ¿Y tú quién eres?, ¿Porqué estás aquí, en la casa?
—¿Cómo? Yo vivo aquí, compadre. No entiendo... ¿Dices que vives aquí también?... Aah, ya entiendo. Tú debes ser el sobrino de don Alfredo. Él nos dijo que traería un sobrino de Ovalle... ¿Eres tú verdad?
—Oh, sí. Perdona... yo no sabía...
—Ah, no te preocupes, compadre... Pensaste que se habían metido a la casa ¿verdad?
—Bueno, sí, algo así... Gusto de conocerte, me llamo Cristian –le extiende la mano.
—Ya lo dijiste... Bueno, también gusto en conocerte. Me llamo Héctor, pero me dicen “ Tito” –le pasa la mano al estilo nuevo que aprendió en el liceo.
—¿Llegaste solo? –pregunta Cristian, por decir algo.
—Claro que no. ¡Qué onda!... llegué con los viejos. En realidad debíamos haber llegado el Lunes o Martes, pero se nos paneó el cacharro. Yo tenía que entrar al colegio y ya estoy más atrasado...
—¿A qué colegio vas?
—Al Liceo de hombres. ¿Y tú?
—Al Liceo Industrial.
—Ah, que buena onda –contesta el "Tito", levantando sus cejas–. Mi taita quiere que vaya ese Liceo. Pero no alcanzamos matrícula. Así es que a lo mejor el otro año entro ahí. Y tú, ¿cómo lo hiciste para encontrar cupo?.
—Bueno en realidad, mi tío Alfredo consiguió matrícula. Parece que tiene un conocido que es profesor de ese Liceo.
—Ah, que buena onda, voy a hablar con él. A lo mejor me “pitutea” a mí también.
—¿Te pitutea?
—Claro. ¿No sabes lo que es “pitutear”?. ¡Qué ganso...! Pitutear: recomendar con un conocido, meter a lo compadre, etc. Oye compadre, se nota que no eres de aquí. Ja, ja, ja.
—Bueno, Tito, era eso nada más, perdona si te preocupé.
—No pasa ná’, compadre, no hay drama. Oye, ¿Por qué no pasai’ un rato para que conozcas a los viejos? Son buena onda... pasa.
—No, gracias, a lo mejor otro día. Ahora tengo que estudiar.
—No me digas que eres de la especie “Loco-Mateo”, compadre. Mira que a mi no me entra ná’ –hace ademán de golpear la cabeza–. A lo mejor me ayudas con las tareas y yo a cambio te presento a las “minas“ del barrio. ¿ah?, ¿qué tal?. ¿Te interesa, compadre? ja, ja, ja.
—¿Quién es Tito? –pregunta una voz de mujer madura, desde dentro de la casa.
—Es el sobrino de don Alfredo mamá. Sintió ruidos y vino a ver si estaban robando...
—Oye, Tito, no le pongai' tanto... –se apresura a corregir Cristian.
—Tranquilo, compadre, si mi vieja es buena onda. No pasa ná’ –le guiña un ojo. El muchacho le recuerda algo a Ulises, su compañero de curso. Tal vez por su modo de ser. Porque de rucio... éste no tiene nada.
La mujer, delgada, de unos 40 años, viste jeans, polera con una calavera estampada en el pecho y el pelo negro amarrado con una cola, bien parecida, se asoma a la puerta secándose las manos con un mantel.
—Hola. Tú debes ser el sobrino de Alfredo –le extiende su mano húmeda.
—Sí, señora. Gusto en conocerla.
—Llámame Verónica. ¿Estás yendo al colegio?
—Si, al Liceo Industrial.
—Oh, qué afortunado. Nosotros no pudimos encontrar matrícula para el Tito. Cuesta tanto entrar a ese liceo. Todos los estudiantes quieren entrar allí.
—No le pongai’, mamá –interrumpe el jovenzuelo–. Muchos van al Liceo Comercial también.
—Ah, bueno. Pero una gran mayoría intenta en el Industrial, no me lo vas a negar.
—Ah, por que a los taitas les gusta que sus hijos entren allí. Todo por que ahí son más estrictos que en otros colegios. El señor Artíguez, el Director, tiene fama con los viejos. Lo conocen en toda la ciudad, por lo fregao’.
—Bueno, como sea. El hecho es que es un liceo muy solicitado. ¿Por qué no pasas un rato... ? –dirigiéndose a Cristian–. ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Cristian, señora. Le agradezco, pero en realidad ahora no puedo. En todo caso le prometo que otro día vendré con mas tiempo para conocernos mejor.
—Como quieras. Ven cuando gustes. A Tito le gustará conocer a otro amigo. Y quizás hasta me lo endereces un poco. Se nota que eres un buen chico.
—Que mala onda, compadre –interviene el muchacho–. Pero no te pierdas. Quiero enseñarte mi colección de “bichos raros”.
—Está bien, para otro día será. Bueno señora, me dio gusto conocerlos. Hasta luego.
—Adiós, Cristian. No te pierdas.
—Chao, compadre. Por cualquier cosa, golpéame la ventana del rincón. Esa es mi pieza.
—Bien, así lo haré. Ah, Tito. Te pasaré una carta por tu ventana. La dejó mi tío para tu Papá.
—Ok, compadre. Tíramela por la ventana.
Madre e hijo se quedan mirando mientras Cristian ingresa por la puerta que da al pasillo y de ahí al patio trasero.
—¿De qué te ríes, Negro?...
—De nada mamá. Es que nunca me había topado con un loco "cuico"...y "guaso", más encima, ja, ja, ja.
—Tú a todos encuentras "cuico", Negro –dice doña Verónica, dando un pequeño tirón en el mechón de su hijo–. Lo que pasa es que no estás acostumbrado a ver a un joven educadito y gentil. Al menos podías interesarte en ser como él.
—Chis' buena, mamá, oh. ¿Te imaginai'?... Yo...flaco, feo, negro... ¿ y cuico? ... Chis' la ondita. Ja, ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja... No, no me lo podría imaginar, ja, ja, ja...


FIN DEL CAPÍTULO 5

GLOSARIOLa “Negra” : La perra de casa.
Carabineros: Policías de uniforme verde.
Pololeando: Tener sitas, tener una enamorada sin compromisos, salir con alguien.
“perico“ : Jovenzuelo inexperto.
Regodeón: Mañoso, no gusta de muchas comidas, se regodea en comer solo lo que gusta.
Leseras: Tonteras, sandeces, habla vana.
Qué plancha: Qué vergüenza.
Se nos paneó el cacharro: Se nos descompuso el automóvil.
Mi taita : Mi padre.
No hay drama : No hay problemas.
Loco-Mateo : Joven aplicado, Estudioso, que saca buenas calificaciones.
“Minas” del barrio : Muchachas del barrio.
Fregao’. : Fregado, estricto, enérgico en aplicar la disciplina.
loco "cuico": Joven de alta sociedad, elegante, educadito, de modales finos. Polola (o) : Enamorada(o) con quien se hacen citas sin estar comprometidos. "compadre" : Amigo, socio.Guaso: Gente de campo, tímido, sencillo.