miércoles, enero 02, 2008

—LA DEPRESIÓN DE NURI— Cap. 15

Capítulo 15
LA DEPRESIÓN DE NURI

Después del episodio con Licha, Cristian no ha vuelto a encontrarse con ella. A la semana siguiente, el día miércoles en la mañana, a comienzos del mes de Mayo, Nuri, ha estado extrañamente melancólica. Cristian no se atreve a dirigirle la palabra. De reojo la observa cómo ha estado cabizbaja durante la clase del “3 R”, cosa extraña en ella ya que es la clase que más le gusta. Mastica su eterno chicle como si quisiera triturarlo sin poder conseguirlo. El lápiz pasta juguetea en su mano completamente ajeno a los dictados del profesor. Su vista no se despega del suelo, de un punto diminuto en algún lugar entre las tablas del piso. En esas circunstancias es muy difícil que se hubiera dado cuenta que el “3 R” la ha estado observando desde hace unos minutos junto a ella.
—¿ Cómo andan las cosas por la luna, Srta. Zamora...? (risotadas) –Nuri da un sobresalto ante la inesperada voz del profesor.
—¿Eh? Oh, disculpe señor. ¿Qué me dijo?
—Nada, nada, no se preocupe. Me gustaría, eso sí, que me avise cuándo podría tener un poco de su atención para poder continuar con el dictado. ¿ Cree que sea posible?
Los condiscípulos de Nuri, se divierten bromeando con la situación, ante los inútiles esfuerzos del maestro por mantener el silencio.
Nuri se pone de pié, molesta por las burlas de sus compañeros.
—¡Son todos unos estúpidos!.- Dando una mirada furibunda a sus compañeros, sale llorosa de la sala de clases ante la sorprendida mirada del profesor.
—¡Ya, señores, basta!. Respeten los sentimientos de su compañera. –El “3 R” apacigua las burlas de los estudiantes y continúa la clase.

Al término de la clase, y durante el período de recreo, a Cristian le cuesta encontrar a Nuri a quien halla finalmente en un sector retirado del patio, sentada con su cabeza entre las piernas, visiblemente afectada.
—Nuri, ¿ Puedo...? -El joven pone su mano sobre el hombro de la muchacha en un gesto consolador.
La muchacha sin levantar su cabeza murmura algo que Cristian no alcanza a entender.
—Perdón, no te entiendo...
—Que me dejes sola –contesta la joven con voz entrecortada– No quiero que nadie me moleste... ¿cachai?.
—Solo quería saber cómo estabas, disculpa... –Nuri levanta su vista al percatarse que es Cristian quien le habla.
—Ah, eres tú, cachito, disculpa. Estoy bien, no te preocupes... Lo que pasa es que ando “depre” –se seca las lágrimas con la manga de su chaleca mientras trata de reponerse, algo avergonzada–. La verdad es que me siento como el “ajo”, cachito.
Cristian recién repara en las ojeras poco disimuladas de Nuri. La muchacha sin incorporarse juguetea con las mangas de su chaleca, las cuales ha estirado de modo que cubren sus manos. Al joven le sorprende la sensibilidad que percibe en ella por el hecho de que siempre la consideró como una persona de carácter fuerte.
—¿Te pasa algo? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? –Cristian se ha sentado junto a la joven la cual, ya más tranquila, lo toma del brazo con mucha ternura mientras muy lentamente pone su cabeza en el hombro del joven.
—No, Cachito, no hay nada que puedas hacer. –Lo mira tiernamente con sus ojos tristes que denotan un profundo dolor, su mirada se torna suplicante–. Esta flaca fea no tiene remedio, ya nadie puede hacer nada por mí... no valgo la pena, no valgo nada.
Su última frase se quiebra en sollozos mientras se lleva sus manos al rostro el cual pone entre sus piernas. El joven la rodea con su brazo tratando de adivinar la razón para el estado tan lastimero de la muchacha.
—Si quieres hablar... yo... yo... Mira, yo no creo que no valgas nada, como dices. Tú eres una niña inteligente y tienes toda la vida por delante, ¿no crees?
—¿Cuál vida?. ¿Cuál vida? Dime, ¿ah? –responde la muchacha, con rabia–. Yo no tengo ninguna vida por delante. ¿Y además a quién le importa?. ¿A ti te importa? ¿ A la vieja de mi mamá le importa? ¿Al viejo borracho de mi taita le importa? A nadie, a nadie, a nadie le importa mi maldita vida.
La voz de la muchacha, llena de amargura contenida, vomita las palabras con rabia y desconsuelo. Cristian se encuentra desorientado, nunca había visto a alguien en ese estado. En su inexperiencia solo atina a rodearla con su brazo y acariciar su cabello.
—¿Qué te pasa flaquita?, ¿Por qué no me dices qué te tiene así? –susurra el muchacho en tono consolador. Nuri apoya nuevamente su cabeza en el hombro de Cristian haciendo caso omiso a las miradas curiosas y burlonas de algunos jóvenes que pasan a su lado.
—No sé, Cachito, no sé que me pasa hoy día. Amanecí tonta. A lo mejor es por la pelea que tuve ayer con mi taita...
—¿Te peleaste con tu Papá?
—Chis’, la media novedad –sonríe tristemente–. Pregúntame mejor cuándo no andamos peleados –La muchacha parece recobrarse un poco ante el interés sincero de Cristian–. Si no es porque anda ‘curao’, es porque anda enojado con la vieja de mi Mamá y se desquita conmigo.
—¿No te llevas tampoco con tu Mamá?
—¿Estai’ loco?. Si no nos podemos ni ver. Lo que pasa que ella no es mi verdadera Mamá, ¿cachai’?. Mi Mamá murió cuando yo era chica, casi ni me acuerdo de ella. Mi taita se puso a vivir con ella cuando yo tenía como diez años. –La muchacha saca el chicle de su boca y seca sus ojos con la manga de su chaleca.
—¿Se puso a vivir...? –Inquiere el joven.
—Si, pu’. Si no están, casados. Lo que pasa es que ella tiene no sé qué atado con el esposo anterior y por eso no se han podido casar. –la muchacha seca su nariz con la manga del chaleco–. Además tengo que aguantar a los moquillentos de los hijos de ella. ¿Sabís’ que en la casa es todo pa’ ellos?. A mí ni me “pescan”. Y mi taita le cree todo lo que ella le cuenta. ¡Vieja “cahuinera”!. Más encima tengo que cuidar a mi hermano chico y no puedo salir pa’ ninguna parte... Pero un día de estos....
—¿Qué...
—No sé, cachito. No me hagai' caso. Me dan unas ganas de mandarme cambiar adonde nadie me conozca, pa' no verle más la cara a la bruja ni a mi taita. Si no fuera por que no tengo dónde irme.
—¿Haz tratado de conversar con tu papá?. Mi abuelo decía que los grandes problemas se arreglan con grandes conversaciones...
—¿Con mi papá? –la joven hace una mueca con sus labios, mientras frunce sus ojos al preguntar–. Se nota que no lo conoces. Él no deja conversar a nadie. Él es el único que sabe todas las cosas. Todos los demás somos una sarta de ignorantes y él es el único que tiene la razón. Todo lo arregla a charchazos o a correazos con su cinturón de milico. Si vieras como me tiene las piernas de los correazos que me da. Mira, mira... –dice la muchacha, mientras le muestra unos moretones en su muslo.
—¡Por Dios..! –Esclama Cristian, al notarlo–. ¿Y tu mamá no le dice nada?
—¿Y qué le va a decir? Si ella lo apoya cuando me pega. Pero vayan a tocar a sus "niñitos", por que ahí si que saca las uñas, y mi taita pa' no tener problemas con ella, no les dice nada. Me sacan los cuadernos, me usan mis cosméticos, me "intrusean" mis cosas...El otro día me sacaron mi cartera y me acusaron a la bruja que yo tenía una cajetilla de cigarros. Y ayer cuando llegó mi taita de la guardia, me acusó con él. Yo traté de explicarle... pero no, charchazo en la jeta altiro. Ni siquiera me preguntó si era cierto...
—¿Y no era cierto?...
—Sí, pu'. Si era cierto. Pero al menos me hubiera preguntado primero, y después me hubiera cacheteado. ¿No te parece?. Eso muestra que a mí no me cree nada de lo que le digo...
—¿Pero tú le habrías dicho la verdad si te hubiera preguntado?
—¿Estái' mas loco?... Ni que estuviera tará'. Si le digo la verdad, me da la grande...
—¿Y si le mientes?
—Igual no me cree... y me la da igual, pu'.
—Entonces...
—Ay, cachito, que eres gan...sito, ja, ja, ja –dice la muchacha riendo de la inocencia de Cristian–. Por lo menos si le miento, se queda con la duda de si era cierto o no. Así a lo mejor le remuerde la conciencia por haberme pegado injustamente ¿cachai’ ahora?
—Bueno, si tú lo dices... La verdad es que no entiendo muy bien tu manera de razonar, ja, ja, ja. - ambos jóvenes ríen del transe.
—Ay, cachito, me hiciste reír... eres un ángel –dice Nuri, mientras da un beso tierno en la mejilla del joven.
En esos momentos Mirtha e Irene descubren el paradero de Nuri y Cristian.
—Aquí estabas, flaquita –dice Mirtha–. Andábamos buscándote.
—¿Qué te pasa, amiga?, ¿Te peleaste con el tonto del Claudio? –pregunta preocupada Irene.
—No, tonta. Si con el Claudio terminamos hace rato ya. ¿No te acuerdas que te conté? Nunca pones atención cuando te cuento mis cosas –responde Nuri incorporándose, mientras limpia su falda.
—Lo que pasa es que tiene problemas con su papá –interviene Cristian.
—Me lo debí imaginar –dice Irene, mientras pasa su mano por la cabeza de Nuri en un gesto de consuelo–. ¿Te pegó otra vez ese viejo estúpido?
—¡Oye, no lo tratís' así tampoco, si es mi taita!. –responde Nuri molesta.
—Chís', además que te estoy defendiendo, la agarras conmigo –dice Irene sorprendida.
—Sí, pu' Irene, no la "embarrís" –interviene Mirtha condescendiendo con Nuri–. Si el taita de uno es el taita de uno. Puede ser un "balsa", un "desgraciado", pero es el taita de uno. ¿verdad Nuri?
Nuri se queda mirando interrogativamente a su amiga por un momento, sin responder, tratando de determinar si está hablando en serio o en broma.
—No me defiendas na' mejor, Mirtha –dice finalmente con mirada rogativa a su amiga– Quédate calladita no más, ¿ya?. "Me gustas cuando callas, por que estás como ausente" galla, ¿cachay?
La conversación termina entre las risotadas de las tres amigas y la mirada interrogativa de Cristian, quien se pregunta si alguna vez logrará entender a las mujeres...

Esa tarde, a la salida del colegio, Cristian observa que Nuri conversa con un muchacho de uno de los cursos superiores. Nota que la muchacha le entrega algo, de manera disimulada. Luego se despiden dándose la mano, cosa que llama de sobremanera la atención de Cristian, ya que Nuri nunca da la mano a nadie al despedirse. Se encuentra meditando en aquello mientras la muchacha se despide de él, con una seña, a lo lejos; algo perturbada al notar que Cristian la ha estado observando.
Al día siguiente La muchacha lo ha estado esquivando a propósito. Lo notó cuando rehuía su mirada durante clases, a pesar que ella se sienta ahora dos bancos más allá que él. Además en el primer recreo, Nuri no lo buscó para conversar, como lo hace habitualmente, y se dedicó a conversar con las otras muchachas del curso. Luego, cuando él intentó acercársele en el recreo de la tarde, ella hizo como que no lo veía y se metió al baño de las mujeres, y allí se quedó hasta el comienzo de clases. A Cristian se le hizo evidente que la muchacha no quería conversar con él. Por ello, y en aras de la paz (pensó), no intentó abordarla a la salida de clases. Sin embargo se acerca a Ulises, su compañero de clases, que se dirige a tomar la locomoción colectiva.
—¡Ulises!
—¿Ah? ¿Qué pasa Cristian?
—¿Vas muy apurado?
—No, ¿Porqué?
—Es que quería preguntarte algo...
—Sí. ¿Qué?
—¿Haz notado medio rara a la Nuri?
—¿Porqué, compadrito?
—No, es que pareciera como que no quiere hablar conmigo. Cuando trato de acercarme a ella para conversar, se hace la ‘loca’, y me rehuye.
—¿Estás seguro?
—Claro que estoy seguro. Al final opté por dejarla tranquila. ¿Estará enojada conmigo?
—¿Enojada? ¿Y porqué? ¿Le hiciste algo?
—No, pu’. Por eso me extraña. Desde la mañana que me rehuye.
—¿Y ayer?
—No, pu’. Ayer no.
—A lo mejor está molesta porque no le das “bola”, pu’ compadre.
—¿Por qué dices eso? Na’ que ver...
—Oye, por que tú eres el único que no se da cuenta que le gustai’, pu’ socio. ¿No te das cuenta que durante las clases se te queda mirando babosa?
—No lo había notado... ¿Estás seguro, Ulises?
—La legal, compadre. Pero yo creí que tú sabías y que te hacías el loco, porque no te gustaba.
—No. No lo sabía. Pobrecita...
—¿Pobrecita?, y ¿porqué, socio? ¿Porqué no te pegas un buen “atraque” con la flaca, y así la dejai’ contenta. Total, después le dai’ filo, y listo. Quedan como amigos.
—No. No podría. Sería mala clase si me aprovecho de sus sentimientos y después capaz que la deje peor. Acuérdate que sufre depresiones. Además no quiero pololear todavía.. Tú sabes. Creo que mejor esperaré a ser más adulto para tener novia, cuando esté seguro de mis sentimientos, y encuentre a la niña apropiada para mi.
Ulises se le queda mirando. Tratando de entender el extraño modo de pensar de su amigo. Extraño para él, por supuesto. Concluye que se debe a la vida provinciana que Cristian ha llevado hasta ahora.
—Parece que nunca te voy a entender, compadrito –dice–. Pero tú sabes lo que haces. Yo que tú, me atraco a la flaca y también a la Claudia, que es otra que se mea los churrines por vo’. Ja, ja, ja.
—Ulises, ¿crees que la Nuri ande metida con drogas? –dice, sin darse por aludido por el último comentario de Ulises.
—¿La Nuri?. ¿Porqué compadre? ¿La vio piteando?
—No, no –se apresura a responder–. No la he visto. Pero ayer la vi conversando con un gallo de 4to. medio, y me pareció que se escondía cuando le pasó algo al niño. Ella me vio que la observaba y se puso nerviosa. Me da la impresión de que por eso me rehuye.
—Capaz, pu’ compadre. La flaca a veces se pone media rara. A mi me cuesta entenderla. A veces anda re’ contenta y habla hasta por los codos. Y a veces no se la puede ni mirar. Ni a las niñas las cotiza cuando anda así. La única que a veces se le puede acercar cuando anda así, es la Mirtha. Y a veces hasta la Mirtha la tira al hielo, hasta que se le pasa.
—Bueno, es comprensible. El otro día me contó los problemas que tiene en su casa, con su papá y su madrastra. Pobre, me da más pena. Me imagino lo difícil que debe ser que los papás no te entiendan. Bueno, yo no tuve ese problema, porque a mi me criaron mis abuelos y nunca tuve problemas con ellos. Claro, problemas graves, me refiero.
—Yo también creo que es eso lo que la tiene así a la flaca. Pero ella también tiene culpa, porque no se les queda callada a los taitas. A mi me a contado las medias ni peleas que tiene con su viejo. Chis’, si yo le contestara la mitad de lo que ella le contesta al taita, mi viejo me asesina compadre.
—¿Tú crees que esté fumando droga, para evadirse o algo así?
—Alomejor, pu’. Bueno la flaca a veces ha fumado yerba. Pero nunca, que yo sepa, ha piteado ‘monos’. Una vez llegó a clases como medio atontada así. Parecía que andaba ‘cocida’. El profe de Matemáticas la mandó a la dirección a hablar con el señor Artíguez.
—¿El director?
—Seguro. Pero la Nuri le dijo que andaba dopada, porque el doctor le dio unas pastillas para los nervios, y se había tomado dos en vez de una.
—¿Y el director le creyó?
—Bueno, creo que sí, porque la flaca andaba con la receta y los remedios. Así que se los mostró al director, y él la mandó para la casa. Pero no pasó nada más.
—A lo mejor la pobre Nuri necesita que la lleven a un Psiquiatra o un Psicólogo para que le den algún tratamiento.
—¿A la flaca? –responde sorprendido Ulises–. Chis’ capaz que el pobre doctor termine loco en algún manicomio si trata de entenderla. Ja, ja, ja.
—Tienes razón. Ja, ja, ja, ja.
—Oye, Cristian. Me olvidaba decirte que el otro día andaba un compadre preguntando por ti a la salida del colegio.
—¿Por mí?¿Y quién era, Ulises?
—La dura que no sé, compadre. Pero era un loco medio raro. A mí me pareció “punga”.
—¿Punga? Cómo...
—Puchas, de veras que a ti hay que traducirte, ja, ja, ja. “Punga”, compadre, “cuma”, delincuente, maloso, maleante, “maldito”...malan...
—¿”Maldito”?
—Bueno, es un decir....
—No, es que me hiciste acordar de...
—¿De qué, compadre?
—No, de nada. No me hagas caso....
—Bueno, mejor me voy, Cristian. Nos vemos, chao...
—Chao...
Cristian no puede evitar intranquilizarse con el comentario que le hiciera Ulises. Está casi seguro que el muchacho que lo buscaba es el Claudio, el ex–pololo de la Nuri y miembro de “Los malditos”, el grupo de Licha. Tal vez quiera constatar si es verdad que no tiene nada con Nuri. De todos modos no le atrae nada la idea de encontrarse con él.

Esa semana concluye sin que Cristian logre acercarse a Nuri. La muchacha ha seguido rehuyéndolo sistemáticamente. Ese fin de semana su tío lo invita al cine con Nélida, pero Cristian se excusa. En realidad se siente mal ante las miradas de la joven. A veces ella lo ha sorprendido mirándola y le ha sonreído. Claro, él la encuentra bonita, pero jamás pensaría nada impropio con ella. Es más, Cristian se ruboriza ante sus miradas y le preocupa que ella vaya a pensar que él la mira con doble intención. Por eso prefiere no frecuentarla, aunque le intranquiliza recordar que últimamente sueña con frecuencia con ella, e incluso esa misma semana le perturbó haber tenido una emisión nocturna. ¿Cómo evitar esos sueños?... Está seguro que su abuelo sabría qué hacer. Pero ya no está con él para aconsejarlo como solía hacerlo. El lunes de madrugada Alfredo subió a su turno de trabajo en la minera. Le pesó no haber coincidido con el cumpleaños de su sobrino el sábado de esa semana, pero le dijo que ese día no faltara a tomar onces en casa de doña María, pues le había dejado un regalo con Nélida. A Cristian le agradó sin embargo, que le prometiera que a su siguiente bajada saldrían ellos dos solos a celebrar juntos.

Durante esa semana, el día jueves para ser más exacto, notó que Nuri lo miraba disimuladamente durante la clase de matemáticas. El profesor Leonardo Miranda, moreno, mediana estatura, bigotes gruesos, hermano de Nélida, quien reemplaza a su profesor habitual, trata de hacerse el gracioso con la clase, logrando que los festivos estudiantes se aprovechen de ello y armen un desorden que hace arrepentirse al maestro de haberles dado confianza. Pero con habilidad logra el control de los más desordenados.

—A ver “loquillos”... no sé cómo sea su relación con sus profesores, pero no quiero que confundan una clase amena con un cumpleaños de monos. ¿Estamos? –dice con seriedad–. Porque de lo contrario me obligarán a tener que “relegar” a algunos a la dirección y a transformar la clase en un campo de concentración nazi. ¿Les gustaría?... No, creo que no, ¿verdad?.
El silencio resultante le hace ver al profesor que no les gustaría.... Luego de pasear entre los escritorios sin proferir palabra, se detiene al lado de Nuri, y tocando su hombro, produce un sobresalto en la distraída muchacha...
— ¿Podría terminar de resolver el problema de la pizarra señorita....? ¿Cómo es tu nombre?...
— ¡Hay!. ¿Cómo?...Oh, perdone... Nuri Zamora, señor...
— Nuri... ¿Puedes resolver el problema por favor?
— ¿Yo...?
— Sí, tú... por favor.
Nuri se dirige a la pizarra, mientras saca apresuradamente el chicle de su boca. Luego traza unos números en el problema de álgebra y se queda indecisa en una de sus etapas.
— Parece que te equivocaste en el signo... menos con menos no puede ser menos...¿o sí?... –rectifica el profesor.
Nuri rectifica, sonriendo ante su involuntario error, y se dispone a terminar pero el profesor la interrumpe...
— Está bien, Nuri. Gracias. Puedes sentarte... Me gustaría que otro de tus compañeros continúe. Tú, por favor –dice dirigiéndose a Cristian–. ¿Puedes terminar el problema?.
Cristian, se pone blanco de susto ya que no ha entendido el ejercicio. Nuri al pasar a su lado le susurra al oído...
—“Treinta y dos partido por cuatro, igual ocho positivo”...
La joven regresa a su escritorio dando una sonrisa a Cristian sin que el profesor se percate. Esto da un aliento de confianza al joven, quien con cierta inseguridad, sigue las instrucciones de la muchacha y termina el ejercicio.
—Bien, muy bien... ¿Cuál es tu nombre, “loquillo”? –pregunta satisfecho el profesor Miranda mientras toma apuntes en un libro.
—Cristian Aliaga....Señor.
—¿Cristian Aliaga? ¿ No eres sobrino de Alfredo Aliaga, por casualidad?
—Sí señor, es mi tío.
—Con razón me sonaba tu nombre cuando pasé lista. Gracias “loquillo”. Les puse una anotación positiva a ti y a tu compañera. Puedes sentarte.
La clase continúa sin mayores inconvenientes, entre los chistes desabridos del profesor y las risas forzadas de los alumnos. Al final de la clase el profesor le pide a Cristian que se quede un momento, mientras Nuri se le queda mirando como tratando de decirle algo.
—Así que tú eres el sobrino de mi cuñado Alfredo –dice el profesor sonriente, mientras se sienta en una silla–. Alfredo habló conmigo para que te ayude en matemáticas, que según tu tío, no es tu fuerte.
—Sí, señor.
—Pero parece que hoy quedó demostrado que no es tan así ¿verdad? –pregunta el profesor mirando fijamente a Cristian, quién baja la vista avergonzado por saber que de no haber sido por Nuri, no habría sabido resolver el ejercicio en la pizarra.
—En... en realidad no... no es así, señor.
—¿No? ¿Y por qué?
—Porque... porque Nuri me ayudó. Yo no sabía el resultado... lo siento.
—¿Ah sí? ¿Y en qué momento te ayudó, que no me di cuenta? –responde el profesor muy sorprendido por la honradez del muchacho.
—Cuando paso por mi lado...
—¡Sorprendente!, ¡Increíble!
—Es que me lo dijo en voz baja –replica a modo de explicación el joven.
—No, si no me refiero al hecho de cómo lo hayan hecho, si no a que nunca he conocido a un alumno que reconozca delante de su profesor que hizo trampa en sus respuestas. ¿Tú eres siempre así?
—¿Así cómo?... No entiendo
—Así, tan... tan honrado... –responde el profesor sin ocultar su admiración por la confesión del joven. –Te felicito, haz recibido una excelente educación de tus padres.
—En realidad fueron mis abuelos quienes me criaron. Mis padres murieron cuando yo era muy niño.
—Lo siento. Alfredo ya me lo había dicho. Y tu compañera, Nuri, ¿es tu polola o algo así? –agrega el maestro, cambiando el giro de la conversación.
—¿Nuri?, No, no. Somos solo amigos. Yo no pololeo. No me gusta. –responde el joven sonriente y un tanto ruborizado por la pregunta.
—¿No te gusta? Yo no la encuentro tan mal, y se ve que tú si le gustas porque me fijé que te miraba bastante durante la clase –dice el maestro, con cierta picardía en su comentario.
—Me refiero a que no me gusta pololear.
—¡Hay mamá! ¡Esto sí que es extraordinario!... Supongo que no eres... no eres...
—Ja, ja, ja. No... no soy gay –responde divertido el joven al notar la expresión de preocupación poco disimulada del profesor –. Todos me preguntan eso cuando les digo que no me gusta pololear. Pero en realidad no es que no me guste, es que pienso que uno debe pololear cuando tiene la edad suficiente para casarse y tomar responsabilidades. No antes...
—¿Y porqué piensas eso? Yo no veo nada malo en que los jóvenes expresen sus sentimientos, especialmente si sus intenciones son buenas. ¿No crees?
—Es que no es cosa de solo expresar los sentimientos.
—¿Ah no?
—Bueno yo pienso que no. Yo creo que los adolescentes no estamos preparados para enfrentar desengaños amorosos, por ejemplo. Me contó una amiga que una niña se suicidó tirándose al mar porque su pololo la dejó.
—Bueno pero ese es un caso extremo. Existen muchos jóvenes que no se suicidan por eso ¿o no?
—Sí pero... ¿Quién puede saber cómo reaccionará uno si sufre un desengaño así?, o cómo reaccionará su polola... Yo no podría vivir con un sentimiento de culpa así. Además existe el peligro que uno no pueda retenerse, y capaz que deje embarazada a una niña y sienta la obligación de casarse con ella. Y no va a esperar salir de la escuela para casarse ¿verdad? Y si se casa y tiene que trabajar, tiene que dejar la escuela y qué clase de trabajo puede encontrar uno si no ha completado sus estudios...y ....
—Oye, oye, ya, ya... Está bien... está bien. Ya entendí. –interrumpe el profesor poniéndose de pié– La verdad es que no puedo rebatir tus argumentos. Debo reconocer que son bastante... convincentes. Pero aún sigo pensando que pololear no tiene nada de malo. Pero no voy a discutir contigo. De todos modos agradezco tu honradez. Creo que eso te enaltece. Y en cuanto a Nuri....
—Por favor no la vaya a castigar, ella lo hizo porque me aprecia –se apresura a interrumpir Cristian–. Además está pasando por un mal momento y anda muy deprimida...
—No, no te preocupes. No soy tan mala leche, “loquillo”. Lo que quería decir es que ella parece estar muy interesada en ti, y no estaría nada de malo que le prestaras algo de tu atención.
—Bueno, yo he tratado de acercarme para ayudarla, pero me rehuye, y no se porqué.
—¿Te rehuye? Qué raro. A ver, espérame un rato...
Sin agregar palabra, el profesor sale de la sala dejando a Cristian sorprendido. Al cabo de un momento regresa con Nuri quien trae un rostro de interrogación, al igual que el que pone Cristian cuando los ve aparecer por la puerta...
—Bueno. Aquí está la muchacha –dice el profesor sonriente–. Los dejo solos para que arreglen sus diferencias –agrega en voz baja, en tono de complicidad, saliendo de la sala y cerrando la puerta tras de sí.
Por un momento los dos jóvenes se miran confundidos, sin atinar a decir palabra por la sorpresa que les causa la inesperada situación. Al cabo de un instante Nuri rompe el silencio, con un tono lastimero...
—¿Estás enojado conmigo, “cachito”?
—¿Yo? Claro que no, flaquita. Yo pensaba que tú eras la que estaba enojada conmigo. Como me has estado rehuyendo toda esta semana... ¿Qué pasa? ¿Qué hice que te molestó?...
—Tu no me haz hecho nada Cristian. Lo que pasa es que... –la muchacha guarda silencio como tratando de no decir nada inapropiado–. Es que me da vergüenza decirlo...
—Decir ¿qué, Nuri?
—¿Te acuerdas que yo te dije que iba a hablar con el estúpido del Claudio, mi “ex”?
—Sí, lo recuerdo... ¿Qué pasa con él?
—Na’, es que yo la muy... tará’, pensé que si le paraba los carros y lo amenazaba con mis amigos, él te iba a dejar tranquilo...
—¿Y...?
—Na’, que resulta que fui a verlo y le dije que si te hacía algo, se las iba a ver con mis amigos, que son malandras...
—Nuri... –replica con un gesto de impaciencia el joven– ¿Para qué hiciste eso? Te dije que no era necesario...
—Bueno, el caso es que ya lo hice, pu’ “cachito”. Y cuando le dije quienes eran mis amigos, se rió de mi y me dijo que a esos dos, una tal Licha, los había mandado al hospital a los dos juntos...
—¿Licha?
—Sí. ¿La conoces?
—Bueno... algo... –dice Cristian un tanto turbado–. Me han hablado de ella.
—La cuestión es que cuando el Claudio me dijo eso, yo no le creí y seguí echándole la bronca. Después el desgraciado me fue a ver a mi casa, y venía con una mina re’ chora’ que en cuanto me vio, me preguntó si era cierto que yo estaba pololeando contigo.
—¿Ella fue a verte?... ¿ A tu casa?... No puedo creerlo...
—Sí. ¡La tal “Licha” esa!...Y yo le dije que quién le daba vela en este entierro, que se metiera en sus asuntos, y que yo hacía lo que yo quería y que nadie me iba a estar diciéndome lo que yo quiero o no quiero hacer... y...bueno tú me conoces, la embanderé a garabatos...
—Hay, no, Flaquita. No me digas....
—¿No te digo? ¡Mejor no hubiera dicho na’, “cachito”!. La loca me mandó ni qué tremendo puñete en la guata, que me dejó sin respiración. Y mientras yo trataba de sacar el aliento, me agarró de las mechas y me dijo que si seguía pololeando contigo, me iba a ir a buscar a mi casa y me dejaría todos los huesos rotos. No pude ni explicarle que yo no pololeo contigo... ¡Si no podía ni respirar! –dice Nuri, gesticulando con sus manos.
—Puchas’, flaquita, para qué te le enfrentaste.... –dice con pena el joven.
—Y eso no es nada....
—¿Ah, no?, ¿Hay más?...
—Claro, pu’. Cuando fui a buscar a mis amigos para que me defendieran y fuéramos a “fletear” al Claudio y a la loca, al principio estaban de acuerdo y se les arrancaban las “patas” por ir a meterlos en un saco de combos. Pero cuando les nombré a esa tal “Licha”, se les hizo agua los helados, y me dijeron que ni que estuvieran locos se meterían con ella. Que esa loca era veneno, y que no sé a cuantos gallos había mandado al hospital, y que incluso a uno le había hecho un tajo desde el “pupo” hasta la oreja, y que al compadre cuando se la nombran se mea en los pantalones. Putas’, y ahí me dio julepe, porque la loca me dijo que tenía amigos en el liceo y que ellos le iban a contar si me veían contigo. Y yo no quiero que la loca te vaya a hacer algo, “cachito”. Por eso que he estado evitándote.
—Hay, flaquita. Yo no tenía idea... Creía que estabas enojada conmigo o porque...
—¿O porqué, “cachito”?...
—No, nada... ¿Y... la muchacha esa... te dijo si me iba a hacer algo a mí?...
—Bueno, no dijo exactamente eso, pero es obvio, pu’ Cristian. Si está claro como el agua, que ese estúpido del Claudio le pidió que me amenazara y que impidiera que tu te me acercaras, porque ese día que la loca me golpeó en el estómago, el Claudio me dijo que yo era su mina, y que no iba a permitir que nadie se me acercara, y que si quería que no te hicieran nada, tenía que volver con él.
—Y esa...tal...”Licha”, ¿me ubica? Es decir... ¿Sabe quien soy?...
—Bueno, no sé. Creo que sí, porque cuando me preguntó si pololeaba contigo, dijo tu nombre completo “Cristian Aliaga”... ¿Porqué “cachito”? ¿Crees que te pueda venir a golpear al colegio?
—No, no creo... Es decir no sé, pero no creo que se tome todas esas molestias...
—No te confíes, “cachito”, esa loca, es re’ peligrosa. Yo ya averigüé acerca de ella, y lo que me contaron, me dejó pa’dentro. Mejor es que no nos vean juntos en el liceo, para que no te vayan a hacer algo... ¿me perdonas?...
—Pero de qué te voy a perdonar, flaquita... si tú te haz arriesgado por ayudarme... na’ que ver...–responde condescendiente el joven, acariciando la cabellera de la muchacha.
—Es que yo te iba a ayudar, y mira en qué resultó todo. Me da vergüenza que tenga que estar escondiéndome de ti como una maldita cobarde, para que no te hagan nada. Esta lesera me tiene super deprimida, ¿sabís’, “cachito”?. Ya ni con pastillas puedo dormir...
La muchacha pone su cabeza en el hombro de Cristian, evitando mirarlo a los ojos, por vergüenza.
—No, flaquita. No es tu culpa. Pero no te preocupes. Yo creo que puedo arreglarlo...
—¿Túu?, ¿Y cómo podrías?... –replica sorprendida la muchacha, abriendo sus ojos.
—Ahora no te puedo decir nada, pero confía en mí. Esta situación va a cambiar...
La muchacha se le queda observando interrogativa, sin atinar a imaginarse cómo podría su tímido amigo arreglar la situación.
Cristian se queda meditando en cómo se han dado las cosas y tratando de imaginar cómo lo aconsejaría su abuelo en esos transes. Seguro que él diría: “A las mujeres no hay que tratar de entenderlas, chatito, si no de complacerlas”, como solía decir. Eso le da una idea de lo que tiene que hacer.... y espera que su abuelo tenga razón...

FIN DEL CAPÍTULO 15