lunes, abril 28, 2008

—ODISEO, EL POETA COPETE-Cap.18

Capítulo 18

Al día siguiente, Domingo, Cristian despierta tarde, alrededor de las once de la mañana. No puede dejar de pensar en todos los acontecimientos del día anterior. Quisiera creer que todo es una simple pesadilla, y que pronto volverá a Chalinga a casa de sus abuelos. Se levanta con desgano al cuartucho del baño “privado”. Al mirarse al espejo se percata de sus ojeras. Recuerda que desde la muerte de su abuelo no había llorado tanto. Le sorprende que Tito no lo haya ido a despertar a las diez, como suele hacerlo, para invitarlo a sus “pichangas-patadas”. Después de estirar su cama, sale a la calle. El solo pensar que mas tarde debe ir a almorzar a casa de Nélida, le aloja un nudo en el estómago. Sus pies le llevan en dirección al mar, bajando la calle a través de la gente que compra en el supermercado, indiferentes a su drama. Con esfuerzo logra reprimir el llanto. Su soledad se vuelve gigantesca, insoportable. El día frío y nublado, cerca de los roqueríos de la playa, parece enmarcado a propósito para el drama... para un corazón desconcertado y sumido en el más grande de los lamentos. Sin percibirlo, se dirige al lugar donde inesperadamente se encontrara con Licha, aquel Domingo por la mañana, a fines de Abril. El mar movido, y con sus olas golpeando las rocas, le recuerda los relatos marineros de su abuelo, como aquella vez en que, siendo joven, se salvó “por la que Dios es grande no más”, decía. Había estado toda la noche nadando contra las olas, cuando se volcó su bote. Lo encontraron a la mañana siguiente, desmayado y rígido de frío en una playa del litoral.
—“La vida es lo mismo, “chatito lindo” –decía, mientras arreglaba los zapatos de Cristian, sentado en su silla metálica verde–. Si uno no nada y no lucha, se lo lleva la corriente nomás.
—“¿Y cómo se lucha, tata? –preguntaba el niño, en cuclillas al lado del viejo, observando atentamente el zapaterear de don Benancio.
—“Contra la corriente, pu’ “chatito lindo”. Contra la corriente. Nunca hay que dejar que otros te obliguen a hacer lo que tú no quieres. Y más si lo que te piden es algo malo. No te olvidís’ nunca que el buen Dios nos ve desde el cielo –decía apuntando al cielo con su cuchillo zapatero–. Él te ayudará si tú se lo pides, como me ayudó a mí cuando se me dio vuelta “La Julita” en el mar.
—“¿Y cómo me ayudará, tata’?
—“ Ah, bueno, Él tiene muchas maneras de hacerlo, “chatito”. Lo que hay que hacer, es tener “buen ojo” pa’ darse cuenta cuando te está tratando de ayudar. A veces “diaonde” uno menos lo espera. A veces la gente más humilde, los que desprecian los demás, son los más sabios, hijo. Nunca dejes de hacer caso de los consejos de los viejos. Esa puede ser la ‘mesmísima’ ayuda del tata Dios –decía señalando al cielo.
Para Cristian esos recuerdos parecen cobrar sentido, y una mayor comprensión ahora, considerando los últimos acontecimientos. Busca el sitio resguardado del viento donde conversara la última vez con Licha. Recuerda que la muchacha le dijo que le gustaba venir a ese sitio cuando se sentía triste. Le invade una extraña tranquilidad, cómo si los problemas que afronta se hicieran tan insignificantes, ante la posibilidad de recibir ayuda de “donde uno menos se lo espera”.
A lo lejos divisa a un viejo sentado en una roca, al parecer escribiendo algo en un cuaderno. De pronto se le antoja a su abuelo en la silla metálica arreglando sus zapatos de la escuela. Sin poder evitarlo, se incorpora y se acerca al viejo. La chaqueta raída y sucia del viejo, con su solapa subida para evitar el viento; su barba y cabellera canosa y revuelta, le dan un aspecto casi artístico. Como un modelo de esos cuadros al óleo, pintados por algún impresionista, que harían las delicias de un fotógrafo oportunista. El joven se detiene a cierta distancia a observarlo, temeroso de interrumpir la labor del viejo, quien, con un lápiz apegado a sus labios, dirige su mirada al cielo, como si tratara de recoger alguna idea que estampar en su viejo cuaderno. Luego de un instante, vuelve a escribir, siendo detenido por una persistente tos que le impide seguir. Saca del bolsillo de su chaqueta un arrugado pañuelo con el que seca sus labios. En ese instante se percata de la presencia del muchacho, y le sonríe. Con un gesto de su mano, le indica que se acerque. Cristian, un tanto indeciso, se acerca lentamente al viejo.
—¿Desde dónde te trae el viento, marinero?.
La pregunta le suena sumamente extraña al muchacho...
—¿Cómo?...
—El viento... ¿desde dónde te trae? –repite el viejo con una afable sonrisa–. ¿De una discusión en casa? ¿ Del aburrimiento, el hastío, o desde una pena?
—No entiendo... perdone...
—Ah, no te apenes. Me sucede siempre –dice sonriendo–. Creo tontamente que las personas entienden lo que estoy pensando o que comprenden mis cavilaciones –dice llevándose una mano a la nuca, como volviendo a la realidad–. Es que a veces me desconecto del mundo y me introduzco en la fantasía de la poesía. ¿Cómo te llamas, hijo?...
—Cristian Aliaga... ¿Y usted?
—¿Yo?. Me puse “Odiseo”. Me gusta ese nombre. Claro que los otros vagos como yo, me llaman “El Poeta Copete”. Ja, ja, ja. Es que tengo algún problema con el trago ¿sabes? Ja, ja, ja.
—¿Porqué me hizo esa pregunta recién? –dice curioso el joven.
—¿Lo del viento dices?...Ah, ja, ja, ja. Es que a esta hora nadie viene a la playa, y menos con este viento. A no ser que lo traiga alguna pena, o el deseo de estar a solas con sus pensamientos... ¿me equivoco?
—No. Tiene razón... Quería estar solo. Es que tengo algunos problemas y...
—¡Bienvenido al mundo de los problemas –interrumpe el viejo poniéndose de pié y levantando sus dos brazos, mirando al cielo y alzando la voz–,... y de las penas y las injusticias y de todo lo que apesta! Ja, ja, ja. ¿Sabes qué le falta a este mundo, hijo? –pregunta casi susurrado...
—¿Qué cosa? –pregunta el muchacho intrigado..
—Una gran mecha en el centro y que tú y yo la podamos encender para que haga ¡PUUMM!, Ja, ja, ja. –grita el viejo, sobresaltando al muchacho por lo inesperado de la exclamación.
Cristian, se le queda mirando confundido, pensando que tal vez el viejo esté trastornado o algo así. La cara de sorpresa del muchacho solo hace que al viejo le dé un ataque de risa escandalosa...
—Ja, ja, ja, ja, ja... No, no estoy loco, hijo, ja, ja, ja, ja... No te asustes –dice el viejo, adivinando los pensamientos del joven–. Es que yo soy así, ja, ja, ja ... me gusta decir lo que pienso, gritarlo al viento. Es mi forma de golpear al mundo, de pagarle en algo la enorme maldad que hay en él.
La voz del viejo se torna seria, casi solemne. Cristian repara en las manos del viejo. Bien cuidadas y de uñas limpias aunque largas.
—Ven, acércate. Quiero que leas lo que estaba escribiendo cuando llegaste... Lee, por favor...
El viejo extiende su cuaderno escrito con hermosa letra, extraña para un personaje así, para que el muchacho lo tome en sus manos.
—Lee en voz alta, por favor hijo, quiero escuchar como suena mi escritura en boca de otro.
Cristian comienza a leer, primero tímidamente y luego, a insistencia del viejo, en forma más fluida, mientras el viejo cierra sus ojos como queriendo disfrutar de cada palabra, haciendo ademanes y moviendo su cabeza de acá para allá, como si él fuera el que estuviera recitando el escrito...
“ Vida, ¿qué te he hecho, para que me des la espalda? ¿Cuál ha sido mi error, mi pecado? ¿Debo estar encadenado a perpetuidad, por un error?
“Vida, ¿eres tú la única? ¿no hay otra opción? ¿ninguna redención? Todos comenzamos la carrera desde el mismo punto de partida. ¿Porqué haces zancadillas a algunos y ayudas injustamente a otros?¿Cuál es tu cordel de medir? ¿dónde está tu equidad, tu justicia.?
“Vida, no te quiero. Sin embargo te necesito para hallar respuestas. Para descansar al fin en paz con ellas, para obtener la sonrisa de satisfacción en la cuna de la muerte.
“Vida, eres viento de invierno, cómplice del tiempo, que todo lo destruyes. Al final nada queda en pie. Soplas sobre nuestros sueños, nos empujas hacia lo desconocido. ¿Hacia dónde vamos?¿Hay alguien que lo sepa?... Vida, enigmática amiga, misteriosa enemiga ¿Quién eres al final? ¿Quisieras quitarte el antifaz? ¿Quisieras....
En este punto se interrumpe la escritura, y el joven detiene su lectura...
—¿Ahí quedé?...Oh, sí. –el viejo se lleva una mano al mentón mientras dirige su mirada al suelo, buscando algún pensamiento perdido–. “Quisieras... quisieras... dignarte... Sí, eso es :“¿Quisieras dignarte a mostrarme la verdad?”.
—Dame el cuaderno, hijo. Por favor...
El viejo se sienta nuevamente en la roca y escribe su última frase en el cuaderno. Luego lo dobla por la mitad, y lo introduce en el bolsillo exterior de su raída chaqueta.
—Su poesía parece como si estuviera escrita para mí –dice el joven, meditativo–. Es justo como me siento a veces.
—Aaah. No eres el único hijo, no eres el único. Este mundo está lleno de “buscadores de respuestas”. ¡Podríamos formar un club! –dice poniéndose de pié y alzando sus brazos, como escribiendo en el aire– “El club de los buscadores de respuestas perdidas”. Ja, ja, ja. Yo tendría que ser el Presidente... o el secretario. El tesorero si que no. No, no, no. Ja, ja, ja. Claro que no. Me tomaría toda la plata. Ja, ja, ja, ja, ja.
El viejo ríe desbocado, pero divertido, contagiando con su risa a Cristian, quién no puede evitar reír también.
— ¡Qué bueno que logré hacerte reír, hijo!. Parecías tan... tan... tan solemne. Ja, ja, ja. Pero eres tan humano como yo... ja, ja, ja. Excepto por lo borrachín.
El muchacho se le queda mirando desconcertado por un instante, a lo que el viejo al percatarse, detiene la risa mirando al muchacho inexpresivamente, para luego explotar nuevamente en una risotada...
— Jaa,jaa, ja, ja... ¡ Lo de borrachín es por mí, no por tí, tonto! Ja, ja, ja, ja, ja. –dice riendo, a lo cual el muchacho no puede evitar sumarse al jolgorio.
Luego de reír un poco, el viejo se tira en la arena, de espaldas, mirando al cielo con los brazos abiertos en cruz. Se produce un extraño silencio entre los dos. El joven se limita a observarlo intrigado, sin poder predecir qué vendrá a continuación. Con este extraño personaje se puede esperar cualquier cosa, piensa. De cualquier modo el viejo lo ha distraído de sus angustias, y eso se lo agradece desde el fondo de su corazón.
— “ Gracias”. –el susurro sale casi espontáneo, inconsciente.
— ¿Porqué, hijo? –responde sorprendido el viejo, apoyándose sobre su codo derecho, clavando su mirada ceñuda en el joven.
— Por... por hacerme olvidar un poco mis penas....–responde tímidamente Cristian.
— Oh. No sabes cuánto me alegro. El alegrar a un joven no es algo fácil de hacer ¿sabes?. A tu edad todo parece tan complicado, casi abrumador.. tan, tan... grave –dice con voz misteriosa, mientras posa su mano sobre el hombro del muchacho.
— ¿Cómo lo sabe?
— Ja, ja, ja. Yo también fui joven alguna vez, pues amiguito. Claro que de eso ha pasado mucha agua por debajo del puente. Mucha, mucha, muuuchaaaa, ja, ja, ja. Pero créeme, Cristian, –dice poniéndose serio– las cosas se ven bastante diferentes cuando uno se hace mas hombre. Lo que ahora te preocupa, después ni lo recordarás, te lo aseguro –dice con un gesto de su boca.
— Algunas cosas... no se pueden olvidar... –dice el joven, con un dejo de tristeza en la voz.
— ¡Por mi copete! Parece que aquí tenemos una verdadera pena de amor –exclama el viejo, incorporándose y sacudiendo la arena de sus pantalones. Con un ademán el viejo invita al joven a sentarse sobre la roca que le ha estado sirviendo de taburete para su “inspiración literaria”.
— Sin pretender ser “impertineto” ¿puedo preguntarte cuál es tu pena, hijo?. A lo mejor este viejo metiche puede darte algún consejo útil –dice el viejo, sentándose en la arena frente al muchacho –Podría apostar mi cuaderno de poemas de que hay una mujer de por medio.
— ¿Porqué lo dice?
— Bueno, siempre es así. Con muy raras excepciones –dice sonriendo.
El habla educada del viejo, intriga a Cristian. Algún misterioso pasado en él, le hace sentir una extraña confianza. Como si estuviera hablando con su abuelo y casi sin darse cuenta, relata todo el episodio en casa de Licha al viejo. Al finalizar su relato, con temor, espera alguna reacción superficial y “machista” en su interlocutor. Sin embargo la respuesta del viejo lo deja sorprendido y emocionado.
— ¡Ay, ay, hijo! –dice meneando su cabeza–. Ahora entiendo tu angustia. Esa mujer te arrebató de un golpe tu mirada limpia de joven sano. Por favor, nunca vayas a creer que experiencias como esa, te harán “hombre”, como dicen algunos. Bueno, ¿y tú que piensas?
— No sé. Estoy muy confundido –responde el joven, con voz entrecortada. Sus ojos se han humedecido otra vez –. No sé si deba decírselo a mi tío.
— ¡Por ningún motivo, hijo! Al menos no, por ahora.
— ¿No? –pregunta Cristian, intrigado por la coincidencia del parecer del viejo con el de la señora Soledad.
— No. Escucha el consejo de este viejo zorro. La mujer debe estar dando por descontado que se lo contarás a tu tío apenas vuelva del turno. Así es que debe tener alguna coartada astuta para salir del problema y dejarte mal parado a ti. Por eso debes aparentar que nada ha pasado, para que la “araña” se confíe y baje la guardia.
— ¿La araña?
— Ja, ja, ja. Sí, hijo. La “araña”. La astuta se portó como una araña venenosa –el viejo gesticula con las manos imitando los movimientos del arácnido–. Te tendió la telaraña y cuando te viste atrapado ¡Pum! Te atacó sin piedad. ¿Cuando vuelve tu tío?
— Hoy, a la noche. Como a las 10.
— ¿Hoy?. Bueno. Yo te diré con lujo de detalles, lo que harás. Y trata de mantenerte tranquilo. No des la impresión de que estás preocupado ni asustado ¿ ok?
El viejo explicó “con lujo de detalles” al joven los pasos a seguir. La conversación se extendió por unos 30 minutos.

A cierta distancia una muchacha observa atentamente la escena. Cuando Cristian se dirige en dirección a su pieza, oculta tras un camión estacionado a la berma de la carretera que colinda con la playa, le sorprende de improviso...
—¡Hola, loquillo!
Cristian da un sobresalto cuando la muchacha se le interpone por delante.
—¡Licha! Me asustaste. ¿Qué haces por aquí?
—Te observaba conversar con el “poeta copete”. ¿Dónde lo conociste? –La muchacha, de blujeans azules y chaqueta, le mira desafiante y con sus brazos en jarra.
—Lo conocí recién, mientras paseaba por la playa –el joven mantiene la vista en los ojos claros de la muchacha, sin amedrentarse. Por extraño que parezca, ya no siente miedo de su presencia, aunque no puede evitar sonrojarse al recordar el episodio de la otra noche. La muchacha al notar el sonrojo del joven, sonríe coqueta y complacida, pues sabe que es por ella. Cambiando totalmente el tono de su voz, se arregla el cabello.
—¿Sabías que el viejo era profesor universitario? –pregunta dándose importancia.
—¿El viejo? ¿El poeta? –responde con incredulidad el joven.
—El mismo, loquillo. ¿ Y sabes porqué está así? –pregunta la muchacha, señalando en dirección al viejo, con sus labios.
—No. No lo imagino.
—Por una mujer, loquillo. Por una mujer. Su esposa, creo.
—¿Cómo lo sabes? –indaga curioso el joven.
—Bueno en el grupo hay un loco que es pariente del viejo, o algo. Él nos contó que el pobre viejo pilló a su mujer con otro gallo que le ponía los cuernos, y que casi se volvió loco. El viejo llegó a estar preso por eso.
—¿La mató?
—No. Pero la jodió feo. Como era profesor de química, le tiró un ácido a la cara de la mujer y al gallo que le comía la color. A la vieja yo la conozco. Vive pa’rriba, pal’ lado de los basurales. Todavía se le nota una quemadura re´fea en el lado derecho de la cara. Claro que ya está vieja, pero dicen que cuando era joven, cuando le ponía los cuernos al viejo, era re’ bonita. Que se parecía a la “Julia Robert”.
—¿A quién?
—A la Julia Robert, la artista de cine pu’ ¿que no la conocí’?
—No, no la he visto.
—Es que vos’ no vai al cine. Un día te voy a llevar pa’ que la conozcai’.
—¿Y qué le pasó al poeta? –el joven cambia súbitamente la conversación ante la idea de verse en el cine siendo acosado en la oscuridad por Licha.
—Ah, bueno. La vieja y el “patas negras” lo denunciaron a los tiras, de intento de asesinato. Al pobre gallo le tiraron como cinco años en cana.
—Bueno ¿ y él no se defendió?
—Ay, que soy’ inocente vos’, loquillo. La galla con el medio “cuero” que se gastaba, le debe haber movido el “traste” a los tiras y el viejo llevaba toas’ las de perder. El “tuco” dice que a la vieja la vieron metia’ con uno de los tiras. Seguro que el “rati” le tapaba la cara con un paño antes de servirse a la vieja. Ja, ja, ja.
El último comentario de la muchacha hace que el joven no pueda evitar ponerse serio, guardando silencio.
—Oye, loquillo, no te enojís’ conmigo. Si la que jodió al viejo fue la “Julia Robert”, no yo, pu’.
—Disculpa, pero es que encuentro que lo que le pasó al “poeta” es muy penoso y no es para hacer bromas.
—Chutas, disculpa, pu’. Es que yo no hablo bonito como vos’, y no sé decir las ‘custiones’ como se deben. –responde la muchacha haciéndose la ofendida.
—No se trata de eso, Licha. Solo que.... bueno olvidemos el asunto. ¿Y qué le pasó finalmente al “poeta”.
—Bueno, después que salió de la cana, el gallo trató de ‘agüenarse’ con la vieja. Parece que la quería mucho. Pero la vieja nunca lo quiso perdonar. El viejo se cayó al frasco y se vino a vivir a la playa. A veces los cabros y yo lo encontramos tirado en la arena, muerto de curao, y lo llevamos a su pocilga y lo tapamos con los sacos que tiene. Pero el “copete” es buena onda. Siempre anda dando consejos. Claro que nadie lo “infla” ja,ja... –la muchacha detiene la risa al notar que no le hace mucha gracia a Cristian.
—Al menos a mí me dio buenos consejos y creo que los voy a seguir –susurra Cristian.
—¿Y se puede saber qué consejos te dio? –pregunta la muchacha con seriedad.
—Por ahora prefiero no decírtelo, pero no tienen nada que ver contigo.
—Bueno, loquillo. Te dejo. Voy a meditar a mi rincón ¿Me acompañas?
—Para otra vez será, gracias. Ahora tengo algo que hacer. Nos vemos. Chao.
—Chao.
Sí. Tenía mucho que hacer. Con paso decidido se dirige a su pieza, se lava, se cambia ropa, respira profundo, muy profundo, y se encamina a casa de Nélida esperando llegar cuando doña María ya esté en casa. Los consejos del “poeta copete” resuenan en sus oídos....

FIN DEL CAPÍTULO