viernes, diciembre 07, 2007

—METAMORFÓSIS— Cap. 14

Capítulo 14
"METAMORFOSIS"

Las sombras largas de la tarde dan paso a la incipiente oscuridad que es traspasada por las débiles luces del alumbrado público del barrio. Los pasos de la muchacha se dirigen, rápidos y decididos. Su caminar, un tanto inseguro, delatan la poca costumbre de llevar tacos. La falda prudentemente corta, hacen lucir sus medias oscuras. Su cabello largo castaño, bien peinado, hace lucir más agraciado su rostro delicadamente maquillado. Al llegar a su destino, duda un instante en llamar a la puerta. Luego toca decidida... Al cabo de un instante se abre la puerta...
—¿ Qué.....?
Tito siente que la respiración se le detiene por la sorpresa. De forma instintiva trata de cerrar la puerta. Sin embargo la muchacha se lo impide con el pie.
— ¡Oye! ¿Qué te pasa?... ¿De esa forma tratas a las damas? –dice la joven sonriendo.
—¿Licha..? –pregunta frunciendo el ceño, incrédulo, tratando de reconocer a la temida muchacha.
Ahora está seguro... ¡Es Licha!... Pero, ¿con falda?... ¿Y maquillada?... ¿Y en su casa? La sorpresa apenas lo deja gesticular...
—¿Qué..qué...¡ Qué onda! ¿Eres tú?...
—Sí, soy yo, loco. ¿Cuál es el drama? –dice la joven poniendo una de sus manos en el dintel de la puerta y la otra en su cintura–. ¿Qué viste un marciano que baboseas tanto?
—No, no. Es que yo creí que tu... es decir que yo no... ¿Qué onda comadre?... ¿qué quieres?..
—No te emociones tanto, loquillo. No es a ti a quien deseo ver.
—¿Entonces?...
—Quiero que llames a Cristian....
—A... ¿a Cristian? –pregunta Tito, nuevamente frunciendo el ceño, sin comprender.
—¿Estás sordo, loquillo?... Sí, a Cristian. Dile que deseo hablar con él.
—Es que Cristian no vive aquí... Es decir, no aquí en mi casa. Vive en la pieza del Patio –responde el confundido muchacho. Se pregunta qué tendrá que hablar Licha con Cristian. De pronto le asaltan malos presentimientos...
—Sí, ya sé. Él me lo dijo. Pero por eso, llámalo y dile si puede venir un poco ¿Okey? –la muchacha parece impacientarse con los devaneos de Tito.
—¿Él te lo dijo?... –repite el muchacho, llevándose una mano a la frente, sin poder dar crédito a lo que acaba de escuchar...
—¿Lo vas a llamar, o me vas a tener aquí parada como estúpida, toda la noche?...
—Oye, tranquila, comadre. Tranquila –responde, tratando de reponerse–. Mira, Él y su tío tienen la entrada por el portón metálico de allá –dice señalando.
—Podías haberlo dicho antes. Así nos ahorrábamos la baba, loquillo –responde la muchacha, un tanto molesta.
—¿Y para qué lo necesitas...?
—Eso es un asunto que a ti no te interesa, gil.
Sin agregar más, da la vuelta y se dirige al portón metálico, Dejando a Tito con una mezcla extraña de sorpresa, temor y una enorme curiosidad. Rápidamente se dirige a su ventana que da al patio, llamando desesperadamente a Cristian.
—¡Cristian!.... ¡Compadre!...¿Está ahí?....
—¿Qué pasa Tito? –responde Cristian asomándose por la puerta del cuarto, en el mismo instante en que se sienten los golpes de Licha en el portón metálico–. Estoy estudiando...
—¡No vaya a abrir, compadre! No me va a creer, pero la Licha, la de los “Malditos” lo viene a buscar. Es ella la que está golpeando ahora –dice, tratando de bajar la voz para que la muchacha no lo escuche.
—¿Quée?...
—Lo que oye, compadre... La Licha. Y dice que tú le dijiste que viniera...¿Qué onda compadre?
—¿Que yo le dije que viniera? –repite Cristian tratando de ordenar sus pensamientos.
—Sí así dijo ella.. La verdad es que yo no entiendo nada, compadrito.
Nuevamente se sienten los golpes en el portón, lo que produce que ambos jóvenes guarden silencio, mirándose uno a otro, confundidos... Al cabo de unos segundos de indecisión, Cristian se dirige a abrir...
—¡Compadre no vaya! –dice urgido, Tito–. Capaz que me lo manden a la posta, compadre...
Cristian lo mira, sin responder, y se dirige con determinación hacia la entrada. Al abrir, se encuentra con el rostro sonriente de Licha. Le sorprende verla vestida en forma tan femenina. Definitivamente se ve más bonita, sin sus eternos jeans azules y su chaqueta de cuero. Hasta se ve mas mujer.
—Hola, Cristian –dice con voz suave, tratando de parecer interesante.
—Hola, Licha. Qué sorpresa. No esperaba...
—¿Qué viniera?... Bueno, ya ves... Aquí estoy –interrumpe sonriente, mientras se arregla el cabello.
Tito se asoma por la ventana que da a la calle, tratando de observar toda la escena con sus ojos sorprendidos y desmesuradamente abiertos. Al mismo tiempo trata de ocultarse para no ser visto por la muchacha. Su hermana, Marcia, se acerca por detrás tocando su hombro, lo que provoca un sobresalto en su hermano.
—Tito..
—Ay, tonta, que me asustaste...
—¿Qué son todas esas carreritas de acá para allá? ¿Qué estás viendo?...
—No lo vas a creer... ni yo mismo lo creo...¡El Cristian está conversando con la Licha, de los “Malditos”, y conversan de lo mas tranquilos... Yo casi me meo en los pantalones cuando vino a buscarlo aquí...
—¿Licha? ¿ No es esa niña que mandó al hospital a esos amigos tuyos la otra vez?...
—La misma, comadre. La misma. ¡Y lo más loco, es que se puso vestido! ¿Te lo puedes imaginar?
—A ver..?
Marcia se asoma por la ventana para otear mejor. Mientras tanto Cristian ha salido fuera de la casa y se apoya con un pié en la pared, mientras Licha se reclina, semisentada, en el borde de la cerca del antejardín.
—Qué pena... –dice la muchacha, en respuesta al haberse enterado de la situación de Cristian–. ¿Y echas mucho de menos a tus padres?
—Bueno, en realidad extraño más a mi abuelo. Eramos muy amigos. Mis papás murieron cuando yo era más chico, y ya me había resignado. Pero a mi abuelo... Lo perdí hace poco. Antes de venir a esta ciudad.
—Creo que te entiendo. Yo era " yunta" con mi hermano Pepe. Todavía no me conformo que los “gatos pardos” lo hayan matado.
Tito y Marcia, que han escuchado el comentario de la muchacha se miran entre sí...
—¿Los “gatos pardos”?. ¿No son esos amigos tuyos? –pregunta Marcia, quedo y preocupada–... ¿Es cierto lo que dice la chica?...
—¿Estás loca?... Los cabros’ del grupo no tienen nada que ver con eso. A ese compadre se lo “echaron” los narcos.
—¿Y tú, cómo la sabes?...
—Porque lo sé. Eso es suficiente...
—¿Cómo que es suficiente?... No puedes decir que es suficiente y quedarte ahí muy tranquilo...
—Shisst... No dejas escuchar... –dice Tito, desviando la atención.
Tito, no quiere voltear a mirar a su hermana, que no quita la vista de él, como si quisiera descubrir en los ojos de su hermano, la respuesta a sus dudas. Marcia siente la risa de Licha, que la hace distraer sus pensamientos, y acercarse a la ventana.
—Ja, ja, ja. ¿Es verdad que tenías miedo?...
—Claro. Casi me desmayé cuando te apareciste así tan de repente... Por un momento creí que me ibas a dar un golpe de karate o algo así, ja, ja, ja.
—Ja, ja , ja. ¡Qué tierno!, Pobrecito...
—¿Por tener miedo?
—No, tonto, ja, ja, ja. Por ser así, tan... tan lindo... Te sonrojaste... –dice la muchacha, acariciándole la barbilla.
Cristian siente nuevamente sus orejas ardientes, para su pesar. Tito mira incrédulo a su hermana. No acierta a comprender qué está pasando...
—¿Ves lo que yo estoy viendo, Marcia?.... –dice Tito abriendo desmesuradamente sus ojos–. Todavía no puedo creer lo que... ay, Dios. ¡Qué onda!... ¡La loca más peligrosa del mundo... ablando que “es tierno”, “qué lindo”...
—Yo sé lo que estoy viendo, tonto.... Una mujer enamorada...
—¿Enamorada?...¿ Del “monje” Cristian?...¡Estás loca!...–responde Tito frunciendo el ceño, y llevándose ambas manos a la cabeza.
—Que eres tonto, Tito. ¿Por qué otra cosa, una muchacha que nunca se ha preocupado por lo que piensen los demás, se viste de dama, se pone tacos, pantis, y habla de “ternura”, y se arriesga a venir, de noche, donde sabe que la pueden agredir tus “amigotes”?... Esa niña está enamorada... Y me alegro por ella, pobre chica... me da pena...
—¿Pena? ¿Por la “Rambo”, con pechugas?... ¿Estás loca?...
—¿No me contaste tú mismo, que no tiene papás, y que su único hermano es un delincuente?...
—Si pero, ella es más peligrosa que mono con navaja. Yo no me le acercaría ni en broma, comadre... Pobre “monje”Cristian...
—¿Y qué querías si no le dejaron otra alternativa, que ser así para protegerse?... Y no compadezcas a Cristian. Parece que él tiene la situación bastante controlada... Mira....
Marcia llama la atención de su hermano para que vea por la ventana. Licha se ha acercado bastante al joven, y le habla en voz baja, lo que obliga a los hermanos a esforzarse por tratar de escuchar...
—¿Tú nunca has pololeado?...Quiero decir, ¿nunca has... estado con una niña? ... –pregunta Licha, mientras arregla el botón de la camisa de Cristian.
—¿Yo? No, nunca...es decir, no me... no me gusta pololear... –responde balbuceando.
—¿No te gusta?...¿Y por qué?...
—Porque... porque... Bueno, por que es cruel –responde Cristian, recordando las palabras de doña Soledad.
—¿Cruel? ¿Cruel, dices?... ¿Y por quée? ¿Qué onda?...
Marcia y Tito contienen la respiración, observando la extraña escena del joven tratando de rehuir a Licha, y a la muchacha acercándose más y más a Cristian, arrinconándolo contra la pared.
—¿Cuántos años tiene la niña, Tito? –pregunta susurrando Marcia, procurando no ser escuchada por los jóvenes.
—¿La Rambo?... Dicen que diecinueve...–susurra también Tito.
—¿Y Cristian?...
—Diecisiete... ¿Por qué?
—Pues por que estamos a punto de presenciar la violación de un menor de edad...ji, ji, ji –ríe susurrando.
—No te rías, comadre. Conociendo al “monje”, debe estar sufriendo de verdad. Pobre Cristian, hasta aquí no más le dura el “virginado”.
—Shisttt...
Marcia hace callar a su hermano, para poder seguir escuchando:
—¿A ver, Cristian? Explícamelo de nuevo, no lo entendí bien... ¿Por qué es cruel?
—Mira, Licha. Cuando uno se pone a pololear con alguien, se va enamorando más de esa persona...
—¿Y?... ¿Eso es malo?...
—No, no es que sea malo en sí. Lo que pasa es que uno sufre por estar enamorado, sin tener ningún compromiso serio. Y como no puede casarse aún, es muy doloroso. Ahora, si esa otra persona, deja de interesarse en uno, ya que no hay ningún compromiso, puede sufrir más aún. Incluso puede que una persona hasta se quite la vida por eso... ¿Entiendes?
—“Sí”...
—¿”Sí”?... –Le extraña que Licha concuerde.
—Sí. Si lo entiendo, loquito. ¿Recuerdas que te comenté que desde esa roca en la que estábamos conversando, se había tirado al mar, una comadre?...
—Sí. Lo recuerdo...
—Ahí pasó lo que tú dices. La comadre se “bajoneó”, porque su “mino” la dejó, y se tiró al mar. Mala onda...
—Qué pena... y ¿era joven?... –pregunta Cristian.
—Quince años...
—¿Quince...? ¡Que tragedia!...-dice sinceramente el joven.
—Los viejos casi se volvieron locos. ¿No vis' que yo la conocía?. Pa’ más, ellos mismos le habían dado permiso para salir con el “mino”...
—A mí me llama la atención ver a niños tan “periquitos”, andar de la mano, y besándose en la calle. Allá donde yo vivía, eso no se ve. Si un joven se quiere casar, se pone de novio, y listo. Sin drama. –dice Cristian tratando de emular la manera de hablar de Licha.
—Pero tú... ¿nunca habías besado a alguna comadre? –pregunta Licha, casi susurrando.
—No... Nunca... Bueno, solo esa vez que tú...
—¿Nunca? ¿Nunca has..."estado" con una mujer?... ¿Nunca has pololeado?... ¿Nunca te habían besado?... –pregunta sorprendida, y complacida, a juzgar por su sonrisa–. Osea que... yo...
—Cristian baja su vista, por toda respuesta, sonrojado.
—Ay... Otra vez te pusiste colorado... Qué lindo, –dice, acariciando la barbilla del joven.
—La muchacha trata de besar a Cristian, y éste se retrae, esquivando sus labios.
—¿Qué te pasa? –exclama sorprendida–. ¿Acaso no te gusto?
—No es eso. Tú eres muy bonita –responde nervioso.
—¿ Y entonces?...
—Ya te lo dije... No quiero pololear todavía. Antes quiero estar seguro de mis sentimientos. Además, todavía estoy estudiando, y me falta mucho para pensar en buscar novia.
—¿Y para qué?... No pensarás casarte conmigo ¿verdad? ¿Porqué eres tan complicado, loquillo? –dice la muchacha, impaciente–. ¿Cómo no te conformas con pasarla bien, y listo? Yo puedo enseñarte a conocer el amor...
—La muchacha vuelve a intentar besar al joven. Este la retira de sí, lo que provoca a la muchacha, que lo toma por la solapa. Cristian, por dignidad, trata de permanecer lo más sereno que le es posible, mirándola fijamente a los ojos...
—Mira, pendejo... –la muchacha habla lento, pero como mordiendo las palabras, molesta–. Muchos, muchos "minos" del barrio, matarían por estar una sola noche conmigo... ¿Cachay? ¿Quién te crees tú para rechazarme? Pa' que te vayas enterando, a mí nadie, nadie ¿me oíste bien?....nadie me ha rechazado nunca...
La mirada de la muchacha se clava en los ojos de Cristian, quién, extrañamente para él mismo, logra mantener la calma, sin perturbarse. En la ventana, Marcia ve con preocupación cómo se vuelcan los acontecimientos en contra de Cristian, e increpa a su hermano...
—¡Oye Tito!, ¿ No ves lo que está sucediendo?...
—Tranquila, loca... Si no soy ciego... Está a punto de venir la ambulancia a recoger a otro paciente para la posta... Eso es lo que está pasando, comadre...
—¿Y no piensas ir a defenderlo? ¿ Acaso no es tu amigo?....
—¿Estás enferma, comadre? –exclama escandalizado, el joven–. ¿Que no sabes lo que esa "minita indefensa" les hizo al "Jhony" y al " Cabezón"? ¡Y a los dos juntos!... Y eso que esos locos son los más bravos del grupo. Ahora les nombran a la mina, y se mean en los pantalones, comadre... ¿Y tú quieres que yo, flaquito y desnutrido, me la vaya a enfrentar solo? ¡Oye!, si estoy muy joven para morir, comadre...¡Ni que estuviera loco!... No, nó y nó... Anda vo' a defenderlo, si eres tan valiente, pu' loca –enfatiza el muchacho.
—¡Cobarde!... –dice Marcia, mirando disgustada a su hermano–. Todos los hombres son unos gallinas cuando se les necesita...
—¿ Don Alfredo también? –pregunta Tito, con una sonriente e irónica mirada.
—"Estúpido" –responde la joven, dando un pellizco en el brazo a su hermano.
—¡Aay!... Ya se picó la loca. No le gusta que le di... ¡Mira!... –dice Tito, llamando la atención de su hermana a lo que Cristian y Licha están conversando...
La muchacha presiona su cuerpo sobre Cristian que está arrinconado contra la pared, mientras aún lo sostiene por la solapa...
—¿Y qué dirías si aquí mismo te dejo la "jeta" como membrillo corcho, para que nunca puedas "babosear" a nadie más? ¿Ah? –pregunta Licha al joven, que ha logrado mantenerse extrañamente tranquilo.
—Yo sé que no lo harías –responde tranquilamente el joven.
—¿Ah, no?...¿Y se puede saber por qué no? –pregunta desafiante.
—Por que eres una dama –responde tranquilamente el joven–. Y yo sé que en el fondo, tienes un corazón muy sensible. Lo noté cuando te emocionó el que te regalara mi reloj. Eso me gustó mucho de ti. Sé que no me defraudarás...
La muchacha se le queda mirando, sorprendida. No esperaba una respuesta así. Nunca le habían hablado de ese modo. Por un instante le observa indecisa. Luego da media vuelta, y en forma intempestiva, se aleja corriendo. En la ventana, Tito y Marcia se miran sorprendidos por el desenlace de los acontecimientos. Cristian se queda observando a la muchacha que se aleja. Recuerda cuánto le gustaba enfatizar a su abuelo, que a las mujeres se les debe tratar con ternura y consideración. No importa el origen o educación que tuvieran. "Son mujeres –decía–, y eso basta para hacerlas dignas de respeto y consideración.". No puede dejar de pensar que el aplicar ese criterio, le ha librado de ir a dar al hospital, con la boca "como membrillo corcho", y con más de algún hueso roto.
Tito, pasada la sorpresa inicial, sale corriendo de su casa para ver a su amigo...
—Compadre... ¿Qué pasó? Me tenía re' preocupado... –dice agitado, mientras su hermana observa desde la ventana, la cual ha abierto completamente.
—¡Después de la batalla todos nos ponemos valientes! –dice irónicamente a su hermano.
—¡Cállate, "cuica"!. Tú tampoco hiciste nada, comadre –responde Tito–. ¿Qué le dijo, compadre que se fue corriendo? –pregunta dirigiéndose a Cristian.
—Que no creía que ella me haría daño. Que era una dama –responde–. ¿Estabas escuchando...?
—Claro, pu' compadre. No creerá que lo iba a dejar sólo con la "Rambo". Ya estaba a punto de meterme a defenderlo, cuando ella se fue –dice en voz baja, tratando de que su hermana no lo escuche.
—Tito, ven a secar el orín del piso, que mojaste. Ja, ja, ja ¡Mentiroso! –Le reprocha desde la ventana, Marcia quien ha escuchado el comentario de Tito.
—¡Cállate, "cuica"! No le haga caso compadre –responde Tito, dirigiéndose ahora a Cristian, mientras su hermana cierra la ventana–. Está picada por que la molesto con don Alfredo. Oiga socio, tiene hartas' cosas que contarme ¿ah?. ¿Qué onda, con la "Rambo", compadre?
Cristian relata a su amigo, los últimos acontecimientos que produjeron la visita de la muchacha a su casa. El muchacho se toma la cabeza a dos manos a medida que Cristian describe los sucesos.
—Oiga, compadre... Usted se las traía calladito no más ¿ah? –dice riendo el jovenzuelo–. ¿Quién se iba a imaginar que la "Rambo con pechuga" iba a quedar babosa por alguien, y por usted más encima, Ja, ja, ja.
Cristian mira interrogativamente a su amigo, extrañado.
—Oiga, oiga... No me interprete mal pu' compadre –se apresura a aclarar el muchacho, mostrando las palmas de sus manos–. Lo que quiero decir es que como usted es tranquilito, quitado de bulla...
—Está bien, Tito. Entiendo, no te preocupes. De todos modos no tengo intenciones de pololear todavía.
—Oiga, compadre. No esté tan seguro. Mire que cuando a la "Rambo" se le pone algo en la cabeza... No creo que lo vaya a dejar tan tranquilo así no más. ¿Sabe, socio? –dice Tito, poniendo su brazo alrededor de Cristian–. Después de todo le conviene estar de enamorado con la "Rambo". ¿Dónde va a encontrar otra guardaespaldas mejor, compadre?. Cuando se corra el cuento, todos le van a agarrar miedo. Capaz que... hasta lo consideren el "Padrino" del barrio, Ja, ja, ja, ja.
—No te atreverás a...
—Tranquilo, compadre —responde guiñando un ojo–. De esto no se entera nadie... al menos nadie fuera de Sudamérica, Ja, ja, ja, ja...


FIN DEL CAPÍTULO 14

lunes, noviembre 05, 2007

—MUJERES— Cap. 13

Durante las siguientes semanas, Cristian se ha estado poniendo a tono con sus estudios. Los resultados de sus exámenes de evaluación, le dieron un aceptable promedio de 4,5. No está nada de mal para quién no tenía idea de la especialidad.
Hasta ahora ha logrado esquivar las invitaciones de Tito a juntarse con sus "amigotes". El muchacho ya no insiste. Al parecer se dio cuenta que sus amigos no son del agrado de Cristian. Sin embargo logró convencerlo de ir a almorzar de nuevo con su familia. Así es que está esperando la bajada de Alfredo, pues esta vez, Tito insiste en que su mamá quiere que vaya con su tío. Será.
Afortunadamente no se ha topado nuevamente con los "Malditos". Sin embargo Tito le confidenció que Licha, la muchacha que los dirigía, anduvo preguntando por él y sobre dónde vivía. Eso, en vez de halagarlo lo dejó muy preocupado. A tal punto que la otra noche tuvo una pesadilla con ella. Se veía amarrado a un poste de alumbrado, mientras la muchacha lo golpeaba y besaba indistintamente.
Por otro lado, El "Johny diez pesos" se lo encontró cerca del Supermercado y le preguntó si tenía algo con su hermana, Dina, ya que ella hablaba mucho de él. Cristian, asustado, por supuesto lo negó. Para su sorpresa, el " Johny ", le dijo que si quería tener algo con ella, tenía su consentimiento, porque según él, "prefería ver a su hermana 'baboseándose' con él, que permitir que "El cabeza de sandía" la siga pretendiendo." La sola idea de tener que huir ahora del "cabeza de sandía" por causa de Dina, le hace asegurar reiterada e insistentemente al " Johny diez pesos", que él no tiene ningún interés en su hermana. Por supuesto le aseguró que Dina era "muy bonita", pero que por ahora, él no quería pololear. De todos modos el Johny insistió en que tenía su consentimiento.
En el colegio las cosas han ido mejorando, en cuanto a su relación con sus condiscípulos. Ya lo han integrado plenamente al curso. Cristian ha notado lo enamorada que está Mirtha Delgado, de su profesor, el "Tres R". Lo discierne por lo embobada que se pone, al mirar al profesor mientras dicta la clase. O cuando el "Tres R" le hace alguna pregunta y la pilla "orbitando la luna" como dice él.
Cristian ha cuidado su trato con Nuri. Tanto por la nota que Mirtha arrugó y botó al salir del Liceo y que él por curiosidad leyó, así como por la posibilidad de ser visto desde fuera del colegio por el celoso ex pololo de Nuri, Claudio, el muchacho de los "Malditos" que lo amenazó. Precisamente, en uno de los recreos, Nuri lo aborda por ese tema...
—"Cachito", ¿puedo hablar algo contigo? –pregunta cariñosa la muchacha.
—Si. Por supuesto, flaquita –responde el joven.
—No sé por qué, pero últimamente he notado que me rehuyes. Como que ya no te gusta conversar conmigo. ¿Qué pasa, "cachito"? ¿Te hice algo? ¿Estás enojado conmigo?
—No. Na' que ver, flaquita. ¿Porqué me iba a enojar contigo, si no me haz hecho nada?
—Eso mismo pienso yo, pues "cachito". Pero cada vez que me acerco a ti, te haces el loco, y te corres. No entiendo...
—Perdona si te he dado esa impresión. Pero, palabra, no es nada de eso.
—Oye, Cristian –dice la muchacha con un tono mas serio–. O yo estoy alucinando, o algo te pasa conmigo. Hasta la Mirtha se ha dado cuenta. Seré fea pero no gansa, pu' lindo. ¿Por qué no me decís' de una vez qué te pasa?... ¿O es que ya no quieres ser mi amigo? Por que si es eso, mejor me dices la "dura" altiro', y listo.
—No, no se trata de eso, flaquita –responde el joven, sorprendido por la franqueza de la muchacha–. Es que...
—Entonces de qué se trata, pu' cachito –interrumpe la muchacha–. ¿Me lo podís' decir?
Cristian se da cuenta que tendrá que dar una muy buena explicación a Nuri, pues es obvio que no será fácil convencerla.
—Es que me sucedió algo que no te puedo contar –responde nervioso el joven–. Pero te prometo que tendré mas cuidado en no darte esa impresión. ¿Ya?.
—Ah, no, 'cachito'. Eso si que no te lo aguanto –dice con firmeza, la joven–. Resulta que lo que te pasó, te pone "filo" conmigo, ¿y yo no puedo saberlo por no sé qué razón? Ah, no, 'cachito'. O me lo dices ahora, o mejor no me dirijas nunca más la palabra.
El tono emocionado de las últimas palabras de Nuri, hace que Cristian se convenza de que está hablando muy en serio. Decide que lo mejor es contarle la verdad. Lo relativo a su ex pololo, por supuesto. Porque lo de la nota arrugada no se atrevería a revelárselo. Por vergüenza y por timidez.
—Lo que pasa es que hace varias semanas, me topé con un... con un joven... que...
—¿Y...?
—Bueno este joven dijo que era tu pololo, o que "andaba" contigo... y...
—¿Conmigo?... Pero si yo no tengo pololo... Bueno, antes tenía pero ya no... ¿ Y quién es? ¿Cómo se llama? ¿Qué te dijo?...
—Dijo que se llamaba Claudio y que...
—¡El muy maldito!... Yo nunca pololié' con él –interrumpe la muchacha molesta–. Lo que pasa es que lo conocí en un "carrete" que hicieron los cabros del curso de una amiga, y me invitaron. "Anduvimos" como por un mes, pero lo mandé a la c... porque me di cuenta que era "pato malo". El estúpido viene a veces a molestarme a la salida del liceo, pero yo no lo inflo. Bueno... y eso ¿qué tiene que ver conmigo, o contigo?...
—Es que me amenazó con un cuchillo, y dijo que si me veía conversando contigo, me iba a apuñalar...
—¿Y quién se cree que es ese estúpido, infeliz? ... ¿Mi dueño? –interrumpe furiosa la muchacha–. Déjalo no más que se atreva a hacerte algo. Yo tengo unos amigos más patos malos que él. Si yo les digo, ese... ese desgraciado no dura un día más con el "cuero lizo".
—¡Cálmate, por favor, Nuri! –exclama alarmado el joven, ante tal despliegue de furia descontrolada...
—Perdóname "cachito". Pero es que ese infeliz me pone tan furiosa... Me... me descontrola... –exclama la muchacha, rascándose las palmas de las manos por el nerviosismo–. Yo ya no sé de qué forma decirle al estúpido, que no quiero saber nada de él. Pero es tan 'hinchador' y puntudo... –dice, levantando los brazos, impaciente.
—Yo no quería decirte por eso mismo. Sabía que te ibas a enojar...
—Pero obvio pu', "cachito". No iba a joderme de la risa ¿verdad? –dice la muchacha con los brazos en jarra–. Pero estuvo bien que me lo contaras. Yo ya había llegado a pensar que tenía lepra, ja, ja, ja. –agrega la joven, más aliviada–. Mira, "cachito". Tú no tienes de qué preocuparte. Ese estúpido no nos va a ver aquí en el colegio. Y si quieres, cuando salgamos del liceo, nos vamos separados, para no hacerte problemas a ti ¿Te parece? Yo le voy a hacer una visita con mis amigos al desgraciado, y no le van a quedar ganas de molestar a nadie.
—Por favor, no flaquita...
—No te preocupes... Déjamelo a mí, "ratoncito". Yo me encargo.
—Es que después se va a desquitar conmigo y...
—No se va a desquitar contigo, "cachito". Confía en mí.
Resulta claro para Cristian, que nada de lo que diga va a hacer cambiar de opinión a la decidida muchacha. El solo pensar en las consecuencias que podría tener "la visita" de Nuri a Claudio, le hace sentir un agudo dolor de estómago y un temblor en las piernas que, muy a pesar suyo, ya se le está haciendo familiar. ¿Por qué su relación con el sexo débil, hasta ahora, siempre termina transformándose en una peligrosa experiencia? ¿Sexo débil? ¡Ja!. Habría que meditarlo... Sí señor.

Los días de ese mes de Abril, pasan raudos. Su tío al fin aceptó la invitación para ir a almorzar a casa de Tito. Andrés Avila, su compañero de curso, lo ha estado buscando para conversar sobre sus creencias religiosas, las cuales a Cristian no le interesan mucho. Sin embargo, algo que Andrés dijo acerca del "Reino de Dios", le hizo surgir la curiosidad. Tal vez podría aprender algo más de aquel lugar donde doña Melania, su vecina de Chalinga, ha enviado a todos sus parientes. Lamentablemente, justo cuando la conversación se estaba tornando interesante para Cristian, tuvieron que entrar a clases. Después Andrés se enfermó, y no ha regresado a clases hace ya dos semanas. Las preguntas de Cristian, tendrán que esperar.
El profesor de Matemáticas les dijo que debido a un problema personal, tendría que ausentarse del Liceo por un mes. Lo reemplazaría el señor Leonardo Miranda, profesor del 4to. medio, hasta que él regrese. El nombre le resulta familiar a Cristian. Es el hermano de la señorita Nélida, la polola de Alfredo. Hasta ahora no ha tenido la oportunidad de conversar con él. Solo cuando su tío se lo presentó brevemente después de una reunión de apoderados.
Como los días están comenzando a ponerse fríos, Nélida y Alfredo ya no van a la playa. Pero a Cristian le agrada bajar a un pequeño sector del litoral, cerca de unos acantilados. Disfruta meditando sobre las cosas que le suceden, encaramado sobre una gran roca, donde golpean las olas fuertemente, llenando sus mejillas de gotitas de mar. Se imagina lo que sucedería si llegara a caer al mar. No quedaría vivo para contarlo. Detrás de la roca hay una hendidura que protege del viento. Allí, sobre la arena, le gusta dormitar, los sábados por la tarde, y los domingos por la mañana, para no tener que toparse con la señorita Nélida, que lo pone nervioso con sus escotes y minifaldas. Y no tener que aceptar las invitaciones de Tito a jugar a la pelota con sus "amigotes". También le ayuda a evitar encontrarse con Licha, la líder de los "Malditos". Aprovecha de escribir sus poesías en un cuaderno de, o simplemente leer algún libro recomendado en clases por el “3 R”. Es lo que hace ese Domingo por la Mañana.
Desde su posición ve a algunos viejos harapientos, recoger algas en unos sacos. Seguramente después la venderán a alguna pequeña empresa de elaboración.
Con los ojos cerrados recuerda el almuerzo de ayer, en casa de Tito...Alfredo le dijo que una vez, ya había aceptado una invitación de los Ibarra. Pero después había tenido que excusarse, pues Nélida se había molestado. Ella conoce de vista a la señorita Marcia, la hermana de Tito, y se pone celosa. Por lo menos eso piensa Alfredo. El caso es que su tío estaba extrañamente nervioso, ese día... Tal vez temía que Nélida se enterara y le hiciera alguna escena. Durante la conversación del almuerzo, Marcia miraba de reojo a Alfredo, quien se hacía el que no se daba cuenta. Pero seguro que se daba cuenta. Cristian lo había sorprendido en mas de una ocasión, mirándola disimuladamente.
Tito, como siempre, se había lucido haciendo sus bromas de mal gusto. Recuerda especialmente un momento de la conversación cuando Tito le hizo esa pregunta indiscreta a Alfredo...
—“Don Alfredo –preguntó haciéndose el inocente, (porque él jamás llama a Alfredo por "Don Alfredo")-. ¿Usted tiene pensado casarse algún día?
En medio de las miradas fulminantes que le dispensaron a Tito, su madre y su hermana, recuerda que Alfredo, que en ese momento se estaba echando un trozo de carne a la boca, casi se atraganta con la pregunta, y tuvo que toser varias veces para poder responder. La señora Verónica, le dijo que no tenía porqué contestar las preguntas tontas de Tito, pero Alfredo no le dio importancia.
—“No, está bien, doña Verónica. No me molesta –dijo sonriendo, al darse cuenta de la jugarreta de Tito–. La verdad es que no he pensado en eso todavía, Tito. Primero tengo que lograr disponer de una casa propia y salir de algunas deudas importantes que tengo, antes de pensar en casarme. Además me gustaría que Cristian saque su cuarto medio primero, para que así pueda independizarse económicamente.
—“¿Se va a casar con la señorita Nélida? –preguntó Tito, haciéndose el indiferente, sin dirigir la vista a Alfredo, mientras se llevaba el tenedor a la boca, como si su pregunta fuera lo más normal del mundo.
—“¡Tito! –reaccionaron las dos mujeres al mismo tiempo, dando una fulminante mirada al impertinente. Don Héctor, levantó su mano señalando a Tito, que detuviera esos comentarios.
—¿Qué pasa?...¿Dije algo malo, que me miran tan feo? –dijo Tito llevándose los brazos al rostro como si se protegiera de algún golpe–. Pero si casarse es lo más normal. ¿No es cierto Alfredo?...
—“Ja, ja, ja. No tomen en serio a Tito –respondió riendo Alfredo–. Del cien por ciento de lo que habla, el diez lo hace en serio. Mira Tito, aunque ya hemos conversado el tema antes, te lo voy a repetir, ya que me lo preguntas...
—“Don Alfredo no tiene por qué... –protestó Marcia, avergonzada, mientras dio un soberbio pellizco en el brazo a su hermano.
—“No, está bien Marcia. No se preocupe. En verdad no me molesta, en serio –dijo riendo ante las muecas exageradas de dolor que puso Tito, por el pellizco que le propinó su hermana–. Lo que pasa es que no voy a casarme, al menos por un buen rato. Y con respecto a Nélida, ella solo es mi polola. Nunca hemos hablado de casamiento. La verdad es que a veces no nos llevamos bien, y no sé si estoy preparado todavía para dar ese paso. Supongo que algún día tendré que darlo.
Cristian captó la satisfacción que las palabras de Alfredo causaron en Marcia. Lo notó en los esfuerzos que hizo por disimular la sonrisa que luchaba por apoderarse de su sonrojado rostro. También le quedó claro que las pretensiones de matrimonio, eran exclusivamente producto de la imaginación de Nélida, y que su tío no compartía para nada esa idea.
Sumido en esos pensamientos, recordó las palabras que un día le expresara su abuelo acerca de las mujeres:
“—Nunca trates de entender a las mujeres, Chatito lindo. Si no te vas a volver loco, hijo. A las mujeres no hay que entenderlas. Hay que comprenderlas, y aceptarlas como son.”–decía riendo ante las protestas de la abuela, que argumentaba, un poco en serio y un poco en broma, que eran los hombres los complicados, por que para saber lo que hacían, había que suponer lo contrario de lo que decían. Una forma muy elegante de decir que eran unos mentirosos.
Unos jeans azules, parados justo delante de él le hacen levantar la vista. Su corazón casi se le paraliza de la impresión...
—Hola, rico. ¿Dónde te habías metido, puedo sentarme a tu lado?
Era obvio que la pregunta estaba demás, porque la muchacha se sienta a su lado sin esperar respuesta. Lo observa con mirada sonriente y algo burlona, con un cigarrillo en la boca. Lleva puesta chaqueta de cuero. Su pelo largo cubre gran parte de su agraciado rostro, debido al viento.
—¿Te acuerdas de mi? –pregunta con un tono que intenta parecer seductor.
—Si, cla...claro. Tú eres la niña a la que regalé mi reloj –balbucea nervioso, tratando de conservar la calma.
—Y...¿recuerdas mi nombre?... Me llamo Licha –dice, sin esperar respuesta del joven–. Y tú, cómo te llamas, rico? –pregunta, echando su pelo hacia atrás, de forma coqueta, mientras apaga la colilla de cigarrillo en una piedra.
—“Cristian” –responde, tratando de engrosar la voz que ha estado saliendo un poco aflautada por los nervios.
—Ah... –responde, tratando de parecer indiferente–. Tú no eres de acá ¿verdad?. No recuerdo haberte visto por la pobla.
—Si,... quiero decir, no. Yo vivía en Ovalle –responde, sin mencionar a su pueblito, por no querer parecer tan provinciano–. Vivo con mi tío.
—Ah... –responde la muchacha por todo comentario. Por un momento que parece interminable para Cristian, se le queda mirando sin decir palabra. Como si tratara de investigarlo con su mirada.
—¿Te ha hecho algo el Claudio? –pregunta la joven, después de un rato.
—¿Quién?
—Claudio, el que te amenazó por la loca con la que “pegas” en tu colegio.
—Ah. No, no lo he visto. Además era en serio cuando le dije que yo solo soy amigo de ella.
—¿Tú no “andas” con ninguna mina? –pregunta, clavando su mirada en el joven, para ver su reacción.
—¿Tú te refieres a si estoy pololeando?
—Seguro.
—No. No estoy pololeando con nadie –responde Cristian, ya un poco mas tranquilo.
—Ah...
—¿Por qué lo preguntas? –dice el joven, tratando de aparentar seguridad.
—¿ Te molesta?
—¿Qué?
—¿Qué te pregunte?...
—No. Por qué habría de molestarme... No.
—¿Tú eres de los “gatos pardos? –pregunta de manera intempestiva, la muchacha.
—No, ni loco –se apresura a responder Cristian, enfatizando sus palabras, ya que conoce los sentimientos de la muchacha para con el grupo.
—Pero me dijeron que te habían visto con el negro Tito... –pregunta la muchacha, sin despegar su profunda mirada del joven.
—No, lo que pasa es que yo vivo en el patio de la casa de él. Con mi tío, arrendamos una pieza.
—Ah, así es que vives en su casa –dice complacida la muchacha.
Cristian tarde se percata que debió morderse la lengua. Ahora Licha ya sabe donde vive. Se pregunta cómo pudo ser tan cándido. De nuevo su nerviosismo le hace sonrojarse.
—¿Te da vergüenza que hable contigo?. Qué tierno... –pregunta sonriente la muchacha, al darse cuenta de la timidez del joven.
—No, no es eso –se apresura a responder–. Lo que pasa es que me pone nervioso saber que ese... Claudio quiera...
—¿Te preocupa eso? No te hagas drama por eso, loquillo. Ya se las canté al loco, que si te pone las manos encima, se la va ha ver conmigo. Ya les tengo advertido a todos. Así es que no tienes de qué preocuparte –asegura la muchacha, acariciándole la barbilla.
—Gracias... Y...¿por qué haces eso? –pregunta con curiosidad mal disimulada.
—Porque te encuentro tierno, loquillo. Tú eres distinto a los pasaos’ pa’ la punta que he conocido. Tenís’ modales bonitos y.... ¿No serís’ marica, verdad? –pregunta de pronto, poniéndose seria.
—¿Homosexual, dices? Ja, ja, ja. No, por supuesto que no, ja, ja, ja –responde divertido.
La pregunta de Licha, hecha de forma tan seria y como asustada, ha logrado hacer reír a Cristian, sacándolo de su nerviosismo. Ahora, la chica no le parece tan temible, con todo su karate y eso. La muchacha, también se contagia con la risa de Cristian, disculpándose por haberlo pensado.
—Está bien. No te preocupes... ¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro, dime no más –responde la muchacha, cambiando completamente de actitud, como tratando de parecer mas femenina, mientras se arregla el cabello.
—¿Cómo me encontraste?
—No tenía idea que estabas aquí, en serio. Yo vengo siempre a este lugar... ¿Sabías que aquí, desde esa roca, se suicidó una galla?
—¿En serio?
—La “dura”. Cuando mataron a mi hermano, yo me bajonié’ tanto, que casi cometo la misma tontera en este mismo lugar. ¿Sabías que los “gatos pardos”lo mataron?
—No, no lo sabía. ¿Pero estás segura que fueron ellos?
—Mi otro hermano, el mayor, dice que no. Pero yo estoy segura que fueron ellos.
—¿Y porqué estás tan segura? A lo mejor te equivocas –dice Cristian, con prudencia, para no molestar a la muchacha.
—Por que me lo contó alguien que los vio. Y por eso a mi no me van a engañar, como a mi hermano, que no quiso creer.
—Disculpa...¿Te dijo tu hermano por qué no cree?
—Bueno, él se me corre cuando yo le pregunto. Pero yo sé que es porque no le cree al que nos contó.
—¿Y tú le crees?
—Claro, pu’. No tengo por qué no creerle, si nunca me ha mentido.
—¿Estás bien segura que no te ha mentido? –pregunta el joven, produciendo un silencio en la muchacha y una dura mirada.
—Oye, ¿Tu estás a favor de los “gatos”, o creí’ que estoy rallá?
—Perdona, no quise molestarte, sólo que a veces las cosas no son lo que parecen. Mi abuelo Benancio, me enseñó que siempre cuando hay alguien que cuenta las cosas de una manera, hay otro que las revela.
—Y... qué quiere decir eso...–pregunta intrigada la muchacha.
—Bueno, que siempre hay que escuchar a mas de una persona para asegurarse de las cosas, creo. ¿No te parece?
—Oye, tu estai’ hablando igual que mi mamá. Ella nunca le creía los cuentos a mis hermanos, y siempre les decía así. Después iba y les preguntaba a las viejas sapas de la pobla, y a ellas si les creía. Mala onda, gallo.
—Bueno, pero ¿tenía razón para no creerle a tus hermanos?
—Bueno, la “dura” es que eran mas cuenteros que, puchas que eran cuenteros, ja, ja, ja.
—¿Ves?. Seguramente tu mamá lo sabía y por eso no les creía.
—Sí, pero me daba rabia que confiara mas en las viejas de la pobla, que en nosotros.
—Bueno, si piensas así, dile que eso te duele, y a lo mejor, ella te comprende.
—¿A mi mamá? ... Va a ser difícil, porque ella murió hace tres años.
—Oh, lo siento... no sabía.
—Está bien. No hay drama, loquito. Eso fue lo que me bajoneó mas, cuando mataron a mi hermano. No tener quién me consolara. A veces vengo a este lugar, aquí mismo donde estamos ahora, a llorar sola...
—¿Y tu papá?
—El viejo nos abandonó cuando éramos chicos, y se fue con otra vieja. Mi mamá nos crió sola, hasta que murió. Después mi hermano mayor se hizo cargo de nosotros. El es como mi papá. A veces se pone pesao’, el saco de pernos. Pero por lo menos nos llevamos.
—¿Por qué dices que se pone pesado?
—Porque me vigila pa’ todas partes. Parece “paco”, al lado mío. Me corretea a todos los “minos” con que he andado. Los cabros le tienen tanto miedo, que ya nadie quiere andar conmigo.
—Pero debe ser por que te quiere, y no desea que te pase nada...
—Si, pero si sigo así voy a terminar siendo monja... Además yo sé cuidarme sola.
—Pero de todos modos puede pasarte algo. Este barrio parece que es peligroso –dice Cristian, arrepintiéndose enseguida por haberlo mencionado, por la experiencia que él mismo pasó con los amigos de Licha.
—No pasa ná, loquito. En la pobla me conocen todos. A quién hay que temer es a los "Narcos". Esos son peligrosos. Pero no son de este barrio, y yo no me meto con ellos. Además donde trabaja mi hermano, hay uno que es de ese cuento. Así que mi hermano dice que mientras no nos metamos con ellos, no nos pasará nada. En el grupo de nosotros hay algunos "pilotos", pero ese es cuento de ellos. Cada uno responde por su cuero.
—¿Qué son los "pilotos"?.
La muchacha pausa por un instante, como preguntándose si debería dar detalles del asunto, al joven...
—Son "mojones" chicos que entregan la "mercadería". Pero yo aparte de fumarme un pito de vez en cuando, no me meto en ese tema. ¿cachai´?. A mi lo que me preocupa es saber quién fue el desgraciado que se "echó" a mi hermano. Cuando lo sepa le voy a meter las dos patas en el hocico, y le voy a sacar toda la choclera. Por eso aprendí karate. Además participo deportivamente en el campeonato nacional. ¿sabías?... Tengo medallas y trofeos.
La muchacha se incorpora, limpiándose la arena de los jeans, y se queda mirando el mar, sumida en sus pensamientos. Cristian solo se la queda mirando, y también se pone de pié. Luego de un instante, se vuelve hacia Cristian, sacándose el reloj de la muñeca.
—¿Sabes? Después que tu me regalaste este reloj, de manera tan tierna, no he podido quedarme tranquila. Yo sé que lo hiciste para que el loco del Claudio no te punzara. Por eso te he estado buscando, para devolvértelo. Yo sé que a ti te hace mas falta. Yo ya tengo reloj. Así es que puedes quedártelo, y no le digas a nadie que te lo devolví. ¿ya?
La reacción de la muchacha deja completamente sorprendido a Cristian, quien no atina a decir nada. La muchacha sin decir más, da la vuelta y se encamina hacia los departamentos, al otro lado de la carretera, en dirección a su casa. Por un instante Cristian se queda mirando el reloj pulsera, sin saber qué hacer. Luego corre hacia la joven que lleva avanzado un buen trecho...
—¡Licha, Licha!...¡Espera, por favor!
Finalmente la alcanza, justo llegando a la carretera costera, mientras ella espera que pasen los vehículos, para cruzar. Sorprendida por el llamado del joven, solo se le queda mirando para saber el motivo de su carrera...
—Qué bueno que te alcancé –dice recobrando el resuello–. Por favor, deseo que te quedes con el reloj –dice ante la sorprendida mirada de la muchacha.
—Pero... pero ¿porqué?, si es tuyo, loquillo. –dice sonriente y sorprendida.
—Mira, en realidad yo deseo regalártelo. No es que me sienta obligado, en serio. Además yo ya le dije a mi tío que se me había perdido en el colegio. Así es que ¿cómo le voy a explicar que de nuevo lo tengo?.
—Le puedes decir que lo encontraste, o que un amigo lo encontró y te lo devolvió. ¿Cuál es el drama?... Además te hace falta. No seas ganso.
—Oye. Yo ya estoy harto de que me digan que soy ganso –dice molesto, ante la sorpresa de Licha, que no esperaba una actitud firme como esa–. Yo no soy ganso. Seré tímido, vergonzoso, melancólico, lo que quieras. Pero no ganso.
—Perdona , loquillo...yo...
—Nada. Soy yo el que desea obsequiarte el reloj –dice con firmeza, mientras le pone el reloj en la muñeca a la joven–, por que me agradó tu actitud. Y por último por que me da la gana, pero no por que sea ganso. ¿De acuerdo?
Cristian no puede creer que esté hablando de esa manera a la muchacha a quien hasta hace poco, le aterrorizaba encontrarse. Por su parte, Licha, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, no atina a nada. Se le queda mirando con ojos vidriados, para luego en un impulso inesperado, abrazarlo y besarlo largamente en la boca. Esta vez es Cristian quién se lleva la sorpresa, quedando prácticamente petrificado en el suelo. Nunca lo habían besado así... ¡Nunca lo habían besado!... Ni a "su Bety", en Chalinga, había logrado robarle un beso. La experiencia, desconocida para su joven corazón, hace que éste comience a retumbar locamente.
La muchacha, sin mas, echa a correr en dirección a los cerros, hacia su casa, sin esperar la reacción de Cristian, quien por toda reacción se lleva sus manos a la boca como queriendo comprobar que lo que había sucedido era verdad.

Se le antoja el rostro del abuelo, mirándole sonriente...

“—Nunca trates de entender a las mujeres, Chatito lindo... Son un misterio inexplicable."



FIN DEL CAPÍTULO 13

lunes, octubre 29, 2007

DISCULPAS POR NO PUBLICACIÓN

A los posibles lectores:

Debido al cambio de sistema en Blogspot, estuve sin poder publicar mucho tiempo. Las disculpas al único lector del sitio (ja, ja). Por ello he subido tres capítulos de una. A partir de ahora no acompañaré los capítulos con Glosarios. Espero esto no dificulte la comprensión de la novela.

Desde ya muchas gracias.

El Autor.

—EN CASA DE DOÑA SOLEDAD— Cap. 12

Antuco vino a buscarlo puntualmente. Claro, cuando hay algún chocolate de por medio, nadie tiene que decirle que sea puntual. Después de peinarse, y de arreglarle el cuello torcido a la camisa del Antuco, Cristian y el niño se dirigen a casa de la señora Soledad...
—¿Cómo lograste que te diera permiso tu mamá? –pregunta Cristian, curioso.
—Le dije que iba a la casa de mi madrina.
—¿Y te creyó?
—Claro, pu’. Siempre me cree –responde el niño, con aire de suficiencia.
—¿Y si después le pregunta a tu madrina?
—Mi madrina le va a decir que estuve con ella.
—¿Y tu madrina te apoya en eso? –pregunta con incredulidad y sorpresa el joven.
—Claro, pu’. Si ella me ayuda. ¿No vis’ que ella es amiga de la Lo...de la señora Sole?
—¿Ah si?
—Si pu’. Lo que pasa es que mi madrina dice que mi mamá se pone muy “cuica” a veces. Por eso ella me deja ir donde la señora Sole, y le dice a mi mamá que estuve en la casa de ella.
—¿Y nunca los ha pillado tu mamá?
—No nunca. Claro que me acuerdo de una vez que 'casi'.
—¿Ah si? ¿Y cómo fue eso? –pregunta Cristian, deseoso de escuchar alguna diablura del Antuco.
—Esa vez yo estaba en la casa de la Lo... de la señora Sole, cuando mi mamá mandó a la Lore’ a buscarme a la casa de mi madrina pa’ que le fuera a comprar al almacén.
—¿Te refieres a tu hermanita?
—Si´, pu’. La Loreto. Acuérdate que de cariño le decimos ‘Lore’.
—Ah si, tú me contaste. Sigue no más.
—Bueno, Cuando la Lore’ llegó a buscarme, llegó y entró no más, pu’. Y empezó a llamarme: “Antuco”, “Antuco....dice mi mamá que ‘vayai’ a comprar al armacén”... –el niño gesticula y hace ademanes, describiendo los acontecimientos, cosa que divierte a Cristian.
—¿Y?
—Espérate, pu socio. Déjame contarte a mí no más. No me ‘ interrumpai’, pu’.
—Ah, bueno, perdona.
—¿En qué parte iba?... Ah, sí... Cuando la Lore’ llegó y empezó a llamarme, mi madrina no sabía qué hacer para que no nos pillara, porque la Lore’ es mas re’ sapa?. Too’ le cuenta a mi mamá. Y si yo le doy chocolate para que no me acuse, me recibe el chocolate y después igual me acusa. Es mas re’ sapa?. Bueno, la cuestión es que mi madrina... a ver cómo fue la cosa... Ah. Ya me acordé. Mi madrina le dijo que yo estaba en el baño, haciendo cacú, y que ella me daría el recado. Entonces la Lore’ se puso a golpear la puerta del baño y a gritar que me apurara. Entonces como yo no respondía, claro cómo iba a responder si estaba en la casa de la señora Sole ¿no es cierto?
—Me imagino.
—Entonces como yo no respondía, la Lore’ le dijo a mi madrina que a lo mejor yo me había muerto. Entonces mi madrina le dijo que cómo se le ocurría hablar esas tonteras, y la Lore’ se puso a llorar por que yo no le contestaba. Y entonces mi madrina le dijo que a lo mejor yo me había quedado dormido, pero no que me ‘hubría’ muerto...
— “Hubiera”
—¿Cómo?
—Se dice “hubiera”, no “hubría”.
—Bueno, eso... La cuestión es que la Lore’ salió llorando a buscar a mi mamá, y le dijo que yo me ‘hubiera’ muerto en el baño de mi madrina.
—Se dice... Bueno, no importa, sigue no más. ¿Y?.
—Después llegó mi mamá toda desesperada a ver qué me ¿hubiera pasado?...
—“Qué te había pasado”...
—Eso. Y mi madrina estaba más desesperada todavía, por que mi mamá nos iba a pillar que yo no estaba en su casa si no que en la casa de... la señora Sole.
—¿ Y qué hizo?
—Cuando llegó mi mamá, le dijo que yo ya había salido del baño y que ella me había mandado a comprar, y que la Lore’ decía puras tonteras no más. Entonces mi mamá retó a la Lore’ por asustarla, y le pegó en el trasero. Ja, ja, ja. Es más re’ tonta?
—¿ Y no te remuerde la conciencia por que le pegaron a tu hermanita por tu culpa? –dice Cristian al niño, para ver su reacción.
—¿Por qué, pu’? Chis’, ¿Y todas las veces que me han pegado a mí por culpa de ella, cuando me acusa?
—Pero si te acusa, es por que hiciste algo malo...
—No, pu’ socio. Si ella, a veces, me acusa de puras mentiras que inventa no más, para que me peguen. ¿No vis’ que ella es la regalona y toos’ le creen?.
—"A veces"...
—Si, pu’.
—Bueno, ¿y cuando te acusa las otras veces que no son mentiras?...
—Mira socio, ya llegamos. Aquí vive la señora Sole...
Muy convenientemente para el Antuco, llegan a la casa de la señora Soledad. Le llama la atención a Cristian, el jardín bien cuidado de la mujer. La casita, modesta, pequeña, sin embargo muy bien cuidada y arreglada, no guarda relación con la fama de la dueña. Doña Soledad los recibe muy contenta y con exagerada amabilidad. Su vestido floreado, largo con vuelos, le hace parecer a esas damas antiguas. Su pelo largo semirubio, teñido, amarrado con un grueso cintillo, cae libre sobre su espalda. Su perro, "Pequitas", no deja de ladrar a Cristian.
—¡Deja de ladrar a Cristiancito, pesado! –reprende a su perro la mujer–. Si él es un niño bueno, ¿verdad Cristiancito?
—Bueno, eso creo –responde Cristian, divertido por los esfuerzos del "Pequitas" por asustarlo, mientras al mismo tiempo "valientemente" se esconde detrás de doña Soledad.
La mujer les invita a sentarse a la mesa, la cual ha surtido de dulces, queque y algunas golosinas, lo que hace abrir desmesuradamente los ojos al Antuco, afectando sus glándulas salivales; cosa que no pueden dejar de notar sus dos compañeros de mesa, quienes intercambian miradas divertidas.
—El "Tuquito", es uno de los más fervientes admiradores de mis dulces –comenta con picardía la mujer a Cristian–. ¿Verdad "Tuquito"?.
El niño baja la vista avergonzado, sin emitir comentario.
—Ay, no te molestes mi amorcito, –dice la mujer con tono maternal–. Si lo digo de gusto. No es para que te pongas colorado, Ji, ji, ji.
—¿ Usted vive sola, señora Soledad? –interviene Cristian para sacar al Antuco de su incomodidad.
—Sí, mi tesorito. Como lo indica mi nombre "Soledad". Mi única familia es el “ Pequitas”, mi perrito- –la mujer acaricia tiernamente el pelaje del perro, a quién a sentado en su falda.
—¿Usted nunca tuvo hijos?
—Nunca quise tener hijos –responde con cierto aire de tristeza–. Es que para traer hijos al mundo, hay que poder cuidarlos y educarlos, y yo con la vida de gitana que llevaba, ji, ji, ji, nunca habría podido darles la atención que hubieran necesitado. Pero a veces me siento sola y como que me habría gustado tener uno que hubiera sido. Aaah, pero después me digo: “¿Y pa’qué querís hijos, Sole, cuando pa’ lo único que sirven los hijos hoy día es para hacer pasar rabia a los padres?.” Si los hijos de hoy día son muy ingratos, Cristiancito. Claro que no todos, por supuesto, como tú por ejemplo. Debes haber sido un muy buen hijo.
—¿Usted fue gitana, señora Sole? –pregunta abriendo los ojos el Antuco.
—Ja, ja, ja. Claro que no, "Tuquito". Es una forma de decir –responde divertida doña Soledad–. Lo que pasa es que yo fui una artista muy famosa cuando era joven. Cantaba y bailaba. Actué en muchas partes de Chile, uuuh, si yo les contara. La gente me pedía a gritos que saliera a cantar. Tengo “hartas” fotos de cuando era artista. ¿quieren verlas?.
—Yo ya las he visto varias veces, señora Sole –responde el niño, un tanto afligido.
—Tienes razón, "Tuquito", pero Cristiancito no las ha visto aún. ¿Quieres verlas, hijo?
—Sí, me encantaría –responde el joven, con sinceridad.
La mujer entra a su dormitorio, por un instante, y luego regresa trayendo un grueso álbum de fotografías, el cual abraza sobre su pecho, como algo muy preciado. El perro ahora se acerca a Cristian (a quien al parecer ha incluido entre sus conocidos, ya que no le ladra), moviendo su cola y jadeando.
—Mira, esta es de mi marido. Bueno, del que fue mi marido –dice, mientras muestra una de la fotografías a Cristian, quien ante la insistencia del "Pequitas", lo toma en sus brazos–. El se fue para Argentina y nunca volví a saber de él. El era promotor de artistas, y seguro que se encamotó con alguna flaca patas largas. En todo caso debe haber tenido las piernas más gordas que las mías, como se fue a encamotar tanto, ¿verdad? ja, ja, ja. Pero algún día pienso ir para allá, y si está casado con otra, me lo traigo "retobadito" de vuelta para acá, ja, ja, ja.
—Yo creí que su esposo había muerto –dice Cristian con cierta discreción, medio cerrando sus ojos para evitar los lengüetazos del perro, lo que causa la risa del Antuco.
—Está en Argentina –insiste la mujer, cambiando el tono de la voz, con los dientes apretados, y endureciendo su mirada , adoptando una actitud de ofendida.
—Oh, sí. Perdón, no quise molestarla –dice el joven, un tanto perturbado.
—No, mi amorcito –responde la mujer, recuperando rápidamente su sonrisa y su actitud amable–. No me haz molestado en lo absoluto, cariño. Déjame mostrarte esta foto del "Pequitas". Mira aquí está cuando recién tenía un mes de nacido ¿no es tierno?
—Si, se ve muy bonito –responde el joven, aliviado, mientras el perro se contenta, como si entendiera que están hablando de él.
—Bueno, después seguimos viendo fotos –dice doña Soledad, cerrando abruptamente el álbum de fotografías, ante la sorprendida mirada del joven–. No vaya a ser cosa de que el Antuquito, se nos desmaye de hambre, de tanto mirar los dulces, ja, ja, ja. Ya niños, sírvanse ustedes mismos. Aquí está el tecito, el pan, la mantequilla, el queso. Pon la bolsita de té en la taza, "Tuquito", para echarte el agua caliente. Cuidado, no te vaya a quemar...
Doña Soledad se mueve con habilidad al atender a sus invitados. Luego baja al perro de los brazos de Cristian, quién se ha estado esforzando en esquivar los lengüetazos del “Pequitas”. Lo deja en un cajón que al parecer es para él, con un trocito de dulce, y un poco de leche en un tazón. El Antuco apenas puede engullir el trozo de torta que se ha echado a la boca. Mientras mastica con deleite, ya le tiene echado el ojo a un apetitoso trozo de queque, que parece hacerle guiños. Cristian, de cuidados modales, observa a la mujer de reojo, mientras se sirve su taza de té. Una extraña simpatía ha nacido en él hacia doña Soledad. El trato cariñoso de la mujer, tal vez le hace pensar que así sería su madre, a la cual casi no conoció.
—¿Y tus padres, Cristiancito, viven contigo? –pregunta la mujer, como adivinando los pensamientos del joven.
—No, señora. Ellos murieron. Yo vivo con mi tío Alfredo, en la casa de los Ibarra, como a dos cuadras de aquí.
—Ay que pena... –responde doña Soledad con voz triste–. Dime "Sole" no más, mi amorcito. Así me dicen mis amigos, y quiero que tú seas mi amiguito ¿quieres? –dice la mujer, tomado el brazo del joven.
—Sí señora Sole. Claro. Me gustaría. –responde un tanto sorprendido el joven, encontrando su mirada con la del Antuco, quien le mira sonriente, con sus dientes incrustados en un sandwish de queso.
—¡Espléndido! Ahora ya tengo tres amiguitos –dice contenta la mujer mientras entrelaza los dedos de sus manos, acercándolas a su rostro.
—¿Tres? –pregunta Cristian, tratando de no parecer indiscreto.
—Claro; la Rebequita, "Tuquito", y ahora tú –responde la mujer, mientras acaricia la barbilla del joven–. Son las únicas personas que no me rechazan, o que no me tratan de loca.
—Perdón, ¿Quién es la señora Rebeca? –pregunta intrigado el joven.
—Se refiere a mi madrina –responde el Antuco, con la boca llena de pan.
—Tuquito, qué son esos modales –corrige con cariño la mujer–. No debes hablar con la boca llena, mi amorcito.
—!Up¡. Perdón –responde avergonzado el niño, mientras se limpia la boca con una servilleta.
—La Rebequita, es muy tierna conmigo –continúa la mujer–. Cuando estoy enferma, me viene a ver y se encarga de ir a retirar mis medicamentos al hospital. Incluso cuando estoy en cama, enferma, ella se da la molestia de venir a cocinarme, fíjate. Es una santa para mí. Yo le digo que es mi "madre Teresa" particular, ji, ji, ji. Ella es la única que cree que no estoy loca.
—Bueno, yo tampoco creo que lo esté –se apresura a comentar, Cristian–. Me parece una señora muy amable y cariñosa.
—¡Yo tampoco, señora Sole! –interrumpe el Antuco.
—Ay, gracias, mis tesoritos. Si no es necesario que me lo digan. Yo lo sé. –dice la mujer en tono conciliador–. Yo me refería a las otras mujeres del barrio, y todos los demás. Mucha gente se interesa en los demás solo cuando andan en busca de chismes. No pueden soportar no enterarse de la desgracia ajena. No por que deseen ayudar, si no por que quieren hacer leña del árbol caído. Agitan sus lenguas venenosas, víboras hipócritas. Apuesto a que cuando me muera, ahí van a decir: " ay, qué buena era la "loquita", para ver qué pueden rapiñar de las cosas que tengo. Pero se van a quedar con los crespos hechos, los buitres. Yo ya tengo hecho mi testamento, y se van a llevar una tremenda sorpresa cuando se enteren, ja, ja, ja.
—Perdone que le pregunte, señora Sole. ¿Por qué creen que... que usted está loca? –pregunta Cristian, con prudencia.
—Ay, tesorito. No importa, pregunta no más. Tú eres mi amiguito y puedes preguntar lo que quieras –responde la mujer poniendo tiernamente su mano en la cabeza del joven–. Bueno, lo que pasa es que a veces, cuando no me tomo mis pastillas, o cuando paso una rabia muy grande, me vuelvo una niña... Espérame un ratito, te voy a mostrar algo...
La mujer se pone de pié, entra en su dormitorio, y después de un momento regresa con una muñeca de trapo, hermosamente vestida.
—Cuando me pongo como niña –continúa la mujer–, juego con mi muñeca, "Mimí". Le acaricio el cabello y la hago dormir. Las mujeres del vecindario se burlan de mí y me gritan que soy una loca. Ella sí me comprende –balbucea mostrando a su muñeca–, por que nunca me contradice ni se burla de mí. Claro, las muñecas no pueden hablar, ¿verdad Cristiancito? ja, ja, ja. Pero cuando se me pasa, me acuerdo de toditito lo que hice, fíjate de que no se me olvida nada.
—Y esas pastillas que dice usted, ¿son para que no se ponga así? –pregunta Cristian, ante la atenta mirada del Antuco, que con sus ojos bien abiertos, parece no querer perderse nada de la conversación.
—Claro –responde la mujer–. Me las recetó el doctor Barbosa, que es un médico Brasileño, bien joven, y que me atendió cuando estuve internada en el hospital de los loquitos, cuando me dio una crisis.
—¿Le dan crisis, señora Sole? –interviene el Antuco, queriendo participar de la conversación, sin tener mucha idea de lo que está preguntando.
—Bueno, muy rara vez Tuquito. Pero cuando me dan, a veces veo personas en mi cuarto, pero yo sé que no están ahí. Yo sé que es mi imaginación no mas, pero son muy reales. Hasta puedo sentir cuando me tocan. Por eso tengo que tomar mis pastillas. Tengo varias pastillas y tengo que tener cuidado de tomarlas a mis horas. Hay unas bien chiquitas de diferentes colores. Y en la noche me tomo una “Triptilina”. Son éstas, ¿ves?. Estas chiquitas –muestra una pequeña cajita a Cristian–. Las guardo en esta cajita para que no se me olvide tomármelas.
—Pero el que a usted le den a veces esas crisis, no significa que esté loca –dice condescendiente el joven.
—Ya lo creo que no. Pero anda tú a hacerle entender eso a las chismosas del barrio –concuerda la mujer–. Se han encargado que todo el mundo me crea loca. Y yo digo que es el mundo, mas bien el que está cada día más loco, y no yo. ja, ja, ja ¿no crees, Cristiancito?
—¿Porqué dice que el mundo está loco, señora Sole? –pregunta intrigado el Antuco.
—Por que sí, pues, "Tuquito". Si el mundo dice que lo blanco es negro y que lo negro es blanco. ¿Quién es el que está loco? –responde la mujer. El Antuco da una mirada significativa a Cristian, como para recordarle que él ya le había mencionado ese comentario anteriormente, cosa que el joven recuerda perfectamente–. "Habrase visto" –continúa la mujer–, ¿Cuándo los hombres se habían vestido de mujeres, y las mujeres de hombres? Las mocosas de apenas 12 años, tienen guagua, y los taitas mas encima se lo celebran? Y si algún padre se atreve a darle un buen par de correazos a un hijo mal criado, lo acusan de maltrato infantil y lo meten preso... El otro día, sin ir más lejos, don Enrique, el señor que es taxista y que vive en la calle de más arriba, pilló a su hija de 15 años que le había mentido, y que estaba en la casa de un tontorrón grande de mas de 20 años, besuqueándose y haciendo quizás qué otras cochinadas, y le pegó un correazo que le dejó marcada la correa en las piernas. La chiquilla lo denunció a los carabineros, y a don Enrique lo metieron preso. Más encima lo amenazaron que si le volvía a pegar a su hija, lo iban a meter a la cárcel y tendría que pagar multa. Ahora la cabrita hace lo que se le antoja, y como burla se pasea con el tontorrón por toda la población. ¿Qué te parece?, ja, ja, ja. ¿No está loco este mundo?...
—¿Uno puede acusar a su papá a los carabineros, señora Sole? –pregunta interesado el Antuco.
—¿Qué estás pensando picarón? –responde doña Soledad, sonriendo pícaramente al niño–. Claro que se "puede" hacer. Pero no sería correcto pues, Tuquito. Los padres disciplinan a sus hijos, porque los quieren y no desean que cuando crezcan sean unos delincuentes, o drogadictos. Esas leyes se hicieron para proteger a los niños que son maltratados abusivamente por padres violentos. Pero parece que algunas autoridades no lo entienden, y se van al extremo de quitarles el derecho a los padres de criar a sus hijos de una manera digna.
—Pero a veces los papás le pegan re' fuerte a uno, pu' –protesta el Antuco.
—Ja, ja, ja. Bueno, ésa es la idea, pues Antuquito. Que duela –responde divertida doña Soledad–. Así el niño aprende que una mala acción reporta un castigo doloroso, y así no lo vuelve a hacer. ¿Te imaginas que los padres le pegaran tan despacio a los niños y que no les doliera nada? Los niños seguirían portándose mal, total, si no duele?...
—Yo una vez, me puse una frazada chiquita, que era de la Lore cuando ella era guaguita –confidencia sonriente el Antuco–. Me la puse doblada debajo del pantalón, y cuando mi papá me pegó, no me dolió ná'. Pero yo igual gritaba como si me hubiera dolido re' mucho. Pero la Lore me acusó, y mi papá me bajó los pantalones y me pegó re´fuerte. Chis' me dolió más?...
—Ay, este Tuquito, es todo un plato, ja, ja, ja –dice doña Soledad riendo junto con Cristian, quien, acaricia la cabeza del niño.
—Claro que hay adultos también que se portan mal –continúa la mujer–. Por eso digo que el mundo está al revés. Por ejemplo, hace un tiempo, en el almacén de doña Luisa, estaba la desvergonzada de allá arriba, esa que le quitó el marido a la chatita que vive al lado de la Rebequita, y se ufanaba diciendo que: -(doña Soledad hace gestos cómicos al imitar el modo de hablar de la mujer)-."Ay, ‘su hombre’ le había comprado esto y aquello". ¿Y tú crees que las otras mujeres que estaban allí, le reprocharon algo?... ¡Nada! Si hasta la felicitaban, hijo. A mí me dio tanta rabia, que no pude contenerme, y le dije que en vez de estar vanagloriándose con el marido de otra, mejor se fuera a preocupar de los cinco críos que dejó abandonados con su esposo, ji, ji, ji.
—¿Y ella qué le contestó? –pregunta intrigado Cristian.
—Ay, hijo. Si se me fueron todas encima. Casi me pegaron. Me dijeron de todo. Lo más suave que me dijeron, fue "loca metiche y la de tu madre...". La pobre señora Luisa estaba tan avergonzada, que después tuvo la gentileza de disculparse por lo que habían dicho sus clientas. Esa señora me gusta, porque es una dama. Nunca le he oído decir alguna grosería, cosa que en es muy difícil decir de las otras rotas que estaban allí.
—¿Y a tí, Cristiancito? –pregunta la mujer–. ¿Cómo te va en el colegio?
—Me va bien, creo. Es que llevo poco tiempo todavía –responde el joven–. El profesor jefe me dijo que la otra semana me iba a hacer unos exámenes de evaluación para poder calificarme. Ojalá me vaya bien.
—No tendría por qué irte mal. A menos que no dejes tiempo para estudiar. ¿Tú tienes polola, Cristiancito? –pregunta doña Soledad, mientras sube al perro en su falda.
—No, no me gusta pololear –responde el joven un tanto avergonzado.
—Mucho mejor –dice doña Soledad, complacida–. Los jóvenes que andan pensando en esas cosas, no dejan tiempo para sus estudios. Quieren pasarse el tiempo enamorando niñitas. Además que lo encuentro tan cruel.
—¿Cruel? -pregunta intrigado el joven.
—Sí, cruel. Cómo no va a ser cruel, pues Cristiancito –responde doña Soledad, mientras acaricia a su perro–, si cuando los jovencitos se enamoran, no pueden casarse, porque están estudiando y no tienen cómo formar un hogar todavía.
—Pero es que el pololeo no es para casarse, pu', señora Sole –interrumpe el Antuco, queriendo demostrar que sabe sobre el tema.
—Por lo mismo, Tuquito. El permitir que se desarrollen fuertes sentimientos, sin el compromiso del matrimonio, hace sufrir mucho a esos jóvenes –contesta la mujer–. Y más si algunos de ellos lo hacen solo para divertirse, como dicen. Sin tomar en cuenta el daño emocional que pueden causarle al otro, más si se 'encamotan'. ¿no crees Cristiancito?.
—Bueno, yo... en realidad no lo había pensado así.
—Muchos jovencitos no miden las consecuencias que pueden traer esos pololeos, llamados "diversión sana", Cristiancito. Algunas jovencitas han llegado a quitarse la vida por un pololo que las deja por otra niña. Y cuando no es eso, es porque quedan embarazadas. Entonces los papás las obligan a hacerse aborto, y así asesinan a una criatura inocente que no tiene la culpa de venir a la vida. O algunas que tienen miedo de que se enteren sus papás, también se quitan la vida.
—Pero no todas los que sufren se quitan la vida, ¿o sí? –pregunta preocupado el joven.
—Claro que no, Cristiancito. Pero ¿Quién puede saber cómo reaccionará un corazoncito joven y sin experiencia, a un desengaño amoroso? Tú sabes que los adolescentes toman todo tan exageradamente... Se creen feos, que tienen la nariz muy grande, que nadie los “pesca”, como dicen ellos... que nadie los entiende... Imagínate cuando se sienten engañados, o abandonados por sus pololos.
—Si, pues. Tiene razón.
—Ahora ¿qué me dices tú, de todas esas niñitas que tienen que criar a sus hijos, solas, cuando ellas mismas necesitan que las cuiden y las críen? Además, casi ningún hombre está dispuesto a hacerse cargo de hijos ajenos, y las pobres cabritas tienen que quedarse solas con sus críos. Además muchos jóvenes creen que cuando una niña tiene un hijo, es por que son mujeres fáciles. Así es que las pobres niñitas pasan de uno en otro mocoso, buscando marido, y lo único que consiguen es llenarse de más críos. ¡ Pobres pajaritos! Pero el mundo está así ahora. Dan ganas de ponerse a llorar.
—Pero, ¿no se puede pololear sin tener hijos? –pregunta el Antuco con sus ojos bien abiertos, por lo novedoso del tema para él.
—Ja, ja, ja... Me había olvidado que el Tuquito estaba escuchando conversaciones de grandes –dice doña Soledad–. Debe tener las orejas cono antenas de televisión. Ja, ja, ja.
El niño baja la vista avergonzado, pero doña Soledad lo tranquiliza rápidamente, acariciando su "espinuda" cabellera.
—Ay, mi amorcito, no se me ponga así. Si lo digo en broma nada más, ji, ji, ji –ríe divertida–. Bueno, lo que pasa Tuquito, es que los jóvenes cuando se abrazan, y se dan besitos, y se hacen cariñito, y más cariñito, y más cariñito... después no pueden evitar que se les pase la mano, como se dice ¿no?. Entonces se les sube la temperatura, ji, ji, ji. Y entonces se ponen a tener hijitos, pues. ¿Ves?
—Ah... ¿ Y cómo...? –pregunta el niño.
—Ay, no. Hasta aquí no más llego yo, pues Tuquito. Ja, ja, ja. –ríe de buena gana doña Soledad, mientras se hace para atrás, apoyando su espalda al respaldo de la silla, ante la mirada divertida de Cristian que acaricia la cabeza del niño–. Lo demás vas a tener que preguntárselo a tu mamá o al profesor de tu escuela, ji, ji, ji. O vas a tener que esperar "cuando seas grande" como dicen por ahí., ja, ja, ja.
El niño ríe también, poniendo su mano abierta sobre su rostro, mirando entre sus dedos, sin entender mucho, pero queriendo aparentar que entiende todo. El "Pequitas" ladra contento, como si quisiera participar de ese momento alegre.
—¿Quieres otra tacita de té, Tuquito?, ¿Y tú, Cristiancito? –pregunta la mujer mientras deposita otro trozo de dulce en el plato del Antuco, y también en el de Cristian.
—Sí, gracias –responde el niño–. ¿Me puedo servir otro pedazo de torta?
—Claro, mi amor. Veo que te gustó la torta que hice ¿eh?
—¿Usted la hizo? –pregunta Cristian–. Está muy rica.
—Gracias, cariñito. Ustedes me dan ánimo con sus halagos. Son unos Amores. Para el mes de Julio, está de aniversario el “Pequitas”. Así que haré una fiestecita y ahí haré una rica torta. Ustedes serán mis invitados exclusivos.
—¿Aniversario?, ¿Exclusivos? –pregunta intrigado el niño.
—Si, Tuquito. Ese mes se cumple un año desde que me regalaron al “Pequitas”. Era tan mononito y chiquito, ji, ji, ji.
—¿Y por qué exclusivos? –insiste el niño.
—Ah, porque ustedes serán los únicos que estarán en esa fiestecita. Ah, y la Rebequita, por supuesto.
—¿Y va a haber chocolates? –pregunta con entusiasmo el Antuco.
—Ja, ja, ja... Por supuesto, Tuquito. Ahora también tengo unos chocolatitos guardados para ti, que compré en el supermercado.
—¿Me puedo comer uno? –pregunta tímidamente el niño.
—Ja, ja, ja... ¿Y dónde le cabe tanto a este niño? –pregunta divertida doña Soledad, ante la risa de Cristian.
La velada continúa entre las anécdotas del Antuco, las fotografías de doña Soledad, y los ladridos del "Pequitas", que cada vez que escucha reír, piensa que es una señal para ladrar y mover la cola.
El Antuco da cuenta de dos barras de chocolate, y otro trozo de torta, mientras conversa con la boca llena, ante las recriminaciones de doña Soledad. Cristian no recuerda haber pasado un rato tan agradable cómo aquel, y con tan extraños personajes, y de tan diversas generaciones. Bien decía su abuelo, que a veces se aprende de la vida, en donde menos se piensa. Se alegra de no haber acompañado a Alfredo y Nélida, y haber optado por conocer a tan interesante señora.

Como a las 9 de la noche, Tito lo invita a salir a juntarse con sus amigos, pero Cristian se excusa aduciendo que tiene que conversar con su tío que se va a la mina. No quiere herir a Tito, pero tampoco le agrada la idea de encontrarse con sus "amigotes", como les llama la mamá de Tito.
Esa noche, Alfredo se regresa a la mina. Le deja el encargo de recibir durante la semana, a un compañero de trabajo del otro turno, quien llevará una cama de una plaza para Cristian. Por fin podrá dormir sin el cargo de conciencia de estar privando a Alfredo de un buen descanso, ya que hasta ahora su tío ha estado durmiendo en el sofá.
Después de acostarse, no puede conciliar el sueño. Hay demasiadas cosas en su cabeza. Toda su vida se ha trastocado en los últimos días. No se acostumbra a la idea de que ya no está en su casa de Chalinga, en su cama acogedora, al lado de la ventana que da al jardín de la abuela. Que su abuelo ya no está a su lado con sus consejos campechanos. Que a sus amigos, tal vez ya no los vuelva a ver. Echa de menos el pan amasado con chicharrones, de doña Melania. Y los huevos frescos de gallina que le llevaba por la mañana, antes de irse al colegio. Una solitaria lágrima, solitaria como él mismo se siente ahora, rueda por su mejilla hasta alcanzar la comisura de sus labios. Sus manos aprietan fuerte la punta de la sábana húmeda entre sus dientes.

FIN DEL CAPITULO 12

—LA LOCA— Cap. 11

Ese Lunes en la mañana casi se queda dormido. Si no fuera porque Alfredo lo despertó a tiempo, habría llegado atrasado a clases. La trasnochada de anoche aún le produce dolor de cabeza. Ël no está acostumbrado a dormirse después de las 10 de la noche. Su abuelo era bastante estricto en ese sentido. "La gente de trabajo debe acostarse temprano –decía–. El buen Dios nos dio el día para trabajar y estudiar, y la noche para descansar." Finalmente decidió no contar a Alfredo, al menos por ahora, la desagradable experiencia de la noche anterior, así como tampoco las cosas que el "Pitufo" dijo acerca de la señorita Nélida. De todas maneras, la imagen de la muchachita que estaba siendo violada por el "Jote", no deja de atormentarlo. ¿Debería denunciarlo? ¿Y si después, el "Jote" vuelve para cobrarse venganza?... Tal vez la jovencita estaba de acuerdo, después de todo... uno no sabe. El temor le hace relegar esos pensamientos inquietantes en un rincón oscuro de su mente.
El lunes en la tarde Alfredo le comunicó que Tito quería hablar con él. Cristian le hizo el quite a propósito. No quería tener que explicar porqué se retiró tan intempestivamente de la casa del "Piojo".

El martes en la tarde, después del colegio, se lo encuentra de sopetón al salir del almacén de la señora Luisa.
—Hola, compadre. ¿Qué pasó que te desapareciste de repente de la fiesta? Me tenías harto' preocupado amigo –pregunta Tito, mientras pone su mano en el hombro del joven–. Creí que te había pasado algún "drama". Tuve que hacerme el ganso, con tu tío, y le pregunté cómo habías amanecido del estómago, para que no se molestara por haberte dejado volver solo. Como me dijo que te habías ido para la escuela, ahí me tranquilicé, compadre...
—¿Cómo supiste que me había enfermado?
—La "Pita" me dijo que te sentiste mal del estómago...
—Es cierto, Tito. Parece que la bebida con pisco que me dio Dina, me descompuso el estómago y tuve que ir al baño a vomitar... Después no quise molestarte, así es que me fui solo...
—Puchas, qué mala onda compadre. Yo me preocupé más, cuando los "Malditos" llegaron a la fiesta con ganas de buscar bronca. Al final quedó la "grande". Con decirte que llegaron hasta los pacos...
—¿Ah sí?
—La legal, compadre. Por eso fue mejor que te hubieras ido. Así don Alfredo no te prohibirá salir de nuevo conmigo. ¿Sabís' que el taita del "Piojo" dijo que con esto, ya no piensa prestar la casa para otra fiesta? Pa' más remate parece que el "Jote" se metió a los dormitorios con alguna "pierna" y dejó toda la cama deshecha. La vieja del "Piojo" andaba con "penacho de guerra", compadre. Yo me estaba pasando rollos, pensando que te habías topado con los "Malditos", y te hubieran "faenado", compadre.
—Bueno, en realidad, solo me topé con unos jóvenes que andaban tomando cerveza, y querían que les diera mi chaqueta, y....
—No me estís' balanceando, pu' compadre. ¿No vis' que estoy hablando en serio? –interrumpe Tito.
—Si no es broma, Tito. Unos jóvenes me salieron a asaltar, y tuve que darles mi reloj. Por favor no le vayas a contar a mi tío, porque se va a preocupar mucho, y estando arriba en la mina, más preocupado se pondrá. ¿Ya?
—Hecho, compadre. No te preocupes por eso. Tu tío, de mí, no sabrá piola. Pero, ¿cómo eran los locos? ¿Eran muchos? ¿Qué te dijeron?.
—Bueno, en realidad, eran como veinte más o menos –Tito cierra los ojos de preocupación, y se lleva una mano a la cabeza mientras Cristian continúa con el relato–. A uno de ellos lo llamaban Claudio o algo así. Y a una niña que parece que mandaba, porque todos le hacían caso...
—¡ No me digai' que le decían ...¿Licha, por casualidad?.!
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?...
—¡Te topaste con los "Malditos", compadre! ¡Qué mala onda!. Churra, qué mala onda, compadre –repite preocupado el muchacho.
—¿Estás seguro, Tito?.
—Totalmente, compadre. La Licha es la hermana del "Sopa" y del "Negro José", un loco que mataron el año pasado en la pobla’ de al lado. Es rica la loca, pero es más peligrosa que mono con navaja, compadre. Al grupo con que yo me junto nos tiene "filo" a muerte.
—¿Y porqué?
—Es que alguien le metió en la cabeza que nosotros nos 'echamos' a su hermano. Y na' que ver pu'...
—¿Se lo qué......?
—Que nos "echamos" a su hermano, que lo matamos...
—Ahh. ¿ Y no fueron ustedes?
—No, no pu', compadre. Chis', córtela. Cómo se le ocurre. Somos agallados, pero no andamos 'echándonos' a la gente por cualquier cosa. Además esos compadres están metidos hasta las masas con la "blanca". Pa' mi que el "Negro José" se hizo el "toni" con un billete y se lo echaron en venganza.
—¿La blanca?
—La blanca, pu' compadre. La coca, la “pasta”, la "drogueli".
—Ah...
—Lo que no entiendo, es cómo te dejaron ir, así no más. Si venías de la fiesta, fijo que te "punzaban", compadre.
—Si me preguntaron si venía de la fiesta, pero me hice el tonto.
—Menos mal compadre. No se te ocurra volver a caminar sólo por la pobla de noche, compadrito. Si te ven conmigo, fijo que van a creer que eres del lote. Y si te pillan solo... mejor ni hablamos.
—Pero la niña que llamaban "Licha", no parecía tan mala persona...
—Eso es lo que usted cree pu' compadre. Esa mina, así como usted la ve, rica de todas partes, con sus ojitos piola y todo... se mandó a dos locos del grupo a la posta. Y a los dos juntos. Lo que pasa es que el "Sopa" le enseñó a usar la "catana", y “pa' más”, sabe karate,: cinturón negro, compadre, c i n t u r ó n n e g r o –gesticula exageradamente el muchacho–. ¿No ve que ha participado en campeonato nacional de Karate?. Por eso los "Malditos" la respetan. Además que su hermano es de la mafia y es el jefe del grupo...
—¿Verdad?
—La legal, pu' compadre, no lo voy a estar balanceando... ¿Pa' qué? Claro que el "Sopa" no se junta con ellos. Ël tiene su lote de gente mayor. Pero a veces los usa pa' algún "trabajo."
—¿Y él nunca ha tratado de vengarse de ustedes, por lo de su hermano?...
—El "Sopa" sabe que nosotros no tuvimos na' que ver en el atado. ¿Tú crees que si creyera que fuimos nosotros, no se habría mandado pal' otro lado hace ratito al que lo hubiera hecho?. Esos son gallos peligrosos. Nosotros no nos metemos con ellos ni en broma, compadre. Y usted hace bien en no meterse tampoco. Y menos con la Licha. No se engañe con la facha rica de la mina, compadre. Es veneno. Se lo digo... Veneno.
—No te preocupes Tito. No tengo intenciones de meterme en líos...
—Arrímese a la Dina, compadrito. Usted le cayó en gracia a la loca. Yo vi cómo lo miraba. Estoy seguro que si usted se lo pide, se los baja en primera, ja, ja, ja. Si quiere, yo le hago gancho ¿Qué me dice?.
—No Tito –se apresura a responder el joven–, Yo nunca he pololeado, y no quiero hacerlo todavía... yo después te digo.
—¿Y quién dice que tiene que pololear, compadre?. Si lo único que debe hacer, es pegarse unas buenas "agarradas" de traseros, pechugas, y unas buenas "baboseadas" por toditos los rincones – dice Tito, en tono festivo, gesticulando y haciendo exagerados ademanes descriptivos–. Y después le pasa la boleta, y chao pescao’, compadre.
—No creo que yo pueda hacer eso, Tito –responde avergonzado el joven–. A mi no me criaron así. No es que te esté criticando, pero mi abuelo me enseñó a respetar a las mujeres, porque... bueno porque son mujeres.
—Puchas que es ganso usted compadre. Se está perdiendo lo mejor de su vida... la juventud –dice en tono compasivo el sorprendido muchacho–. Va a llegar a viejo, y no va a tener nada interesante que recordar, o que contarle a sus nietos. Cuando sus nietos le pregunten qué hizo cuando era joven, les tendrá que decir (remedando voz de viejo sin dientes): "Ay, hijitos, yo fui monje tibetano y me decían 'el Padre Cristian', y nunca supe lo que tenían debajo de la falda las mujeres, por que mi abuelito me enseñó que a las mujercitas hay que respetarlas –señalando y asintiendo con el dedo índice–. Y solo se les puede dar un besito en la puntita...de la nariz." Y cuando le pregunten cómo nacieron sus hijos, les dirá: "Ay, es que yo apagaba la luz cuando se acostaba su abuelita, así que tenía que arreglármelas a tientas". Ja, ja, ja, ja.
Tito prorrumpe en una escandalosa risotada, seguido por Cristian quien no puede impedir reír de buena gana con la bufonada de Tito.
—Bueno, compadre. Mejor lo dejo. No vaya a ser cosa que se me pegue el "espíritu santo" y después me tenga que ir a un monasterio. Chao –dice riendo Tito.
—Chao, payaso...

Durante el resto de esa semana, no pudo encontrarse con la señora Soledad, a quien el Antuco llama "la loca". Una lástima. Le hubiera gustado conocerla. Su curiosidad en cuanto a esa misteriosa señora, es muy grande. ¿Será realmente loca, o simplemente excéntrica y mal comprendida?
Alfredo se esmeró en salir con su sobrino. Claro que con los deberes escolares del joven, solo pudieron salir dos veces. Y una de ellas, el Sábado por la tarde, con la señorita Nélida, quién no dejaba de mirarlo de esa manera que lo hace ella, y que le hace bajar la vista ruborizado. Ese Sábado Alfredo lo llevó a conocer el Balneario Municipal, al sur de la ciudad. Nélida y Alfredo nadaron hasta una balsa localizada a unos 30 metros de la orilla. Cristian, quien no sabe nadar, permaneció en la orilla, mientras unos niños chapoteaban a su lado. Nélida parecía disfrutar de las miradas ansiosas de unos jóvenes que la silbaban y halagaban por su minúsculo biquini rojo. Alfredo solo reía por los comentarios que los jóvenes adolescentes hacían, y solo se limitaba a decir que "lo que no se toca, no sale perjudicado" o algo así. Cristian trataba de desviar su vista de los pechos de Nélida, cuando ella se agachaba a recoger la toalla o cuando se recostaba en la arena con uno de sus ojos entreabierto, para escudriñar la reacción del joven. La forma en que Nélida hostigaba a Alfredo con abrazos y besos arriba del taxibús, cuando regresaban a casa, ponía nervioso a Cristian, a pesar de que Alfredo trataba de controlar los relajados afectos de la muchacha.
Ese domingo Alfredo salió temprano con Nélida. Cristian, se excusó de acompañarlos y también con Tito, quien lo invitó a su pichanga de "pateadura". No quería tener que enfrentar al “Jote”. El solo pensarlo, le hacía temblar la barbilla. Además las palabras de Andrés Avila, su compañero de curso, acerca de los "amigotes" de Tito, y lo que él mismo había podido comprobar, no le habían dejado ganas de repetir la experiencia ¡Ni que estuviera loco!.
Prefirió ir a observar a los amigos del Antuco, jugar al lado del supermercado. El Antuco lo invitó a jugar con ellos, pero a Cristian le pareció que era muy grande para jugar con los niños. De modo que se sienta en una banca a observarlos.
De pronto, el Antuco, corre agitado hacia Cristian....
—¡Socio, socio... ahí viene...!
—¿Viene quién...?
—¡ La "loca", pu' ! La loca –repite el Antuco bajando la voz para que la mujer no lo escuche.
La mujer, delgada, de unos 60 años, viste un traje mas bien antiguo, de tela fina, largo hasta los tobillos. Lleva un sombrero alón, de paja con unas flores artificiales y una cinta roja con el que sujeta el sombrero a su barbilla. En sus brazos acurruca con ternura a un pequeño perro faldero, de hermoso pelaje negro brillante, bien cuidado, y de orejas largas, que no cesa de lengüetear la cara de la mujer, quien ríe divertida mientras le acaricia la barriguita.
—Hola, señora Sole –saluda el Antuco, dándose importancia, ante los ojos asustados de sus amigos que lo observan acercarse con tanta familiaridad a la mujer.
—Hola, mi amorcito... –responde la mujer, inclinándose para dar un beso en la mejilla al niño, quién ufano observa a sus amigos, exhibiendo su "valentía"–. ¿Qué haces por aquí? ¿ Ya hiciste tus deberes con tu mamá, picarón?.
La mujer acaricia la barbilla del niño mientras mira interrogante a Cristian, quien no sale de su asombro ante el extraño personaje. Siente una extraña mezcla de excitación, temor, y satisfacción al poder, por fin, conocer a la enigmática mujer.
—¿Y este guapo jovencito... es amigo tuyo, "Tuquito"?. –pregunta la mujer con una agradable sonrisa.
—Es Cristian, mi amigo. ¿No es cierto, socio? –responde el Antuco, orgulloso, dando una mirada de suficiencia a sus amigos que lo observan boquiabiertos.
—Claro. Como está señora –responde Cristian, mientras estrecha la mano de la mujer, quien al parecer esperaba que el joven se la besara por cortesía, a juzgar por la pequeña perturbación en su rostro.
—Los amigos del "Tuquito", son mis amigos también, ¿verdad "Pequitas"? –dice sonriendo la mujer, mientras toma la patita del perro y se la muestra a Cristian para que lo salude, cosa que el joven hace divertido.
—Hola "Pequitas", gusto en conocerte –dice Cristian, mientras el perro da unos ladridos, como si entendiera el saludo del joven.
— Uyy, le haz caído bien al "Pequitas". Eso muestra que eres un buen chico, pues el "Pequitas” nunca se equivoca. El conoce muy bien a las personas –exclama contenta la mujer–. El sabe distinguir la gente buena de la gente mala ¿sabías?.
—Qué interesante –responde el joven para seguir la corriente.
—"Tuquito" ¿me quieres acompañar al Supermercado para que me ayudes a vigilar a este perrito malulo? –pregunta la mujer dirigiéndose al niño–. Este "niñito" es muy travieso –explica la mujer al joven–. Si uno se descuida, se pone a hacer puras maldades. Es un malcriado –dice dando un beso en el hocico del perro.
—Se refiere al "Pequitas" –se apresura a explicar el Antuco, preocupado.
—Ja,ja, ja. Sí, si me doy cuenta, no te preocupes –contesta divertido el joven–. Vamos, yo también les acompaño.
—Uy, qué jovencito mas gentil. ¿No ves que el "Pequitas" conoce a la gente, "Tuquito"? –dice la mujer acariciando la cabeza del niño.
Los tres entran al supermercado. Cristian retira un carro para transportar mercadería, pero la mujer le pide que lleve un canasto metálico solamente.
En el recorrido por los pasillos interiores, la mujer no deja de conversar con su perro, como si éste entendiera lo que su ama le dice. Incluso pregunta al animal sus preferencias para llevar sus marcas "preferidas". Antuco da cómplices miradas sonrientes a Cristian, mientras da pequeños codazos al joven, quien solo se encoge de hombros, cuando la mujer habla con su perro.
—El “Tuquito", se ríe cuando hablo con el "Pequitas" –dice la mujer a Cristian, dando una mirada pícara al niño, quien se ha ruborizado al notar que la mujer se ha dado cuenta de sus codazos a Cristian–. Pero es que mi perrito es mi única familia que tengo. ¿verdad perrito?
—No, si no me río, señora Sole –se apresura a explicar el Antuco.
—Ay, no te preocupes mi amorcito, si no me molesta. El "Pequitas" es tan regalón fijate –dice ahora, dirigiéndose al joven–. Cuando yo lo dejo solito, cuando voy a comprar, se pone a llorar igual que un niño, por eso me lo traigo mejor. Y cuando me ve llorando a mí, se sube arriba de mi falda y me pasa la lengua por toda la cara, ja, ja, ja, como si quisiera hacerme cariño, consolarme ¿entiendes?. En las noches no se duerme si no me ve a mí primero acostada. y se sube a mi cama el muy frescolín. Le gusta dormir conmigo. Yo le aguanto a veces no mas, por que él tiene su camita que yo le hice con un cajón, ¿cierto mi perrito?
—¿Te gustaría venir a mi casa a tomar el té conmigo, Tuquito? –pregunta la mujer–. Puedes traer al tu amiguito...
—Claro, señora Sole –responde el niño–. A mi amigo le gustará ¿verdad socio?
—¿Eh?... claro... si, creo que sí –responde sorprendido el joven, por lo imprevisto de la invitación.
En realidad se estaba preguntando cómo hacer algunas preguntas que le inquietan acerca de la enigmática mujer. No puede comprender bien por qué le interesa tanto conocer más de ella. ¿Será que puede hallar respuesta a algunas de sus inquietudes de adolescente, con ella? (Por lo que parece, el Antuco está muy interesado en comerle los chocolates a la hora del té).
—¡Espléndido! –exclama la mujer–. Entonces compraré algunas cositas para acompañar el té. Sin olvidarme de tus chocolates, "Tuquito".
A Cristian le divierte notar cómo el Antuco no puede disimular la instantánea sonrisa que se apodera de su rostro, a pesar de sus esfuerzos por impedirlo.
Después de acompañar hasta su casa a la señora Soledad, para ayudarle a llevar las compras, Cristian y el Antuco regresan al sector del Supermercado a recoger la pelota del Antuco, ante las protestas airadas de los demás niños. Al regresar a su pieza, el joven se percata que Alfredo aún no regresa de la playa. Busca mecánicamente el reloj en su muñeca para ver la hora. No está. Claro, se lo regaló a "Licha". Bueno, se vio obligado a obsequiárselo, si no; es posible que a esta hora estuviera recuperándose en el hospital o recostado dentro de uno de los cajones que vende el papá del Antuco.
Deben ser cerca de las una de la tarde. Enciende el televisor., tal vez digan la hora. El periodista lee las noticias del mediodía.. El derrumbe de un edificio en la india ha dejado centenares de muertos y desaparecidos. Un joven extraviado hace meses no aparece, ante la desesperación de sus padres. El posible enjuiciamiento de un general retirado del ejército, motiva declaraciones encontradas de diversos sectores políticos. Los cuerpos desaparecidos de unos niños, son encontrados en una ensenada de un río de la quinta región, al parecer violados y asesinados. Declaraciones a favor y en contra de la pena de muerte. La selección Chilena queda eliminada de un torneo internacional, al perder por un escore de 5- 0. El suicidio de una joven adolescente tiene consternado a sus padres y compañeros de colegio. Las declaraciones de una psicóloga, lamentan lo común que se han hecho estos actos desesperados de los jóvenes, que se repiten con cada vez mas frecuencia.
No entiende bien porqué nuevamente siente ese nudo en la garganta que casi no le deja respirar. El periodista despide el noticiero. "Son las dos de la tarde, continúe con nosotros... ya viene..."
"¡Las dos de la tarde!... La señora María debe estar impaciente esperando que vaya a almorzar..."

Al llegar a casa de doña María se encuentra con Alfredo que va saliendo...
—Flaquito... ¿Qué te pasó? Iba a buscarte.
—Se me pasó la hora, Alfredo. Yo creí que ibas a pasar por la pieza primero. Te estaba esperando... y como vi que no llegabas, me vine no mas...
—Ja, ja, ja. Menos mal. Si no íbamos a seguir esperándonos hasta la noche.
Después de almorzar, se sientan en el living a conversar, mientras Nélida sigue hostigoseando a Alfredo con sus arrumacos, mientras disimuladamente observa de reojo a Cristian, quien hace verdaderos esfuerzos por no posar su vista sobre las piernas de la muchacha.
—Bueno, me voy a la pieza –dice incómodo Cristian, después de un rato, mientras se incorpora para retirarse.
—¿Ya te vas?... ¿Tan pronto? –pregunta Nélida con fingida indiferencia.
—Sí. La verdad es que me siento bastante cansado y con sueño. Así es que voy a dormir una siesta.
—No se te vaya a pasar la hora de nuevo, flaquito, para que tomemos onces temprano. A lo mejor salimos a la noche –sugiere Alfredo.
—Ah, qué bueno que me lo recordaste... Es que no voy a venir a tomar onces. Estoy invitado a otra parte.
—¿Donde el Tito? Ten cuidado Cristian, acuérdate de ese día de la fiesta, después que tú te viniste...
—Ah, no. Si no es donde el Tito. Además ya decidí no ir más a una de sus fiestas. Ya me di cuenta que sus amigos no son muy buena compañía –responde el joven.
—Qué bueno que lo hayas decidido así, flaquito –dice Alfredo–. A Tito hay que tenerlo "ahí no más". No es mal chico, pero las juntas que tiene...
—Especialmente las cabras locas del grupo. Son tan vulgares, y capaz que estén todas con SIDA, por que se montan con cualquiera que se les acerca –interviene precipitadamente Nélida, ante la preocupación de Alfredo por lo que pueda escuchar su sobrino–. No se te vaya a ocurrir meterte con una de ellas, Cristian.
—Nélida... –trata de interrumpir Alfredo.
—Además –continúa la muchacha sin detenerse–, esas cabras andan buscando que las dejen preñadas, para agarrar algún tonto que las saque de la casa —"Nélida"..—. Ay, ¿qué pasa Alfredo?...
—No creo que Cristian necesite escuchar esas cosas, linda. Él está muy joven todavía para...
—Ay, "monito", que eres cándido –dice la muchacha, mirando al cielo–. ¿Tú crees que Cristian no escucha esas cosas en el colegio, o con los amigos de la pobla?. Además si tú no lo aconsejas, con la inexperiencia que tiene, en algún problema se va a meter. Y entonces ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a lamentar de no haberle advertido antes?. Sí, por que entonces será demasiado tarde para hacer algo.
—Bueno, en realidad no dejas de tener razón, linda –dice resignado Alfredo.
—Por supuesto que la tengo, "monito". ¿Y tú qué piensas, Cristiancito? ¿Crees que tengo razón?
—Bueno...yo... yo trato de cuidarme... Pero la familia de Tito son muy buenas personas, y en todo caso yo no voy para allá ahora.
—¿Y dónde vas, entonces, si se puede saber? –pregunta Alfredo.
—Bueno, una señora que es amiga del Antuco, y que conocí hoy día en la mañana, nos invitó al Antuco y a mí a tomar onces a su casa.
—¿El Antuco? ¿Te refieres a ese niño rucio de la vuelta? –pregunta Alfredo.
—Sí, ¿por qué? ¿Lo conoces?
—Claro, y quién no –responde Alfredo–. Ese Antuco es todo un personaje. Ja, ja, ja. La otra vez se le ocurrió soltar un ratón en el almacén de la vuelta, donde tú vas a comprar, solo para que la señora Luisa, se asustara y poder hacer de las suyas. Mientras fingía ayudar a la señora Luisa a pillar el ratón se embolsó los bolsillos llenos de golosinas. Ja, ja, ja.
—¿Eso hizo?... ¿Estás hablando en serio? –pregunta Cristian con incredulidad.
—Claro, pues, si la historia la conoce todo el barrio, ja, ja, ja.
—¿Y cómo...?
—Es que su papá lo pilló, y le obligó a regresar donde la señora del almacén a disculparse con ella y devolverle los dulces. Lo peor de todo, para él, es que tuvo que hacerlo delante de toda la gente que estaba ahí, y confesar que el ratón lo había llevado él. Creo que con la vergüenza que pasó, nunca más le dieron ganas de robar dulces en el almacén. Ja, ja, ja.
—Parece que ese Antuco tiene más historias que estante de biblioteca. Ja, ja, ja –dice doña María que ha estado escuchando desde la cocina mientras lava los platos, lo que provoca la risa de todos–. ¿Sabían que una vez anduvo con una lista, recolectando dinero para enterrar a una señora pobre que supuestamente había fallecido en la población?
—¿Ah, sí?
—Claro. Y más de alguna vecina creyó el cuento –dice riendo, doña María–. Después su papá lo pilló en el dormitorio dándose una panzada de chocolate y golosinas, Ja, ja, ja. Con la tanda que le dio el papá, no le quedaron ganas de seguir haciendo “colectas”, ja, ja, ja.
—¿Y ahora estás invitado con él a tomas onces dices? –pregunta Alfredo.
—Sí, donde la señora Soledad. Una señora que vive sola, cerca de la casa del Antuco.
—¿La señora Sole?, ¿La que le dicen "La loca"? –pregunta Nélida.
—La misma ¿La conoce?
—Por supuesto, la conoce toda la pobla –responde la muchacha–. Esa señora quedó media "rallá", parece que desde que le mataron al esposo...bueno al menos así dicen...
—El Antuco me dijo que era soltera, y que no tiene hijos... –dice Cristian.
—Quizás que pensará en su mente ella –dice la muchacha–. Pero a mí me contó la señora Eudalia, que es una vieja copuchenta que sabe todo lo que pasa en la pobla, que al marido se lo mataron pal' 73, con los detenidos desaparecidos. De ahí que quedó así la pobre.
—Yo me acuerdo que estaba cabra chica, cuando conocí a la señora Sole –interviene doña María desde la cocina–. Era una señora muy bonita, y era artista ¿saben?. Todavía me recuerdo cuando nos regalaba chocolates. Claro que para ese entonces esta población ni pensaba existir. Con mi familia éramos vecinos de ella, en la población Oriente ¿saben?. De ahí que la conozco.
—Yo a veces la veo por la calle con una muñeca, y se pasea con ella como si fuera una guagua de verdad –dice Alfredo–. ¿No será medio peligroso que vayas, Cristian?
—¿Peligroso? Ná que ver, pues, don "Alfred" –interviene doña María que se ha incorporado a la conversación, secándose las manos con un paño de cocina–. Si esa señora es inofensiva, ¿sabe?. Además no siempre anda con los cables pelados. Si eso le da a veces no más. La mayor parte del tiempo es normal, y a veces se pone como una niña chica, muy tierna. Lo que pasa es que aquí en el barrio, las viejas chismosas le han creado mala fama. Pero es muy buena mujer, ¿sabe?. Quiere mucho a los niños. Debe ser por que nunca los tuvo.
—El Antuco se ha hecho amigo de ella, y dice que habla cosas muy cuerdas –interviene Cristian.
—Ese Antuco solo está interesado en los chocolates y golosinas que doña Sole le regala –dice riendo doña María–. Sería capaz hasta de ir a misa, con tal que le regalen golosinas, ja, ja, ja.
—Bueno, yo me retiro, permiso –interrumpe Cristian–. Nos vemos mañana, señora María.
—Adios, mi amorcito –responde maternalmente doña María.
—Yo voy a salir al centro a la noche, flaquito –dice Alfredo, mientras pone su mano sobre la cabeza del joven–. Si quieres acompañarnos, ven como a las 7 más o menos. ¿Ok?.
—Está bien Alfredo, yo te aviso. Gracias. Adios.
Nélida lo besa en la mejilla al despedirse. Eso pone nervioso al joven, pues el perfume de ella y su pronunciado escote, siempre logran perturbarlo.

Después de ver un poco de televisión, recostado en la colchoneta que Alfredo usa ahora para dormir, se duerme rápidamente.
Entre sueños ve a doña Soledad, con un vestido muy antiguo y un enorme sombrero alón, de esos que usaban las artistas de antaño. Sus labios exageradamente pintados, se mueven y gesticulan protuberantes...
—" Amorcito, no tienes porqué preocuparte –dice con voz aguardientosa, no te voy a hacer nada, ja, ja, ja. Solo quiero cantarte una canción que compuse para ti... "
La mujer, entre sueños, le canta una canción de cuna, mientras lo abraza fuertemente, como un bebé. De pronto se ve en el lugar de la muñeca de doña Soledad, siendo paseado por ésta, de un lado a otro mientras canta un extraño estribillo...
—" Cristiancito, se fue a jugar, nunca nadie lo acompañó. Su papito lo heredó, pero su tío se lo ocultó..."... " Cristiancito se fue..."
El rostro de su abuelo aparece entre sueños, sonriente, cariñoso...
—" Chato, cuídate de la ambición, hijo. No seas como el Benancio, tu padre. ¿No ves que por buscar la riqueza, te descuidó a ti y a tu madre?."... "Tener mucho dinero es una desgracia también, chatito. Por él se mata la gente. Por él se abandona a las personas que más se quiere. No es bueno ser , ni rico, ni pobre. El que no tiene nada, puede llegar a faltar a la ley y la moral para conseguirlo. Y el que tiene mucho, también falta a la ley y la moral, por que nunca cree tener suficiente".
Se despierta sobresaltado. El calor de la habitación le ha hecho transpirar profusamente. No deja de pensar en lo extraño del sueño. La verdad es que no es la primera vez que tiene pesadillas. Pero nunca han sido tan coherentes como ésta. Hasta pareciera como si su subconsciente quisiera decirle algo. Pero la sola idea de que su tío le oculte algo importante para él, lo hace desestimar ese pensamiento. Quizás se deba a la promesa de Alfredo de contarle un secreto acerca de su padrino, Don Miguel, si pasaba de curso. Sí. Eso debe ser.


FIN DEL CAPÍTULO 11