lunes, febrero 27, 2006

"ADIOS CHALINGA"- Capítulo primero



Capítulo 1
"ADIOS CHALINGA"
—"El polvo al polvo, ceniza a las cenizas..."
Las palabras arrastradas del cura, esparciendo agua sobre el féretro, le parecen lejanas a Cristian desde donde está. No había querido estar cerca del cajón. Le asusta la muerte. Era más fácil esconderse arriba del pimiento, como si fuera una rama más, impávida, melancólica. Desde entre las hojas puede ver a los concurrentes al cementerio. Parecen añosos sauces llorando su propia muerte... observando el frío cajón con mirada perdida, sumidos en sus propios pensamientos. Doña Melania arroja unas flores sobre el cajón, mientras enjuga una lágrima con su pañuelo amarillo chillón. Los enterradores, con sus palas, comienzan a cubrir de tierra el cajón, mientras el cura salpica "agua bendita" sobre el féretro.
—"Es cosa de herencia –decía su abuelo Benancio– a su Padre tampoco le gustaban los funerales".
Ya había visto demasiadas muertes. La de su madre no, claro, era demasiado pequeño para recordarla. Pero la de su padre sí. Esa sí la recordaba, claro que no dolió tanto como ésta. Después de todo sus abuelos lo "adoptaron" desde que tenía cuatro años para que su "Pai" se fuera de pirquinero a probar suerte. Nunca entendió porqué su padre regresaba por tan poco y luego lo dejaba solo mirando hacia el camino polvoriento hasta que se volvía un puntito, mientras el movía sus manitas convencido que el "puntito" le contestaba.
Ahora el paisaje no es como para extasiarse. Lápidas blancas, silenciosas y frías. Cercos de madera, custodios de huesos olvidados. Flores de papel secas como la piel de los viejos que forman el fúnebre auditorio y que contemplan al vacío con mirada perdida, como si se preguntaran cuándo les tocará su turno. O quizás para meditar sobre el pasado, sobre la ridiculez de la vida y de lo rápido que pasa el tiempo.
Luego la muerte de su "Mami", como llamaba a su abuela. Esa si dolió, pero no como ésta. Esta duele hasta los huesos. Esta le metió un nudo en el "pescuezo", como diría su tata, Don Bena. Desde la noche que trajeron al viejo, el nudo no le deja hablar. Cuando trata de hacerlo, solo le sale un chillido agónico que termina por cerrarle la garganta.
—"Don Bena tiene que haberse dejado morir de frío" –dijeron las vecinas metiches– "Echaba mucho de menos a su hijo" –sentenciaban.
Qué saben ellas del Abuelo. El no era hombre para darse por derrotado. Claro que extrañaba a su "Pai", pero él no lo dejaría solo a propósito.
—"Hay tantas cosas que tenís' que aprender todavía "Chato", y no sé si me alcance el tiempo pa' ensañártelas toas'. Pero cuando yo me vaya, te voy a dejar preparao' pa' vivir solo.".
No, él nunca lo dejaría solo a propósito y tan pronto.
Una de las cosas que nunca entendió, es por qué su abuelo le llamaba "Chato". Él es mas bien alto, de unos "metro setenta y... bueno, para no exagerar, de "uno sesenta y nueve". En ese caso pudo haberle llamado "Flaco", como lo hacía su tío Alfredo cuando era mas niño, ya que su figura alargada le hace parecer mas alto de lo que realmente es. Pero a él le gustaba que su abuelo le llamara así. Era como su marca personal. Nadie más le llamaba de esa manera.
Se deja caer estrepitosamente del pimiento. Dando una voltereta en el pasto queda de espalda con los brazos abiertos mirando al cielo, mientras sus ojos vidriosos contemplan el infinito.
¡Cuánto le pesan sus apenas dieciséis años!. Parece como si se le hubiera acabado la vida. Como si ya no hubiera nada mas que esperar.
Después de un rato se incorpora dificultosamente, como si su cuerpo pesara una tonelada. Arrastrando los pies se acerca lentamente al cajón.
La última palada de tierra ya no deja ver el féretro. Luego las mujeres depositan cuidadosamente las flores como para no despertar al muerto.
Cavila....
—"'Chato', no te aflijai' tanto por los muertos. Mejor es perro vivo que León muerto. Porque el perro puede seguir moviendo la cola, en cambio el León ya no puede morder a nadie." –sentenciaba el tata. Siempre decía cosas que no dejaban objeción.
—"Si tu abuelo es muy enterao' –decía la Mami–. Aunque nunca fue a la escuela, sabe muchas cosas que no sé de onde' las aprende. Si hasta aprendió a leer él solo". El tata reía.
—" Mirando la vida, vieja, mirando la vida se aprende harto si se abren bien los ojos" –decía con su sonrisa pícara, mientras guiñaba un ojo a Cristian y fabricaba su cigarro casero.
—¿Vamos Cristiancito? –la mano de Doña Melania en su hombro, le saca de sus pensamientos–. Tu abuelo ya se ha ido. Dios se lo ha llevado a su santo Reino. Ahora debe estar feliz, con tu abuela.
¿Dónde quedará ese "Santo Reino" donde Doña Melania envía a todos sus parientes que han muerto y a los de ella también?.
El cura pone su mano en la cabeza de Cristian.
—¿Era tu abuelo, hijo?.
Le mira con enojo, queriéndole gritar: "Sí ¿y qué.? y a Ud., ¿qué le importa?. Sin embargo el nudo en su garganta no le deja hablar, y no hará el ridículo emitiendo ese chillido infantil. Ahora es enemigo del mundo, está furioso con todo y con todos. Frenético toma la pala de un sepulturero y trata de desenterrar al muerto.
—¡Se ha vuelto loco, el pobre chico! –dice el cura–. Hay que llevarlo donde el enfermero para que le ponga un tranquilizante.
Entre varios logran controlar al desconsolado muchacho, hasta que se cansa de forcejear. Lo llevan entre el cura y el sepulturero, uno de cada brazo. Pero ya no le quedan fuerzas para luchar. Ahora es un cordero. No le interesa lo que hagan con él.
El calor del mediodía le quema la cabeza, todo le da vueltas. Se le revuelve el estómago.
Todo se ha vuelto negro.
La luz entra por la ventana hiriéndole los ojos. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde el berrinche en el cementerio?. Siente voces que conversan, ajenas al despertar de Cristian.
—¡Ya despertó! –advierte a los demás doña Melania– (Claro, solo ella sabe primero que nadie lo que pasa en Chalinga... ¡y lo que pasará!).
—¿Te sientes mejor, hijo? –se apresura al acercarse a la camilla donde han puesto a Cristian–. Ha venido Alfredo, tu tío. No alcanzó a llegar al funeral, pero se quedará unos días. "Parece que viene a buscarte para llevarte a Antofagasta" –susurra en su oído, como si se tratase de un gran secreto de estado, que solo el muchacho debiera conocer.
(Claro, apuesto a que Alfredo no ha dicho 'ni media', pero ella ya sacó sus conclusiones).
—Te quiere mucho y te cuidará ahora –dice la gorda mujer, con ojos húmedos y voz maternal, mientras acaricia el cabello del joven.
Era muy niño cuando se despidió de Alfredo quien se fue a trabajar al norte. Pero nunca ha estado lejos en realidad. Para sus vacaciones siempre venía a visitar a sus viejos, como él les decía.
Las imágenes vienen a su mente como si la brisa que entra por la ventana las trajera, juguetonas, felices...
—"Flaco, apuesto a que no puedes quitarme la pelota."
Con sus 6 años apenas podía tocar la pelota de trapo que Alfredo retiraba justo cuando él la iba a patear.
—"Vamos Flaco, cómo te vas dejar vencer."
Cansado y feliz de que su tío le dedicara tiempo, finalmente lo agarraba firme de una pierna y no lo soltaba hasta que Alfredo le dejaba patear la pelota. Tal vez si hubiera tenido un hermano, entre los dos podrían habérsela quitado más fácilmente.
—¿Cómo te sientes Flaquito? –la voz suave y emocionada de Alfredo le saca de sus cavilaciones. Siente su mano afable en la cabeza.
—Bien, tío. –contesta medio dormido– ¿Porqué no estuviste...?
—No pude llegar a tiempo al funeral. Me avisaron recién ayer de la muerte de tu abuelo. Pero pasé al cementerio de camino aquí. Me dijeron que te desmayaste. ¿Estás seguro que te sientes bien?.
—Sí, estoy bien, no te preocupes. ¿Me vas a llevar...?
—Luego hablaremos de eso, no te preocupes. Ahora descansa, te hace falta –Alfredo seca tiernamente la transpiración en la frente de su sobrino.
Cristian cierra los ojos por un momento mientras repasa los penosos acontecimientos de ese día. Luego trata de incorporarse para ver mejor el lugar. La cabeza le duele. Aun se siente algo mareado. Sin embargo logra sentarse a medias en la cama donde le han puesto.
Mira a su alrededor. La sala semioscura, blancas paredes y cortinas del mismo color, le indican que está en la posta. Alfredo está de pié, más allá del biombo, hablando calladamente con el cura. Su figura alta y espigada contrasta con la del sacerdote, de corta estatura y regordeta. No había visto a su tío desde hace casi un año. Se ve algo mayor con esa barba corta y bien cuidada, a pesar de haberse rasurado los bigotes. Le recuerda un dibujo de Abraham Lincon en su libro de Historia.
—Don Alfredo, –les interrumpe doña Melania– si Cristiancito se siente bien, podemos llevarlo a casa de Don Be... a su casa. ¿Le parece don Alfredo? –corrige algo avergonzada mientras mira de reojo al muchacho, tratando de constatar si su comentario le ha afectado.
—Me siento bien –confirma Cristian, mientras trata de incorporarse–. Y ya quisiera irme.
—Ud. perdone señor cura –se disculpa Alfredo, mientras ayuda a Cristian a incorporase y bajar de la camilla.
Las bisagras de la vieja puerta de entrada suenan como quejándose por la ausencia de don Benancio. La casa de madera envejecida parece estar impregnada del olor del Tata. Su carraspeo se "siente" en cada rincón. Alfredo abre todas las puertas y ventanas, esperando quizás, que el aire renovado se lleve los dolorosos recuerdos que le aprietan el pecho.
La vieja cocina de hierro negro donde la abuela horneaba esas deliciosas hallullas de manteca y chicharrones, la gran mesa del comedor, fabricada por el abuelo, la escalera de madera que lleva a los dormitorios, el zapallar encaramado en la higuera colgando zapallos como si fueran enormes manzanas verdes, la parra encaramada en la sombrilla fuera de la casa, el mesón de trabajo del abuelo donde carpintereaba de todo y para todos, el gallinero con pollos, patos, y pavos, el garaje donde el "Pai" guardaba su vieja FORD-A Azul, recortada como camioneta de flete...
Demasiados recuerdos para ambos.
—Yo no podría vivir aquí, Flaquito, me tragarían los recuerdos de los viejos –musita Alfredo con voz entrecortada por la emoción.
—Yo tampoco, tío... no podría quitarme este nudo que no me deja hab... –no puede continuar. Un nudo aprieta su garganta fuertemente, y el llanto brota al fin... amargo, profuso, lastimero; como haciendo un ruego eterno y suplicante.
Alfredo se apresura a abrazar a su sobrino con fuerza, quizás con demasiada fuerza. Queriendo ahogar en ese abrazo su propia desesperación y dolor...
—Llora Flaquito, llora, que así te sacarás ese nudo de la garganta –su propia voz se quiebra y se une al llanto de su sobrino, fundidos en ese abrazo compartido, apretando fuerte los dos, hasta que ya no les quedan fuerzas para sacar más lágrimas del pecho.
Esa noche, cada uno en su cama, duerme profundamente. Agotados por las emociones del día, la noche se esfuma de un parpadeo.

A la mañana siguiente, después de un pródigo desayuno, preparan la maleta que Alfredo a traído y unos bolsos grandes para llevar las cosas de Cristian.
—Tío, ¿Dónde viviremos en Antofagasta?
—Llámame Alfredo, Flaquito, ya eres grande, y los grandes se tratan de igual a igual. ¿Cuántos años tienes ya Cristian? ¿Diecisiete?
—Diecisiete. Bueno en realidad dieciséis. El mes de Mayo recién cumplo diecisiete.
—Pues representas más. Ya eres todo un joven. Llámame Alfredo.
—Sí, tío, quiero decir, Alfredo... ¿Dónde viviremos? –le mira interrogante, lleno de inquietudes frente al mundo desconocido que se abre ante él. Alfredo deja de ordenar la ropa un instante y se sienta junto a su sobrino al borde de la cama.
—Flaquito, no te preocupes por eso, yo vivo en una pieza que arriendo a una familia amiga. Tiene entrada independiente a la calle y baño aparte. Es bastante cómoda y allí podremos vivir los dos. La pensión me la da la mamá de Nélida, una amiga muy bonita que tengo. Te gustará.
—¿Es tu novia?
La pregunta sale sin pensar, instantánea. Cristian se perturba temiendo haber hecho una pregunta indiscreta.
—En realidad no. Solo estamos saliendo juntos hace poco.
Alfredo contesta imperturbable, tratando de parecer lo menos incómodo con la pregunta, para no abochornarlo.
—Antes éramos amigos. La conocí cuando contraté la pensión con su mamá, hace solo unos meses. Antes yo comía en otro lugar, pero lo dejé por que atendían muy mal, mas encima se pusieron muy 'careros'. Además solo almuerzo semana por medio.
—¿Porqué?.
—Es que trabajo siete días en "Zaldivar" y descanso siete días en Antofagasta.
—¿Zaldivar?
—Sí, así se llama la Minera donde trabajo.
—¿Y que haces ahí?
—No sé si lo entenderías. En fin, trabajo en apoyo a la cosecha, con un contratista.
—¿Cosecha?. ¿Qué hay siembras?
—Ja, ja, ja –Alfredo ríe de buena gana ante la pregunta inocente de Cristian–. No, Flaco, "La cosecha", se refiere al procedimiento que se emplea para la extracción del cobre por el sistema de "Lixiviación".
Alfredo detiene la explicación al notar la cara de interrogación de Cristian.
—Creo que otro día te explicaré con más detalle mi trabajo. Ahora, anda, debemos apresurarnos para alcanzar el bus que sale para Antofagasta desde Ovalle.

Una vez acomodados en el Bus, Cristian mira por la ventana con nostalgia. Quizás cuándo volverá a Ovalle y a su querida Chalinga, su pueblito natal. Atrás quedan sus amigos; el Atilio, el guatón Tito, la Nati, con sus trenzas rubias. Y Beatriz, "La Bety" "su Bety". Claro, ella nunca supo que era "su" Bety. Solo él sabía que su corazón latía más rápido cuando ella estaba cerca. Al menos ayer pudo despedirse de ella. Y no puede negar que le emocionó ver sus hermosos ojos almendrados humedecerse de pena. Lo que Cristian tal vez nunca sepa, es que a ella también le latía el corazón cuando él estaba cerca. Pero eran amores de niños, tímidamente secretos, platónicos, amores de pueblo. De esos que nunca se nos olvidan por más que nos pongamos viejos.
Cierra sus ojos mientras se acomoda en el asiento. Las imágenes llegan solícitas, refrescantes...
—"¿Vamos a bañarnos a "La Javiera", Cristian?" –invita el Atilio con sus largos pantaloncillos de baño azules– "A ti nunca te gusta bañarte con nosotros."
—"Está esperando que se seque la poza, igual que 'El Chancho' " –acota el guatón Tito, haciendo alusión a otra poza que se tapó con lodo en un desborde del río.
—"No es eso, niños, ustedes saben que casi me ahogué en el remolino, tratando de aprender a nadar. Acuérdense que ya se ahogó un hombre en esa poza."
—"Vamos, Cristian, yo te enseño a nadar" –la Nati le toma de la mano y todos corren a "La Javiera".
El Chapoteo entre ellos y las risas, se confunden en su mente con la imagen de Bety, mojándose los pies en la orilla. Su pelo profundamente negro brilla al sol confiriéndole tonalidades azules y brillantes. Sus ojos entrecerrados para evitar el sol, los hacen parecer mas almendrados de lo que son.
—Sus boletos por favor –la voz del auxiliar del bus hace trizas las apreciadas imágenes–. Ya vamos a partir. Por favor dejen sus bolsos grandes en los maleteros.
La silueta del bus, alejándose por el camino desértico, sugiere un animal fantasmagórico al ser distorsionados sus contornos titilantes por el efecto del calor del sol en el pavimento. Su carga humana esconde cientos de recuerdos, anhelos y esperanzas, entre ellos los de Cristian, que se aleja quizás para no volver, o tal vez regresar después de muchos días con sueños cumplidos o sin cumplir.
Alfredo y Cristian, se acomodan para dormir. Quizás el sueño mitigue un poco la angustia que sienten en su pecho y les ayude a ordenar sus pensamientos, revueltos y caóticos de estas últimas horas.

Poco a poco el basto desierto se traga la figura del bus, al ir creciendo sus cerros pelados sobre la máquina que se empequeñece cada vez más, hasta desaparecer completamente entre las vueltas del camino, devorada por el sol.


FIN DEL PRIMER CAPITULO

viernes, febrero 17, 2006

PRÓLOGO del autor : Novela —Contra la Corriente

En este apartado, iré exponiendo la novela "Contra la corriente", que iré publicando de un capítulo por mes.

Les doy un breve resumen del contenido de esta novela: Cristian, el personaje principal, un joven que se crió con sus abuelos maternos en un pueblecito rural, (Chalinga-Chile) queda solo al morir su abuelo. Su único tío sobreviviente, se lo lleva a vivir con él a una ciudad grande (Antofagasta- Chile). La historia se enfoca en la lucha que debe librar Cristian, para no permitir que la gran ciudad y sus habitantes, le hagan cambiar sus valores y conceptos de la vida que su abuelo inculcó en el. Los personajes que rodean a este joven, al contrario, se ven influenciados por su visión de la vida, y terminan apreciando la sinceridad de corazón de Cristian. El desenlace llega a su culminación con su relación con una joven que pertenece a un mundo totalmente diferente (Licha), y que ve como su mundo se derrumba y transforma para bien, ante este interesante joven pueblerino. Espero la disfruten. (Algún día espero publicarla en alguna editorial que se apiade de este escritor en ciernes).

También iré poniendo algunas ilustraciones que representen algunos pasajes de la Novela.
Espero disfruten de su lectura.

Ah... y espero sus comentarios.