lunes, octubre 29, 2007

DISCULPAS POR NO PUBLICACIÓN

A los posibles lectores:

Debido al cambio de sistema en Blogspot, estuve sin poder publicar mucho tiempo. Las disculpas al único lector del sitio (ja, ja). Por ello he subido tres capítulos de una. A partir de ahora no acompañaré los capítulos con Glosarios. Espero esto no dificulte la comprensión de la novela.

Desde ya muchas gracias.

El Autor.

—EN CASA DE DOÑA SOLEDAD— Cap. 12

Antuco vino a buscarlo puntualmente. Claro, cuando hay algún chocolate de por medio, nadie tiene que decirle que sea puntual. Después de peinarse, y de arreglarle el cuello torcido a la camisa del Antuco, Cristian y el niño se dirigen a casa de la señora Soledad...
—¿Cómo lograste que te diera permiso tu mamá? –pregunta Cristian, curioso.
—Le dije que iba a la casa de mi madrina.
—¿Y te creyó?
—Claro, pu’. Siempre me cree –responde el niño, con aire de suficiencia.
—¿Y si después le pregunta a tu madrina?
—Mi madrina le va a decir que estuve con ella.
—¿Y tu madrina te apoya en eso? –pregunta con incredulidad y sorpresa el joven.
—Claro, pu’. Si ella me ayuda. ¿No vis’ que ella es amiga de la Lo...de la señora Sole?
—¿Ah si?
—Si pu’. Lo que pasa es que mi madrina dice que mi mamá se pone muy “cuica” a veces. Por eso ella me deja ir donde la señora Sole, y le dice a mi mamá que estuve en la casa de ella.
—¿Y nunca los ha pillado tu mamá?
—No nunca. Claro que me acuerdo de una vez que 'casi'.
—¿Ah si? ¿Y cómo fue eso? –pregunta Cristian, deseoso de escuchar alguna diablura del Antuco.
—Esa vez yo estaba en la casa de la Lo... de la señora Sole, cuando mi mamá mandó a la Lore’ a buscarme a la casa de mi madrina pa’ que le fuera a comprar al almacén.
—¿Te refieres a tu hermanita?
—Si´, pu’. La Loreto. Acuérdate que de cariño le decimos ‘Lore’.
—Ah si, tú me contaste. Sigue no más.
—Bueno, Cuando la Lore’ llegó a buscarme, llegó y entró no más, pu’. Y empezó a llamarme: “Antuco”, “Antuco....dice mi mamá que ‘vayai’ a comprar al armacén”... –el niño gesticula y hace ademanes, describiendo los acontecimientos, cosa que divierte a Cristian.
—¿Y?
—Espérate, pu socio. Déjame contarte a mí no más. No me ‘ interrumpai’, pu’.
—Ah, bueno, perdona.
—¿En qué parte iba?... Ah, sí... Cuando la Lore’ llegó y empezó a llamarme, mi madrina no sabía qué hacer para que no nos pillara, porque la Lore’ es mas re’ sapa?. Too’ le cuenta a mi mamá. Y si yo le doy chocolate para que no me acuse, me recibe el chocolate y después igual me acusa. Es mas re’ sapa?. Bueno, la cuestión es que mi madrina... a ver cómo fue la cosa... Ah. Ya me acordé. Mi madrina le dijo que yo estaba en el baño, haciendo cacú, y que ella me daría el recado. Entonces la Lore’ se puso a golpear la puerta del baño y a gritar que me apurara. Entonces como yo no respondía, claro cómo iba a responder si estaba en la casa de la señora Sole ¿no es cierto?
—Me imagino.
—Entonces como yo no respondía, la Lore’ le dijo a mi madrina que a lo mejor yo me había muerto. Entonces mi madrina le dijo que cómo se le ocurría hablar esas tonteras, y la Lore’ se puso a llorar por que yo no le contestaba. Y entonces mi madrina le dijo que a lo mejor yo me había quedado dormido, pero no que me ‘hubría’ muerto...
— “Hubiera”
—¿Cómo?
—Se dice “hubiera”, no “hubría”.
—Bueno, eso... La cuestión es que la Lore’ salió llorando a buscar a mi mamá, y le dijo que yo me ‘hubiera’ muerto en el baño de mi madrina.
—Se dice... Bueno, no importa, sigue no más. ¿Y?.
—Después llegó mi mamá toda desesperada a ver qué me ¿hubiera pasado?...
—“Qué te había pasado”...
—Eso. Y mi madrina estaba más desesperada todavía, por que mi mamá nos iba a pillar que yo no estaba en su casa si no que en la casa de... la señora Sole.
—¿ Y qué hizo?
—Cuando llegó mi mamá, le dijo que yo ya había salido del baño y que ella me había mandado a comprar, y que la Lore’ decía puras tonteras no más. Entonces mi mamá retó a la Lore’ por asustarla, y le pegó en el trasero. Ja, ja, ja. Es más re’ tonta?
—¿ Y no te remuerde la conciencia por que le pegaron a tu hermanita por tu culpa? –dice Cristian al niño, para ver su reacción.
—¿Por qué, pu’? Chis’, ¿Y todas las veces que me han pegado a mí por culpa de ella, cuando me acusa?
—Pero si te acusa, es por que hiciste algo malo...
—No, pu’ socio. Si ella, a veces, me acusa de puras mentiras que inventa no más, para que me peguen. ¿No vis’ que ella es la regalona y toos’ le creen?.
—"A veces"...
—Si, pu’.
—Bueno, ¿y cuando te acusa las otras veces que no son mentiras?...
—Mira socio, ya llegamos. Aquí vive la señora Sole...
Muy convenientemente para el Antuco, llegan a la casa de la señora Soledad. Le llama la atención a Cristian, el jardín bien cuidado de la mujer. La casita, modesta, pequeña, sin embargo muy bien cuidada y arreglada, no guarda relación con la fama de la dueña. Doña Soledad los recibe muy contenta y con exagerada amabilidad. Su vestido floreado, largo con vuelos, le hace parecer a esas damas antiguas. Su pelo largo semirubio, teñido, amarrado con un grueso cintillo, cae libre sobre su espalda. Su perro, "Pequitas", no deja de ladrar a Cristian.
—¡Deja de ladrar a Cristiancito, pesado! –reprende a su perro la mujer–. Si él es un niño bueno, ¿verdad Cristiancito?
—Bueno, eso creo –responde Cristian, divertido por los esfuerzos del "Pequitas" por asustarlo, mientras al mismo tiempo "valientemente" se esconde detrás de doña Soledad.
La mujer les invita a sentarse a la mesa, la cual ha surtido de dulces, queque y algunas golosinas, lo que hace abrir desmesuradamente los ojos al Antuco, afectando sus glándulas salivales; cosa que no pueden dejar de notar sus dos compañeros de mesa, quienes intercambian miradas divertidas.
—El "Tuquito", es uno de los más fervientes admiradores de mis dulces –comenta con picardía la mujer a Cristian–. ¿Verdad "Tuquito"?.
El niño baja la vista avergonzado, sin emitir comentario.
—Ay, no te molestes mi amorcito, –dice la mujer con tono maternal–. Si lo digo de gusto. No es para que te pongas colorado, Ji, ji, ji.
—¿ Usted vive sola, señora Soledad? –interviene Cristian para sacar al Antuco de su incomodidad.
—Sí, mi tesorito. Como lo indica mi nombre "Soledad". Mi única familia es el “ Pequitas”, mi perrito- –la mujer acaricia tiernamente el pelaje del perro, a quién a sentado en su falda.
—¿Usted nunca tuvo hijos?
—Nunca quise tener hijos –responde con cierto aire de tristeza–. Es que para traer hijos al mundo, hay que poder cuidarlos y educarlos, y yo con la vida de gitana que llevaba, ji, ji, ji, nunca habría podido darles la atención que hubieran necesitado. Pero a veces me siento sola y como que me habría gustado tener uno que hubiera sido. Aaah, pero después me digo: “¿Y pa’qué querís hijos, Sole, cuando pa’ lo único que sirven los hijos hoy día es para hacer pasar rabia a los padres?.” Si los hijos de hoy día son muy ingratos, Cristiancito. Claro que no todos, por supuesto, como tú por ejemplo. Debes haber sido un muy buen hijo.
—¿Usted fue gitana, señora Sole? –pregunta abriendo los ojos el Antuco.
—Ja, ja, ja. Claro que no, "Tuquito". Es una forma de decir –responde divertida doña Soledad–. Lo que pasa es que yo fui una artista muy famosa cuando era joven. Cantaba y bailaba. Actué en muchas partes de Chile, uuuh, si yo les contara. La gente me pedía a gritos que saliera a cantar. Tengo “hartas” fotos de cuando era artista. ¿quieren verlas?.
—Yo ya las he visto varias veces, señora Sole –responde el niño, un tanto afligido.
—Tienes razón, "Tuquito", pero Cristiancito no las ha visto aún. ¿Quieres verlas, hijo?
—Sí, me encantaría –responde el joven, con sinceridad.
La mujer entra a su dormitorio, por un instante, y luego regresa trayendo un grueso álbum de fotografías, el cual abraza sobre su pecho, como algo muy preciado. El perro ahora se acerca a Cristian (a quien al parecer ha incluido entre sus conocidos, ya que no le ladra), moviendo su cola y jadeando.
—Mira, esta es de mi marido. Bueno, del que fue mi marido –dice, mientras muestra una de la fotografías a Cristian, quien ante la insistencia del "Pequitas", lo toma en sus brazos–. El se fue para Argentina y nunca volví a saber de él. El era promotor de artistas, y seguro que se encamotó con alguna flaca patas largas. En todo caso debe haber tenido las piernas más gordas que las mías, como se fue a encamotar tanto, ¿verdad? ja, ja, ja. Pero algún día pienso ir para allá, y si está casado con otra, me lo traigo "retobadito" de vuelta para acá, ja, ja, ja.
—Yo creí que su esposo había muerto –dice Cristian con cierta discreción, medio cerrando sus ojos para evitar los lengüetazos del perro, lo que causa la risa del Antuco.
—Está en Argentina –insiste la mujer, cambiando el tono de la voz, con los dientes apretados, y endureciendo su mirada , adoptando una actitud de ofendida.
—Oh, sí. Perdón, no quise molestarla –dice el joven, un tanto perturbado.
—No, mi amorcito –responde la mujer, recuperando rápidamente su sonrisa y su actitud amable–. No me haz molestado en lo absoluto, cariño. Déjame mostrarte esta foto del "Pequitas". Mira aquí está cuando recién tenía un mes de nacido ¿no es tierno?
—Si, se ve muy bonito –responde el joven, aliviado, mientras el perro se contenta, como si entendiera que están hablando de él.
—Bueno, después seguimos viendo fotos –dice doña Soledad, cerrando abruptamente el álbum de fotografías, ante la sorprendida mirada del joven–. No vaya a ser cosa de que el Antuquito, se nos desmaye de hambre, de tanto mirar los dulces, ja, ja, ja. Ya niños, sírvanse ustedes mismos. Aquí está el tecito, el pan, la mantequilla, el queso. Pon la bolsita de té en la taza, "Tuquito", para echarte el agua caliente. Cuidado, no te vaya a quemar...
Doña Soledad se mueve con habilidad al atender a sus invitados. Luego baja al perro de los brazos de Cristian, quién se ha estado esforzando en esquivar los lengüetazos del “Pequitas”. Lo deja en un cajón que al parecer es para él, con un trocito de dulce, y un poco de leche en un tazón. El Antuco apenas puede engullir el trozo de torta que se ha echado a la boca. Mientras mastica con deleite, ya le tiene echado el ojo a un apetitoso trozo de queque, que parece hacerle guiños. Cristian, de cuidados modales, observa a la mujer de reojo, mientras se sirve su taza de té. Una extraña simpatía ha nacido en él hacia doña Soledad. El trato cariñoso de la mujer, tal vez le hace pensar que así sería su madre, a la cual casi no conoció.
—¿Y tus padres, Cristiancito, viven contigo? –pregunta la mujer, como adivinando los pensamientos del joven.
—No, señora. Ellos murieron. Yo vivo con mi tío Alfredo, en la casa de los Ibarra, como a dos cuadras de aquí.
—Ay que pena... –responde doña Soledad con voz triste–. Dime "Sole" no más, mi amorcito. Así me dicen mis amigos, y quiero que tú seas mi amiguito ¿quieres? –dice la mujer, tomado el brazo del joven.
—Sí señora Sole. Claro. Me gustaría. –responde un tanto sorprendido el joven, encontrando su mirada con la del Antuco, quien le mira sonriente, con sus dientes incrustados en un sandwish de queso.
—¡Espléndido! Ahora ya tengo tres amiguitos –dice contenta la mujer mientras entrelaza los dedos de sus manos, acercándolas a su rostro.
—¿Tres? –pregunta Cristian, tratando de no parecer indiscreto.
—Claro; la Rebequita, "Tuquito", y ahora tú –responde la mujer, mientras acaricia la barbilla del joven–. Son las únicas personas que no me rechazan, o que no me tratan de loca.
—Perdón, ¿Quién es la señora Rebeca? –pregunta intrigado el joven.
—Se refiere a mi madrina –responde el Antuco, con la boca llena de pan.
—Tuquito, qué son esos modales –corrige con cariño la mujer–. No debes hablar con la boca llena, mi amorcito.
—!Up¡. Perdón –responde avergonzado el niño, mientras se limpia la boca con una servilleta.
—La Rebequita, es muy tierna conmigo –continúa la mujer–. Cuando estoy enferma, me viene a ver y se encarga de ir a retirar mis medicamentos al hospital. Incluso cuando estoy en cama, enferma, ella se da la molestia de venir a cocinarme, fíjate. Es una santa para mí. Yo le digo que es mi "madre Teresa" particular, ji, ji, ji. Ella es la única que cree que no estoy loca.
—Bueno, yo tampoco creo que lo esté –se apresura a comentar, Cristian–. Me parece una señora muy amable y cariñosa.
—¡Yo tampoco, señora Sole! –interrumpe el Antuco.
—Ay, gracias, mis tesoritos. Si no es necesario que me lo digan. Yo lo sé. –dice la mujer en tono conciliador–. Yo me refería a las otras mujeres del barrio, y todos los demás. Mucha gente se interesa en los demás solo cuando andan en busca de chismes. No pueden soportar no enterarse de la desgracia ajena. No por que deseen ayudar, si no por que quieren hacer leña del árbol caído. Agitan sus lenguas venenosas, víboras hipócritas. Apuesto a que cuando me muera, ahí van a decir: " ay, qué buena era la "loquita", para ver qué pueden rapiñar de las cosas que tengo. Pero se van a quedar con los crespos hechos, los buitres. Yo ya tengo hecho mi testamento, y se van a llevar una tremenda sorpresa cuando se enteren, ja, ja, ja.
—Perdone que le pregunte, señora Sole. ¿Por qué creen que... que usted está loca? –pregunta Cristian, con prudencia.
—Ay, tesorito. No importa, pregunta no más. Tú eres mi amiguito y puedes preguntar lo que quieras –responde la mujer poniendo tiernamente su mano en la cabeza del joven–. Bueno, lo que pasa es que a veces, cuando no me tomo mis pastillas, o cuando paso una rabia muy grande, me vuelvo una niña... Espérame un ratito, te voy a mostrar algo...
La mujer se pone de pié, entra en su dormitorio, y después de un momento regresa con una muñeca de trapo, hermosamente vestida.
—Cuando me pongo como niña –continúa la mujer–, juego con mi muñeca, "Mimí". Le acaricio el cabello y la hago dormir. Las mujeres del vecindario se burlan de mí y me gritan que soy una loca. Ella sí me comprende –balbucea mostrando a su muñeca–, por que nunca me contradice ni se burla de mí. Claro, las muñecas no pueden hablar, ¿verdad Cristiancito? ja, ja, ja. Pero cuando se me pasa, me acuerdo de toditito lo que hice, fíjate de que no se me olvida nada.
—Y esas pastillas que dice usted, ¿son para que no se ponga así? –pregunta Cristian, ante la atenta mirada del Antuco, que con sus ojos bien abiertos, parece no querer perderse nada de la conversación.
—Claro –responde la mujer–. Me las recetó el doctor Barbosa, que es un médico Brasileño, bien joven, y que me atendió cuando estuve internada en el hospital de los loquitos, cuando me dio una crisis.
—¿Le dan crisis, señora Sole? –interviene el Antuco, queriendo participar de la conversación, sin tener mucha idea de lo que está preguntando.
—Bueno, muy rara vez Tuquito. Pero cuando me dan, a veces veo personas en mi cuarto, pero yo sé que no están ahí. Yo sé que es mi imaginación no mas, pero son muy reales. Hasta puedo sentir cuando me tocan. Por eso tengo que tomar mis pastillas. Tengo varias pastillas y tengo que tener cuidado de tomarlas a mis horas. Hay unas bien chiquitas de diferentes colores. Y en la noche me tomo una “Triptilina”. Son éstas, ¿ves?. Estas chiquitas –muestra una pequeña cajita a Cristian–. Las guardo en esta cajita para que no se me olvide tomármelas.
—Pero el que a usted le den a veces esas crisis, no significa que esté loca –dice condescendiente el joven.
—Ya lo creo que no. Pero anda tú a hacerle entender eso a las chismosas del barrio –concuerda la mujer–. Se han encargado que todo el mundo me crea loca. Y yo digo que es el mundo, mas bien el que está cada día más loco, y no yo. ja, ja, ja ¿no crees, Cristiancito?
—¿Porqué dice que el mundo está loco, señora Sole? –pregunta intrigado el Antuco.
—Por que sí, pues, "Tuquito". Si el mundo dice que lo blanco es negro y que lo negro es blanco. ¿Quién es el que está loco? –responde la mujer. El Antuco da una mirada significativa a Cristian, como para recordarle que él ya le había mencionado ese comentario anteriormente, cosa que el joven recuerda perfectamente–. "Habrase visto" –continúa la mujer–, ¿Cuándo los hombres se habían vestido de mujeres, y las mujeres de hombres? Las mocosas de apenas 12 años, tienen guagua, y los taitas mas encima se lo celebran? Y si algún padre se atreve a darle un buen par de correazos a un hijo mal criado, lo acusan de maltrato infantil y lo meten preso... El otro día, sin ir más lejos, don Enrique, el señor que es taxista y que vive en la calle de más arriba, pilló a su hija de 15 años que le había mentido, y que estaba en la casa de un tontorrón grande de mas de 20 años, besuqueándose y haciendo quizás qué otras cochinadas, y le pegó un correazo que le dejó marcada la correa en las piernas. La chiquilla lo denunció a los carabineros, y a don Enrique lo metieron preso. Más encima lo amenazaron que si le volvía a pegar a su hija, lo iban a meter a la cárcel y tendría que pagar multa. Ahora la cabrita hace lo que se le antoja, y como burla se pasea con el tontorrón por toda la población. ¿Qué te parece?, ja, ja, ja. ¿No está loco este mundo?...
—¿Uno puede acusar a su papá a los carabineros, señora Sole? –pregunta interesado el Antuco.
—¿Qué estás pensando picarón? –responde doña Soledad, sonriendo pícaramente al niño–. Claro que se "puede" hacer. Pero no sería correcto pues, Tuquito. Los padres disciplinan a sus hijos, porque los quieren y no desean que cuando crezcan sean unos delincuentes, o drogadictos. Esas leyes se hicieron para proteger a los niños que son maltratados abusivamente por padres violentos. Pero parece que algunas autoridades no lo entienden, y se van al extremo de quitarles el derecho a los padres de criar a sus hijos de una manera digna.
—Pero a veces los papás le pegan re' fuerte a uno, pu' –protesta el Antuco.
—Ja, ja, ja. Bueno, ésa es la idea, pues Antuquito. Que duela –responde divertida doña Soledad–. Así el niño aprende que una mala acción reporta un castigo doloroso, y así no lo vuelve a hacer. ¿Te imaginas que los padres le pegaran tan despacio a los niños y que no les doliera nada? Los niños seguirían portándose mal, total, si no duele?...
—Yo una vez, me puse una frazada chiquita, que era de la Lore cuando ella era guaguita –confidencia sonriente el Antuco–. Me la puse doblada debajo del pantalón, y cuando mi papá me pegó, no me dolió ná'. Pero yo igual gritaba como si me hubiera dolido re' mucho. Pero la Lore me acusó, y mi papá me bajó los pantalones y me pegó re´fuerte. Chis' me dolió más?...
—Ay, este Tuquito, es todo un plato, ja, ja, ja –dice doña Soledad riendo junto con Cristian, quien, acaricia la cabeza del niño.
—Claro que hay adultos también que se portan mal –continúa la mujer–. Por eso digo que el mundo está al revés. Por ejemplo, hace un tiempo, en el almacén de doña Luisa, estaba la desvergonzada de allá arriba, esa que le quitó el marido a la chatita que vive al lado de la Rebequita, y se ufanaba diciendo que: -(doña Soledad hace gestos cómicos al imitar el modo de hablar de la mujer)-."Ay, ‘su hombre’ le había comprado esto y aquello". ¿Y tú crees que las otras mujeres que estaban allí, le reprocharon algo?... ¡Nada! Si hasta la felicitaban, hijo. A mí me dio tanta rabia, que no pude contenerme, y le dije que en vez de estar vanagloriándose con el marido de otra, mejor se fuera a preocupar de los cinco críos que dejó abandonados con su esposo, ji, ji, ji.
—¿Y ella qué le contestó? –pregunta intrigado Cristian.
—Ay, hijo. Si se me fueron todas encima. Casi me pegaron. Me dijeron de todo. Lo más suave que me dijeron, fue "loca metiche y la de tu madre...". La pobre señora Luisa estaba tan avergonzada, que después tuvo la gentileza de disculparse por lo que habían dicho sus clientas. Esa señora me gusta, porque es una dama. Nunca le he oído decir alguna grosería, cosa que en es muy difícil decir de las otras rotas que estaban allí.
—¿Y a tí, Cristiancito? –pregunta la mujer–. ¿Cómo te va en el colegio?
—Me va bien, creo. Es que llevo poco tiempo todavía –responde el joven–. El profesor jefe me dijo que la otra semana me iba a hacer unos exámenes de evaluación para poder calificarme. Ojalá me vaya bien.
—No tendría por qué irte mal. A menos que no dejes tiempo para estudiar. ¿Tú tienes polola, Cristiancito? –pregunta doña Soledad, mientras sube al perro en su falda.
—No, no me gusta pololear –responde el joven un tanto avergonzado.
—Mucho mejor –dice doña Soledad, complacida–. Los jóvenes que andan pensando en esas cosas, no dejan tiempo para sus estudios. Quieren pasarse el tiempo enamorando niñitas. Además que lo encuentro tan cruel.
—¿Cruel? -pregunta intrigado el joven.
—Sí, cruel. Cómo no va a ser cruel, pues Cristiancito –responde doña Soledad, mientras acaricia a su perro–, si cuando los jovencitos se enamoran, no pueden casarse, porque están estudiando y no tienen cómo formar un hogar todavía.
—Pero es que el pololeo no es para casarse, pu', señora Sole –interrumpe el Antuco, queriendo demostrar que sabe sobre el tema.
—Por lo mismo, Tuquito. El permitir que se desarrollen fuertes sentimientos, sin el compromiso del matrimonio, hace sufrir mucho a esos jóvenes –contesta la mujer–. Y más si algunos de ellos lo hacen solo para divertirse, como dicen. Sin tomar en cuenta el daño emocional que pueden causarle al otro, más si se 'encamotan'. ¿no crees Cristiancito?.
—Bueno, yo... en realidad no lo había pensado así.
—Muchos jovencitos no miden las consecuencias que pueden traer esos pololeos, llamados "diversión sana", Cristiancito. Algunas jovencitas han llegado a quitarse la vida por un pololo que las deja por otra niña. Y cuando no es eso, es porque quedan embarazadas. Entonces los papás las obligan a hacerse aborto, y así asesinan a una criatura inocente que no tiene la culpa de venir a la vida. O algunas que tienen miedo de que se enteren sus papás, también se quitan la vida.
—Pero no todas los que sufren se quitan la vida, ¿o sí? –pregunta preocupado el joven.
—Claro que no, Cristiancito. Pero ¿Quién puede saber cómo reaccionará un corazoncito joven y sin experiencia, a un desengaño amoroso? Tú sabes que los adolescentes toman todo tan exageradamente... Se creen feos, que tienen la nariz muy grande, que nadie los “pesca”, como dicen ellos... que nadie los entiende... Imagínate cuando se sienten engañados, o abandonados por sus pololos.
—Si, pues. Tiene razón.
—Ahora ¿qué me dices tú, de todas esas niñitas que tienen que criar a sus hijos, solas, cuando ellas mismas necesitan que las cuiden y las críen? Además, casi ningún hombre está dispuesto a hacerse cargo de hijos ajenos, y las pobres cabritas tienen que quedarse solas con sus críos. Además muchos jóvenes creen que cuando una niña tiene un hijo, es por que son mujeres fáciles. Así es que las pobres niñitas pasan de uno en otro mocoso, buscando marido, y lo único que consiguen es llenarse de más críos. ¡ Pobres pajaritos! Pero el mundo está así ahora. Dan ganas de ponerse a llorar.
—Pero, ¿no se puede pololear sin tener hijos? –pregunta el Antuco con sus ojos bien abiertos, por lo novedoso del tema para él.
—Ja, ja, ja... Me había olvidado que el Tuquito estaba escuchando conversaciones de grandes –dice doña Soledad–. Debe tener las orejas cono antenas de televisión. Ja, ja, ja.
El niño baja la vista avergonzado, pero doña Soledad lo tranquiliza rápidamente, acariciando su "espinuda" cabellera.
—Ay, mi amorcito, no se me ponga así. Si lo digo en broma nada más, ji, ji, ji –ríe divertida–. Bueno, lo que pasa Tuquito, es que los jóvenes cuando se abrazan, y se dan besitos, y se hacen cariñito, y más cariñito, y más cariñito... después no pueden evitar que se les pase la mano, como se dice ¿no?. Entonces se les sube la temperatura, ji, ji, ji. Y entonces se ponen a tener hijitos, pues. ¿Ves?
—Ah... ¿ Y cómo...? –pregunta el niño.
—Ay, no. Hasta aquí no más llego yo, pues Tuquito. Ja, ja, ja. –ríe de buena gana doña Soledad, mientras se hace para atrás, apoyando su espalda al respaldo de la silla, ante la mirada divertida de Cristian que acaricia la cabeza del niño–. Lo demás vas a tener que preguntárselo a tu mamá o al profesor de tu escuela, ji, ji, ji. O vas a tener que esperar "cuando seas grande" como dicen por ahí., ja, ja, ja.
El niño ríe también, poniendo su mano abierta sobre su rostro, mirando entre sus dedos, sin entender mucho, pero queriendo aparentar que entiende todo. El "Pequitas" ladra contento, como si quisiera participar de ese momento alegre.
—¿Quieres otra tacita de té, Tuquito?, ¿Y tú, Cristiancito? –pregunta la mujer mientras deposita otro trozo de dulce en el plato del Antuco, y también en el de Cristian.
—Sí, gracias –responde el niño–. ¿Me puedo servir otro pedazo de torta?
—Claro, mi amor. Veo que te gustó la torta que hice ¿eh?
—¿Usted la hizo? –pregunta Cristian–. Está muy rica.
—Gracias, cariñito. Ustedes me dan ánimo con sus halagos. Son unos Amores. Para el mes de Julio, está de aniversario el “Pequitas”. Así que haré una fiestecita y ahí haré una rica torta. Ustedes serán mis invitados exclusivos.
—¿Aniversario?, ¿Exclusivos? –pregunta intrigado el niño.
—Si, Tuquito. Ese mes se cumple un año desde que me regalaron al “Pequitas”. Era tan mononito y chiquito, ji, ji, ji.
—¿Y por qué exclusivos? –insiste el niño.
—Ah, porque ustedes serán los únicos que estarán en esa fiestecita. Ah, y la Rebequita, por supuesto.
—¿Y va a haber chocolates? –pregunta con entusiasmo el Antuco.
—Ja, ja, ja... Por supuesto, Tuquito. Ahora también tengo unos chocolatitos guardados para ti, que compré en el supermercado.
—¿Me puedo comer uno? –pregunta tímidamente el niño.
—Ja, ja, ja... ¿Y dónde le cabe tanto a este niño? –pregunta divertida doña Soledad, ante la risa de Cristian.
La velada continúa entre las anécdotas del Antuco, las fotografías de doña Soledad, y los ladridos del "Pequitas", que cada vez que escucha reír, piensa que es una señal para ladrar y mover la cola.
El Antuco da cuenta de dos barras de chocolate, y otro trozo de torta, mientras conversa con la boca llena, ante las recriminaciones de doña Soledad. Cristian no recuerda haber pasado un rato tan agradable cómo aquel, y con tan extraños personajes, y de tan diversas generaciones. Bien decía su abuelo, que a veces se aprende de la vida, en donde menos se piensa. Se alegra de no haber acompañado a Alfredo y Nélida, y haber optado por conocer a tan interesante señora.

Como a las 9 de la noche, Tito lo invita a salir a juntarse con sus amigos, pero Cristian se excusa aduciendo que tiene que conversar con su tío que se va a la mina. No quiere herir a Tito, pero tampoco le agrada la idea de encontrarse con sus "amigotes", como les llama la mamá de Tito.
Esa noche, Alfredo se regresa a la mina. Le deja el encargo de recibir durante la semana, a un compañero de trabajo del otro turno, quien llevará una cama de una plaza para Cristian. Por fin podrá dormir sin el cargo de conciencia de estar privando a Alfredo de un buen descanso, ya que hasta ahora su tío ha estado durmiendo en el sofá.
Después de acostarse, no puede conciliar el sueño. Hay demasiadas cosas en su cabeza. Toda su vida se ha trastocado en los últimos días. No se acostumbra a la idea de que ya no está en su casa de Chalinga, en su cama acogedora, al lado de la ventana que da al jardín de la abuela. Que su abuelo ya no está a su lado con sus consejos campechanos. Que a sus amigos, tal vez ya no los vuelva a ver. Echa de menos el pan amasado con chicharrones, de doña Melania. Y los huevos frescos de gallina que le llevaba por la mañana, antes de irse al colegio. Una solitaria lágrima, solitaria como él mismo se siente ahora, rueda por su mejilla hasta alcanzar la comisura de sus labios. Sus manos aprietan fuerte la punta de la sábana húmeda entre sus dientes.

FIN DEL CAPITULO 12

—LA LOCA— Cap. 11

Ese Lunes en la mañana casi se queda dormido. Si no fuera porque Alfredo lo despertó a tiempo, habría llegado atrasado a clases. La trasnochada de anoche aún le produce dolor de cabeza. Ël no está acostumbrado a dormirse después de las 10 de la noche. Su abuelo era bastante estricto en ese sentido. "La gente de trabajo debe acostarse temprano –decía–. El buen Dios nos dio el día para trabajar y estudiar, y la noche para descansar." Finalmente decidió no contar a Alfredo, al menos por ahora, la desagradable experiencia de la noche anterior, así como tampoco las cosas que el "Pitufo" dijo acerca de la señorita Nélida. De todas maneras, la imagen de la muchachita que estaba siendo violada por el "Jote", no deja de atormentarlo. ¿Debería denunciarlo? ¿Y si después, el "Jote" vuelve para cobrarse venganza?... Tal vez la jovencita estaba de acuerdo, después de todo... uno no sabe. El temor le hace relegar esos pensamientos inquietantes en un rincón oscuro de su mente.
El lunes en la tarde Alfredo le comunicó que Tito quería hablar con él. Cristian le hizo el quite a propósito. No quería tener que explicar porqué se retiró tan intempestivamente de la casa del "Piojo".

El martes en la tarde, después del colegio, se lo encuentra de sopetón al salir del almacén de la señora Luisa.
—Hola, compadre. ¿Qué pasó que te desapareciste de repente de la fiesta? Me tenías harto' preocupado amigo –pregunta Tito, mientras pone su mano en el hombro del joven–. Creí que te había pasado algún "drama". Tuve que hacerme el ganso, con tu tío, y le pregunté cómo habías amanecido del estómago, para que no se molestara por haberte dejado volver solo. Como me dijo que te habías ido para la escuela, ahí me tranquilicé, compadre...
—¿Cómo supiste que me había enfermado?
—La "Pita" me dijo que te sentiste mal del estómago...
—Es cierto, Tito. Parece que la bebida con pisco que me dio Dina, me descompuso el estómago y tuve que ir al baño a vomitar... Después no quise molestarte, así es que me fui solo...
—Puchas, qué mala onda compadre. Yo me preocupé más, cuando los "Malditos" llegaron a la fiesta con ganas de buscar bronca. Al final quedó la "grande". Con decirte que llegaron hasta los pacos...
—¿Ah sí?
—La legal, compadre. Por eso fue mejor que te hubieras ido. Así don Alfredo no te prohibirá salir de nuevo conmigo. ¿Sabís' que el taita del "Piojo" dijo que con esto, ya no piensa prestar la casa para otra fiesta? Pa' más remate parece que el "Jote" se metió a los dormitorios con alguna "pierna" y dejó toda la cama deshecha. La vieja del "Piojo" andaba con "penacho de guerra", compadre. Yo me estaba pasando rollos, pensando que te habías topado con los "Malditos", y te hubieran "faenado", compadre.
—Bueno, en realidad, solo me topé con unos jóvenes que andaban tomando cerveza, y querían que les diera mi chaqueta, y....
—No me estís' balanceando, pu' compadre. ¿No vis' que estoy hablando en serio? –interrumpe Tito.
—Si no es broma, Tito. Unos jóvenes me salieron a asaltar, y tuve que darles mi reloj. Por favor no le vayas a contar a mi tío, porque se va a preocupar mucho, y estando arriba en la mina, más preocupado se pondrá. ¿Ya?
—Hecho, compadre. No te preocupes por eso. Tu tío, de mí, no sabrá piola. Pero, ¿cómo eran los locos? ¿Eran muchos? ¿Qué te dijeron?.
—Bueno, en realidad, eran como veinte más o menos –Tito cierra los ojos de preocupación, y se lleva una mano a la cabeza mientras Cristian continúa con el relato–. A uno de ellos lo llamaban Claudio o algo así. Y a una niña que parece que mandaba, porque todos le hacían caso...
—¡ No me digai' que le decían ...¿Licha, por casualidad?.!
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?...
—¡Te topaste con los "Malditos", compadre! ¡Qué mala onda!. Churra, qué mala onda, compadre –repite preocupado el muchacho.
—¿Estás seguro, Tito?.
—Totalmente, compadre. La Licha es la hermana del "Sopa" y del "Negro José", un loco que mataron el año pasado en la pobla’ de al lado. Es rica la loca, pero es más peligrosa que mono con navaja, compadre. Al grupo con que yo me junto nos tiene "filo" a muerte.
—¿Y porqué?
—Es que alguien le metió en la cabeza que nosotros nos 'echamos' a su hermano. Y na' que ver pu'...
—¿Se lo qué......?
—Que nos "echamos" a su hermano, que lo matamos...
—Ahh. ¿ Y no fueron ustedes?
—No, no pu', compadre. Chis', córtela. Cómo se le ocurre. Somos agallados, pero no andamos 'echándonos' a la gente por cualquier cosa. Además esos compadres están metidos hasta las masas con la "blanca". Pa' mi que el "Negro José" se hizo el "toni" con un billete y se lo echaron en venganza.
—¿La blanca?
—La blanca, pu' compadre. La coca, la “pasta”, la "drogueli".
—Ah...
—Lo que no entiendo, es cómo te dejaron ir, así no más. Si venías de la fiesta, fijo que te "punzaban", compadre.
—Si me preguntaron si venía de la fiesta, pero me hice el tonto.
—Menos mal compadre. No se te ocurra volver a caminar sólo por la pobla de noche, compadrito. Si te ven conmigo, fijo que van a creer que eres del lote. Y si te pillan solo... mejor ni hablamos.
—Pero la niña que llamaban "Licha", no parecía tan mala persona...
—Eso es lo que usted cree pu' compadre. Esa mina, así como usted la ve, rica de todas partes, con sus ojitos piola y todo... se mandó a dos locos del grupo a la posta. Y a los dos juntos. Lo que pasa es que el "Sopa" le enseñó a usar la "catana", y “pa' más”, sabe karate,: cinturón negro, compadre, c i n t u r ó n n e g r o –gesticula exageradamente el muchacho–. ¿No ve que ha participado en campeonato nacional de Karate?. Por eso los "Malditos" la respetan. Además que su hermano es de la mafia y es el jefe del grupo...
—¿Verdad?
—La legal, pu' compadre, no lo voy a estar balanceando... ¿Pa' qué? Claro que el "Sopa" no se junta con ellos. Ël tiene su lote de gente mayor. Pero a veces los usa pa' algún "trabajo."
—¿Y él nunca ha tratado de vengarse de ustedes, por lo de su hermano?...
—El "Sopa" sabe que nosotros no tuvimos na' que ver en el atado. ¿Tú crees que si creyera que fuimos nosotros, no se habría mandado pal' otro lado hace ratito al que lo hubiera hecho?. Esos son gallos peligrosos. Nosotros no nos metemos con ellos ni en broma, compadre. Y usted hace bien en no meterse tampoco. Y menos con la Licha. No se engañe con la facha rica de la mina, compadre. Es veneno. Se lo digo... Veneno.
—No te preocupes Tito. No tengo intenciones de meterme en líos...
—Arrímese a la Dina, compadrito. Usted le cayó en gracia a la loca. Yo vi cómo lo miraba. Estoy seguro que si usted se lo pide, se los baja en primera, ja, ja, ja. Si quiere, yo le hago gancho ¿Qué me dice?.
—No Tito –se apresura a responder el joven–, Yo nunca he pololeado, y no quiero hacerlo todavía... yo después te digo.
—¿Y quién dice que tiene que pololear, compadre?. Si lo único que debe hacer, es pegarse unas buenas "agarradas" de traseros, pechugas, y unas buenas "baboseadas" por toditos los rincones – dice Tito, en tono festivo, gesticulando y haciendo exagerados ademanes descriptivos–. Y después le pasa la boleta, y chao pescao’, compadre.
—No creo que yo pueda hacer eso, Tito –responde avergonzado el joven–. A mi no me criaron así. No es que te esté criticando, pero mi abuelo me enseñó a respetar a las mujeres, porque... bueno porque son mujeres.
—Puchas que es ganso usted compadre. Se está perdiendo lo mejor de su vida... la juventud –dice en tono compasivo el sorprendido muchacho–. Va a llegar a viejo, y no va a tener nada interesante que recordar, o que contarle a sus nietos. Cuando sus nietos le pregunten qué hizo cuando era joven, les tendrá que decir (remedando voz de viejo sin dientes): "Ay, hijitos, yo fui monje tibetano y me decían 'el Padre Cristian', y nunca supe lo que tenían debajo de la falda las mujeres, por que mi abuelito me enseñó que a las mujercitas hay que respetarlas –señalando y asintiendo con el dedo índice–. Y solo se les puede dar un besito en la puntita...de la nariz." Y cuando le pregunten cómo nacieron sus hijos, les dirá: "Ay, es que yo apagaba la luz cuando se acostaba su abuelita, así que tenía que arreglármelas a tientas". Ja, ja, ja, ja.
Tito prorrumpe en una escandalosa risotada, seguido por Cristian quien no puede impedir reír de buena gana con la bufonada de Tito.
—Bueno, compadre. Mejor lo dejo. No vaya a ser cosa que se me pegue el "espíritu santo" y después me tenga que ir a un monasterio. Chao –dice riendo Tito.
—Chao, payaso...

Durante el resto de esa semana, no pudo encontrarse con la señora Soledad, a quien el Antuco llama "la loca". Una lástima. Le hubiera gustado conocerla. Su curiosidad en cuanto a esa misteriosa señora, es muy grande. ¿Será realmente loca, o simplemente excéntrica y mal comprendida?
Alfredo se esmeró en salir con su sobrino. Claro que con los deberes escolares del joven, solo pudieron salir dos veces. Y una de ellas, el Sábado por la tarde, con la señorita Nélida, quién no dejaba de mirarlo de esa manera que lo hace ella, y que le hace bajar la vista ruborizado. Ese Sábado Alfredo lo llevó a conocer el Balneario Municipal, al sur de la ciudad. Nélida y Alfredo nadaron hasta una balsa localizada a unos 30 metros de la orilla. Cristian, quien no sabe nadar, permaneció en la orilla, mientras unos niños chapoteaban a su lado. Nélida parecía disfrutar de las miradas ansiosas de unos jóvenes que la silbaban y halagaban por su minúsculo biquini rojo. Alfredo solo reía por los comentarios que los jóvenes adolescentes hacían, y solo se limitaba a decir que "lo que no se toca, no sale perjudicado" o algo así. Cristian trataba de desviar su vista de los pechos de Nélida, cuando ella se agachaba a recoger la toalla o cuando se recostaba en la arena con uno de sus ojos entreabierto, para escudriñar la reacción del joven. La forma en que Nélida hostigaba a Alfredo con abrazos y besos arriba del taxibús, cuando regresaban a casa, ponía nervioso a Cristian, a pesar de que Alfredo trataba de controlar los relajados afectos de la muchacha.
Ese domingo Alfredo salió temprano con Nélida. Cristian, se excusó de acompañarlos y también con Tito, quien lo invitó a su pichanga de "pateadura". No quería tener que enfrentar al “Jote”. El solo pensarlo, le hacía temblar la barbilla. Además las palabras de Andrés Avila, su compañero de curso, acerca de los "amigotes" de Tito, y lo que él mismo había podido comprobar, no le habían dejado ganas de repetir la experiencia ¡Ni que estuviera loco!.
Prefirió ir a observar a los amigos del Antuco, jugar al lado del supermercado. El Antuco lo invitó a jugar con ellos, pero a Cristian le pareció que era muy grande para jugar con los niños. De modo que se sienta en una banca a observarlos.
De pronto, el Antuco, corre agitado hacia Cristian....
—¡Socio, socio... ahí viene...!
—¿Viene quién...?
—¡ La "loca", pu' ! La loca –repite el Antuco bajando la voz para que la mujer no lo escuche.
La mujer, delgada, de unos 60 años, viste un traje mas bien antiguo, de tela fina, largo hasta los tobillos. Lleva un sombrero alón, de paja con unas flores artificiales y una cinta roja con el que sujeta el sombrero a su barbilla. En sus brazos acurruca con ternura a un pequeño perro faldero, de hermoso pelaje negro brillante, bien cuidado, y de orejas largas, que no cesa de lengüetear la cara de la mujer, quien ríe divertida mientras le acaricia la barriguita.
—Hola, señora Sole –saluda el Antuco, dándose importancia, ante los ojos asustados de sus amigos que lo observan acercarse con tanta familiaridad a la mujer.
—Hola, mi amorcito... –responde la mujer, inclinándose para dar un beso en la mejilla al niño, quién ufano observa a sus amigos, exhibiendo su "valentía"–. ¿Qué haces por aquí? ¿ Ya hiciste tus deberes con tu mamá, picarón?.
La mujer acaricia la barbilla del niño mientras mira interrogante a Cristian, quien no sale de su asombro ante el extraño personaje. Siente una extraña mezcla de excitación, temor, y satisfacción al poder, por fin, conocer a la enigmática mujer.
—¿Y este guapo jovencito... es amigo tuyo, "Tuquito"?. –pregunta la mujer con una agradable sonrisa.
—Es Cristian, mi amigo. ¿No es cierto, socio? –responde el Antuco, orgulloso, dando una mirada de suficiencia a sus amigos que lo observan boquiabiertos.
—Claro. Como está señora –responde Cristian, mientras estrecha la mano de la mujer, quien al parecer esperaba que el joven se la besara por cortesía, a juzgar por la pequeña perturbación en su rostro.
—Los amigos del "Tuquito", son mis amigos también, ¿verdad "Pequitas"? –dice sonriendo la mujer, mientras toma la patita del perro y se la muestra a Cristian para que lo salude, cosa que el joven hace divertido.
—Hola "Pequitas", gusto en conocerte –dice Cristian, mientras el perro da unos ladridos, como si entendiera el saludo del joven.
— Uyy, le haz caído bien al "Pequitas". Eso muestra que eres un buen chico, pues el "Pequitas” nunca se equivoca. El conoce muy bien a las personas –exclama contenta la mujer–. El sabe distinguir la gente buena de la gente mala ¿sabías?.
—Qué interesante –responde el joven para seguir la corriente.
—"Tuquito" ¿me quieres acompañar al Supermercado para que me ayudes a vigilar a este perrito malulo? –pregunta la mujer dirigiéndose al niño–. Este "niñito" es muy travieso –explica la mujer al joven–. Si uno se descuida, se pone a hacer puras maldades. Es un malcriado –dice dando un beso en el hocico del perro.
—Se refiere al "Pequitas" –se apresura a explicar el Antuco, preocupado.
—Ja,ja, ja. Sí, si me doy cuenta, no te preocupes –contesta divertido el joven–. Vamos, yo también les acompaño.
—Uy, qué jovencito mas gentil. ¿No ves que el "Pequitas" conoce a la gente, "Tuquito"? –dice la mujer acariciando la cabeza del niño.
Los tres entran al supermercado. Cristian retira un carro para transportar mercadería, pero la mujer le pide que lleve un canasto metálico solamente.
En el recorrido por los pasillos interiores, la mujer no deja de conversar con su perro, como si éste entendiera lo que su ama le dice. Incluso pregunta al animal sus preferencias para llevar sus marcas "preferidas". Antuco da cómplices miradas sonrientes a Cristian, mientras da pequeños codazos al joven, quien solo se encoge de hombros, cuando la mujer habla con su perro.
—El “Tuquito", se ríe cuando hablo con el "Pequitas" –dice la mujer a Cristian, dando una mirada pícara al niño, quien se ha ruborizado al notar que la mujer se ha dado cuenta de sus codazos a Cristian–. Pero es que mi perrito es mi única familia que tengo. ¿verdad perrito?
—No, si no me río, señora Sole –se apresura a explicar el Antuco.
—Ay, no te preocupes mi amorcito, si no me molesta. El "Pequitas" es tan regalón fijate –dice ahora, dirigiéndose al joven–. Cuando yo lo dejo solito, cuando voy a comprar, se pone a llorar igual que un niño, por eso me lo traigo mejor. Y cuando me ve llorando a mí, se sube arriba de mi falda y me pasa la lengua por toda la cara, ja, ja, ja, como si quisiera hacerme cariño, consolarme ¿entiendes?. En las noches no se duerme si no me ve a mí primero acostada. y se sube a mi cama el muy frescolín. Le gusta dormir conmigo. Yo le aguanto a veces no mas, por que él tiene su camita que yo le hice con un cajón, ¿cierto mi perrito?
—¿Te gustaría venir a mi casa a tomar el té conmigo, Tuquito? –pregunta la mujer–. Puedes traer al tu amiguito...
—Claro, señora Sole –responde el niño–. A mi amigo le gustará ¿verdad socio?
—¿Eh?... claro... si, creo que sí –responde sorprendido el joven, por lo imprevisto de la invitación.
En realidad se estaba preguntando cómo hacer algunas preguntas que le inquietan acerca de la enigmática mujer. No puede comprender bien por qué le interesa tanto conocer más de ella. ¿Será que puede hallar respuesta a algunas de sus inquietudes de adolescente, con ella? (Por lo que parece, el Antuco está muy interesado en comerle los chocolates a la hora del té).
—¡Espléndido! –exclama la mujer–. Entonces compraré algunas cositas para acompañar el té. Sin olvidarme de tus chocolates, "Tuquito".
A Cristian le divierte notar cómo el Antuco no puede disimular la instantánea sonrisa que se apodera de su rostro, a pesar de sus esfuerzos por impedirlo.
Después de acompañar hasta su casa a la señora Soledad, para ayudarle a llevar las compras, Cristian y el Antuco regresan al sector del Supermercado a recoger la pelota del Antuco, ante las protestas airadas de los demás niños. Al regresar a su pieza, el joven se percata que Alfredo aún no regresa de la playa. Busca mecánicamente el reloj en su muñeca para ver la hora. No está. Claro, se lo regaló a "Licha". Bueno, se vio obligado a obsequiárselo, si no; es posible que a esta hora estuviera recuperándose en el hospital o recostado dentro de uno de los cajones que vende el papá del Antuco.
Deben ser cerca de las una de la tarde. Enciende el televisor., tal vez digan la hora. El periodista lee las noticias del mediodía.. El derrumbe de un edificio en la india ha dejado centenares de muertos y desaparecidos. Un joven extraviado hace meses no aparece, ante la desesperación de sus padres. El posible enjuiciamiento de un general retirado del ejército, motiva declaraciones encontradas de diversos sectores políticos. Los cuerpos desaparecidos de unos niños, son encontrados en una ensenada de un río de la quinta región, al parecer violados y asesinados. Declaraciones a favor y en contra de la pena de muerte. La selección Chilena queda eliminada de un torneo internacional, al perder por un escore de 5- 0. El suicidio de una joven adolescente tiene consternado a sus padres y compañeros de colegio. Las declaraciones de una psicóloga, lamentan lo común que se han hecho estos actos desesperados de los jóvenes, que se repiten con cada vez mas frecuencia.
No entiende bien porqué nuevamente siente ese nudo en la garganta que casi no le deja respirar. El periodista despide el noticiero. "Son las dos de la tarde, continúe con nosotros... ya viene..."
"¡Las dos de la tarde!... La señora María debe estar impaciente esperando que vaya a almorzar..."

Al llegar a casa de doña María se encuentra con Alfredo que va saliendo...
—Flaquito... ¿Qué te pasó? Iba a buscarte.
—Se me pasó la hora, Alfredo. Yo creí que ibas a pasar por la pieza primero. Te estaba esperando... y como vi que no llegabas, me vine no mas...
—Ja, ja, ja. Menos mal. Si no íbamos a seguir esperándonos hasta la noche.
Después de almorzar, se sientan en el living a conversar, mientras Nélida sigue hostigoseando a Alfredo con sus arrumacos, mientras disimuladamente observa de reojo a Cristian, quien hace verdaderos esfuerzos por no posar su vista sobre las piernas de la muchacha.
—Bueno, me voy a la pieza –dice incómodo Cristian, después de un rato, mientras se incorpora para retirarse.
—¿Ya te vas?... ¿Tan pronto? –pregunta Nélida con fingida indiferencia.
—Sí. La verdad es que me siento bastante cansado y con sueño. Así es que voy a dormir una siesta.
—No se te vaya a pasar la hora de nuevo, flaquito, para que tomemos onces temprano. A lo mejor salimos a la noche –sugiere Alfredo.
—Ah, qué bueno que me lo recordaste... Es que no voy a venir a tomar onces. Estoy invitado a otra parte.
—¿Donde el Tito? Ten cuidado Cristian, acuérdate de ese día de la fiesta, después que tú te viniste...
—Ah, no. Si no es donde el Tito. Además ya decidí no ir más a una de sus fiestas. Ya me di cuenta que sus amigos no son muy buena compañía –responde el joven.
—Qué bueno que lo hayas decidido así, flaquito –dice Alfredo–. A Tito hay que tenerlo "ahí no más". No es mal chico, pero las juntas que tiene...
—Especialmente las cabras locas del grupo. Son tan vulgares, y capaz que estén todas con SIDA, por que se montan con cualquiera que se les acerca –interviene precipitadamente Nélida, ante la preocupación de Alfredo por lo que pueda escuchar su sobrino–. No se te vaya a ocurrir meterte con una de ellas, Cristian.
—Nélida... –trata de interrumpir Alfredo.
—Además –continúa la muchacha sin detenerse–, esas cabras andan buscando que las dejen preñadas, para agarrar algún tonto que las saque de la casa —"Nélida"..—. Ay, ¿qué pasa Alfredo?...
—No creo que Cristian necesite escuchar esas cosas, linda. Él está muy joven todavía para...
—Ay, "monito", que eres cándido –dice la muchacha, mirando al cielo–. ¿Tú crees que Cristian no escucha esas cosas en el colegio, o con los amigos de la pobla?. Además si tú no lo aconsejas, con la inexperiencia que tiene, en algún problema se va a meter. Y entonces ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a lamentar de no haberle advertido antes?. Sí, por que entonces será demasiado tarde para hacer algo.
—Bueno, en realidad no dejas de tener razón, linda –dice resignado Alfredo.
—Por supuesto que la tengo, "monito". ¿Y tú qué piensas, Cristiancito? ¿Crees que tengo razón?
—Bueno...yo... yo trato de cuidarme... Pero la familia de Tito son muy buenas personas, y en todo caso yo no voy para allá ahora.
—¿Y dónde vas, entonces, si se puede saber? –pregunta Alfredo.
—Bueno, una señora que es amiga del Antuco, y que conocí hoy día en la mañana, nos invitó al Antuco y a mí a tomar onces a su casa.
—¿El Antuco? ¿Te refieres a ese niño rucio de la vuelta? –pregunta Alfredo.
—Sí, ¿por qué? ¿Lo conoces?
—Claro, y quién no –responde Alfredo–. Ese Antuco es todo un personaje. Ja, ja, ja. La otra vez se le ocurrió soltar un ratón en el almacén de la vuelta, donde tú vas a comprar, solo para que la señora Luisa, se asustara y poder hacer de las suyas. Mientras fingía ayudar a la señora Luisa a pillar el ratón se embolsó los bolsillos llenos de golosinas. Ja, ja, ja.
—¿Eso hizo?... ¿Estás hablando en serio? –pregunta Cristian con incredulidad.
—Claro, pues, si la historia la conoce todo el barrio, ja, ja, ja.
—¿Y cómo...?
—Es que su papá lo pilló, y le obligó a regresar donde la señora del almacén a disculparse con ella y devolverle los dulces. Lo peor de todo, para él, es que tuvo que hacerlo delante de toda la gente que estaba ahí, y confesar que el ratón lo había llevado él. Creo que con la vergüenza que pasó, nunca más le dieron ganas de robar dulces en el almacén. Ja, ja, ja.
—Parece que ese Antuco tiene más historias que estante de biblioteca. Ja, ja, ja –dice doña María que ha estado escuchando desde la cocina mientras lava los platos, lo que provoca la risa de todos–. ¿Sabían que una vez anduvo con una lista, recolectando dinero para enterrar a una señora pobre que supuestamente había fallecido en la población?
—¿Ah, sí?
—Claro. Y más de alguna vecina creyó el cuento –dice riendo, doña María–. Después su papá lo pilló en el dormitorio dándose una panzada de chocolate y golosinas, Ja, ja, ja. Con la tanda que le dio el papá, no le quedaron ganas de seguir haciendo “colectas”, ja, ja, ja.
—¿Y ahora estás invitado con él a tomas onces dices? –pregunta Alfredo.
—Sí, donde la señora Soledad. Una señora que vive sola, cerca de la casa del Antuco.
—¿La señora Sole?, ¿La que le dicen "La loca"? –pregunta Nélida.
—La misma ¿La conoce?
—Por supuesto, la conoce toda la pobla –responde la muchacha–. Esa señora quedó media "rallá", parece que desde que le mataron al esposo...bueno al menos así dicen...
—El Antuco me dijo que era soltera, y que no tiene hijos... –dice Cristian.
—Quizás que pensará en su mente ella –dice la muchacha–. Pero a mí me contó la señora Eudalia, que es una vieja copuchenta que sabe todo lo que pasa en la pobla, que al marido se lo mataron pal' 73, con los detenidos desaparecidos. De ahí que quedó así la pobre.
—Yo me acuerdo que estaba cabra chica, cuando conocí a la señora Sole –interviene doña María desde la cocina–. Era una señora muy bonita, y era artista ¿saben?. Todavía me recuerdo cuando nos regalaba chocolates. Claro que para ese entonces esta población ni pensaba existir. Con mi familia éramos vecinos de ella, en la población Oriente ¿saben?. De ahí que la conozco.
—Yo a veces la veo por la calle con una muñeca, y se pasea con ella como si fuera una guagua de verdad –dice Alfredo–. ¿No será medio peligroso que vayas, Cristian?
—¿Peligroso? Ná que ver, pues, don "Alfred" –interviene doña María que se ha incorporado a la conversación, secándose las manos con un paño de cocina–. Si esa señora es inofensiva, ¿sabe?. Además no siempre anda con los cables pelados. Si eso le da a veces no más. La mayor parte del tiempo es normal, y a veces se pone como una niña chica, muy tierna. Lo que pasa es que aquí en el barrio, las viejas chismosas le han creado mala fama. Pero es muy buena mujer, ¿sabe?. Quiere mucho a los niños. Debe ser por que nunca los tuvo.
—El Antuco se ha hecho amigo de ella, y dice que habla cosas muy cuerdas –interviene Cristian.
—Ese Antuco solo está interesado en los chocolates y golosinas que doña Sole le regala –dice riendo doña María–. Sería capaz hasta de ir a misa, con tal que le regalen golosinas, ja, ja, ja.
—Bueno, yo me retiro, permiso –interrumpe Cristian–. Nos vemos mañana, señora María.
—Adios, mi amorcito –responde maternalmente doña María.
—Yo voy a salir al centro a la noche, flaquito –dice Alfredo, mientras pone su mano sobre la cabeza del joven–. Si quieres acompañarnos, ven como a las 7 más o menos. ¿Ok?.
—Está bien Alfredo, yo te aviso. Gracias. Adios.
Nélida lo besa en la mejilla al despedirse. Eso pone nervioso al joven, pues el perfume de ella y su pronunciado escote, siempre logran perturbarlo.

Después de ver un poco de televisión, recostado en la colchoneta que Alfredo usa ahora para dormir, se duerme rápidamente.
Entre sueños ve a doña Soledad, con un vestido muy antiguo y un enorme sombrero alón, de esos que usaban las artistas de antaño. Sus labios exageradamente pintados, se mueven y gesticulan protuberantes...
—" Amorcito, no tienes porqué preocuparte –dice con voz aguardientosa, no te voy a hacer nada, ja, ja, ja. Solo quiero cantarte una canción que compuse para ti... "
La mujer, entre sueños, le canta una canción de cuna, mientras lo abraza fuertemente, como un bebé. De pronto se ve en el lugar de la muñeca de doña Soledad, siendo paseado por ésta, de un lado a otro mientras canta un extraño estribillo...
—" Cristiancito, se fue a jugar, nunca nadie lo acompañó. Su papito lo heredó, pero su tío se lo ocultó..."... " Cristiancito se fue..."
El rostro de su abuelo aparece entre sueños, sonriente, cariñoso...
—" Chato, cuídate de la ambición, hijo. No seas como el Benancio, tu padre. ¿No ves que por buscar la riqueza, te descuidó a ti y a tu madre?."... "Tener mucho dinero es una desgracia también, chatito. Por él se mata la gente. Por él se abandona a las personas que más se quiere. No es bueno ser , ni rico, ni pobre. El que no tiene nada, puede llegar a faltar a la ley y la moral para conseguirlo. Y el que tiene mucho, también falta a la ley y la moral, por que nunca cree tener suficiente".
Se despierta sobresaltado. El calor de la habitación le ha hecho transpirar profusamente. No deja de pensar en lo extraño del sueño. La verdad es que no es la primera vez que tiene pesadillas. Pero nunca han sido tan coherentes como ésta. Hasta pareciera como si su subconsciente quisiera decirle algo. Pero la sola idea de que su tío le oculte algo importante para él, lo hace desestimar ese pensamiento. Quizás se deba a la promesa de Alfredo de contarle un secreto acerca de su padrino, Don Miguel, si pasaba de curso. Sí. Eso debe ser.


FIN DEL CAPÍTULO 11

—LA FIESTA— Cap. 10

La casa del "Piojo" está ubicada en un pasaje angosto del barrio colindante. El pasaje, malamente iluminado, le produce una sensación extraña a Cristian, como si estuviera inmerso en una de esas películas de policías y maleantes. Fuera de la casa, de bloques sin estucar, cuatro muchachos adolescentes ríen y conversan animados, mientras fuman un cigarrillo que se pasan unos a otros. Dentro de la casa, completamente a oscuras, se escucha música popular, a todo volumen.
Las muchachas saludan a Tito con un beso en la mejilla, mientras miran de reojo a Cristian. Los dos muchachos adolescentes saludan con un golpe de palma a Tito.
—¡Oye!, que bonito tu peto, Vero. ¿Lo vamos a desamarrar más tarde? –bromea Tito, dirigiéndose a una de las muchachas.
—Ay, que soi' pesado negro. ¿Y quién es tu amigo? –responde la jovenzuela, de unos 15 años, vestida con unos jeans azules y peto rojo, amarrado a la espalda.
—Les presento al "vacan" Cristian, él es sobrino de don Alfredo, el compadre que vive en mi casa. Llegó la semana pasada de Ovalle –dice Tito, mientras recibe el cigarrillo de mano de la muchacha, dándole una "pitada".
—Hola, Cristian –le saluda con un beso en la mejilla la otra muchacha, de unos 17 años, agraciada de rostro y bonita figura. Lleva puesto un vestido corto, de seda azul–. Llámame Dina. Oye, no está nada mal tu amigo, Tito. ¿Me lo prestas pa' bailar con él?
—Claro pu', loca. Eso sí, no me lo aprietes mucho, mira que es medio tímido, y capaz que se nos asuste y salga "apretando cachete", ja, ja, ja.
Cristian no puede evitar sentir que el rubor le sube por las mejillas. Las bromas de Tito logran avergonzarlo, por lo que sonríe tratando de parecer lo mas calmado posible. Los muchachos saludan a Cristian del modo que ya aprendió con Ulises, su compañero de curso.
—Este es el "Piojo", el dueño de casa, compadre –dice Tito a Cristian, cuando éste le saluda–. Tú ya lo conociste en la mañana, en el partido. –El “Piojo”, de unos 18 años, lleva puesta una camiseta deportiva de un club de primera división, y pantaloncillos cortos–. Y él –indicando al otro muchacho–, es el Roni, hermano del Jhony y de Dina.
—Que tal, socio. ¿Quieres una pitada? –pregunta el Roni, queriendo parecer condescendiente. Jovenzuelo de unos 16 años, rubicundo, de ojos claros, lleva puesta chaqueta de cuero y jeans.
—No, gracias. No fumo –responde Cristian, algo nervioso.
—No te preocupes. Si sigues juntándote con nosotros, vas a terminar fumando como chimenea de amasandería, compadre. Ja, ja, ja, ja –interviene el “Piojo”.
—Este es el segundo "Mino" que conozco que no fuma –dice "la Vero", mientras da la última pitada al arrugado pucho, tirándolo al suelo.
—¿Ah sí?. ¿Y quién es el otro? –pregunta intrigada Dina, la hermana del “Jhony”.
—El cura de la Iglesia, Ja, ja, ja, ja –irrumpe en una escandalosa risotada, mientras los demás se unen a su jolgorio, menos Dina quien da un pellizco en el brazo a su amiga.
—¡Ay, tonta, que me duele! –protesta "la Vero"–. Esta loca cree que tengo los brazos de fierro.
—Eso es para que no me estís' balanceando –responde Dina, mientras toma del brazo a Cristian–. ¿Vamos a bailar, Cristian?
Sin esperar la respuesta del muchacho, lo conduce hacia dentro de la casa, entre cuerpos que se mueven frenéticamente y que Cristian apenas puede esquivar, por la total falta de iluminación. El joven recuerda que la última vez que bailó, fue en casa de Atilio, para su cumpleaños, y en esa ocasión no lo hizo muy bien, al menos eso es lo que él piensa. Pero ahora nunca sabrá si bailó bien o no. ¡Nadie lo verá en la oscuridad!. Después de todo, la oscuridad ayuda bastante a que no se note el rubor que ha invadido sus mejillas. En un momento se mueve lo mejor que puede, pero no puede ver si está frente a Dina, o a otra muchacha. Solo ve siluetas en la oscuridad, puesto que sus ojos no se acostumbran a la penumbra.
— " Oye Dina, ¿Quién es el 'mino'..."? –escucha susurrar entre la música, a alguna muchacha.
—" Un amigo" –responde Dina, lo que permite a Cristian saber que aún está junto a ella.
—" Está super-rico". –se escucha, entre risitas nerviosas.
—"Sí".
—"Preséntamelo".
—"Después".
—"¡Ay!, cuidado"
—Perdón –dice Cristian al percatarse que ha dado un codazo involuntario a alguna invisible muchacha.
— "Está bien, ‘papito’, no te preocupes."
Cristian siente cierta preocupación, al notar lo desinhibidas que son las amigas de Tito. No está acostumbrado a que lo "acosen" así. Le preocupa no poder controlar el rubor de sus mejillas y el temblor de la voz, cuando se pone nervioso. ¡Ojalá no enciendan la luz!. Al fin termina la música. Cristian trata de caminar hacia algún costado de la habitación, pero parece que nadie quiere moverse de su lugar. Antes de que logre su propósito, la estridente música comienza de nuevo.
—¡Vamos, Cristian, sigamos bailando! Está super buena la música –dice Dina, tomándolo de la mano, al notar las intenciones de fuga del muchacho.
—Yo...
—La música no deja oír su débil protesta, de modo que nuevamente se encuentra moviéndose, al son de la música tropical, y de los gritos y risas de los otros bailarines. Después de un rato, en que parece que la cabeza se le va a caer de los hombros por la vibración de los parlantes, Cristian “ve” con alivio que el tema termina. El encargado de poner la música, toca un bolero de Luís Miguel, ante los gritos de los solicitantes.
— “¡ Ya locos, aprovechen de “agarrar” de todo, ja, ja, ja!” –se escucha desde un rincón oscuro de la habitación, ante la risa de los bailarines, y las protestas de algunas muchachas.
Dina se ha asegurado de retener de la mano a Cristian, hasta que el tema comienza. Se cuelga de su cuello con sus dos brazos, poniendo su cabeza en el hombro del muchacho, quién, perturbado, solo atina a seguir como puede los pasos de Dina al bailar. Para ese momento sus ojos se han estado acostumbrando a la oscuridad, de modo que distingue mejor al grupo de jóvenes de diversas edades que, ahora en silencio, bailan apegados entre las bromas esporádicas de los que observan desde fuera de la pista de baile. Al final del tema, Dina le ofrece un vaso de licor con bebida. Después de tomarlo, Cristian se apresura a disculparse, inventando un urgente deseo de ir al baño, con el propósito de liberarse de su fogosa compañera de baile.
—Mira, tienes que salir por esa puerta –indica la muchacha–, y luego en la segunda puerta, a mano izquierda, está el baño. Golpea primero, para ver si está ocupado. Te espero ¿ya?
Con cierta dificultad, Cristian se abre paso entre los jóvenes. En el pasillo que indicó Dina, solo hay una puerta, al lado izquierdo. Pensando que la muchacha tal vez se equivocó al darle las indicaciones, pulsa suavemente la manilla para comprobar que no esté ocupado. Al constatar que la manilla da vueltas, abre la puerta percatándose de que se trata de uno de los dormitorios. Dos jóvenes, un muchacho y una jovencita sentados en el suelo, comparten por turnos un maltrecho ‘mono’, cigarrillo de cocaína. Otro joven, recostado sobre la cama, a quién Cristian reconoce como el “Johny diez pesos” se percata de su presencia.
—Miren a quién tenemos aquí –dice incorporándose con dificultad, tratando de mantener abiertos sus somnolientos párpados–. ¡El mismísimo “tumba”!. Hola “Tumba”. Putas’, de veras que no le gusta al socio que le digan “Tumba”... ja, ja, ja... Pasa compadre, siéntate aquí conmigo socio.
La insistencia del “Johny”, derrota la débil resistencia de Cristian, a quien casi obligan a sentarse al lado de la muchacha un tanto robusta, de unos 17 años.
—¿Cómo te llamai’, loco? –pregunta la muchacha, expulsando una bocanada de humo en la cara de Cristian, quien debe entrecerrar sus ojos.
—Cristian.
—Pero podís’ decirle “el Tumba” –interrumpe el “Jhony”, haciéndose el gracioso–, por que el socio es mas callado que... que... que puchas’ que es callado, Ja, ja, ja... ja, ja, ja.
—Toma. Pégate una “pitiá” –dice la muchacha, mientras le ofrece el “mono”.
—No, gracias –responde perturbado–. Yo no fumo.
—Pégate una “pitiá”, pu’ loco –insiste el “Jhony”–. Así te hací’ hombre. Si no vai’ a ser “fleto” igual que este loco. Ja, ja, ja. –dice el muchachón, meneando la cabeza del otro muchacho que bebe cerveza sentado al lado de la cama, y que apenas logra sonreír tratando de abrir los ojos, absolutamente borracho.
Finalmente Cristian coge el pucho, simulando aspirarlo para evitar más presión de parte de los jóvenes. Al tratar de incorporarse con disimulo, escucha un extraño jadeo al otro lado de la cama. Al mirar en esa dirección se percata de la presencia del “Jote”, violando sobre el piso, a una muchachita adolescente, la que parece estar completamente drogada. El hombrón, al percatarse de la mirada de Cristian, reacciona con molestia...
—¿Qué estái’ mirando? ¿No sabís que a los “sapos” los violamos y los dejamos “ranas”, loco?
—Oye, si al “Tumba” lo vamos a hacer macho, pu’ loco, no “macha”, ja, ja, ja –interviene el Jhony, pellizcando uno de los glúteos de Cristian.
Cristian, con sus ojos desmesuradamente abiertos por el susto, se aproxima hacia la puerta para retirarse apresuradamente del lugar. El “Jote” se incorpora rápidamente y detiene al asustado joven por la solapa.
—¿No sabís’ que es mala onda andar metiendo las narices donde no te invitan, “tumba”? –dice entre dientes, y de manera no muy amable.
—Perdón, yo no sabía... –contesta el asustado joven, sin atinar a decir nada más.
—¿Lo vas a dejar ir así no mas, “Jote”...? –pregunta el otro muchacho borracho, con mirada cínica y burlona.
—Claro, porqué no pu’ –responde el “Jote”, sacando una cortaplumas del pantalón y poniéndola cerca de cuello del asustado muchacho-. Si el “Tumba” no es tonto y sabe hacer honor a su “chapa”, ¿verdad “Tumba”?
—¿Hacer ho..honor ... a qué dice...? –balbucea pálido el angustiado joven, mientras echa su cabeza hacia atrás, mirando de reojo la hoja del cortaplumas.
—¿Me estai’ vacilando, ‘tumba’? –responde el “Jote”, dando una mirada interrogativa al “Jhony diez pesos”, como pidiéndole su opinión. El “Jhony” solo se limita a sonreír sin responder.
—“Te las vió”, “Jote”, ja, ja, ja –incita de manera provocadora, el otro jovenzuelo.
—Es que no entiendo... –se disculpa Cristian, como suplicando.
—Parece que es cierto que no entiende, “Jote”. Este cabrito es medio ganso. –dice el “Jhony”. Dirigiéndose ahora a Cristian, dice: –Se refiere a que de esto que viste, no tenis’ que abrir el “toyo”. ¿Entendís’ ahora, loco?
Cristian supone que por “no abrir el toyo”, el “Jhony” querrá decir no abrir la boca. De todos modos no piensa preguntárselo. Lo único que desea ahora, es estar lo más lejos de ahí. El “Jote” después de dar unas palmaditas en la mejilla del joven, quién le asegura enfáticamente que no dirá nada, le recomienda que no vuelva a aparecerse por ahí. Acto seguido, cierra la puerta y pasa el pestillo.
Después de la desagradable experiencia, ahora de verdad tiene enormes ganas de evacuar su vejiga. Afortunadamente ve salir a alguien, de una de las dos puertas de enfrente, comprobando la verdadera ubicación del W.C. Su cabeza da vueltas. La música estridente, el humo de los cigarrillos, y sobre todo, su última experiencia, terminan por producirle unas fuertes ganas de vomitar. Agradece que el volumen de la música amortigüe el ruido que hace al voltear su estómago. Después de salir del W.C., se dirige sigilosamente hacia la puerta de entrada, procurando no llamar la atención, especialmente de Dina, a quien ve bailando con Tito y levantando su cabeza, como atisbando para encontrarse con él. Sin embargo no puede escapar de la mirada de la “Pita” y del Roni, quienes aún permanecen fuera de la casa, besándose.
—¿Qué pasa, socio? ¿Ya te vas? ¿Tan temprano? –pregunta insistente el jovenzuelo.
—Sí, la verdad es que me siento muy mal. Parece que el licor me descompuso el estómago. Es que no estoy acostumbrado –se disculpa.
—¿Quieres que llame al Negro? –pregunta la “Pita”.
—No, no, por favor –se apresura a decir el joven–, prefiero que no lo molestes. Después de todo yo sé el camino, no te preocupes por favor. Después le dices que me fui, por favor. Gracias.
—Está bien, papito.
Cristian sabe que si Tito se entera que se va a casa, hará cualquier cosa por retenerlo, de modo que se apresura regresando por el camino por el cual se vinieron.

Al avanzar unas cuantas cuadras camino a su pieza, se percata de un grupo de unos veinte jóvenes en una de las esquinas de más adelante. Temeroso, cruza hacia la vereda de enfrente para no pasar cerca de ellos. Suficiente ha tenido con el susto en la fiesta. Sin embargo comprueba con horror, que ellos también cruzan, con el fin de quedar en su camino. Por un momento se queda paralizado. Presume que si regresa el camino, será muy evidente su temor, lo cual podría alentar a los del grupo. Si vuelve a cruzar a la vereda de enfrente también quedará en evidencia. No sabe qué hacer. No tiene que pensar por mucho rato; una joven de unos 18 años aproximadamente, pelo largo, hermosamente negro, de pantalones de cuero y chaqueta, se acerca decidida, seguida de otros dos muchachos.
—Hola, socio. ¿Tenís’ fósforos? –pregunta mirándolo a los ojos, sosteniendo un cigarrillo apagado en su mano.
—No... no fumo. Lo siento –contesta nervioso.
—¿Vienes de la fiesta? –pregunta uno de los jóvenes que acompañan a la muchacha.
—¿De la fiesta? ¿Cuál fiesta? –responde Cristian, en una reacción instintiva de sobrevivencia.
—De la fiesta de los “Gatos”, pu’ socio. ¿Pa’ qué te hací’? –dice el otro jovenzuelo, mirándolo fijamente para ver su reacción.
—¿Los gatos?. En serio,... yo no conozco a los “gatos” como le dicen ustedes –responde nervioso.
—Oye, lindo, yo no te he visto nunca por aquí. ¿Eres de por aquí? –pregunta la muchacha, jugueteando con el cuello de la camisa del joven.
—Bueno, sí. Llegué hace como una semana no mas, de Ovalle. Vivo con mi tío –responde, con voz casi entrecortada.
—Yo sí te he visto en alguna parte, compadre... –dice uno de los jóvenes.
—¿A mí? –pregunta extrañado–. A lo mejor en el liceo...
—¿Vo' estudiai' en el Liceo Industrial, loco? –pregunta el joven que dice haberlo visto.
—Si. ¿por qué?
—Ahora recuerdo. Tú eres del curso de la Flaca “Pitillo”. El otro día te vi en el patio conversando con ella.
—¿Quién es la flaca “Pitillo”? No la ubico.
—La Nuri Zamora, del segundo de minas pu’ loco. ¿No sabís’ que le dicen “la Pitillo”?
—No. No tenía idea –responde Cristian, un tanto aliviado, sin saber por qué.
—Ella es mi "pierna", loco –dice el muchacho–. Pero ahora andamos peleados. ¿Tú “andai” con ella”, socio?
—¿Andar?
—Sí, pu' loco.
—¿Cómo “andar”?...
—Andar, pu’ loco. “Atracar”, “manosear”, “babosear”. ¿No sabís’ lo que es “andar”? –el muchacho mira a sus amigos, como incrédulo–. Parece que es cierto que el socio no es de acá.
—Bueno, bueno, Claudio. ¿Y eso qué? –dice la muchacha adoptando una actitud de líder–. No estamos en una telenovela, cariño. ¿O sí?
—Oye, oye, tranquila, loca’. Solo quiero saber si el socio anda con la “pitillo” o no. ¿Me cachai, galla? –responde con firmeza el joven, tratando de no ser amilanado por la muchacha.
—Bueno, solo somos amigos –responde nervioso el asustado joven.
—Que bueno, por que esa “mina” es mía, loco –dice el joven, gesticulando y tocando el pecho de Cristian con su dedo índice–. No me gustaría tener que encajarte la "catana", por pasao' pa' la punta, compadre –amenaza el jovenzuelo, mostrando su cortaplumas.
—Oye, que bonito reloj –dice el otro muchacho alargando su mano para tomar el reloj de la muñeca de Cristian–. ¿Me lo prestas pa' verlo?...
—Ey, ey, ey. ¿Que pa' loco? –se interpone el muchacho que amenazó a Cristian–. Soy yo el que está cuenteando con el socio, compadre. ¿No es cierto socio?...
Mientras el muchacho guarda su cortaplumas en el bolsillo trasero del pantalón, Cristian, trata de tranquilizarse lo mejor que puede. Ahora le gustaría tener a su abuelo con él, para decirle qué hacer en estas circunstancias. El viejo siempre tenía salida para todo. Su mente se encuentra en blanco por el miedo que siente. En el fondo de su mente recuerda haber oído comentar a alguien, que ningún objeto de valor, vale la vida de una persona. Por lo que su principal preocupación ahora, es salir con vida de este difícil trance. En un momento de inspiración le viene una idea a su mente... tal vez...
—Si me permiten, me gustaría regalarle mi reloj a la señorita –dice, esforzándose por que no se note el temblor de sus manos, mientras se saca su reloj de la muñeca y se lo pasa a la muchacha, que con ojos sorprendidos por lo imprevisto de la situación, solo atina a recibirlo embobada.
—Oye, cabros –dice, con risa nerviosa, el sorprendido muchacho que inicialmente pretendía quedarse con el reloj del joven, mientras se dirige a los otros jóvenes que se han acercado al grupo–, ¡No nos habíamos dado cuenta que nos estábamos 'piteando' al viejo pascuero, ja, ja, ja.!
—Bueno, entonces me imagino que todos recibiremos regalos ¿verdad, viejo pascuero? –dice el muchacho al que llaman Claudio, y que amenazó a Cristian, mientras trata de sacarle la chaqueta.
—Déjalo, Claudio –interviene enérgicamente la joven, ante la sorprendida mirada de los demás–. Está bueno de leseo, vámonos...
—Pero Licha... –trata de protestar el jovenzuelo.
—Dije que nos vamos –insiste la muchacha, en medio de varias palabrotas, al estilo del mejor carretonero (sin agraviar a los dignos representantes de ese oficio). Me cayó super bien el "mino". Es todo un caballero, no como "algunos" que se creen 'pulentos' y no saben ni tratar a las damas –dice, mientras acaricia la barbilla de Cristian.
—¡Oye, se enamoró la Licha, ja, ja, ja.! –dice el Claudio, sin darse por aludido, mientras los otros jóvenes celebran su comentario, y las demás muchachas no dejan de molestarlo por las palabras que le "dedicó" la joven.
Finalmente el grupo se aleja, mientras la joven a quien regaló su reloj, contorneándose al caminar, no deja de enviarle miradas coquetas y seductoras. Cristian, no puede creer que haya salido bien de esa situación. Su "jugada", fue muy oportuna y hecha a la persona precisa. ¿Habrá sido su abuelo quien lo inspiró?. Sea como fuere, ya pasó. Y ahora apenas puede caminar con sus temblorosas piernas.

Al llegar a su pieza, trata de no meter ruido para no despertar a Alfredo. Apenas puede esperar para contarle su "experiencia". Pero, ¿será prudente contarle? ¿Y si se pone muy aprensivo y se preocupa en demasía? Pero tendrá que explicar la falta de su reloj... Podría mentirle... pero no. No le gustaría tener que mentirle a su tío. Él ha sido muy bueno. Alfredo entreabre sus ojos al sentir llegar a Cristian...
—¿Eres tú, flaquito?... ¿Qué hora es?
—Sí, soy yo. Perdona que te haya despertado. Deben ser como las doce y media –responde susurrando, rogando que su tío no pregunte la hora de manera más específica.
—Aah. Está bien. Hasta mañana, flaquito.
Alfredo se vuelve de costado y sigue durmiendo. El Joven se saca los zapatos y se mete bajo las tapas, para evitar más trámite. Le da pena que su tío tenga que dormir en el sillón, llegando tan cansado de su trabajo. Mañana le propondrá cambiar, ya que él es mas bajo de estatura y podrá acomodarse mejor en el sofá.
No puede evitar seguir pensando en los sucesos del día. "El partido" de la mañana, las palabras de Andrés Ävila, la fiesta, las amenazas del "Jote", el encuentro con el grupo de jóvenes que se quedaron con su reloj, en fin... Demasiadas cosas para un solo día... Pero también hubo cosas buenas: La llegada de su tío, el televisor nuevo, el haberse salvado milagrosamente del asalto de esta noche, y... el estar vivo, por supuesto.
Por ahora, la "indeseable visita", que se ha llevado a sus seres queridos, tendrá que seguir retozando, bajo la parra encaramada en la sombrilla fuera de la casa de su abuelo. Él no tiene intensiones de acompañarla todavía en sus tétricos paseos, en busca de la gente que ha llegado al final de su camino.


FIN DEL CAPÍTULO 10