jueves, agosto 03, 2006

"UN AMIGO INESPERADO" —Capítulo 7


Contra la corriente –Novela...

Capítulo 7
UN AMIGO INESPERADO

Esta mañana Cristian se levantó más temprano que de costumbre, considerando que es Sábado, y no tiene que ir a la escuela. Después de mirarse los dientes en el pedazo de espejo de la pared, (cuándo se decidirá Alfredo a comprar uno nuevo), arreglarse el pelo con la mano y sacarse las legañas de los ojos, apenas se anima a ir al baño (con el frío que hace). Hoy día amaneció con hambre. Se imagina unos panes batidos crujientes para el desayuno. Si no fuera por el hambre que tiene, se levantaría mas tarde, después de todo no tiene nada importante que hacer. Claro que las ganas de orinar son más urgentes que el desayuno, por eso mira primero por la puerta entreabierta, por si hay alguien en el patio y rápidamente se mete al cuartucho de baño a pies descalzos y en calzoncillos. Mientras mira por una rendija del techo, evacua con gran alivio su vejiga.
Después de mojarse la cara, lavarse los dientes, ponerse unos jeans azules y una polera con mangas largas, se dirige al almacén de la vuelta a comprar pan y cecinas.
Algunas vecinas conversan animadamente mientras esperan su turno para comprar, mientras aprovechan de dar miradas curiosas al joven . Un niño rubicundo y pecoso, de unos diez años, de hermosos ojos verdes, se le queda mirando fijamente casi en forma impertinente. Cristian le mira de reojo, casi divertido por la insistencia y candidez de la mirada del niño.
—¿Qué quieres “Antuco”? –pregunta la dueña del almacén al muchachito, por segunda vez, ya que por estar mirando a Cristian no la escuchó.
—¿Ah?... Dice mi mamá que le anote medio kilo de pan, un cuarto de queso y un chicle –responde el niño, mientras empuja a unas mujeres para adelantarse cerca del mesón, entregando a la gorda mujer una roñosa libreta de anotaciones.
—¿Ah sí?, ¿Y desde cuándo tu mamá compra chicles para el desayuno? –sonríe doña Luisa, que al parecer tiene un acabado conocimiento de las tretas del niño, mientras le recibe la libreta. Las otras mujeres ríen de buena gana, mientras el chico, sin decir palabra, les da una furibunda mirada.
—Te llevas el pan y el queso, por ahora. El chicle lo dejaremos para otra ocasión, cuando venga tu mamá... ¿Te parece? –El niño se sonroja y sin contestar palabra recibe el pan y sale abriéndose paso entre las mujeres, no sin antes gritarles desde una distancia segura y conveniente...
—¡Viejas sapas! –el chico sale corriendo como perseguido, hasta doblar la esquina.
—¡Este Antuco, nunca va a aprender! –dice doña Luisa en tono tranquilizador, considerando que a las otras mujeres no les hizo ninguna gracia la impertinencia del chico.
—¿Ese que no es el hijo de la rucia que tiene el esposo que trabaja en una funeraria? –pregunta una de las mujeres.
—El mismo –responde doña Luisa mientras pesa el pan de la que pregunta–. El papá es bien fregado con sus hijos, pero la señora Fani lo consiente mucho, por eso que el niño está tan consentido. Pero no es mal chico. En un niño muy inteligente y travieso, pero no es malo. De todos modos va a tener que volver con la cola entre las piernas por que se le olvidó el queso, ja, ja, ja.
—¿Y tú, jovencito, que vas a querer? –pregunta la mujer a Cristian, mientras las miradas de las otras mujeres que han estado llegando se fijan en él, como queriendo indagar con sus ojos todo lo relativo al muchacho.
—¿Me vende cuatro panes y un octavo de margarina por favor?. ¿Puedo comprar unas tres rodajas de cecina solamente?. Es que no tenemos refrigerador. –Cristian se expresa un tanto nervioso al percibir las miradas.
—Claro, jovencito, aquí puedes comprar lo que quieras. ¿Tú eres el sobrino de don Alfredo, verdad? –Cristian se muestra más nervioso al ver que ha pasado a ser el centro de la atención.
—Sí, señora. –con su vista baja mira de reojo a su alrededor para comprobar si está siendo observado.
—Ya lo parecía. Don Alfredo me había hablado de ti. ¿Y cómo te llamas, hijo? –pregunta la mujer en tono maternal, mientras pesa la cecina.
—Cristian, señora.
—Aah, qué bien. Gusto en conocerte, Cristian. Yo me llamo Luisa. El pan lo puedes escoger tú mismo. –La mujer retira el mantel que cubre el pan .
Después de pagar, Cristian se retira, no sin antes darse cuenta que el niño pecoso está un tanto retirado de la puerta del almacén, oteando hacia adentro, tratando de no ser visto.
—¿Vienes a buscar el queso que se te olvidó? –pregunta Cristian al chico que lo mira inexpresivo, sin responder.
—Ya puedes entrar –dice, mientras el niño le mira inexpresivo–. Se fueron las mujeres que estaban ahí cuando tú fuiste a comprar.
—¿Se fueron?, ¿Se fueron todas? –pregunta el chico ahora, con interés.
—Sí. Las que están ahora llegaron después. La señora Luisa te está esperando.
El Antuco entra al almacén lentamente, asegurándose primero de mirar a cada persona para comprobar que no haya nadie que lo reconozca. Cristian se ha quedado cerca de la puerta, aguardando el desenlace de la situación, llevado por la curiosidad y la simpatía que le ha despertado el niño.
—Aaah!. “Vuelve el perro arrepentido con la cola entre las piernas”... a buscar el queso que se le olvidó, ja, ja, ja. –Doña Luisa ríe divertida mientras le entrega el queso al niño, quien con la vista metida al piso, no ha dicho palabra. Luego de recibir el queso, el chico sale corriendo del almacén. Al pasar al lado de Cristian, se detiene abruptamente.
—Gracias amigo. Te debo una –dice agitado. Luego emprende nuevamente la carrera dando vueltas a la esquina. Cristían se le queda mirando, divertido, mientras se dirige a su pieza.

Después de desayunar, ordenar la pieza, dar una barrida y lavar algunas prendas, sale a dar una vuelta cerca del Supermercado deteniéndose en los puestos ambulantes que se ubican fuera. El bullicio propio de los voceadores y las conversaciones de la gente que sale y entra al supermercado le hacen experimentar un sentimiento de soledad, ya que aún no ha hecho amistades en el vecindario. Las imágenes regresan a su mente, mientras se sienta en la cuneta de la acera a observar a unos niños que juegan a la pelota en un sector de tierra, al lado del supermercado.
“—Tírala, pu’ Cristian, no te la comai’ pa’ ti solo –el Atilio increpa molesto a Cristian, mientras detiene su carrera al ver que su amigo ha errado el gol–. A la otra te vamos a poner de defensa, si no nos das pases. ¿No ves que yo estaba solo?.
“—¿Que no ves que no podía pasártela por que estaba tapado? –contesta Cristian, que en ese entonces tenía unos 11 años de edad, mientras hace un gesto de molestia con el brazo–. Además cada vez que te la paso la pierdes altiro'.
“—Bueno, así no más nos vamos. Yo tampoco te la voy a pasar cuando me toque a mí.
El Atilio se seca la transpiración con la manga de su camisa. La pichanga transcurre entre gritos y risas de los niños, hasta que la pelota va a dar justo en la ventana de la señora Melania. El estruendo del vidrio roto hace salir a la indignada mujer, con la escoba en ristre.
“—¡Chiquillos de moledera, esta es la tercera vez que me quiebran el vidrio de la ventana, voy a llamar a sus padres para que de una vez por todas les de una tunda que nunca se les olvide!.
Los gritos e improperios de la corpulenta mujer, junto con sus descontrolados ademanes, hacen que los niños salgan corriendo olvidándose del balón. Cristian, al contrario, se ha quedado petrificado del susto, por lo que no puede evitar que la furiosa doña Melania lo tome por el brazo fuertemente, ante la mirada llena de pánico del niño.
“—Y tú, Cristiancito, debería darte vergüenza, hacer pasar estos malos ratos a tu abuelo, con todo lo que él se ha sacrificado por ti. Pero ya no voy a permitir que él vuelva a pagar el vidrio quebrado, por que ya es un abuso para el pobre viejo.
El tono más tranquilo de la mujer deja entrever el cariño que parece tenerle al muchacho. Éste solo atina a cerrar fuertemente sus ojos mientras doña Melania lo sostiene del brazo, como si esperase que en cualquier momento la mujer le descargue uno de esos golpes que solo ella sabe dar, y con el cual una vez volteó a un borracho que quiso propasarse con ella.(¡Con toda seguridad, para quererse propasar con doña Melania, debe haber estado bastante borracho!). De todos modos no alcanzó a recordar el desenlace de la situación, por que un fuerte golpe en la cabeza lo hace despertar de sus cavilaciones.

—¡Ándale, le pegaste al socio, Antuco!. –Unos niños corren a recoger el balón que ha caído hacia la calzada, después de golpear a Cristian.
—Perdona, socio, fue sin querer. –se disculpa el Antuco, transpirado y jadeante. Los otros chicos se acercan a rodear al joven.
— “Te las mandaste, Antuco”, “Pa’ otra vez fíjate pa’ donde chutiai’“. “No ves que ahora el socio se va a enojar, ¿ no es cierto, socio?” –los niños se atropellan al hablar.
—No, si es mi amigo. ¿No es cierto socio? –contesta el Antuco con aire de importancia, al reconocer a su salvador del almacén.
—Claro, no te preocupes, además no fue intencional –responde el joven poniéndose de pié, mientras se soba la cabeza–. Pero no voy a negarte que me dolió. –(risas).
—Oye, ¿Tú no eres de por aquí, verdad?. No te había visto –pregunta intrigado el niño, mientras se acomoda al lado de Cristian quién se ha vuelto a sentar en la cuneta.
—No, llegué hace poco. Vivo con mi tío aquí cerca. ¿Por qué?.
—No, por nada. Solo te pregunto no más. Es que yo conozco a casi todos los niños del barrio, y a ti no te había visto. ¿Tenís’ hermanos chicos?
—No. Soy yo solo. No tengo hermanos. ¿Y tú?
—Yo sí tengo... –El niño es interrumpido por los otros chicos que ya han perdido su interés en la conversación.
—Vamos a seguir jugando, Antuco –insiste un niño regordete, mientras lo jala de la polera–. Después sigues conversando con el socio.
—Vayan ustedes no más, después voy yo. –El Antuco contesta con aire de importancia, tratando de demostrar su calidad de líder delante de Cristian– ...Ya pu’ guatón, no estís’ hinchando.
Los niños salen corriendo a jugar en medio de una gritería general. A Cristian le llama la atención que un niño prefiera conversar con un casi desconocido, a seguir jugando con sus amigos. También a notado la mirada perspicaz e inteligente del niño.
—¿Qué te estaba diciendo?... –retoma la conversación el Antuco.
—Yo te preguntaba si tenías mas hermanos.
—Ah, sí... Tengo una hermana más chica que se llama Loreto, pero es re’ intrusa. Me registra todos los cuadernos de la escuela y se pone los zapatos de mi mamá. El otro día la pillaron pintándose la boca con el ‘ruge’ de mi mamá. Vieras’ visto como quedó. Parecía payaso como se pintó la cara, ja, ja, ja. Mi papá dice que la va a meter en un ataúd y va a clavar la tapa para que se quede tranquila. Claro que lo dice ‘de decir’ no más, ¿ah?. Lo que pasa es que mi papá trabaja vendiendo cajones pa’ los muertos –el niño gesticula entretenido durante el relato–. Claro que ella cree que es verdad, y se pone a llorar cuando mi papá se lo dice. Es más tonta?.
—¿Y a ti te gusta el trabajo que hace tu papá? –pregunta Cristian, para ver la reacción del niño.
—¿Estai’ mas loco?. Me da “guácatela” –hace un gesto de desagrado con su rostro–. Pero mi papá dice que es un trabajo como cualquier otro, y que si no fuera por ellos, mucha gente no tendría donde dejar a sus muertos.
—¿Y tú que piensas? –pregunta el muchacho, divertido por las respuestas del niño.
—No sé pu’, que está bien, supongo. Pero yo ni loco trabajaría en eso. Me daría más miedo?. La otra vez, cuando mi mamá se enfermó, mi papá me llevó a mi y a la Lore’ a la funeraria donde trabaja, y había un muerto en un cajón que iban a ir a buscar. La Loreto cuando lo vio se puso a llorar y estuvo como un mes con pesadillas en la noche. Mi mamá se enojó re’arto con mi papá, y le dijo que cómo se le ocurría mostrarle los muertos a la niña. Mi papá le dijo que él había dejado a la Lore’ y a mí, muy sentaditos en la otra oficina, y que la Lore’ sola se había ido a meter donde no debía. La Loreto me acusó a mí, y le dijo a mi mamá que yo le había arrimado la silla al cajón para que se subiera.
—¿Y fue así? –pregunta el joven sin poder controlar la risa que le causa el animado relato del niño.
—Sí pu’, pero fue por que ella me pidió que quería subirse para ver qué había en el cajón.
—¿Y tú por qué se lo arrimaste?
—¿Y cómo iba a saber que había un muerto adentro?. Si habían re’ muchos cajones ahí, y la Lore’ justo tenía que antojarse subir al que tenía el muerto. Es más quemá’?. Vieras' visto el medio grito que pegó. Ja, ja, ja.
El cabello corto rubicundo y erizado del niño, le confiere un aspecto travieso, que hace recordar a Cristian su propia infancia, ya que don Benancio, su abuelo, siempre se lo cortaba así. “El pelo largo es para los ‘maricas’”, decía. La convicción con que su abuelo recitaba sus dichos, siempre le hicieron creer que era la última opinión valedera de los asuntos. No cabía discusión alguna. Era esa manera en que don Benancio manifestaba sus opiniones, lo que le hace sentir nostalgia del sentido de seguridad que le inspiraba su presencia, haciendo más profundo su sentimiento de soledad.
La voz del niño le hace salir de sus cavilaciones.
—¿Y cómo te llamai' tú, socio?
—Cristian. Y tu debes llamarte Antonio.
—¿Y quién te lo dijo? –pregunta sorprendido el niño.
—Nadie. Lo que pasa es que como te dicen "Antuco", supuse que te llamabas Antonio.
—Ah sí pu', obvio. Qué gil. Ja, ja, ja –ambos ríen.
—¿Tu vives cerca de "la loca", Cristian?
—¿La loca?. ¿Quién es la loca?.
—Es una señora que está “chiflá del mate”, y vive por donde señalaste tú recién.
—No, no la conozco todavía. ¿Y en verdad que está loca?
—Claro pu'. No vis' que sale a pasear con su perro y una muñeca que tiene, y se pone a hacerla dormir como si fuera una guagua de verdad. A veces se pone a llorar en la calle, y las vecinas tienen que entrarla a su casa. Los cabros del barrio le tienen miedo, pero yo no –el Antuco adopta postura de valiente–. Chis', yo hasta entro a su casa, y ella me deja a tomar té.
—¿Y no tienes miedo?
—¿Por qué pu'?. Si no hace na'. Yo hasta le he ido a comprar al almacén cuando ella me manda. Después me regala chocolates. Claro que mi mamá no sabe, porque ella me tiene prohibido ir pa´la casa de la loca.
—¿Y sabes el verdadero nombre de la señora?
—Claro, pu'. Ella me lo dijo. Se llama Soledad. Pero ella dice que le diga "Sole" no mas. Dice que ella misma se puso ese nombre, por que está sola en el mundo. Bueno aparte del "Pequitas".
—¿El Pequitas?.
—Es su perro. Yo no sé por qué le puso así, cuando es un perro negro re' chico, lleno de rulos y tiene unas orejas grandes así –el niño gesticula exageradamente mientras habla–, y yo nunca le he visto ninguna peca.
—¿Y tu cómo sabes, lo has revisado? –pregunta Cristian divertido, para ver cómo reacciona el niño.
—Claro pu'. Bueno, antes no me dejaba tomarlo, me ladraba y quería morderme. Pero después que me hice amigo de la loca, quiero decir, de la señora Sole, ya me deja que lo tome en brazos, y me lengüetea toda la cara, 'guacatela' –el niño hace un gesto de desagrado.
—Ja,ja,ja. Seguramente le puso "Pequitas" por alguna otra razón, no por que tuviera pecas, ¿no crees?
—A lo mejor, pu'. Pero es un perro re' cariñoso. Mi papá dice que él cree que al perro también se le “pelan los cables”, como a la señora Sole.
—¿Y por qué lo dice?
—Bueno, resulta que una vez, cuando estaban velando a la señora del almacén,...
—¿Cuál señora, la señora Luisa?
—No, pu' socio. La señora Luisa es la señora chica, guatona del almacén donde compramos el pan en la mañana, donde estaban las viejas metiches, ¿no te acuerdas? –los gestos divertidos que hace el Antuco por describir su narración hacen que Cristian a penas pueda controlar su risa.
—Ah, sí, por supuesto.
—Yo me refiero a otra señora, de otro almacén, que también era guatona –Cristian vuelve su rostro para que el niño no vea sus esfuerzos por contener la risa–. Pero ella era del almacén de más abajo, ese que está al lado de la farmacia.
—Ah, sí. Bueno, ¿y?
—Bueno... ándate, ya me olvidé lo que te estaba contando...
—Me decías de que una vez en ese velorio... no sé, algo pasó...
—Ah, si, ya me acordé. Esa vez mi papá estaba encargado de llevar el cajón al cementerio con la "funebreria" donde él trabaja...
—La qué...?
—La... funerberia...
—¿No será "funeraria"?...
—Eso... la funeraria... Pero no me interrumpai' tanto pu' socio. ¿No vis' que se me olvida lo que estamos hablando?...
—Oh, perdona. Sigue no más. Te escucho... ¿y?
—Bueno, mi papá estaba en el velorio esperando que el cura terminara de rezar y esas cosas, para llevarse el cajón al cementerio en la carroza que él maneja. Cuando la señora Sole, con su perro en los brazos se acerca al cajón para verle la cara a la muerta, y el "Pequitas" se le arrancó de los brazos a la señora Sole, y se subió arriba del cajón de la muerta y se puso a comerse las flores y levantó la pata para mear' las flores, y justo entonces mi papá lo va a tomar para bajarlo, por que la señora Sole con los puros nervios se puso a gritar, y no hacía nada mas que taparse la cara con las manos. Y entonces el "Pequitas" le mordió la nariz a mi papá, y del puro dolor mi papá dijo un tremendo garabato, bien fuerte y todas las viejas que estaban ahí lo miraron re´ feo, y el cura se enojó, –el niño gesticula describiendo la escena– y le dijo que era un "erenje"...
— ¿No será “hereje”?
— Bueno... “hereje”, pero no me interrumpai’ pu’... Bueno, y el cura le dijo que se fuera y que saliera inmediatamente de la iglesia. Pero mi papá le dijo que no podía irse por que él era el chofer de la carroza, y que lo único que él había querido, era bajar al perro del cajón.
Cristian ya no puede contener la risa que le causa el relato y los gestos de Antuco.
— Ja, ja, ja... Bueno, y después ¿qué pasó?...
— Después yo le dije a mi papá que yo podía bajar al "Pequitas", pero mi papá me dijo que de ninguna manera, por que me podía morder también. Entonces yo igual me acerqué al "Pequitas" y en cuanto me vio, se me tiró a los brazos a lengüetearme contento y movía bien rápido su colita mocha. Así es que lo saqué de la iglesia y se lo entregué a la señora Sole. Mi mamá dijo que yo había sido un héroe y me dio un beso delante de todas las viejas, y me dio mas vergüenza?. Por eso mi papá no puede ver al "Pequitas" y dice que tiene los "cables pelados", como la señora Sole.
—Me imagino. ¿Y la Señora Soledad qué te dijo?
—Estaba re' contenta, y me invitó a tomar té a su casa. Yo al principio no quería, por que me daba miedo, pero después cuando los niños amigos míos me dijeron que yo era un “gallina”, tuve que ir no mas. Cuando entré a su casa estaba todo bien oscuro, y la señora Sole me dijo, de adentro, "pasa no más Antuco", y yo pasé y miraba pa' todos lados. Ya me parecía que de repente me iba a salir alguien y me iba a estrangular o algo así... –gestícula con sus manos al cuello–. Me senté bien despacito en un sillón re´viejo que tiene en el living, y miraba pa' todos lados. Cuando de repente el "Pequitas" me saltó encima, por atrás, que me hizo dar un tremendo grito. Vieras' visto el sustito que me dio. Entonces la Señora Sole salió de adentro, bien asustada, preguntándome que qué me había pasado. Y yo le dije que nada, que el "Pequitas" me había asustado. Así que la señora Sole le dijo al "Pequitas" que era perrito malo y un desatento con las visitas y lo encerró en el dormitorio, y el perro lloraba y gemía igual que los niños.
—Bueno, ¿y se te pasó el susto después?...
—Claro pu', ¿no vis' que después nos hicimos re' amigos con la loca, quiero decir, con la señora Sole?. Yo creo que a lo mejor no está tan loca, porque dice cosas que no son cosas que dicen los locos.
—¿Ah, sí?...
—Claro, pu'. Una vez me dijo que... a ver ¿cómo era?... Ah, sí... dijo: " Si este mundo malo dice que lo blanco es negro, y que lo negro es blanco, ¿quién es el que está loco?." Yo no entendí mucho pero creo que no son cosas de loco ¿o sí?...
—Yo pienso que no...
—También me dijo que los papás son como trabajadores que trabajan para Dios. Y que Dios les dio el trabajo de cuidar a sus hijos, y que después Él les va a preguntar cómo cuidaron a sus hijos. Y si no los cuidaron bien, no van a entrar al "Reino de Dios"...
—¿"Reino de Dios"? –pregunta intrigado Cristian. Otra vez esa expresión...
—Sí, así dice ella... Y dice que todos podemos entrar al "Reino" si sabemos cómo hacerlo...
—¿Y ella lo sabe?...
—No sé. Es que yo no sé si cuando habla cosas, es por que está hablando de veras o es por que se le "pelan los cables".
—Difícil saberlo ¿verdad?...
Cristian se queda meditando sobre lo que podrá ser "El Reino de Dios" en la mente enferma de la señora "Sole", mientras el Antuco sigue parloteando animado sin percatarse de que su interlocutor está muy lejos de ahí. Tendrá que conocer a la señora "Sole", y tiene el extraño presentimiento de que no está tan loca, y de que no se arrepentirá de conocerla. Recuerda una de las sentencias de su abuelo...

"—La gente hace cosas tan malas, Chato, que uno no sabe si estamos todos locos y los locos cuerdos." –decía cada vez que escuchaba de algún asesinato en su radioreceptor a transistores que acostumbraba a poner bajo su oreja cuando se iba a dormir. Le encantaba dormirse con la radio encendida. Y siempre cuando él despertaba por los fuertes ronquidos de su abuelo, se acercaba sigilosamente para retirarle la radio de la almohada y apagarla. Pero era inútil. Tan pronto apagaba el receptor, su abuelo abría los ojos y le increpaba: "Deja, deja, ye' Chato, caramba..." –y volvía a encender la radio– ..."¿no ves que estoy escuchando 'el correo de radio minería'?..." –decía, a pesar que ese noticiero había terminado hacía horas y no se daba cuenta que estaba escuchando un programa evangélico, de esos que pasan de madrugada. Era realmente cómico escuchar las palabras emotivas del predicador en medio de los ronquidos de su abuelo.

—...¿Tú crees que deba decírselo?...Socio..., socio...¡SOCIOO!...
Las palabras insistentes del Antuco lo sacan de sus cavilaciones.
—¿Ah? Sí... ¿decirle qué...?, disculpa...
—¡Rájate!, que estabai' volado, socio...
—Perdona, Antuco es que me estaba acordando de algo... ¿qué me preguntabas?...
—Te decía que si debo contarle a mi mamá que la "loca" me deja a tomar té a veces, ¿o no?. No vis' que a mi me conviene ir, por que me da chocolates, de esos que ella compra y que son súper ricos...
Cristian no alcanza a sacar al Antuco de su dilema chocolatado, por que una muchachita de unos 6 años, cabello corto, castaño oscuro, de bonito semblante, llega corriendo a buscarlo...
—"Tuco", dice mi mamá que "vallai" a almorzar... y que te apurís'"...
—Ya voy..., socio, esta es la Lore', mi hermana...
—Hola, Loreto, ¿cómo estás?.
—Hola... –contesta la niña con timidez, mientras baja la vista.
—¿ No es cierto, Lore' que tú pegaste el "medio" ni que grito cuando viste al muerto en el cajón?...
—Pesao', ¿pa' qué contai' eso? –la niña le da un golpe de puño en la espalda al Antuco, quien se incorpora riendo y corre hacia su casa...
—No me pillas... lero, lero. Ja, ja, ja...¡Chao, socio!, después seguimos conversando...–la niña persigue a su hermano corriendo y arrojando piedras.
—Chao, –contesta Cristian, mientras se incorpora para dirigirse a su cuarto. Se deberá dar una buena mojada al cuerpo, antes de almorzar, ya que está haciendo bastante calor. No hay mucho que hacer en Sábado. ¿Qué tendrá doña María para el almuerzo esta vez?. Se conforma con lo que sea, con tal que no sea pescado... "guácatela", como diría el Antuco...


FIN DEL CAPITULO 7


GLOSARIO
Calzoncillos:
Pantaloncillos interiores.
Polera: Camiseta deportiva.
Viejas sapas: Mujeres intrusas, metiches.
Fregado: Estricto, exigente.
Refrigerador: Heladera.
altiro': De inmediato.
Pichanga: Partido de fútbol de barrio.
Socio: Amigo, conocido.
Guatón, no estís’ hinchando.: Gordo, no estés importunando.
Guácatela: Expresión de desagrado, asco.
Es más quemá’ : Es muy desafortunada, de mala suerte.
Qué gil: Qué tonto, sonzo, necio.
Los cabros del barrio: Los muchachos del barrio.
Guatona: Gorda.
Mear': Orinar.
Garabato: Grosería, Palabra soez.
Chiflá' del mate... : Desequilibrada de la cabeza, trastornada, loca.