lunes, noviembre 05, 2007

—MUJERES— Cap. 13

Durante las siguientes semanas, Cristian se ha estado poniendo a tono con sus estudios. Los resultados de sus exámenes de evaluación, le dieron un aceptable promedio de 4,5. No está nada de mal para quién no tenía idea de la especialidad.
Hasta ahora ha logrado esquivar las invitaciones de Tito a juntarse con sus "amigotes". El muchacho ya no insiste. Al parecer se dio cuenta que sus amigos no son del agrado de Cristian. Sin embargo logró convencerlo de ir a almorzar de nuevo con su familia. Así es que está esperando la bajada de Alfredo, pues esta vez, Tito insiste en que su mamá quiere que vaya con su tío. Será.
Afortunadamente no se ha topado nuevamente con los "Malditos". Sin embargo Tito le confidenció que Licha, la muchacha que los dirigía, anduvo preguntando por él y sobre dónde vivía. Eso, en vez de halagarlo lo dejó muy preocupado. A tal punto que la otra noche tuvo una pesadilla con ella. Se veía amarrado a un poste de alumbrado, mientras la muchacha lo golpeaba y besaba indistintamente.
Por otro lado, El "Johny diez pesos" se lo encontró cerca del Supermercado y le preguntó si tenía algo con su hermana, Dina, ya que ella hablaba mucho de él. Cristian, asustado, por supuesto lo negó. Para su sorpresa, el " Johny ", le dijo que si quería tener algo con ella, tenía su consentimiento, porque según él, "prefería ver a su hermana 'baboseándose' con él, que permitir que "El cabeza de sandía" la siga pretendiendo." La sola idea de tener que huir ahora del "cabeza de sandía" por causa de Dina, le hace asegurar reiterada e insistentemente al " Johny diez pesos", que él no tiene ningún interés en su hermana. Por supuesto le aseguró que Dina era "muy bonita", pero que por ahora, él no quería pololear. De todos modos el Johny insistió en que tenía su consentimiento.
En el colegio las cosas han ido mejorando, en cuanto a su relación con sus condiscípulos. Ya lo han integrado plenamente al curso. Cristian ha notado lo enamorada que está Mirtha Delgado, de su profesor, el "Tres R". Lo discierne por lo embobada que se pone, al mirar al profesor mientras dicta la clase. O cuando el "Tres R" le hace alguna pregunta y la pilla "orbitando la luna" como dice él.
Cristian ha cuidado su trato con Nuri. Tanto por la nota que Mirtha arrugó y botó al salir del Liceo y que él por curiosidad leyó, así como por la posibilidad de ser visto desde fuera del colegio por el celoso ex pololo de Nuri, Claudio, el muchacho de los "Malditos" que lo amenazó. Precisamente, en uno de los recreos, Nuri lo aborda por ese tema...
—"Cachito", ¿puedo hablar algo contigo? –pregunta cariñosa la muchacha.
—Si. Por supuesto, flaquita –responde el joven.
—No sé por qué, pero últimamente he notado que me rehuyes. Como que ya no te gusta conversar conmigo. ¿Qué pasa, "cachito"? ¿Te hice algo? ¿Estás enojado conmigo?
—No. Na' que ver, flaquita. ¿Porqué me iba a enojar contigo, si no me haz hecho nada?
—Eso mismo pienso yo, pues "cachito". Pero cada vez que me acerco a ti, te haces el loco, y te corres. No entiendo...
—Perdona si te he dado esa impresión. Pero, palabra, no es nada de eso.
—Oye, Cristian –dice la muchacha con un tono mas serio–. O yo estoy alucinando, o algo te pasa conmigo. Hasta la Mirtha se ha dado cuenta. Seré fea pero no gansa, pu' lindo. ¿Por qué no me decís' de una vez qué te pasa?... ¿O es que ya no quieres ser mi amigo? Por que si es eso, mejor me dices la "dura" altiro', y listo.
—No, no se trata de eso, flaquita –responde el joven, sorprendido por la franqueza de la muchacha–. Es que...
—Entonces de qué se trata, pu' cachito –interrumpe la muchacha–. ¿Me lo podís' decir?
Cristian se da cuenta que tendrá que dar una muy buena explicación a Nuri, pues es obvio que no será fácil convencerla.
—Es que me sucedió algo que no te puedo contar –responde nervioso el joven–. Pero te prometo que tendré mas cuidado en no darte esa impresión. ¿Ya?.
—Ah, no, 'cachito'. Eso si que no te lo aguanto –dice con firmeza, la joven–. Resulta que lo que te pasó, te pone "filo" conmigo, ¿y yo no puedo saberlo por no sé qué razón? Ah, no, 'cachito'. O me lo dices ahora, o mejor no me dirijas nunca más la palabra.
El tono emocionado de las últimas palabras de Nuri, hace que Cristian se convenza de que está hablando muy en serio. Decide que lo mejor es contarle la verdad. Lo relativo a su ex pololo, por supuesto. Porque lo de la nota arrugada no se atrevería a revelárselo. Por vergüenza y por timidez.
—Lo que pasa es que hace varias semanas, me topé con un... con un joven... que...
—¿Y...?
—Bueno este joven dijo que era tu pololo, o que "andaba" contigo... y...
—¿Conmigo?... Pero si yo no tengo pololo... Bueno, antes tenía pero ya no... ¿ Y quién es? ¿Cómo se llama? ¿Qué te dijo?...
—Dijo que se llamaba Claudio y que...
—¡El muy maldito!... Yo nunca pololié' con él –interrumpe la muchacha molesta–. Lo que pasa es que lo conocí en un "carrete" que hicieron los cabros del curso de una amiga, y me invitaron. "Anduvimos" como por un mes, pero lo mandé a la c... porque me di cuenta que era "pato malo". El estúpido viene a veces a molestarme a la salida del liceo, pero yo no lo inflo. Bueno... y eso ¿qué tiene que ver conmigo, o contigo?...
—Es que me amenazó con un cuchillo, y dijo que si me veía conversando contigo, me iba a apuñalar...
—¿Y quién se cree que es ese estúpido, infeliz? ... ¿Mi dueño? –interrumpe furiosa la muchacha–. Déjalo no más que se atreva a hacerte algo. Yo tengo unos amigos más patos malos que él. Si yo les digo, ese... ese desgraciado no dura un día más con el "cuero lizo".
—¡Cálmate, por favor, Nuri! –exclama alarmado el joven, ante tal despliegue de furia descontrolada...
—Perdóname "cachito". Pero es que ese infeliz me pone tan furiosa... Me... me descontrola... –exclama la muchacha, rascándose las palmas de las manos por el nerviosismo–. Yo ya no sé de qué forma decirle al estúpido, que no quiero saber nada de él. Pero es tan 'hinchador' y puntudo... –dice, levantando los brazos, impaciente.
—Yo no quería decirte por eso mismo. Sabía que te ibas a enojar...
—Pero obvio pu', "cachito". No iba a joderme de la risa ¿verdad? –dice la muchacha con los brazos en jarra–. Pero estuvo bien que me lo contaras. Yo ya había llegado a pensar que tenía lepra, ja, ja, ja. –agrega la joven, más aliviada–. Mira, "cachito". Tú no tienes de qué preocuparte. Ese estúpido no nos va a ver aquí en el colegio. Y si quieres, cuando salgamos del liceo, nos vamos separados, para no hacerte problemas a ti ¿Te parece? Yo le voy a hacer una visita con mis amigos al desgraciado, y no le van a quedar ganas de molestar a nadie.
—Por favor, no flaquita...
—No te preocupes... Déjamelo a mí, "ratoncito". Yo me encargo.
—Es que después se va a desquitar conmigo y...
—No se va a desquitar contigo, "cachito". Confía en mí.
Resulta claro para Cristian, que nada de lo que diga va a hacer cambiar de opinión a la decidida muchacha. El solo pensar en las consecuencias que podría tener "la visita" de Nuri a Claudio, le hace sentir un agudo dolor de estómago y un temblor en las piernas que, muy a pesar suyo, ya se le está haciendo familiar. ¿Por qué su relación con el sexo débil, hasta ahora, siempre termina transformándose en una peligrosa experiencia? ¿Sexo débil? ¡Ja!. Habría que meditarlo... Sí señor.

Los días de ese mes de Abril, pasan raudos. Su tío al fin aceptó la invitación para ir a almorzar a casa de Tito. Andrés Avila, su compañero de curso, lo ha estado buscando para conversar sobre sus creencias religiosas, las cuales a Cristian no le interesan mucho. Sin embargo, algo que Andrés dijo acerca del "Reino de Dios", le hizo surgir la curiosidad. Tal vez podría aprender algo más de aquel lugar donde doña Melania, su vecina de Chalinga, ha enviado a todos sus parientes. Lamentablemente, justo cuando la conversación se estaba tornando interesante para Cristian, tuvieron que entrar a clases. Después Andrés se enfermó, y no ha regresado a clases hace ya dos semanas. Las preguntas de Cristian, tendrán que esperar.
El profesor de Matemáticas les dijo que debido a un problema personal, tendría que ausentarse del Liceo por un mes. Lo reemplazaría el señor Leonardo Miranda, profesor del 4to. medio, hasta que él regrese. El nombre le resulta familiar a Cristian. Es el hermano de la señorita Nélida, la polola de Alfredo. Hasta ahora no ha tenido la oportunidad de conversar con él. Solo cuando su tío se lo presentó brevemente después de una reunión de apoderados.
Como los días están comenzando a ponerse fríos, Nélida y Alfredo ya no van a la playa. Pero a Cristian le agrada bajar a un pequeño sector del litoral, cerca de unos acantilados. Disfruta meditando sobre las cosas que le suceden, encaramado sobre una gran roca, donde golpean las olas fuertemente, llenando sus mejillas de gotitas de mar. Se imagina lo que sucedería si llegara a caer al mar. No quedaría vivo para contarlo. Detrás de la roca hay una hendidura que protege del viento. Allí, sobre la arena, le gusta dormitar, los sábados por la tarde, y los domingos por la mañana, para no tener que toparse con la señorita Nélida, que lo pone nervioso con sus escotes y minifaldas. Y no tener que aceptar las invitaciones de Tito a jugar a la pelota con sus "amigotes". También le ayuda a evitar encontrarse con Licha, la líder de los "Malditos". Aprovecha de escribir sus poesías en un cuaderno de, o simplemente leer algún libro recomendado en clases por el “3 R”. Es lo que hace ese Domingo por la Mañana.
Desde su posición ve a algunos viejos harapientos, recoger algas en unos sacos. Seguramente después la venderán a alguna pequeña empresa de elaboración.
Con los ojos cerrados recuerda el almuerzo de ayer, en casa de Tito...Alfredo le dijo que una vez, ya había aceptado una invitación de los Ibarra. Pero después había tenido que excusarse, pues Nélida se había molestado. Ella conoce de vista a la señorita Marcia, la hermana de Tito, y se pone celosa. Por lo menos eso piensa Alfredo. El caso es que su tío estaba extrañamente nervioso, ese día... Tal vez temía que Nélida se enterara y le hiciera alguna escena. Durante la conversación del almuerzo, Marcia miraba de reojo a Alfredo, quien se hacía el que no se daba cuenta. Pero seguro que se daba cuenta. Cristian lo había sorprendido en mas de una ocasión, mirándola disimuladamente.
Tito, como siempre, se había lucido haciendo sus bromas de mal gusto. Recuerda especialmente un momento de la conversación cuando Tito le hizo esa pregunta indiscreta a Alfredo...
—“Don Alfredo –preguntó haciéndose el inocente, (porque él jamás llama a Alfredo por "Don Alfredo")-. ¿Usted tiene pensado casarse algún día?
En medio de las miradas fulminantes que le dispensaron a Tito, su madre y su hermana, recuerda que Alfredo, que en ese momento se estaba echando un trozo de carne a la boca, casi se atraganta con la pregunta, y tuvo que toser varias veces para poder responder. La señora Verónica, le dijo que no tenía porqué contestar las preguntas tontas de Tito, pero Alfredo no le dio importancia.
—“No, está bien, doña Verónica. No me molesta –dijo sonriendo, al darse cuenta de la jugarreta de Tito–. La verdad es que no he pensado en eso todavía, Tito. Primero tengo que lograr disponer de una casa propia y salir de algunas deudas importantes que tengo, antes de pensar en casarme. Además me gustaría que Cristian saque su cuarto medio primero, para que así pueda independizarse económicamente.
—“¿Se va a casar con la señorita Nélida? –preguntó Tito, haciéndose el indiferente, sin dirigir la vista a Alfredo, mientras se llevaba el tenedor a la boca, como si su pregunta fuera lo más normal del mundo.
—“¡Tito! –reaccionaron las dos mujeres al mismo tiempo, dando una fulminante mirada al impertinente. Don Héctor, levantó su mano señalando a Tito, que detuviera esos comentarios.
—¿Qué pasa?...¿Dije algo malo, que me miran tan feo? –dijo Tito llevándose los brazos al rostro como si se protegiera de algún golpe–. Pero si casarse es lo más normal. ¿No es cierto Alfredo?...
—“Ja, ja, ja. No tomen en serio a Tito –respondió riendo Alfredo–. Del cien por ciento de lo que habla, el diez lo hace en serio. Mira Tito, aunque ya hemos conversado el tema antes, te lo voy a repetir, ya que me lo preguntas...
—“Don Alfredo no tiene por qué... –protestó Marcia, avergonzada, mientras dio un soberbio pellizco en el brazo a su hermano.
—“No, está bien Marcia. No se preocupe. En verdad no me molesta, en serio –dijo riendo ante las muecas exageradas de dolor que puso Tito, por el pellizco que le propinó su hermana–. Lo que pasa es que no voy a casarme, al menos por un buen rato. Y con respecto a Nélida, ella solo es mi polola. Nunca hemos hablado de casamiento. La verdad es que a veces no nos llevamos bien, y no sé si estoy preparado todavía para dar ese paso. Supongo que algún día tendré que darlo.
Cristian captó la satisfacción que las palabras de Alfredo causaron en Marcia. Lo notó en los esfuerzos que hizo por disimular la sonrisa que luchaba por apoderarse de su sonrojado rostro. También le quedó claro que las pretensiones de matrimonio, eran exclusivamente producto de la imaginación de Nélida, y que su tío no compartía para nada esa idea.
Sumido en esos pensamientos, recordó las palabras que un día le expresara su abuelo acerca de las mujeres:
“—Nunca trates de entender a las mujeres, Chatito lindo. Si no te vas a volver loco, hijo. A las mujeres no hay que entenderlas. Hay que comprenderlas, y aceptarlas como son.”–decía riendo ante las protestas de la abuela, que argumentaba, un poco en serio y un poco en broma, que eran los hombres los complicados, por que para saber lo que hacían, había que suponer lo contrario de lo que decían. Una forma muy elegante de decir que eran unos mentirosos.
Unos jeans azules, parados justo delante de él le hacen levantar la vista. Su corazón casi se le paraliza de la impresión...
—Hola, rico. ¿Dónde te habías metido, puedo sentarme a tu lado?
Era obvio que la pregunta estaba demás, porque la muchacha se sienta a su lado sin esperar respuesta. Lo observa con mirada sonriente y algo burlona, con un cigarrillo en la boca. Lleva puesta chaqueta de cuero. Su pelo largo cubre gran parte de su agraciado rostro, debido al viento.
—¿Te acuerdas de mi? –pregunta con un tono que intenta parecer seductor.
—Si, cla...claro. Tú eres la niña a la que regalé mi reloj –balbucea nervioso, tratando de conservar la calma.
—Y...¿recuerdas mi nombre?... Me llamo Licha –dice, sin esperar respuesta del joven–. Y tú, cómo te llamas, rico? –pregunta, echando su pelo hacia atrás, de forma coqueta, mientras apaga la colilla de cigarrillo en una piedra.
—“Cristian” –responde, tratando de engrosar la voz que ha estado saliendo un poco aflautada por los nervios.
—Ah... –responde, tratando de parecer indiferente–. Tú no eres de acá ¿verdad?. No recuerdo haberte visto por la pobla.
—Si,... quiero decir, no. Yo vivía en Ovalle –responde, sin mencionar a su pueblito, por no querer parecer tan provinciano–. Vivo con mi tío.
—Ah... –responde la muchacha por todo comentario. Por un momento que parece interminable para Cristian, se le queda mirando sin decir palabra. Como si tratara de investigarlo con su mirada.
—¿Te ha hecho algo el Claudio? –pregunta la joven, después de un rato.
—¿Quién?
—Claudio, el que te amenazó por la loca con la que “pegas” en tu colegio.
—Ah. No, no lo he visto. Además era en serio cuando le dije que yo solo soy amigo de ella.
—¿Tú no “andas” con ninguna mina? –pregunta, clavando su mirada en el joven, para ver su reacción.
—¿Tú te refieres a si estoy pololeando?
—Seguro.
—No. No estoy pololeando con nadie –responde Cristian, ya un poco mas tranquilo.
—Ah...
—¿Por qué lo preguntas? –dice el joven, tratando de aparentar seguridad.
—¿ Te molesta?
—¿Qué?
—¿Qué te pregunte?...
—No. Por qué habría de molestarme... No.
—¿Tú eres de los “gatos pardos? –pregunta de manera intempestiva, la muchacha.
—No, ni loco –se apresura a responder Cristian, enfatizando sus palabras, ya que conoce los sentimientos de la muchacha para con el grupo.
—Pero me dijeron que te habían visto con el negro Tito... –pregunta la muchacha, sin despegar su profunda mirada del joven.
—No, lo que pasa es que yo vivo en el patio de la casa de él. Con mi tío, arrendamos una pieza.
—Ah, así es que vives en su casa –dice complacida la muchacha.
Cristian tarde se percata que debió morderse la lengua. Ahora Licha ya sabe donde vive. Se pregunta cómo pudo ser tan cándido. De nuevo su nerviosismo le hace sonrojarse.
—¿Te da vergüenza que hable contigo?. Qué tierno... –pregunta sonriente la muchacha, al darse cuenta de la timidez del joven.
—No, no es eso –se apresura a responder–. Lo que pasa es que me pone nervioso saber que ese... Claudio quiera...
—¿Te preocupa eso? No te hagas drama por eso, loquillo. Ya se las canté al loco, que si te pone las manos encima, se la va ha ver conmigo. Ya les tengo advertido a todos. Así es que no tienes de qué preocuparte –asegura la muchacha, acariciándole la barbilla.
—Gracias... Y...¿por qué haces eso? –pregunta con curiosidad mal disimulada.
—Porque te encuentro tierno, loquillo. Tú eres distinto a los pasaos’ pa’ la punta que he conocido. Tenís’ modales bonitos y.... ¿No serís’ marica, verdad? –pregunta de pronto, poniéndose seria.
—¿Homosexual, dices? Ja, ja, ja. No, por supuesto que no, ja, ja, ja –responde divertido.
La pregunta de Licha, hecha de forma tan seria y como asustada, ha logrado hacer reír a Cristian, sacándolo de su nerviosismo. Ahora, la chica no le parece tan temible, con todo su karate y eso. La muchacha, también se contagia con la risa de Cristian, disculpándose por haberlo pensado.
—Está bien. No te preocupes... ¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro, dime no más –responde la muchacha, cambiando completamente de actitud, como tratando de parecer mas femenina, mientras se arregla el cabello.
—¿Cómo me encontraste?
—No tenía idea que estabas aquí, en serio. Yo vengo siempre a este lugar... ¿Sabías que aquí, desde esa roca, se suicidó una galla?
—¿En serio?
—La “dura”. Cuando mataron a mi hermano, yo me bajonié’ tanto, que casi cometo la misma tontera en este mismo lugar. ¿Sabías que los “gatos pardos”lo mataron?
—No, no lo sabía. ¿Pero estás segura que fueron ellos?
—Mi otro hermano, el mayor, dice que no. Pero yo estoy segura que fueron ellos.
—¿Y porqué estás tan segura? A lo mejor te equivocas –dice Cristian, con prudencia, para no molestar a la muchacha.
—Por que me lo contó alguien que los vio. Y por eso a mi no me van a engañar, como a mi hermano, que no quiso creer.
—Disculpa...¿Te dijo tu hermano por qué no cree?
—Bueno, él se me corre cuando yo le pregunto. Pero yo sé que es porque no le cree al que nos contó.
—¿Y tú le crees?
—Claro, pu’. No tengo por qué no creerle, si nunca me ha mentido.
—¿Estás bien segura que no te ha mentido? –pregunta el joven, produciendo un silencio en la muchacha y una dura mirada.
—Oye, ¿Tu estás a favor de los “gatos”, o creí’ que estoy rallá?
—Perdona, no quise molestarte, sólo que a veces las cosas no son lo que parecen. Mi abuelo Benancio, me enseñó que siempre cuando hay alguien que cuenta las cosas de una manera, hay otro que las revela.
—Y... qué quiere decir eso...–pregunta intrigada la muchacha.
—Bueno, que siempre hay que escuchar a mas de una persona para asegurarse de las cosas, creo. ¿No te parece?
—Oye, tu estai’ hablando igual que mi mamá. Ella nunca le creía los cuentos a mis hermanos, y siempre les decía así. Después iba y les preguntaba a las viejas sapas de la pobla, y a ellas si les creía. Mala onda, gallo.
—Bueno, pero ¿tenía razón para no creerle a tus hermanos?
—Bueno, la “dura” es que eran mas cuenteros que, puchas que eran cuenteros, ja, ja, ja.
—¿Ves?. Seguramente tu mamá lo sabía y por eso no les creía.
—Sí, pero me daba rabia que confiara mas en las viejas de la pobla, que en nosotros.
—Bueno, si piensas así, dile que eso te duele, y a lo mejor, ella te comprende.
—¿A mi mamá? ... Va a ser difícil, porque ella murió hace tres años.
—Oh, lo siento... no sabía.
—Está bien. No hay drama, loquito. Eso fue lo que me bajoneó mas, cuando mataron a mi hermano. No tener quién me consolara. A veces vengo a este lugar, aquí mismo donde estamos ahora, a llorar sola...
—¿Y tu papá?
—El viejo nos abandonó cuando éramos chicos, y se fue con otra vieja. Mi mamá nos crió sola, hasta que murió. Después mi hermano mayor se hizo cargo de nosotros. El es como mi papá. A veces se pone pesao’, el saco de pernos. Pero por lo menos nos llevamos.
—¿Por qué dices que se pone pesado?
—Porque me vigila pa’ todas partes. Parece “paco”, al lado mío. Me corretea a todos los “minos” con que he andado. Los cabros le tienen tanto miedo, que ya nadie quiere andar conmigo.
—Pero debe ser por que te quiere, y no desea que te pase nada...
—Si, pero si sigo así voy a terminar siendo monja... Además yo sé cuidarme sola.
—Pero de todos modos puede pasarte algo. Este barrio parece que es peligroso –dice Cristian, arrepintiéndose enseguida por haberlo mencionado, por la experiencia que él mismo pasó con los amigos de Licha.
—No pasa ná, loquito. En la pobla me conocen todos. A quién hay que temer es a los "Narcos". Esos son peligrosos. Pero no son de este barrio, y yo no me meto con ellos. Además donde trabaja mi hermano, hay uno que es de ese cuento. Así que mi hermano dice que mientras no nos metamos con ellos, no nos pasará nada. En el grupo de nosotros hay algunos "pilotos", pero ese es cuento de ellos. Cada uno responde por su cuero.
—¿Qué son los "pilotos"?.
La muchacha pausa por un instante, como preguntándose si debería dar detalles del asunto, al joven...
—Son "mojones" chicos que entregan la "mercadería". Pero yo aparte de fumarme un pito de vez en cuando, no me meto en ese tema. ¿cachai´?. A mi lo que me preocupa es saber quién fue el desgraciado que se "echó" a mi hermano. Cuando lo sepa le voy a meter las dos patas en el hocico, y le voy a sacar toda la choclera. Por eso aprendí karate. Además participo deportivamente en el campeonato nacional. ¿sabías?... Tengo medallas y trofeos.
La muchacha se incorpora, limpiándose la arena de los jeans, y se queda mirando el mar, sumida en sus pensamientos. Cristian solo se la queda mirando, y también se pone de pié. Luego de un instante, se vuelve hacia Cristian, sacándose el reloj de la muñeca.
—¿Sabes? Después que tu me regalaste este reloj, de manera tan tierna, no he podido quedarme tranquila. Yo sé que lo hiciste para que el loco del Claudio no te punzara. Por eso te he estado buscando, para devolvértelo. Yo sé que a ti te hace mas falta. Yo ya tengo reloj. Así es que puedes quedártelo, y no le digas a nadie que te lo devolví. ¿ya?
La reacción de la muchacha deja completamente sorprendido a Cristian, quien no atina a decir nada. La muchacha sin decir más, da la vuelta y se encamina hacia los departamentos, al otro lado de la carretera, en dirección a su casa. Por un instante Cristian se queda mirando el reloj pulsera, sin saber qué hacer. Luego corre hacia la joven que lleva avanzado un buen trecho...
—¡Licha, Licha!...¡Espera, por favor!
Finalmente la alcanza, justo llegando a la carretera costera, mientras ella espera que pasen los vehículos, para cruzar. Sorprendida por el llamado del joven, solo se le queda mirando para saber el motivo de su carrera...
—Qué bueno que te alcancé –dice recobrando el resuello–. Por favor, deseo que te quedes con el reloj –dice ante la sorprendida mirada de la muchacha.
—Pero... pero ¿porqué?, si es tuyo, loquillo. –dice sonriente y sorprendida.
—Mira, en realidad yo deseo regalártelo. No es que me sienta obligado, en serio. Además yo ya le dije a mi tío que se me había perdido en el colegio. Así es que ¿cómo le voy a explicar que de nuevo lo tengo?.
—Le puedes decir que lo encontraste, o que un amigo lo encontró y te lo devolvió. ¿Cuál es el drama?... Además te hace falta. No seas ganso.
—Oye. Yo ya estoy harto de que me digan que soy ganso –dice molesto, ante la sorpresa de Licha, que no esperaba una actitud firme como esa–. Yo no soy ganso. Seré tímido, vergonzoso, melancólico, lo que quieras. Pero no ganso.
—Perdona , loquillo...yo...
—Nada. Soy yo el que desea obsequiarte el reloj –dice con firmeza, mientras le pone el reloj en la muñeca a la joven–, por que me agradó tu actitud. Y por último por que me da la gana, pero no por que sea ganso. ¿De acuerdo?
Cristian no puede creer que esté hablando de esa manera a la muchacha a quien hasta hace poco, le aterrorizaba encontrarse. Por su parte, Licha, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, no atina a nada. Se le queda mirando con ojos vidriados, para luego en un impulso inesperado, abrazarlo y besarlo largamente en la boca. Esta vez es Cristian quién se lleva la sorpresa, quedando prácticamente petrificado en el suelo. Nunca lo habían besado así... ¡Nunca lo habían besado!... Ni a "su Bety", en Chalinga, había logrado robarle un beso. La experiencia, desconocida para su joven corazón, hace que éste comience a retumbar locamente.
La muchacha, sin mas, echa a correr en dirección a los cerros, hacia su casa, sin esperar la reacción de Cristian, quien por toda reacción se lleva sus manos a la boca como queriendo comprobar que lo que había sucedido era verdad.

Se le antoja el rostro del abuelo, mirándole sonriente...

“—Nunca trates de entender a las mujeres, Chatito lindo... Son un misterio inexplicable."



FIN DEL CAPÍTULO 13