lunes, marzo 06, 2006

"UN NUEVO COMIENZO" -Capítulo 2

Contra la corriente –Novela...

Capítulo 2
" UN NUEVO COMIENZO "

El bus serpentea entre los áridos cerros que custodian el interminable camino de asfalto y polvo desértico.
Una enorme mano parece emerger desde las profundidades de la tierra como queriendo atrapar a algún caminante descuidado.
—¡Alfredo, mira! Allí... –Señala Cristian, excitado.
—¿Qué?, ah, sí. Es la "Mano del desierto", es obra de un artista Chileno. Un día te traeré para que la conozcas de cerca. Es más grande de lo que parece.
Alfredo se acomoda nuevamente en su asiento reclinado. El calor a ratos se hace insostenible. Cristian trata de seguir mirando por la ventanilla, queriendo ver cualquier cosa. Cualquier cosa es mejor que nada en el desierto.
Las sombras del atardecer parecen cambiar el pobre paisaje desértico. Asemejan enormes seres mitológicos queriendo atrapar al bus en cada curva, extendiéndose cada vez más, siniestros, arteros. El joven reclina su cabeza en el asiento, cerrando los ojos. Las imágenes regresan juguetonas, lejanas...
—"Cristian, anda a ayudar a tu tío Alfredo que viene cargado de maletas" –advierte la Señora Julia, en voz alta, mientras seca sus manos en el delantal y se apresura a entrar en la cocina, al ver de lejos a Alfredo acercándose a la casa–. "Yo voy a preparar un matecito que tanto le gusta. Avísale a tu abuelo que venga, está en el banco carpintero".
—"Sí, mami" –contesta el chiquillo desde el patio trasero, en ese tiempo de unos diez años, mientras corre entusiasmado en dirección a su Tío.
—"¡Cristian!" –grita la abuela.
—"¡Sí mami!" –el niño detiene bruscamente su carrera y regresa corriendo a la casa, donde el Tata, entendiendo la contraorden.
—"¡Abuelo! ¡Abuelo!" –grita agitado–. "¡Viene el Tío Alfredo, y viene cargado de maletas!"
—"Ya, ya. Ya te oí, no gritís' tanto que no estoy sordo" –el Tata desata su 'coleto', y se pone su sombrero de fieltro que le confiere un aspecto de señor importante. De esos señores elegantes de los años 30, con un aire Gansteril, de la época de 'Capone'.
Es Cristian quien llega primero a recibir a Alfredo. Su abuelo camina parsimonioso, con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Sin quitar la mirada del rostro de Alfredo. Observándole satisfecho, orgulloso. Sus pantalones anchos, como a él le gustan, sostenidos por suspensores que se niegan a rendirse ante los tiempos y su camisa blanca, arremangada, flamean cual banderas victoriosas, altivas al viento.
Cristian recuerda bien esos viajes de Alfredo a pasar sus vacaciones en casa de los abuelos.
El asiento incómodo del bus no le deja dormir. Medita en el hecho de que es la primera vez que viaja tan lejos. Sus únicos viajes hasta el presente son, desde " Chalinga" hasta el pueblito de Ovalle, y de Ovalle a Chalinga. (¡Qué emocionante!).
Alfredo era el único hijo que en ese entonces le quedaba a Don Bena. Benancio, su otro hijo, el padre de Cristian, se había ido ya. Lo habían encontrado un día, tirado en el desierto, con los ojos abiertos mirando al infinito, como queriendo alcanzar en el cielo, la fortuna que siempre le fue esquiva en la tierra, o tal vez buscando la imagen de Lidia, su mujer, quien había muerto de pulmonía cuando Cristian apenas tenía dos años.
Triste la vida de los Aliaga. Sin embargo tenían 'lomos duros' como le gustaba afirmar a Don Bena. Era como si la muerte siempre estuviera rondando la casa, de visita. Tal vez le gustaba retozar bajo la sombrilla fuera de la casa, techada de uvas y de hojas tiernas de la parra bien regada por la abuela. Quizás por eso nunca se iba por mucho tiempo.

Cristian sigue contemplando sus imágenes meditadas...
—"Ja, ja, ja. Hola Cristian, hola Papá. Que gusto llegar a casa–. Alfredo deja la maleta y los bolsos que trae en el suelo para saludar a Don Bena, mientras Cristian se abraza efusivamente de las piernas de su tío, sin dejarlo caminar–. "Hey, hey, cualquiera diría que no vengo hace muchos años".
—"Es que el chiquillo te espera con ansias pu', Alfredo. Podrías venir más seguido, hijo. La viejita y yo también te extrañamos".
—" Es que la pega no está buena, Taita. Y sale caro estar viniendo tan seguido. Pero dicen que se van a abrir otras mineras pronto, y a lo mejor ahí encuentro mejor pega. Así podré venir más seguido".
Cristian coge la maleta grande de la mano de Alfredo, la cual por su peso se le cae al suelo bruscamente. Sus esfuerzos por cargarla, dan a su rostro transpirado y enrojecido, un aspecto muy cómico.
—"Deja, deja, Chato, yo la cargaré. Eres una calamidad. Tenís' que comer mas "cocho con leche" para que tengai' más ñeque'" –dice riendo don Bena, mientras levanta la maleta. Alfredo ríe de buena gana.
—¡Cristian! –la voz de Alfredo lo sobresalta al sacarlo de su dormitar–. Ya llegamos a Antofagasta.

Cristian mira por la ventanilla. Ya ha oscurecido y solo logra ver las luces de las casas, mientras el autobús da las últimas vueltas por la entrada sur de la ciudad. Al llegar al terminal, el bus se estaciona en el andén. Los pasajeros se aglomeran al lado de la máquina. Alfredo retira con dificultad las maletas y un bolso de mano. Cristian carga con algunos paquetes y un bolso.
Un grupo de Taxistas se acerca a los pasajeros con algarabía, bromeando entre ellos. "¿Taxi señor?. Lo llevamos cómodo". "Jefe, mire, auto nuevo". "No estís' levantando a los pasajeros pu' guatón, el caballero se va a ir conmigo ¿verdad patrón?". "¿Le llevamos las maletas, señora?". "Hey lorea' como se quiere avivar el chino, si yo le ofrecí primero, al caballero pu' pasao' pa' la punta" "Oye, mira la comadre pa' gorda, no se puede subir al taxi, se le va a rajar la falda". "Oye, flaco, dile a tu señora que baje de peso, si no vas a morir aplastao'". "Ja, ja, ja."
Mientras dura la distracción uno de los Taxistas, extremadamente bajo de estatura, sube las maletas de Alfredo a su auto y gentilmente, con una caricaturesca reverencia, extiende su mano a la puerta abierta de su auto invitando a Alfredo y Cristian a subir. " Oye, mira se avivó el Chico, te quitó al pasajero". "Hey chico avispao', adonde la viste" "Te va a llegar, cabro chico, te vamos a acusar a tu mamá, la vieja gorda, para que te aplaste" "ja, ja, ja, ja."
—¿Adónde llevamos a los señores?" –pregunta el taxista, mirando por el retrovisor a sus colegas, con una sonrisa pícara en el rostro.
—A la población Bonilla, por favor –indica Alfredo.
—A cual Bonilla Señor, –pregunta el taxista, sonriendo por el espejo retrovisor– ¿Bonilla baja, Bonilla Alta, Ampliación Bonilla, Nueva Bonilla, Avenida Bonilla, o Simplemente Bonilla?. No sé a qué inteligente se le ocurrió ponerle nombres tan exclusivos a esas Poblaciones. Hay que ser adivino para encontrar una dirección. Ja, ja, ja.
—A la "simplemente Bonilla" –contesta Alfredo, sumándose a la risa del taxista.
El taxi se detiene en un pasaje amplio, pobremente iluminado. De esos donde se ha dejado un espacio pequeño para arboledas, y que nunca tienen árboles.
—¿Cuánto le debo, amigo?
—Para usted, dos luquitas' no más mi caballero. El taxímetro marca un poco más.
—Esta bien, gracias. –Alfredo saca unos billetes arrugados de su bolsillo, los estira lo mejor que puede y se los pasa al taxista, quien cierra el maletero después de bajar las maletas.
—Gracias mi caballero, estamos para servirle. Tome, aquí tiene mi tarjeta con mi teléfono por si algún día necesita de un taxi.
Las luces del auto se alejan mientras Cristian se las queda mirando hasta que se pierden de vista. Es de noche y no es mucho lo que hasta ahora puede ver de Antofagasta. Solo la casa donde vivirán. Una casa tipo, de esas que entrega el Gobierno en sus planes habitacionales, con un pequeño antejardín de un metro y medio, sin estucar, y una puerta de madera. Dos pequeñas ventanas completan el frontis de la vivienda. Alfredo se dirige hasta un portón lateral metálico con una pequeña puerta en medio, al lado del antejardín, y que comunica con un pasillo directo al patio trasero.
—Entremos, Flaquito, que se está poniendo helado. –Alfredo busca entre sus bolsillos y saca una llave con la cual abre la pequeña puerta metálica.
—¿Ves? Te dije que teníamos entrada independiente.
Ingresan a un pequeño pasillo sin techo después del cual acceden a una pieza de madera y cholguán, construida artesanalmente por algún maestro chasquilla en el patio de la casa. Una casucha semi destartalada tiene escrito en un trozo de madera: "Baño".
—Ese es el baño. Es independiente al de los dueños. Así no tenemos que molestarlos cada vez que queramos ocuparlo –señala Alfredo, mientras abre la puerta del cuartucho.
Alfredo saca una llave del bolsillo con la cual abre el pequeño candado que cierra la puerta de la habitación. Cristian pasea su vista por el lugar, con mirada triste, desencantado, mientras Alfredo ha encendido la lámpara de velador y acomoda las maleta y los bolsos sobre un mueble hechizo de madera, que hace las veces de Ropero.
Cristian se sienta con su pequeño bolso de mano en la cama, contemplando con mirada perdida el piso de tierra endurecida de la habitación que es de un tamaño regular. Una vieja silla, un pequeño baúl de madera, una cocinilla de dos platos, a gas, un viejo sofá, un pequeño velador y uno de esos "muebles" de alambre y plástico que se venden en esas ferias baratas, completan el "mobiliario".
—De día no parece tan deprimente, Flaquito –se apresura a decir Alfredo, al notar la mirada de decepción del muchacho–. Mañana iremos a tu Escuela. Ya tengo arreglado lo de tu traslado. Te gustará.
Cristian se recuesta en la cama, con su vista fija en el techo de calaminas.
—Acuéstate bajo las tapas, flaquito. Yo dormiré en el sofá. –Alfredo ayuda a Cristian a sacarse los zapatos. Lentamente su sobrino se quita los pantalones y se mete bajo las tapas. Sin hacer ningún comentario mas, cierra los ojos para dormir.
La noche pasa sin mas trámite, complaciente, protectora para tío y sobrino, rendidos por el viaje y las emociones de los últimos días.

Apretujados en la improvisada "mesa-baúl", Alfredo y Cristian desayunan tostadas con mermelada. Alfredo se ha sentado en el sofá, arrimando el baúl, y Cristian ocupa la única silla de la habitación.
—¿Dónde es tío?.
—"Alfredo".... ¿Dónde es qué?
—Perdón. Alfredo,... ¿Dónde queda la Escuela?.
—¿El Liceo Industrial?. Queda cerca de aquí. A unos 5 o 10 minutos en "Liebre".
—¿Liebre?
—Taxibuses, Flaco. Así se les llama aquí. Te inscribí en segundo medio, en la especialidad de Minas. Afortunadamente estamos en mitad de Marzo, así es que lo vas a tomar desde el principio. No te has perdido mucho.
—¿Minas?, ¿No será muy difícil?.
—Al principio puede que te cueste un poco, pero ya te nivelarás. Me vas a perdonar que no preguntara tu opinión, pero todo pasó tan deprisa que en cuanto me informaron de la... situación de papá, sabía que el único camino lógico era traerte a vivir conmigo, y como tu ya vas un año atrasado, lo primero que se me ocurrió fue hablar de inmediato con el Señor Miranda, profesor de cuarto medio, para que te consiguiera un cupo en ese colegio, y así no perdieras el año. El se comprometió a darte una 'empujadita'.
—¿Tú lo conocías?
—Claro, es el hermano de Nélida.
—Tu Novia...
—Mi polola, Flaco, mi polola.
—¿Vive cerca de aquí?
—Quién...¿ El señor Miranda?
—No, tu polola.
—Sí, a la vuelta de la esquina, en la segunda casa. Tiene una perra enorme. Acostumbran a dejarla amarrada en el antejardín.
—A tu polola...
—No, a la perra , payaso. –Alfredo revuelve el cabello de su sobrino mientras ambos ríen, envolviéndose en una fingida lucha sobre la cama.

Alfredo y Cristian esperan el taxibús, el cual se detiene absolutamente lleno de pasajeros, en su mayoría estudiantes que se dirigen a sus colegios.
—Sube, flaco. Si no, no alcanzaremos a llegar a tiempo. –Alfredo empuja a Cristian hacia la masa humana, y luego se encarama en la pisadera casi colgando del vehículo.
—" Suba, señor, que tengo que cerrar la puerta. No puede ir nadie colgando. No quiero que me saquen un parte." –El chofer da ordenes cual director de orquesta, que conoce su oficio, mientras cierra dificultosamente la puerta del taxibús dejando apretado cual sardina en lata, a Alfredo .
—" Ya, niñitos, córranse pa' atrás, que aun queda espacio".
—" ¡Cómprate un acoplado, viejo!. O fabrícate un segundo piso. ¿No vis' que ya no entra más gente?" -las chanzas son celebradas con constantes risotadas de los estudiantes que conforman el bullicioso pasaje.
—" ¡Si nos seguís apretando la guata', nos vas ha hacer vomitar a todos! Ja, ja, ja."
—" Eso me pasa por subir "Pingüinos". Después se quejan que los choferes les tienen mala" –protesta el ajizado chofer, dirigiendo su mirada a Alfredo como buscando su justificación.
Al llegar a su destino, Alfredo y Cristian son arrastrados por la marea de estudiantes que baja del vehículo, quedando éste prácticamente vacío.
—¿Todos venían para el Liceo, Tío?
—La mayoría en este caso. A veces solo se bajan unos cuantos... y dime "Alfredo", ¡durazno!.
—Perdona, "Alfredo Durazno". Alfredo, ¿Por qué el chofer llamó "Pingüinos” a los Estudiantes?
—Ja, ja, Así llaman los choferes en forma despectiva a los estudiantes con sus uniformes azules y camisas blancas, como los pingüinos que parecen vestir de etiqueta.
El Director les hace esperar un rato. Al cabo de unos minutos uno de los inspectores, les hace pasar al despacho. Después de saludar a Alfredo y a Cristian, el director les invita a sentarse.
—Asiento, asiento por favor. El señor Miranda ya habló conmigo, así es que ya le tenemos lista la vacante a su sobrino. Supongo que es este jovencito, ¿verdad?.
—Así es, señor Artíguez. Este es Cristian, mi sobrino.
—Así es que éste es el jovencito "Ovallino". ¿Cuántos años tienes, hijo? -el Director, hombre complaciente, regordete, un tanto calvo, se acomoda en su asiento entrelazando sus dedos sobre el escritorio, mirando al muchacho con curiosidad por sobre sus pequeños anteojos. Cristian se revuelve incómodo en la silla.
—Dieciséis, señor, pero cumplo diecisiete en Mayo.
—¿Y dime, te acostumbras a la ciudad? -su pequeño bigote se mueve cómicamente al hablar.
—Recién llegamos ayer, Sr. Artíguez -interrumpe Alfredo.
—¿Y ya viene al Liceo?... Algo me dice que tenemos a un jovencito muy aplicado aquí.
El Sr. Artíguez, saca un libro del cajón de su escritorio y después de abrirlo, se dispone a tomar nota...
—Y dime, hijo, ¿ cuál es tu nombre completo? –pregunta por sobre sus lentes acomodados ridículamente sobre la punta de su regordeta nariz.
—Cristian Benancio Aliaga Muñóz, señor.
—Cristian por tu papá, supongo.
—No, mi Pai', quiero decir, mi papá se llamaba Benancio, como mi Abuelo.
—¿Se llamaba?, ¿Que ya no se llama? –el director da una mirada de interrogación a Alfredo.
—No Señor. Él murió cuando Cristian tenía 11 años –interviene Alfredo.
—Oooh, cuanto lo siento hijo, ¿Y tu madre?
—También falleció, cuando yo tenía como dos años. No alcancé a conocerla.
—Oh, es una pena. Es decir que solo tienes a don Alfredo por familia –afirma a modo de pregunta el Director, mirando a Alfredo como buscando en éste, una respuesta tranquilizadora.
—En realidad no –responde Alfredo–. Cristian tiene más familia por parte de su mamá. Dos tías y su abuela materna. Pero ellas viven en Hijuelas, un pueblito de la quinta Región, y son de situación económica baja. Y aunque querían cuidar a Cristian, yo preferí traérmelo a Antofagasta, para que termine sus estudios y pueda repuntar más que su padre y que yo, que escasamente completamos la básica. .
—Y usted, ¿nunca intentó terminar sus estudios de enseñanza media, señor Aliaga? –Alfredo sonríe, mientras se acomoda en la silla, un tanto nervioso.
—En realidad lo intenté. Mientras trabajaba, me inscribí en la "nocturna". Pero las malas juntas me alejaron de la escuela y perdí el año dos veces. Me dio vergüenza regresar, así es que un día deje de asistir así no más. No he vuelto a intentarlo.
—Bueno, nunca es tarde para tratar... ¿Qué edad tiene usted, Sr. Aliaga?
—¿Yo?. Veintiocho –nuevamente se acomoda en la silla, esta vez más nervioso–. Con su respeto, señor Artíguez, me gustaría que termináramos con lo de Cristian, yo tengo que hacer otras cosas en la mañana.
—Oh, perdón no quise incomodarle.
—No, no se preocupe. Solo que el tiempo se me hace muy corto en las mañanas.
—Es verdad. Bueno, eso es todo. En realidad los otros antecedentes usted ya me los había adelantado –incorporándose les ofrece la mano mientras Alfredo y Cristian se ponen de pié–. Como hoy es Viernes, será mejor que te integres el lunes, jovencito. Trae un cuaderno y lápiz para empezar. Las demás cosas te las iremos pidiendo durante la semana.
Salen por el largo pasillo del Liceo, hasta la puerta de entrada, de rejas metálicas. Algunos estudiantes, alcanzados por el horario de inicio de clases, ingresan apresurados y agitados.
—¿Dónde iremos ahora, Alfredo? –pregunta Cristian, intrigado por el repentino apuro de Alfredo.
—Vamos al centro, quiero que conozcas un poco la ciudad –Alfredo no puede ocultar su nerviosismo.
—¿Algo te molesta...? –pregunta intrigado el muchacho.
—No es eso. Es que... ya es la tercera vez que el Director trata de convencerme de volver a estudiar.
—¿Y eso te disgusta?
—No es eso. La verdad es que no puedo pensar en ello por ahora. Y me incomoda que me urjan.
—¿No te gustaría ir a la escuela?
—Después conversamos de eso... ¿Te parece? –Alfredo desvía la atención del tema bromeando y despeinando a Cristian, quien ríe de buena gana.
Suben a otro taxibús, ya sin su carga "bulliciosa-estudiantil", y se sientan al final del vehículo.
Al llegar al centro de la ciudad, dirigen sus pasos a la plaza de armas.
—Esta es la famosa Plaza Colón.
—¿ Famosa?
—Es un decir, flaco. Algunos de mis compañeros de trabajo de más edad, me cuentan que por años los jóvenes, especialmente estudiantes, durante las "fiestas de primavera", acostumbraban a pasear a la redonda, disfrazados, dando vueltas y vueltas tal como si fueran manecillas de un reloj. Hacían amistades, conversaban, comenzaban noviazgos... hasta que los tiempos cambiaron y todo eso terminó.
—¿Sentémonos un rato, flaquito? –Alfredo y Cristian se acomodan en uno de los bancos del paseo, mientras disfrutan de unas bolsitas de maní.
—Alfredo... ¿ Te puedo preguntar...?
—¿Qué deseas saber flaquito?
—¿Porqué te incomoda que te pregunten por tus estudios?
—Ah, eso... Bueno, en realidad no es que me incomode. Mira, flaco, a Benancio, tu padre, y a mí, no nos fue fácil el tema de los estudios. Para ayudar a atender las necesidades de la familia tuvimos que trabajar de muy jóvenes. Yo estuve resentido mucho tiempo con mi taita, por que nunca quiso que viniera a estudiar aquí.
Alfredo, con la vista perdida en algún punto de los cerros pelados que se ven a la distancia desde donde están, pausa por un momento, rememorando su relato.
—Cuando cumplí los 18, me vine al norte. Eso no le gustó a mi taita y a tu papá tampoco. Pero igual me vine, con la puras 'patas´y el 'buche'. No sé si te acuerdas, tú debes haber tenido unos siete años.
Con la idea de estudiar y trabajar al mismo tiempo, empecé re’ bien, pero me arrimé a malas juntas y todo se fue 'a la porra'. Hice de todo; trabajé en la vega cargando camiones, en una fábrica de ladrillos, lustré zapatos... en fín. En ese tiempo era difícil encontrar pega. Dormí en la Playa, en las Ruinas de Huanchaca......
—¿Las ruinas de qué...? –interrumpe intrigado Cristian.
—Las Ruinas de Huanchaca. Son ruinas de una antigua fundición de metales, cuando Antofagasta era de Bolivia. Están ubicadas al lado sur de la ciudad. Un día voy a llevarte para que las conozcas... Bueno, como te decía, la pasé último. Pero al final me las arreglé y pude salir adelante. De a poco tu abuelo fue aceptando que yo viviera mi vida. Además yo siempre les mandaba platita y los iba a ver para mis vacaciones. En cierto modo siempre culpé a mi viejo por no tener más estudios... Ahora que recuerdo todas esas cosas, me da 'no se qué' amargarme con el viejo. Ahora ya se fue y....
Su voz se quiebra y sus ojos vidriosos miran la copa de los arboles, pausando para despejar el nudo que le atraganta.
—Después de todo el viejo era buena persona y mucho de lo que aprendí de la vida se lo debo a él –agrega, con voz temblorosa–. Aunque su regalón fue siempre el Benancio, tu papá.
La mano de Alfredo en la cabeza de Cristian, provoca un profuso abrazo del muchacho, que sin palabra alguna transmite miles de cosas. Cosas que salen de adentro, que solo ellos entienden y que provoca miradas curiosas.
—Vamos, flaquito, vas a conocer a la Nélida.
—¿Vamos a almorzar?
—Exacto. Y vas a probar un chupín de pescado que te va ha hacer chupar los dedos.
—Ajjjj, pescado. Tu sabes que no me gusta.
—Puchas, seguís’ siendo el mañoso de siempre. Pero aquí vas a tener que acostumbrarte a comer de todo. Acuérdate que solo pago pensión. No es comida de Hotel. Así que si no te lo comes, tú no más pierdes y gana la “Negra”.
—¿Tu polola? –Pregunta Cristian, con pícara mirada.
—La perra, tonto, la perra –bromean revolviéndose el cabello.
—Te quiero, tío.
—Y yo a ti, sobrino malcriado...

Finalmente se dirigen a tomar el taxibús, abrazados como dos viejos amigos, cómplices de alguna secreta picardía.

FIN DEL CAPÍTULO 2

Glosario:
Avispao’ (avispado): Despierto, sagaz, alerta.
Avivarse: Adelantarse, anticiparse.
Cabro : Muchacho, Joven, tío.
Cocho: Hulpo, harina tostada con leche, espeso.
“Con las patas y el buche”: Sin ningún medio económico.
Chato: Chico, bajo
Cholguan: Láminas de madera prensada.
Chupín de pescado: Plato típico.
“Durazno”: Duro de mollera, porfiado.
Guata: Estómago, vientre.
Guatón: Gordo, grueso.
Lorea: “mira”, observa.
Lucas, luquitas : mil pesos
Ñeque: Fuerza, fortaleza física.
Pasao’ pa’la punta (Pasado para la punta): Puntudo, adelantarse con impertinencia.
Pega: Trabajo, empleo.
Pingüinos: Estudiantes, escolares.
Polola: Enamorada, chica con quien haces citas.
Taita: Padre, papá.
Tenís: tienes
“Todo se fue a la porra”: Todo se perdió.