lunes, abril 28, 2008

—ODISEO, EL POETA COPETE-Cap.18

Capítulo 18

Al día siguiente, Domingo, Cristian despierta tarde, alrededor de las once de la mañana. No puede dejar de pensar en todos los acontecimientos del día anterior. Quisiera creer que todo es una simple pesadilla, y que pronto volverá a Chalinga a casa de sus abuelos. Se levanta con desgano al cuartucho del baño “privado”. Al mirarse al espejo se percata de sus ojeras. Recuerda que desde la muerte de su abuelo no había llorado tanto. Le sorprende que Tito no lo haya ido a despertar a las diez, como suele hacerlo, para invitarlo a sus “pichangas-patadas”. Después de estirar su cama, sale a la calle. El solo pensar que mas tarde debe ir a almorzar a casa de Nélida, le aloja un nudo en el estómago. Sus pies le llevan en dirección al mar, bajando la calle a través de la gente que compra en el supermercado, indiferentes a su drama. Con esfuerzo logra reprimir el llanto. Su soledad se vuelve gigantesca, insoportable. El día frío y nublado, cerca de los roqueríos de la playa, parece enmarcado a propósito para el drama... para un corazón desconcertado y sumido en el más grande de los lamentos. Sin percibirlo, se dirige al lugar donde inesperadamente se encontrara con Licha, aquel Domingo por la mañana, a fines de Abril. El mar movido, y con sus olas golpeando las rocas, le recuerda los relatos marineros de su abuelo, como aquella vez en que, siendo joven, se salvó “por la que Dios es grande no más”, decía. Había estado toda la noche nadando contra las olas, cuando se volcó su bote. Lo encontraron a la mañana siguiente, desmayado y rígido de frío en una playa del litoral.
—“La vida es lo mismo, “chatito lindo” –decía, mientras arreglaba los zapatos de Cristian, sentado en su silla metálica verde–. Si uno no nada y no lucha, se lo lleva la corriente nomás.
—“¿Y cómo se lucha, tata? –preguntaba el niño, en cuclillas al lado del viejo, observando atentamente el zapaterear de don Benancio.
—“Contra la corriente, pu’ “chatito lindo”. Contra la corriente. Nunca hay que dejar que otros te obliguen a hacer lo que tú no quieres. Y más si lo que te piden es algo malo. No te olvidís’ nunca que el buen Dios nos ve desde el cielo –decía apuntando al cielo con su cuchillo zapatero–. Él te ayudará si tú se lo pides, como me ayudó a mí cuando se me dio vuelta “La Julita” en el mar.
—“¿Y cómo me ayudará, tata’?
—“ Ah, bueno, Él tiene muchas maneras de hacerlo, “chatito”. Lo que hay que hacer, es tener “buen ojo” pa’ darse cuenta cuando te está tratando de ayudar. A veces “diaonde” uno menos lo espera. A veces la gente más humilde, los que desprecian los demás, son los más sabios, hijo. Nunca dejes de hacer caso de los consejos de los viejos. Esa puede ser la ‘mesmísima’ ayuda del tata Dios –decía señalando al cielo.
Para Cristian esos recuerdos parecen cobrar sentido, y una mayor comprensión ahora, considerando los últimos acontecimientos. Busca el sitio resguardado del viento donde conversara la última vez con Licha. Recuerda que la muchacha le dijo que le gustaba venir a ese sitio cuando se sentía triste. Le invade una extraña tranquilidad, cómo si los problemas que afronta se hicieran tan insignificantes, ante la posibilidad de recibir ayuda de “donde uno menos se lo espera”.
A lo lejos divisa a un viejo sentado en una roca, al parecer escribiendo algo en un cuaderno. De pronto se le antoja a su abuelo en la silla metálica arreglando sus zapatos de la escuela. Sin poder evitarlo, se incorpora y se acerca al viejo. La chaqueta raída y sucia del viejo, con su solapa subida para evitar el viento; su barba y cabellera canosa y revuelta, le dan un aspecto casi artístico. Como un modelo de esos cuadros al óleo, pintados por algún impresionista, que harían las delicias de un fotógrafo oportunista. El joven se detiene a cierta distancia a observarlo, temeroso de interrumpir la labor del viejo, quien, con un lápiz apegado a sus labios, dirige su mirada al cielo, como si tratara de recoger alguna idea que estampar en su viejo cuaderno. Luego de un instante, vuelve a escribir, siendo detenido por una persistente tos que le impide seguir. Saca del bolsillo de su chaqueta un arrugado pañuelo con el que seca sus labios. En ese instante se percata de la presencia del muchacho, y le sonríe. Con un gesto de su mano, le indica que se acerque. Cristian, un tanto indeciso, se acerca lentamente al viejo.
—¿Desde dónde te trae el viento, marinero?.
La pregunta le suena sumamente extraña al muchacho...
—¿Cómo?...
—El viento... ¿desde dónde te trae? –repite el viejo con una afable sonrisa–. ¿De una discusión en casa? ¿ Del aburrimiento, el hastío, o desde una pena?
—No entiendo... perdone...
—Ah, no te apenes. Me sucede siempre –dice sonriendo–. Creo tontamente que las personas entienden lo que estoy pensando o que comprenden mis cavilaciones –dice llevándose una mano a la nuca, como volviendo a la realidad–. Es que a veces me desconecto del mundo y me introduzco en la fantasía de la poesía. ¿Cómo te llamas, hijo?...
—Cristian Aliaga... ¿Y usted?
—¿Yo?. Me puse “Odiseo”. Me gusta ese nombre. Claro que los otros vagos como yo, me llaman “El Poeta Copete”. Ja, ja, ja. Es que tengo algún problema con el trago ¿sabes? Ja, ja, ja.
—¿Porqué me hizo esa pregunta recién? –dice curioso el joven.
—¿Lo del viento dices?...Ah, ja, ja, ja. Es que a esta hora nadie viene a la playa, y menos con este viento. A no ser que lo traiga alguna pena, o el deseo de estar a solas con sus pensamientos... ¿me equivoco?
—No. Tiene razón... Quería estar solo. Es que tengo algunos problemas y...
—¡Bienvenido al mundo de los problemas –interrumpe el viejo poniéndose de pié y levantando sus dos brazos, mirando al cielo y alzando la voz–,... y de las penas y las injusticias y de todo lo que apesta! Ja, ja, ja. ¿Sabes qué le falta a este mundo, hijo? –pregunta casi susurrado...
—¿Qué cosa? –pregunta el muchacho intrigado..
—Una gran mecha en el centro y que tú y yo la podamos encender para que haga ¡PUUMM!, Ja, ja, ja. –grita el viejo, sobresaltando al muchacho por lo inesperado de la exclamación.
Cristian, se le queda mirando confundido, pensando que tal vez el viejo esté trastornado o algo así. La cara de sorpresa del muchacho solo hace que al viejo le dé un ataque de risa escandalosa...
—Ja, ja, ja, ja, ja... No, no estoy loco, hijo, ja, ja, ja, ja... No te asustes –dice el viejo, adivinando los pensamientos del joven–. Es que yo soy así, ja, ja, ja ... me gusta decir lo que pienso, gritarlo al viento. Es mi forma de golpear al mundo, de pagarle en algo la enorme maldad que hay en él.
La voz del viejo se torna seria, casi solemne. Cristian repara en las manos del viejo. Bien cuidadas y de uñas limpias aunque largas.
—Ven, acércate. Quiero que leas lo que estaba escribiendo cuando llegaste... Lee, por favor...
El viejo extiende su cuaderno escrito con hermosa letra, extraña para un personaje así, para que el muchacho lo tome en sus manos.
—Lee en voz alta, por favor hijo, quiero escuchar como suena mi escritura en boca de otro.
Cristian comienza a leer, primero tímidamente y luego, a insistencia del viejo, en forma más fluida, mientras el viejo cierra sus ojos como queriendo disfrutar de cada palabra, haciendo ademanes y moviendo su cabeza de acá para allá, como si él fuera el que estuviera recitando el escrito...
“ Vida, ¿qué te he hecho, para que me des la espalda? ¿Cuál ha sido mi error, mi pecado? ¿Debo estar encadenado a perpetuidad, por un error?
“Vida, ¿eres tú la única? ¿no hay otra opción? ¿ninguna redención? Todos comenzamos la carrera desde el mismo punto de partida. ¿Porqué haces zancadillas a algunos y ayudas injustamente a otros?¿Cuál es tu cordel de medir? ¿dónde está tu equidad, tu justicia.?
“Vida, no te quiero. Sin embargo te necesito para hallar respuestas. Para descansar al fin en paz con ellas, para obtener la sonrisa de satisfacción en la cuna de la muerte.
“Vida, eres viento de invierno, cómplice del tiempo, que todo lo destruyes. Al final nada queda en pie. Soplas sobre nuestros sueños, nos empujas hacia lo desconocido. ¿Hacia dónde vamos?¿Hay alguien que lo sepa?... Vida, enigmática amiga, misteriosa enemiga ¿Quién eres al final? ¿Quisieras quitarte el antifaz? ¿Quisieras....
En este punto se interrumpe la escritura, y el joven detiene su lectura...
—¿Ahí quedé?...Oh, sí. –el viejo se lleva una mano al mentón mientras dirige su mirada al suelo, buscando algún pensamiento perdido–. “Quisieras... quisieras... dignarte... Sí, eso es :“¿Quisieras dignarte a mostrarme la verdad?”.
—Dame el cuaderno, hijo. Por favor...
El viejo se sienta nuevamente en la roca y escribe su última frase en el cuaderno. Luego lo dobla por la mitad, y lo introduce en el bolsillo exterior de su raída chaqueta.
—Su poesía parece como si estuviera escrita para mí –dice el joven, meditativo–. Es justo como me siento a veces.
—Aaah. No eres el único hijo, no eres el único. Este mundo está lleno de “buscadores de respuestas”. ¡Podríamos formar un club! –dice poniéndose de pié y alzando sus brazos, como escribiendo en el aire– “El club de los buscadores de respuestas perdidas”. Ja, ja, ja. Yo tendría que ser el Presidente... o el secretario. El tesorero si que no. No, no, no. Ja, ja, ja. Claro que no. Me tomaría toda la plata. Ja, ja, ja, ja, ja.
El viejo ríe desbocado, pero divertido, contagiando con su risa a Cristian, quién no puede evitar reír también.
— ¡Qué bueno que logré hacerte reír, hijo!. Parecías tan... tan... tan solemne. Ja, ja, ja. Pero eres tan humano como yo... ja, ja, ja. Excepto por lo borrachín.
El muchacho se le queda mirando desconcertado por un instante, a lo que el viejo al percatarse, detiene la risa mirando al muchacho inexpresivamente, para luego explotar nuevamente en una risotada...
— Jaa,jaa, ja, ja... ¡ Lo de borrachín es por mí, no por tí, tonto! Ja, ja, ja, ja, ja. –dice riendo, a lo cual el muchacho no puede evitar sumarse al jolgorio.
Luego de reír un poco, el viejo se tira en la arena, de espaldas, mirando al cielo con los brazos abiertos en cruz. Se produce un extraño silencio entre los dos. El joven se limita a observarlo intrigado, sin poder predecir qué vendrá a continuación. Con este extraño personaje se puede esperar cualquier cosa, piensa. De cualquier modo el viejo lo ha distraído de sus angustias, y eso se lo agradece desde el fondo de su corazón.
— “ Gracias”. –el susurro sale casi espontáneo, inconsciente.
— ¿Porqué, hijo? –responde sorprendido el viejo, apoyándose sobre su codo derecho, clavando su mirada ceñuda en el joven.
— Por... por hacerme olvidar un poco mis penas....–responde tímidamente Cristian.
— Oh. No sabes cuánto me alegro. El alegrar a un joven no es algo fácil de hacer ¿sabes?. A tu edad todo parece tan complicado, casi abrumador.. tan, tan... grave –dice con voz misteriosa, mientras posa su mano sobre el hombro del muchacho.
— ¿Cómo lo sabe?
— Ja, ja, ja. Yo también fui joven alguna vez, pues amiguito. Claro que de eso ha pasado mucha agua por debajo del puente. Mucha, mucha, muuuchaaaa, ja, ja, ja. Pero créeme, Cristian, –dice poniéndose serio– las cosas se ven bastante diferentes cuando uno se hace mas hombre. Lo que ahora te preocupa, después ni lo recordarás, te lo aseguro –dice con un gesto de su boca.
— Algunas cosas... no se pueden olvidar... –dice el joven, con un dejo de tristeza en la voz.
— ¡Por mi copete! Parece que aquí tenemos una verdadera pena de amor –exclama el viejo, incorporándose y sacudiendo la arena de sus pantalones. Con un ademán el viejo invita al joven a sentarse sobre la roca que le ha estado sirviendo de taburete para su “inspiración literaria”.
— Sin pretender ser “impertineto” ¿puedo preguntarte cuál es tu pena, hijo?. A lo mejor este viejo metiche puede darte algún consejo útil –dice el viejo, sentándose en la arena frente al muchacho –Podría apostar mi cuaderno de poemas de que hay una mujer de por medio.
— ¿Porqué lo dice?
— Bueno, siempre es así. Con muy raras excepciones –dice sonriendo.
El habla educada del viejo, intriga a Cristian. Algún misterioso pasado en él, le hace sentir una extraña confianza. Como si estuviera hablando con su abuelo y casi sin darse cuenta, relata todo el episodio en casa de Licha al viejo. Al finalizar su relato, con temor, espera alguna reacción superficial y “machista” en su interlocutor. Sin embargo la respuesta del viejo lo deja sorprendido y emocionado.
— ¡Ay, ay, hijo! –dice meneando su cabeza–. Ahora entiendo tu angustia. Esa mujer te arrebató de un golpe tu mirada limpia de joven sano. Por favor, nunca vayas a creer que experiencias como esa, te harán “hombre”, como dicen algunos. Bueno, ¿y tú que piensas?
— No sé. Estoy muy confundido –responde el joven, con voz entrecortada. Sus ojos se han humedecido otra vez –. No sé si deba decírselo a mi tío.
— ¡Por ningún motivo, hijo! Al menos no, por ahora.
— ¿No? –pregunta Cristian, intrigado por la coincidencia del parecer del viejo con el de la señora Soledad.
— No. Escucha el consejo de este viejo zorro. La mujer debe estar dando por descontado que se lo contarás a tu tío apenas vuelva del turno. Así es que debe tener alguna coartada astuta para salir del problema y dejarte mal parado a ti. Por eso debes aparentar que nada ha pasado, para que la “araña” se confíe y baje la guardia.
— ¿La araña?
— Ja, ja, ja. Sí, hijo. La “araña”. La astuta se portó como una araña venenosa –el viejo gesticula con las manos imitando los movimientos del arácnido–. Te tendió la telaraña y cuando te viste atrapado ¡Pum! Te atacó sin piedad. ¿Cuando vuelve tu tío?
— Hoy, a la noche. Como a las 10.
— ¿Hoy?. Bueno. Yo te diré con lujo de detalles, lo que harás. Y trata de mantenerte tranquilo. No des la impresión de que estás preocupado ni asustado ¿ ok?
El viejo explicó “con lujo de detalles” al joven los pasos a seguir. La conversación se extendió por unos 30 minutos.

A cierta distancia una muchacha observa atentamente la escena. Cuando Cristian se dirige en dirección a su pieza, oculta tras un camión estacionado a la berma de la carretera que colinda con la playa, le sorprende de improviso...
—¡Hola, loquillo!
Cristian da un sobresalto cuando la muchacha se le interpone por delante.
—¡Licha! Me asustaste. ¿Qué haces por aquí?
—Te observaba conversar con el “poeta copete”. ¿Dónde lo conociste? –La muchacha, de blujeans azules y chaqueta, le mira desafiante y con sus brazos en jarra.
—Lo conocí recién, mientras paseaba por la playa –el joven mantiene la vista en los ojos claros de la muchacha, sin amedrentarse. Por extraño que parezca, ya no siente miedo de su presencia, aunque no puede evitar sonrojarse al recordar el episodio de la otra noche. La muchacha al notar el sonrojo del joven, sonríe coqueta y complacida, pues sabe que es por ella. Cambiando totalmente el tono de su voz, se arregla el cabello.
—¿Sabías que el viejo era profesor universitario? –pregunta dándose importancia.
—¿El viejo? ¿El poeta? –responde con incredulidad el joven.
—El mismo, loquillo. ¿ Y sabes porqué está así? –pregunta la muchacha, señalando en dirección al viejo, con sus labios.
—No. No lo imagino.
—Por una mujer, loquillo. Por una mujer. Su esposa, creo.
—¿Cómo lo sabes? –indaga curioso el joven.
—Bueno en el grupo hay un loco que es pariente del viejo, o algo. Él nos contó que el pobre viejo pilló a su mujer con otro gallo que le ponía los cuernos, y que casi se volvió loco. El viejo llegó a estar preso por eso.
—¿La mató?
—No. Pero la jodió feo. Como era profesor de química, le tiró un ácido a la cara de la mujer y al gallo que le comía la color. A la vieja yo la conozco. Vive pa’rriba, pal’ lado de los basurales. Todavía se le nota una quemadura re´fea en el lado derecho de la cara. Claro que ya está vieja, pero dicen que cuando era joven, cuando le ponía los cuernos al viejo, era re’ bonita. Que se parecía a la “Julia Robert”.
—¿A quién?
—A la Julia Robert, la artista de cine pu’ ¿que no la conocí’?
—No, no la he visto.
—Es que vos’ no vai al cine. Un día te voy a llevar pa’ que la conozcai’.
—¿Y qué le pasó al poeta? –el joven cambia súbitamente la conversación ante la idea de verse en el cine siendo acosado en la oscuridad por Licha.
—Ah, bueno. La vieja y el “patas negras” lo denunciaron a los tiras, de intento de asesinato. Al pobre gallo le tiraron como cinco años en cana.
—Bueno ¿ y él no se defendió?
—Ay, que soy’ inocente vos’, loquillo. La galla con el medio “cuero” que se gastaba, le debe haber movido el “traste” a los tiras y el viejo llevaba toas’ las de perder. El “tuco” dice que a la vieja la vieron metia’ con uno de los tiras. Seguro que el “rati” le tapaba la cara con un paño antes de servirse a la vieja. Ja, ja, ja.
El último comentario de la muchacha hace que el joven no pueda evitar ponerse serio, guardando silencio.
—Oye, loquillo, no te enojís’ conmigo. Si la que jodió al viejo fue la “Julia Robert”, no yo, pu’.
—Disculpa, pero es que encuentro que lo que le pasó al “poeta” es muy penoso y no es para hacer bromas.
—Chutas, disculpa, pu’. Es que yo no hablo bonito como vos’, y no sé decir las ‘custiones’ como se deben. –responde la muchacha haciéndose la ofendida.
—No se trata de eso, Licha. Solo que.... bueno olvidemos el asunto. ¿Y qué le pasó finalmente al “poeta”.
—Bueno, después que salió de la cana, el gallo trató de ‘agüenarse’ con la vieja. Parece que la quería mucho. Pero la vieja nunca lo quiso perdonar. El viejo se cayó al frasco y se vino a vivir a la playa. A veces los cabros y yo lo encontramos tirado en la arena, muerto de curao, y lo llevamos a su pocilga y lo tapamos con los sacos que tiene. Pero el “copete” es buena onda. Siempre anda dando consejos. Claro que nadie lo “infla” ja,ja... –la muchacha detiene la risa al notar que no le hace mucha gracia a Cristian.
—Al menos a mí me dio buenos consejos y creo que los voy a seguir –susurra Cristian.
—¿Y se puede saber qué consejos te dio? –pregunta la muchacha con seriedad.
—Por ahora prefiero no decírtelo, pero no tienen nada que ver contigo.
—Bueno, loquillo. Te dejo. Voy a meditar a mi rincón ¿Me acompañas?
—Para otra vez será, gracias. Ahora tengo algo que hacer. Nos vemos. Chao.
—Chao.
Sí. Tenía mucho que hacer. Con paso decidido se dirige a su pieza, se lava, se cambia ropa, respira profundo, muy profundo, y se encamina a casa de Nélida esperando llegar cuando doña María ya esté en casa. Los consejos del “poeta copete” resuenan en sus oídos....

FIN DEL CAPÍTULO

lunes, marzo 03, 2008

—LA TELARAÑA— Cap. 17

Contra la corriente –Novela...

Recostado de espaldas, sobre su cama, repara en una araña que, laboriosamente, teje su red en uno de los rincones del techo, entre los palos que sujetan las tejas. El pequeño insecto teje por un rato hasta terminar su labor. Luego se retira a un rincón a esperar alguna descuidada víctima. Al cabo de un rato, una confiada polilla se posa sobre la delicada red. De nada sirven sus desesperados esfuerzos por librarse de la trampa. Bueno, sí sirven, pero para alertar a la araña que rápidamente se posesiona de su víctima, paralizándola con su veneno mortal. El triste final de la pequeña polilla, hace recordar a Cristian, una de las metáforas sobre la vida que su abuelo gustaba de contar...
—" Cuando crezcas te darás cuenta de muchas cosas, "Chato" –decía su abuelo, mientras sentado en su silla metálica en el patio, cortaba cuero con su cuchilla filosa sobre sus piernas, protegidas con el coleto de cabritilla, arreglando los zapatos para la escuela, de Cristian–. Por ejemplo, no toda la gente que conozcas es buena. Hay 'futres' muy malos, y mujeres también. Por eso conoce bien primero a las personas, después te fiai' de ellos."
El niño escuchaba paciente, encuclillado, mientras observaba a su abuelo trabajar. Sin entender mucho las cosas que decía el viejo, algo le hacía comprender que eran cosas muy importantes. Por ello escuchaba con mucha atención.
—" Hay personas que son como las arañas –decía, mientras le señalaba con su cuchilla para dar énfasis a sus palabras–. Preparan su tela pacientemente, engañando y tramando puras 'leseras'. Y cuando el confiado menos lo espera... ¡zas!, cae en su trampa y le meten el veneno."
—" Tata, ¿y cómo uno puede cuidarse para que no le metan el veneno? –preguntaba inocentemente el niño.
—" Evitando caer en sus trampas, pu' "Chato". Pero no es fácil. Por eso hay que conocer muy bien primero a la gente, antes de confiarse de ellos."
La araña del techo, ya tiene completamente inmovilizada a la desafortunada polilla, y procede a succionar sus jugos vitales. El sueño le vence poco a poco, confundiendo la realidad con la extraña pesadilla que le acomete. Se ve atrapado en una telaraña gigantesca mientras una enorme araña se aproxima amenazante. Sus esfuerzos por librarse resultan infructuosos. Llama desesperadamente a Alfredo, quien siempre le mira inexpresivo, ausente al peligro que le amenaza. Después de huir de un lado para otro, siempre seguido de la araña, despierta sobresaltado y mojado en sudor. Mira el reloj despertador en el velador. No puede creer que ya sean las 6 de la tarde.
Se moja medio cuerpo en el cuartucho y se dirige a casa de doña María para tomar onces. La “Negra” le recibe indiferente. Ya no se molesta en juguetear con el botapié de sus pantalones. ¡mas vale!. Ya lleva dos pantalones zurcidos por su causa. La puerta está sin llaves, así es que abre la reja y golpea suavemente. Nélida sale a abrir con su mini-mini y una blusa de seda semitransparente ( lo que siempre perturba al muchacho).
—Hola, “Cris”. Pasa. Te sirvo enseguida.
—¿Y doña María? –pregunta Cristian, un tanto nervioso.
—¿Mi mamá? Salió al centro. Fue a ver a una amiga que le cose la ropa. Le pedí que me retirara un vestido que me están haciendo. Volverá más tarde. Ponte cómodo, voy a la cocina a servirte.
No se explica bien por qué, pero la situación que se presenta, no le gusta nada. El que Nélida esté sola en casa le produce presentimientos extraños.
La voz de Plácido Domingo llena la habitación. El volumen alto de la radiocasetera casi no deja escuchar la conversación.
—Estoy escuchando a Plácido Domingo –Nélida casi grita desde la cocina para hacerse oír por sobre la voz del cantante–. Espero que no te moleste...
—No. No se preocupe.
—¿Cómo dices?...
—Que no se preocupe –repite el muchacho levantando la voz.
La muchacha aparece desde la cocina con una bandeja llevando dos tasas de té servido y algunos panes de dulce, los que pone frente al muchacho.
—Qué lástima que mamá no llegue –dice, mostrando fingida preocupación–. Iba a traer unos pastelitos. Me gusta la música clásica ¿sabes?. A mi mamá no le gusta. Dice que estoy “chalada”, que esa música es para viejos. ¿Puedes creerlo?. A ella le gustan “Los Prisioneros” y a mi me fascina escuchar a Plácido Domingo o Luciano Pabarotty...Ja, ja, ja, ja.
Nélida se sienta frente al muchacho con sus codos sobre la mesa y sus manos en el mentón, mientras su pródigo escote deja ver gran parte de sus pechos. Cristian no puede evitar notarlo y hace esfuerzos por desviar la mirada para no ser sorprendido.
—Por eso aprovecho cuando mamá no está para poner la casetera a todo “chancho”... Perdón... quiero decir a todo volumen... Ja, ja, ja. Es que de pronto se me sale la “rota” y me olvido que estoy con un joven tan educadito y gentil como tú –dice la muchacha, dando una picaresca mirada al joven.
Cristian siente que el rubor nuevamente sube a sus orejas y casi se cae la tasa de sus manos por el nerviosismo, cosa que, por supuesto, no pasa desapercibido a la muchacha, aunque trata de ocultar la satisfacción que le produce el comprobar que sus palabras hayan causado ese efecto en el joven.
—¿Y usted no se va a servir? –pregunta Cristian, sin mirarla.
—Claro. Es que ya me comí un dulce con mi mamá, antes que se fuera al centro...por eso estoy un poco inapetente.
Con coquetería se sirve un sorbo de té, sin quitar la vista de Cristian, quién no se atreve a mirarla a los ojos. Luego muerde un trozo de dulce, dejando caer a propósito, un trocito en su escote. Muy a pesar de su deseo, Cristian no puede dejar de dirigir su vista al pronunciado escote de la muchacha. Ella sonríe al notarlo.
—Después que termines, quiero mostrarte algo ¿ya?. –mientras retira su tasa y la lleva a la cocina.
Cristian solo asiente con la cabeza, un tanto perturbado. Luego ella se dirige a su dormitorio donde se encuentra el radiocaset que ha terminado de reproducir la primera parte. Al cabo de un instante, nuevamente se llena la habitación con la voz del tenor.
Después de unos diez minutos, aparece Nélida. Esta vez un fuerte perfume envuelve el ambiente.
—¿Terminaste?, ¿Retiro los cubiertos? –pregunta la muchacha con tono coqueto sin retirar su mirada de los ojos del muchacho quien baja la vista perturbado.
—Sí señorita Nélida, ya terminé. Gracias.
—Por nada, querido. Y no me sigas llamando “señorita”, o me voy a molestar ¿ah?. Ya te he dicho muchas veces que me llames “Nila”. Somos amigos ¿verdad?.
—Sí señorita Nila, quiero decir, Nila.
Cristian seca su frente con un pañuelo. No sabe si su bochorno se debe a lo caliente del té, o es por el nerviosismo que le produce la presencia de Nélida, o ambas cosas. Lo cierto es que le han dado unas ganas locas de salir corriendo y alejarse de esa situación embarazosa. Pero Nélida astutamente, se ha interpuesto entre el joven y la puerta de salida, impidiendo discretamente los pensamientos fugitivos de Cristian.
—Ven, acompáñame a mi cuarto, quiero mostrarte algo que sé que te gustará. Vamos, no tengas miedo, que no voy a comerte–. Le toma del brazo conduciéndole mansamente.
No sabe por qué, pero a Cristian se le antoja estar siendo conducido mansamente al matadero, o a una especie de lugar misterioso, lleno de secretos extrañamente atractivos y a la vez mortales. La voz de Plácido Domingo envuelve el ambiente, que junto al suave perfume de Nélida producen una atmósfera extraña, casi irreal.
—Ven, siéntate aquí –Nélida señala el borde de su cama– Te voy a mostrar algo. Espero que te guste. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga ¿ya?.. Sin hacer trampas ¿eh?.
Cristian cierra sus ojos y se imagina un torbellino de cosas. Su corazón late cada vez más fuerte, casi haciéndole resbalar de la orilla de la cama. ¿Sería cierto lo que se dice de Nélida en el barrio?, ¿que es una desvergonzada, y que ya antes de conocer a su tío Alfredo protagonizaba apasionados y tortuosos romances?. Pero ¿en qué le atañe eso a él?. Después de todo si es la polola de su tío, es problema de Alfredo, no de él. De todos modos se siente culpable de sus pensamientos. Porque no puede negar que frecuentemente tiene sueños prohibidos donde siempre termina por aparecer Nélida. Sueños donde el perfume de ella lo paraliza mientras Nélida recorre su cuerpo con esa mirada cínica y burlona. Donde siempre despierta mojado en transpiración y... mojando las sábanas, las que después tiene que lavar a hurtadillas de su tío, para que éste no note el desahogo del cuerpo. “ No te preocupes, Chato”, le tranquilizaba su abuelo, cuando eso le sucedía. “Si eso es normal en los muchachos. Les sucede a todos los hombres cuando son creciditos como tú”. Su mami nunca le hizo ningún comentario ni reproche cuando eso pasaba. Ella lavaba calladamente las sábanas “almidonadas”. Nunca tuvo problemas por eso. Pero cuando sueña con Nélida, no puede evitar sentirse culpable. Sentir que no está correcto. Aunque se repite que es solo un sueño. Pero algo le hace temer que en el fondo de su corazón, tal vez, desea que sea realidad. Por eso se siente culpable...
—Ya puedes abrirlos
—¿ Qué ?...
—Que ya puedes abrir los ojos, tonto. –La voz de Nélida le saca de sus cavilaciones... Por un momento se imagina...
—¿Te gusta?
Ella le muestra una de esas cajas de madera con tapa de vidrio que contienen clasificadas varios trozos de diferentes minerales, con su nombre escrito bajo cada piedra.
—Vamos, dime... ¿Te gusta?. Te lo traje por que sé que te servirá mucho para tus estudios de minería. ¿Qué te parece? –Nélida le mira complaciente, adivinando la sorpresa del muchacho.
—Oh, sí. Por supuesto. Muchas gracias. No tenía porqué molestarse...
—Si no es molestia, tontito. Además es por tu cumpleaños... Alfredo me lo dijo. Que cumpliste 17 años. Felicidades... Déjame darte un abrazo...
Cristian se incorpora turbado, mientras Nélida lo abraza efusivamente. A Cristian le parece que todo da vueltas. La atmósfera extraña producida por el canto del tenor y el perfume de Nélida le hacen perder la noción del tiempo. Todo se le figura que sucede con tanta lentitud, como secuencia en cámara lenta. El beso de Nélida le ha dejado paralizado. La voz de Plácido Domingo se le antoja distorsionada por la lentitud extrema de los sucesos. El perfume penetrante lo embriaga. Ella gesticula algunas palabras, pero el muchacho solo ve el movimiento de sus labios. Su corazón palpita descontrolado. Sus piernas tiemblan convulsionadas, obligándolo a caer sobre la cama. Cierra los ojos como una forma de huir. Pero no es posible evadirse. Ningún músculo de su cuerpo le obedece. Se encuentra como narcotizado por una poción que lo paraliza. Los sueños prohibidos se suceden con cruel realidad. Le manchan su cuerpo virginal, o mas bien lo queman, como brazas ardientes. Quiere gritar, pero las palabras no brotan. Es como si una poción misteriosa y maligna le hubiera robado el habla y la voluntad. Se siente como la polilla en el techo de su cuarto. Ya no ve ni oye nada. Solo siente sensaciones extrañas sobre su cuerpo joven que se niega a obedecer. La araña ha logrado atrapar a su presa.
De pronto la quietud.
Lentamente los sonidos comienzan a hacerse audibles. Los labios de Nélida, que algo le dicen, se le antojan distorsionados, como muecas en una burda pesadilla. Sin proferir palabra, se viste mecánicamente. Un sabor amargo le seca la boca, mientras una mano misteriosa le aprieta el vientre.
—¿Te gustó, Cris?. Sé que lo deseabas... ¿Era como lo imaginabas?...–le susurra cínicamente, mientras se viste.
No contesta. Solo la mira desilusionado, amargado,... odiándola y odiándose a sí mismo. Piensa en su tío, en Alfredo... ¿Qué le dirá?... ¿ Cómo podrá explicarle lo inexplicable?.
—Esto será un secreto entre tú y yo ¿verdad, Cris? –dice la muchacha, como adivinando los pensamientos del joven–. Por ningún motivo lo vayas a comentar con nadie, mucho menos con Alfredo. No te lo perdonaría. Además podremos hacerlo cuando tú quieras... ¿Te gustaría?... Vamos, háblame, dime algo...
No responde. Solo quiere huir de allí. No volver jamás. Nunca se imaginó que se sentiría así. Se odia por no haber tenido fuerzas para evitarlo. Lágrimas de impotencia se deslizan por sus mejillas. ¿Porqué tienen las cosas que ser así? ¿Porqué Tito tiene que vender drogas? ¿Porqué Nuri debe estar esclavizada a ellas? ¿Porqué su Tata tenía que abandonarlo antes de estar listo para la vida?. ¿Porqué permitió que Nélida lo sedujera?... Son muchas preguntas sin respuestas.
La “Negra” se le queda mirando triste y melancólica. Como si adivinara todo lo sucedido, con el hocico entre sus patas. Ni siquiera se incorpora para despedirlo como suele hacerlo. Solo se le queda mirando como diciéndole que lo lamenta, que ya no hay nada que se pueda hacer...
Nélida se ha vestido rápidamente y le llama. No la escucha. Su mente está lejos de los sonidos y los sentidos.
—¡Cris,...Espera, debo entregarte el regalo de Alfredo...! ¿No vas a esperar que llegue mi mamá? Ella trae unos pasteles para ti....
Al cerrar la puerta de la reja, Nélida, con preocupación, le habla tratando de no ser escuchada por algunas personas que pasan por allí...
—¡No olvides lo que te dije... Es nuestro secreto!...

Por no sabe cuanto tiempo, solo camina desorientado. La gente al pasar se le antoja habitantes de un extraño mundo que no se percatan de su presencia. Como si estuvieran en otra dimensión, donde él fuera invisible para todos. El viento helado de la tarde y la incipiente oscuridad le hacen percibir que deben ser ya pasadas las ocho de la noche. De pronto, y sin saber cómo, se encuentra frente a la puerta de doña Soledad, “La loca”, como le dice el Antuco. Sin golpear ni proferir algún sonido que lo explique, la puerta se abre, y el rostro sonriente de doña Soledad se le antoja una suave caricia maternal.
— Cristiancito, pasa. Te estaba esperando –dice, con el “Pequitas” en sus brazos, mientras con un gesto le invita a entrar. El perro se esmera en dar lengüetazos en las mejillas de Cristian quien apenas puede esquivarlos.
—¿Me esperaba? –pregunta intrigado el joven.
— Sí, pues. Hace días que no vienen a verme con el Tuquito... ¿Están enojaditos conmigo? –responde sonriente la mujer, mientras se sienta en el sofá.
— Pero.... ¿qué te ha pasado tesorito, que tienes tus ojitos rojos? ¿haz estado llorando? –continúa la mujer sin esperar respuesta a su primera pregunta. Su voz suena maternal y lastimera, como si quisiera acariciar al joven con sus palabras–. Dime... ¿hay algo en que te pueda ayudar? Puedes confiar en esta viejita loquita. Yo conozco mucho de la vida, y sé que a ti algo te sucede que te ha causado mucho dolor ¿verdad?
El joven trata de gesticular una palabra, pero el sollozo espontáneo se lo impide. Instintivamente se acurruca en el regazo de la mujer quién tiernamente le acaricia el cabello. El “Pequitas” también parece comprender la pena del joven, pues pone su cabeza junto al regazo de Cristian.
— No hables, tesorito... solo desahoga tu pena. Te hará bien. Ya habrá tiempo para que conversemos y hagamos algo que te pueda ayudar. Los problemas se pueden solucionar conversando calmadamente hasta que se encuentra siempre una salida. Todo tiene solución en este mundo, Cristiancito, incluso la muerte.
El rostro sonriente de su Abuelo se le aparece con su mirada tierna y apacible. Pareciera decirle que confíe en la señora Soledad. “Los viejos tienen la sabiduría del tiempo, chatito, –decía– si tan solo los jóvenes supieran prestar atención a sus consejos... ¡cuantos problemas se evitarían!”.
La mujer acaricia la cabeza del joven por un buen rato, balbuceando algunas palabras como si se tratara de un pequeño niño triste, o como suele consolar a su muñeca “Mimí”, en sus momentos de desvarío. Al cabo de un espacio de tiempo, indeterminado para el joven, se siente mas tranquilo. Y tal vez con la confianza de que doña Soledad no conoce a su tío ni a Nélida, poco a poco le confía todo lo ocurrido en casa de doña María, y de lo mal que se siente por ello.
—Ay, tesorito. No sabes la pena que me da oírte decir lo que te ocurrió –dice tiernamente la mujer–. Al mismo tiempo es tan hermoso escuchar cómo ves las cosas con tanta madurez, Cristiancito.
—¿Madurez? –pregunta intrigado el joven, incorporándose hasta quedar sentado al lado de la mujer, quien con su pañuelo seca las lágrimas de Cristian.
—Madurez, pues hijito. Otros jóvenes andarían vanagloriándose por ahí, o aprovechándose de la situación, traicionando la confianza de los que los aman. En cambio tú te apenas tanto por tu tío, y por lo que ocurrió. Porque lo que ocurrió fue un abuso de confianza, y una traición sin nombre por parte de esa... de esa desvergonzada. –agrega con indignación.
—Me siento tan podrido, tan malo.... –balbucea triste .
—Ay no, mi amorcito –dice la mujer, poniendo su brazo alrededor del joven, mientras el “Pequitas” echado en su regazo, lame sus manos como si entendiera la situación–. Usted no tiene nada que ver en la situación.
—Pero yo a veces tenía pensamientos... malos de... ella. Y a veces le miraba.....
—No, cariñito –interrumpe la mujer, con ternura–. Ella es una mujer adulta, y astuta, hijo. Seguramente te provocaba para despertar esos pensamientos en ti. A esas mujeres les gusta mostrar sus piernas y otras “presas”, ji, ji, ji, para alborotar a los incautos, y tú en tu inocencia no te diste cuenta. Tú eres muy sano de mente, Cristiancito.
—¿Cómo sabe que ella hacía eso?...–pregunta inocente, el joven.
—Ay, ji, ji, ji. Es que una cuando llega a vieja, aprende a conocer a la gente, mi amorcito. Cuando los jóvenes van, nosotros los viejos, venimos de vuelta varias veces ya, ja, ja, ja. Ay, no vayas a pensar que me río de tu penita –dice cambiando el tono de la conversación–, es que yo soy así, tu me conoces....¿verdad?
—Sí, no se preocupe doña “Sole”. Yo entiendo.
—Además piensa en esto hijito: ¿Tú buscaste la ocasión para estar a solas con ella?
—¡No! –se apresura a responder–. Lo que pasa es que justo se dio la casualidad de que su mamá había salido al centro, y....
—Mmm, –murmura la mujer frunciendo el seño y negando con su cabeza–. Ninguna casualidad mi niñito. Seguramente la muy astuta lo preparó todo muy cuidadosamente para entramparte. Nunca hay que confiarse inmediatamente de las personas, cariñito. A veces no representan lo que son. Por eso yo no tengo amigas aquí en el barrio. –bajando la voz como para no ser escuchada agrega casi susurrando: Son todas unas hipócritas y lenguas de víbora. Menos la Rebequita y doña Luisa, la del almacén, que son toda unas señoras.
—Ahora no sé cómo voy a decírselo a mi tío. Capaz que no me crea., y...
—¡No, no, no!. –interrumpe la mujer, frunciendo el seño–. Si me permites aconsejarte, yo te voy a decir lo que tienes que hacer, hijo. Deja que una vieja con experiencia te aconseje... ¿Tú le dijiste a... a esa desvergonzada que le ibas a contar a tu tío?
—No. Pero parece que cree que lo voy a hacer, porque insistió mucho que no se lo dijera, y se notaba como asustada.
—Bueno, deberás tranquilizarla diciéndole que no le contarás nada a tu tío. Por que si cree que se lo dirás, puede adelantarse e inventar quizás qué calumnia contra ti para salir bien parada con tu tío.¿ya?. Entonces lo primero que debes de hacer es volver donde ella y decirle que esté tranquila, que no le dirás nada a tu tío.
—Pero ¿y si quiere que volvamos a.....?
—Tú le dices que no te sientes bien, no más, y que otro día podría ser...
—Pero mi tío llega mañana en la noche, y tenemos que almorzar todos los días en su casa... y yo me voy a poner muy nervioso....
—Cristiancito, confía en mi. –agrega la mujer en tono maternal–. Verás que podrás superarlo. Por último inventas una gripe o una enfermedad al estómago y almuerzas y te retiras altiro, y te vas a tu cuarto. Yo te diré en qué momento se lo dirás a tu tío.¿de acuerdo, amorcito?
—Está bien, doña “Sole”.
—Ahora anda donde la desvergonzada esa, y discúlpate con ella por habarte ido así tan de improviso. Yo sé que eso la va a tranquilizar. A esa yo la conozco muy bien...
—¿La conoce usted? –pregunta muy sorprendido el joven.
—¿Y quién no, cariñito?. Si aquí en el barrio todas las “lenguas de víbora” la “descueran” todo el tiempo en el almacén. Así que ahí me entero de todo lo que pasa en la población. No es que yo me meta en chismes –se apresura a aclarar–, pero una no puede evitar escuchar a las cotorras peladoras. Si yo te contara lo que dicen de ella... pero por respeto a ti y a tu tío no voy a repetir chismes. Pero creo que tu tío no merece una muchacha así. Me imagino que él debe ser una persona muy correcta ¿verdad?
—Sí. Y yo lo quiero mucho, por eso me da tanta pena....
—No te preocupes. Déjamelo a mí. Yo te voy a ayudar. Ahora ve donde la... muchacha esa, antes que se haga mas tarde.
Cristian, con mucho nerviosismo regresa a casa de Nélida. La muchacha que ha sentido el ruido de la reja al abrirse, se apresura a recibirlo.
—Me tenías preocupada, Cris’. Llegó mi mamá hace rato y me preguntó porqué te habías ido. Le dije que te habías sentido mal –dice apresuradamente en voz baja, para no ser escuchada por doña María–. Recuerda lo que te dije... ¿No le contarás lo que pasó a nadie, ¿verdad?, ¿verdad?
—No se preocupe señorita Nila, no se lo diré a nadie, y menos a mi tío –responde en voz baja Cristian–. Lo que pasa es que me dio vergüenza, y me dio miedo que mi tío se vaya a enterar...
—No te preocupes por eso, amorcito. Él no tiene porqué enterarse. No te olvides que este es un secreto entre tú y yo. Mira, vamos a fingir que no ha pasado nada, para que él y mi mamá no sospechen. Y cuando él esté de turno, yo te aviso cuando mi mamá no esté. A veces ella viaja a Tocopilla y vuelve al día siguiente. Ahí puedes venir a quedarte conmigo si deseas ¿ya?.
Cristian asiente con la cabeza, mientras entran en la casa.
Doña María lo recibe con la amabilidad exagerada de siempre, ofreciéndole algún medicamento para su “repentino dolor de cabeza” que lo obligó a retirarse. Después de casi obligarlo a servirse unos pasteles que trajo “especialmente para la ocasión” –dijo-, le entrega un pequeño paquete de regalo que Alfredo le dejó para que le fuera entregado. Al abrirlo se encuentra con un hermoso reloj pulsera, el mismo que Cristian le admirara varias veces al vérselo puesto. Una pequeña tarjeta decía:
“Para mi querido y amado sobrino, a quien quiero mucho y prometo cuidar siempre... Tu tío y amigo... Alfredo”.
El joven no puede evitar sus lágrimas espontáneas, producidas por un profundo dolor en el pecho. Se siente tan podrido, tan desleal.
—Ay, pobrecito... se emocionó –dice doña María entrecruzando sus manos–. Debes quererlo mucho ¿verdad?
El último comentario de doña María solo logra que las emociones del joven se sacudan más y rompa a llorar. Nélida aprovecha la situación para abrazar inocentemente al joven.
—Alfredo y yo también te queremos mucho –dice fingiendo ternura–. Te vamos a cuidar muy bien cuando vivamos juntos, después que nos casemos.
El comentario de Nélida logra que las lágrimas sinceras de Cristian se detengan abruptamente. Después de agradecer las atenciones a doña María, el joven se disculpa y se retira a su cuarto. Nélida se le queda observando con una sonrisa de satisfacción.
Al llegar a su cuarto, Tito le sale al encuentro.
—Oye, compadre, ¿dónde te habías metido? ¿Te acuerdas que te dije que íbamos a organizar un carrete por tu cumpleaños?
—Ah, sí. Lo recuerdo. Pero perdóname Tito, no tengo ánimo para nada, la verdad es que me siento bastante mal, y lo único que quiero es acostarme.
—Puchas, menos mal.
—¿Menos mal?
—Si, pu’ compadre. Lo que pasa es que se nos “chingó” el carrete. Surgieron unos problemas con algunos locos del grupo. Así que vamos a tener que dejarlo para otro día. ¿No te enojai’?
—¿Enojarme?... Al contrario. Me alivia, porque tengo un dolor de cabeza que no me lo aguanto.
—Lo que te falta a vo’ compadre, es debutar con una mina, y se te van a pasar todos los malestares, Ja, ja, ja.
Cristian apenas responde con una mueca al disparate de Tito. Obviamente no le causa ninguna gracia.
Después de tomarse una pastilla para el dolor de cabeza, se acuesta a medio vestir. Sus negros pensamientos lo sumen en angustia y desesperación. La soledad de su cuarto se vuelve gigantesca, intolerable, insoportable. Las palabras de doña soledad resuenan en su mente. ¿Cómo se resolverá este enorme problema? Solo Dios lo sabe... solo Dios lo sabe....

FIN DEL CAPITULO 17

jueves, febrero 14, 2008

NUBARRONES EN EL HORIZONTE—Cap- 16

El día Viernes, después de clases se le presenta la oportunidad a Cristian de hablar con Licha, la “Rambo con pechugas” como le dice Tito. Mientras conversa con el Antuco en el almacén de doña Luisa. La muchacha entra al negocio a comprar cigarrillos. Al verlo, le mira con una extraña sonrisa, mezcla de sorpresa, suficiencia y coquetería. Ella va cuidadosamente maquillada, lleva blujeans, y una blusa de seda semitransparente. Un pañuelo amarra su hermoso cabello; lo que le da un aspecto muy femenino que realza su agraciado rostro. Después de pedir sus cigarrillos y al notar que Cristian se dirige hacia la puerta del negocio, se dirige al joven con tono coqueto...
—¿Y dónde te escondes tú que no se te puede encontrar, “loquillo”?
El “Antuco” se queda boquiabierto al observar a la hermosa muchacha dirigirse a Cristian con tanta familiaridad.
—¿Le habla a usted, socio?
—Sí, me habla a mi. Después seguimos conversando, Antuco.
El niño se despide de Cristian, y se retira dando reiteradas y pícaras miradas al joven. La muchacha se dirige, junto con el joven, hacia uno de los antejardines de una casa, cerca del almacén, y bajo uno de los postes de alumbrado público.
—¿Quieres fumar?
—No. Recuerda que te dije que no fumaba.
La muchacha enciende un cigarrillo, con mucha calma, como tratando de observar cada reacción del joven.
—Me había olvidado. El otro día te vine a buscar a tu casa y el “loco Tito” me dijo que no estabas... –dice la muchacha, mirando fijamente a Cristian, arrimándose a la reja de madera del antejardín.
—Es que había ido a estudiar a la casa de un compañero de curso. Pero llegue luego. El Tito me contó que habías venido –responde el joven, tratando de disimular el nerviosismo que le causa la muchacha.
—Yo creía que te habías negado... Bueno no te culpo... después de la manera como me comporté contigo la última vez que conversamos... ¿todavía estás molesto conmigo? –dice la joven, acercándose a Cristian dejando sentir su perfume, lo que pone más intranquilo al joven.
— No, no estoy molesto... pero sí estoy preocupado...
—¿Por ti? ¿Crees que te voy a hacer algo? –interrumpe la joven, con cierta preocupación en su rostro–. Yo te prometo que jamás te haré nada, quédate tranquilo.
— No, si no es por mí. Yo no te tengo miedo –dice el joven tratando de que su voz suene lo más serena posible.
— ¿Ah no?. ¿Crees que podrías vencerme? –interrumpe la joven con aire de suficiencia.
— Por supuesto que no. Yo me he enterado de lo que le haz hecho a algunos que se te han enfrentado. Pero aunque pudieras golpearme o herirme... ¿Qué demostraría eso? ¿No rebajaría tu femineidad?
— ¿Y quién te dijo que yo soy femenina? ¿Sabís’que no estoy ni ahí con ser femenina?
— Es una pena. Porque eres muy bonita, y cuando te pones vestido te ves muy... muy...
— ¿Muy qué...? –la muchacha no puede disimular el interés que despiertan en ella las palabras de Cristian.
— Femenina....
— ¿Y eso te gusta?
— ¿A mí?
— A ti, pu’ ganso. Con quién más estoy hablando....
— Bueno, sí. Me agrada.
El joven no puede evitar ruborizarse, cosa que la muchacha nota enseguida.
— Pero andai’ pololeando con otra ¿verdad?. Y me dijiste que no te gustaba pololear... Eres un mentiroso, igual que todos los hombres.
— Eso no es cierto... No sé quién te lo haya dicho. Pero no es cierto. Y no soy ningún mentiroso... Además...
— ¿Y la tal Nuri esa?. La flacuchenta de tu curso... ¿me lo vas a negar?
— ¿Nuri? Somos muy buenos amigos, y no lo niego. Pero no tengo nada con ella ni con nadie. –El joven responde con seguridad y aplomo, lo que hace titubear a la muchacha.
— ¿Y cómo a mí me dijeron que pololeaba contigo... y que ...?
— ¿Quién te lo dijo?... Eso es mentira...
— ¿Y si te dijera que fue ella misma la que me lo dijo?
— ¿Nuri? No lo creería. Ella no sería capaz de inventar una cosa así.
— Pa’ que veas. Porque sí lo dijo...
— ¿Cuándo te lo dijo?...¿ cuando la fuiste a golpear con el Claudio...?
Las palabras de Cristian resuenan como reproche a los oídos de la muchacha quién baja la cabeza, sin responder.
—¿Ella te lo dijo?....
— Mira Licha, tu me caes muy bien –responde el joven sin contestar su pregunta–. Pero no creo que tengas derecho a andar golpeando a todas mis amigas por el simple hecho de que se juntan conmigo. Además yo y tú no pololeamos ni tenemos ninguna clase de compromiso. Y si quieres que algún día ... haya algo... te digo, vas por muy mal camino. Tú vives en un mundo distorsionado, amiga. Las parejas felices no se forman por andar amenazándose ni golpeándose unos a otros para defender su confianza. La lealtad nace del corazón, cuando realmente se ama a una persona, y cuando esa persona confía plenamente en la otra, y cuando se hablan la verdad una a la otra. Yo no estoy seguro de mis sentimientos ahora. Por nadie. Y si alguna vez me enamoro, será cuando tenga la edad suficiente para confiar en mis sentimientos y cuando esté seguro de que no se trata de un entusiasmo pasajero. Y espero enamorarme de alguien que verdaderamente me ame por lo que soy, y que confíe plenamente en mí.
La muchacha se le queda mirando completamente confundida. Nunca nadie antes le había hablado así,( sin ir a parar al hospital). Por ello sus manos empuñadas contrastan con sus ojos vidriosos. Solo atina a balbucear algo inteligible entre dientes. Cristian, sin quitarle los ojos de encima, atento a cualquier ademán de agresividad, continúa....
— Y si ahora quieres golpearme por decirte la verdad... hazlo. Yo no voy a mover un solo dedo contra ti, por que eres una dama, y a las mujeres hay que respetarlas... bueno, simplemente porque son mujeres... Finalmente te agradecería que no molestaras más a Nuri. Ella es una buena amiga, que sufre mucho por su familia y no merece que la traten así.... ¿Lo harías?...
— Te lo prometo...–
La voz de la muchacha apenas se entiende por la emoción que le han causado las palabras del joven. Cristian apenas puede creer que aún conserve sus ojos sanos sin algún golpe de la muchacha. Ella, por un instante se le queda mirando con sus ojos húmedos, para luego besarlo sorpresivamente en la mejilla y salir corriendo en dirección a la parte alta del barrio. Cristian no puede dejar de sentir una desazón en sus emociones. Algo le dice sin embargo que Nuri ya no tendrá de qué preocuparse...
Al tomar el camino de regreso a su pieza, divisa a Tito, conversando con el Johny diez pesos, en la esquina siguiente, quienes no se percatan de la presencia del joven. Cristian trata de pasar desapercibido, para no ser visto por el Johny, quién desde la experiencia de la fiesta le causa un temor creciente. Aprovechando la presencia de un frondoso árbol, y el crepúsculo de la tarde, Cristian trata de pasar rápidamente para no ser notado por los dos jóvenes. Sin embargo no puede evitar escuchar parte de la conversación.
“— Bueno, yo te estoy dateando no más pu’ loco. El Jote está engrifado con vos’. Vos sabrís qué vai’ a hacer. –dice el Johny, recibiendo un dinero de parte de Tito.
“— Putas’ pero vos sabís que yo nunca les he jugado chueco, pu’ Johny. ¿Acaso alguna vez me he chantado con blanca? ¿ No les he jugado derecho siempre? ¿Pa’ qué andan con custiones’ ahora, pu’ loco?
“— Oye, compadre, no me contís’ chivas a mí, loco. Anda a decírselo’ al Jote. La cuestión es que al Jote lo datearon que vo’ le estai’ cobrando demás a los “angustiados” y te quedai con la cola pa vo’. No seai’ gil, loco. Acuérdate lo que le pasó al Rucaco por hacerse el avispao’. Ahora se lo chupetean los gusanos en el patio de los callaos’ por gil.
“— Pero al Rucaco se lo echaron los Pescaos grandes que tratan con “los Malditos”, pu’ loco–. replica Tito.
“—¿Vos’ soy gil, o te parieron verde? ¡Si son los mismos con los que trata el Jote, loco! ¿Vos’ creí que iban a dejar que otro lote se metiera en su territorio?.¡Soy’ bien balsa, loco.! ¿Porqué creí que “los Malditos” no se metieron con nosotros?
“—¿Porqué?
“ —Porque saben que fueron los pescaos grandes pu’ gil. Y no pueden hacer nada. Tienen que morir piola no más. Esas son las reglas, pu’ loco. El que se hace el toni, se muere y el que reclama, le hace compañía en la cama de tierra. ¿Cuánto tiempo llevai’ con nosotros, loco, y todavía no aprendís na’?.
Crístian no puede dar crédito a lo que ha escuchado. ¡Tito metido en las drogas!. Y pensar que su amigo ya estaba organizando una fiesta para celebrar su cumpleaños de mañana. Con esto ni loco con aceptar. ¿Pero cómo podrá zafarse sin levantar sospechas? De pronto un nudo se aloja en su estómago, produciéndole un horrible dolor. Al llegar a su cuarto siente que se le revuelve el estómago. Casi corriendo logra llegar al cuartucho de baño y vaciar todo lo almorzado, hasta que ya no queda qué mas vomitar. Siente que todo le da vueltas. Se deja caer sobre su cama, sin poder contener el llanto. No sabe si por decepción, angustia, pena, miedo, o quizás todo eso junto. El caso es que siente como si fuera la única persona en el mundo. Un terrible sentimiento de soledad le invade. Recuerda a Andrés Ávila, su compañero de curso.”Este mundo es más terrible de lo que te imaginas”, le dijo una vez. “Pero hay motivos para ser optimista”, había agregado. ¿Qué habrá querido decir? El Lunes en clases se lo preguntará. Las imágenes de su abuelo, Nélida, Alfredo, Tito, Licha, Nuri, desfilan por su mente confundida y atormentada. El sueño lo vence sin percatarse. Se queda tirado sobre su cama, como un soldado rendido y derrotado.
La luz de la mañana que se cuela por la ventana lo despierta suavemente. Recuerda que es Sábado. Hoy cumple diecisiete años. Los recuerdos de antaño llenan su mente. Sus abuelos acostumbraban a celebrarle sus cumpleaños junto a todos sus amigos. De pronto recuerda el rostro sonriente de Beatriz, “su Bety”. Ella siempre le recordaba que ambos tenían la misma edad, y solo se llevaban por unos cuantos meses. Quizás era una manera de decirle que podrían tener algo.... Pero su timidez nunca le permitió averiguarlo. A pesar que los ojos almendrados de Bety le miraban esperanzados. Se le vienen a la mente los ojos almendrados de Nélida, la polola de su tío. Pero es el único parecido. Nélida es como misteriosa, como si algo tramara. Lo que más le molesta es que parece disfrutar cuando Cristian la sorprende besando apasionadamente a Alfredo. Parece que lo hiciera a propósito. La ha sorprendido mirándolo de reojo cuando besa a su tío. Mira el reloj despertador del “velador”. Las once treinta de la mañana. De pronto siente un hambre atroz. Claro, si la noche anterior vació todo el estómago. Siente todo el cuerpo adolorido, como si lo hubieran golpeado los de la patota de los “Malditos”, o los “Gatos pardos”. Con lo que oyó decir a Tito y al Johny, da lo mismo. Para colmo de males anoche volvió a “almidonar” las sábanas soñando con Nélida. Tendrá que lavarlas pronto antes que su tío las vea el Domingo en la noche cuando llegue cantando “Noelia”, la canción de Nino Bravo, “a toda jeta” como dice Tito, cuando se baña. Por primera vez una extraña sensación de inseguridad y temor le invade el alma. Pareciera que su vida cada vez se pone más peligrosa. Como nubarrones negros en el horizonte que presagian tormenta. ¿Qué pasará con Tito? ¿Podrá enfrentarlo y decirle que ya no quiere juntarse con él? ¿Qué no le interesa envolverse en las drogas?. ¿Cómo reaccionará el Claudio, cuando Licha le diga que no intervendrá en su amistad con Nuri? ¿ Deberá contarle a Alfredo los comentarios que ha escuchado acerca de Nélida, y lo que él mismo ha percibido? ¿Y si no le cree, y al final resulta para peor y se enoja con él?. Son demasiadas la inquietudes que le perturban. Decide evadirlas por el momento. Se ducha en el cuartucho, se cambia ropa, hace un poco de aseo en el cuarto, y se dirige a casa de Nélida a almorzar. Por alguna razón la muchacha no está. Doña María se comporta especialmente amable con él. “por que es tu cumpleaños”, le dice. El nudo que tiene en el estómago, apenas le permite comer algo del asado con puré que doña María le preparó.
—“Cris”, No has comido nada...¿Qué te pasa, hijo? ¿Estás inapetente?... –doña maría usa ese tono bonachón y maternal que incomoda a Cristian por lo caricaturesco que le suena.
—Disculpe, señora María, pero es que ando un poco enfermo del estómago...
—Ay, espero que no sea por algo que comiste aquí... Porque no viniste a desayunar ¿verdad?. Nila me dijo que no habías venido.¿sabes?
—No, en realidad no vine. Lo que pasa es que me quedé dormido. Debe ser que estoy nervioso por unas pruebas que tengo que dar y no he estudiado mucho (es lo primero que se le viene a la mente como excusa).
—Bueno, come lo que puedas. Lo demás te lo puedo guardar para las onces. Porque vendrás ¿verdad?. No olvides que hoy te tenemos unas onces especiales por encargo de tu tío Alfred. Nila anda haciendo unas compras por encargo de tu tío. Y él no me perdonaría que tú no estuvieras.¿sabes?
—Si, vendré no se preocupe...
—Si quieres te recuestas un rato en el cuarto de Nila a ver televisión, y te pegas una siesta . Yo te cierro la puerta para que descanses. ¿quieres?
—No, no. No se moleste –Cristian reacciona instintivamente. La idea de ser sorprendido durmiendo por Nélida en su cuarto le hace doler más el estómago–. Aprovecharé de hacer algo de limpieza en la pieza antes que llegue mi tío, y luego vengo como a las cinco ¿está bien?
—Entonces ven un poquito más tarde, “Cris”. porque tengo que salir al centro, y Nila no sé como a qué hora llegará. ¿sabes? ¿A las seis está bien? –dice la mujer con esa manera bonachona.
—Sí, está bien. Vendré como a esa hora. Gracias. ¿me puedo retirar?
—¿No te vas a servir el postre?
—No, está bien. Gracias. A la tarde me lo como ¿quiere?
—Está bien, regaloncillo, mañosito. Te esperamos no lo olvides –dice la mujer pellizcando la mejilla del joven, mientras retira los cubiertos de la mesa.
La “Negra” trata de juguetear con el bota pie de Cristian, pero el joven ya aprendió a esquivarla. Ser perro tiene sus ventajas, piensa Cristian, no tienen mayores problemas que comer, dormir y corretear perras en celo.
Al llegar a su cuarto se recuesta en su cama. Decididamente le contará a su tío lo que descubrió de Tito. Sí, eso hará. Es demasiado serio para guardarlo.



FIN DEL CAPÍTULO 16

miércoles, enero 02, 2008

—LA DEPRESIÓN DE NURI— Cap. 15

Capítulo 15
LA DEPRESIÓN DE NURI

Después del episodio con Licha, Cristian no ha vuelto a encontrarse con ella. A la semana siguiente, el día miércoles en la mañana, a comienzos del mes de Mayo, Nuri, ha estado extrañamente melancólica. Cristian no se atreve a dirigirle la palabra. De reojo la observa cómo ha estado cabizbaja durante la clase del “3 R”, cosa extraña en ella ya que es la clase que más le gusta. Mastica su eterno chicle como si quisiera triturarlo sin poder conseguirlo. El lápiz pasta juguetea en su mano completamente ajeno a los dictados del profesor. Su vista no se despega del suelo, de un punto diminuto en algún lugar entre las tablas del piso. En esas circunstancias es muy difícil que se hubiera dado cuenta que el “3 R” la ha estado observando desde hace unos minutos junto a ella.
—¿ Cómo andan las cosas por la luna, Srta. Zamora...? (risotadas) –Nuri da un sobresalto ante la inesperada voz del profesor.
—¿Eh? Oh, disculpe señor. ¿Qué me dijo?
—Nada, nada, no se preocupe. Me gustaría, eso sí, que me avise cuándo podría tener un poco de su atención para poder continuar con el dictado. ¿ Cree que sea posible?
Los condiscípulos de Nuri, se divierten bromeando con la situación, ante los inútiles esfuerzos del maestro por mantener el silencio.
Nuri se pone de pié, molesta por las burlas de sus compañeros.
—¡Son todos unos estúpidos!.- Dando una mirada furibunda a sus compañeros, sale llorosa de la sala de clases ante la sorprendida mirada del profesor.
—¡Ya, señores, basta!. Respeten los sentimientos de su compañera. –El “3 R” apacigua las burlas de los estudiantes y continúa la clase.

Al término de la clase, y durante el período de recreo, a Cristian le cuesta encontrar a Nuri a quien halla finalmente en un sector retirado del patio, sentada con su cabeza entre las piernas, visiblemente afectada.
—Nuri, ¿ Puedo...? -El joven pone su mano sobre el hombro de la muchacha en un gesto consolador.
La muchacha sin levantar su cabeza murmura algo que Cristian no alcanza a entender.
—Perdón, no te entiendo...
—Que me dejes sola –contesta la joven con voz entrecortada– No quiero que nadie me moleste... ¿cachai?.
—Solo quería saber cómo estabas, disculpa... –Nuri levanta su vista al percatarse que es Cristian quien le habla.
—Ah, eres tú, cachito, disculpa. Estoy bien, no te preocupes... Lo que pasa es que ando “depre” –se seca las lágrimas con la manga de su chaleca mientras trata de reponerse, algo avergonzada–. La verdad es que me siento como el “ajo”, cachito.
Cristian recién repara en las ojeras poco disimuladas de Nuri. La muchacha sin incorporarse juguetea con las mangas de su chaleca, las cuales ha estirado de modo que cubren sus manos. Al joven le sorprende la sensibilidad que percibe en ella por el hecho de que siempre la consideró como una persona de carácter fuerte.
—¿Te pasa algo? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? –Cristian se ha sentado junto a la joven la cual, ya más tranquila, lo toma del brazo con mucha ternura mientras muy lentamente pone su cabeza en el hombro del joven.
—No, Cachito, no hay nada que puedas hacer. –Lo mira tiernamente con sus ojos tristes que denotan un profundo dolor, su mirada se torna suplicante–. Esta flaca fea no tiene remedio, ya nadie puede hacer nada por mí... no valgo la pena, no valgo nada.
Su última frase se quiebra en sollozos mientras se lleva sus manos al rostro el cual pone entre sus piernas. El joven la rodea con su brazo tratando de adivinar la razón para el estado tan lastimero de la muchacha.
—Si quieres hablar... yo... yo... Mira, yo no creo que no valgas nada, como dices. Tú eres una niña inteligente y tienes toda la vida por delante, ¿no crees?
—¿Cuál vida?. ¿Cuál vida? Dime, ¿ah? –responde la muchacha, con rabia–. Yo no tengo ninguna vida por delante. ¿Y además a quién le importa?. ¿A ti te importa? ¿ A la vieja de mi mamá le importa? ¿Al viejo borracho de mi taita le importa? A nadie, a nadie, a nadie le importa mi maldita vida.
La voz de la muchacha, llena de amargura contenida, vomita las palabras con rabia y desconsuelo. Cristian se encuentra desorientado, nunca había visto a alguien en ese estado. En su inexperiencia solo atina a rodearla con su brazo y acariciar su cabello.
—¿Qué te pasa flaquita?, ¿Por qué no me dices qué te tiene así? –susurra el muchacho en tono consolador. Nuri apoya nuevamente su cabeza en el hombro de Cristian haciendo caso omiso a las miradas curiosas y burlonas de algunos jóvenes que pasan a su lado.
—No sé, Cachito, no sé que me pasa hoy día. Amanecí tonta. A lo mejor es por la pelea que tuve ayer con mi taita...
—¿Te peleaste con tu Papá?
—Chis’, la media novedad –sonríe tristemente–. Pregúntame mejor cuándo no andamos peleados –La muchacha parece recobrarse un poco ante el interés sincero de Cristian–. Si no es porque anda ‘curao’, es porque anda enojado con la vieja de mi Mamá y se desquita conmigo.
—¿No te llevas tampoco con tu Mamá?
—¿Estai’ loco?. Si no nos podemos ni ver. Lo que pasa que ella no es mi verdadera Mamá, ¿cachai’?. Mi Mamá murió cuando yo era chica, casi ni me acuerdo de ella. Mi taita se puso a vivir con ella cuando yo tenía como diez años. –La muchacha saca el chicle de su boca y seca sus ojos con la manga de su chaleca.
—¿Se puso a vivir...? –Inquiere el joven.
—Si, pu’. Si no están, casados. Lo que pasa es que ella tiene no sé qué atado con el esposo anterior y por eso no se han podido casar. –la muchacha seca su nariz con la manga del chaleco–. Además tengo que aguantar a los moquillentos de los hijos de ella. ¿Sabís’ que en la casa es todo pa’ ellos?. A mí ni me “pescan”. Y mi taita le cree todo lo que ella le cuenta. ¡Vieja “cahuinera”!. Más encima tengo que cuidar a mi hermano chico y no puedo salir pa’ ninguna parte... Pero un día de estos....
—¿Qué...
—No sé, cachito. No me hagai' caso. Me dan unas ganas de mandarme cambiar adonde nadie me conozca, pa' no verle más la cara a la bruja ni a mi taita. Si no fuera por que no tengo dónde irme.
—¿Haz tratado de conversar con tu papá?. Mi abuelo decía que los grandes problemas se arreglan con grandes conversaciones...
—¿Con mi papá? –la joven hace una mueca con sus labios, mientras frunce sus ojos al preguntar–. Se nota que no lo conoces. Él no deja conversar a nadie. Él es el único que sabe todas las cosas. Todos los demás somos una sarta de ignorantes y él es el único que tiene la razón. Todo lo arregla a charchazos o a correazos con su cinturón de milico. Si vieras como me tiene las piernas de los correazos que me da. Mira, mira... –dice la muchacha, mientras le muestra unos moretones en su muslo.
—¡Por Dios..! –Esclama Cristian, al notarlo–. ¿Y tu mamá no le dice nada?
—¿Y qué le va a decir? Si ella lo apoya cuando me pega. Pero vayan a tocar a sus "niñitos", por que ahí si que saca las uñas, y mi taita pa' no tener problemas con ella, no les dice nada. Me sacan los cuadernos, me usan mis cosméticos, me "intrusean" mis cosas...El otro día me sacaron mi cartera y me acusaron a la bruja que yo tenía una cajetilla de cigarros. Y ayer cuando llegó mi taita de la guardia, me acusó con él. Yo traté de explicarle... pero no, charchazo en la jeta altiro. Ni siquiera me preguntó si era cierto...
—¿Y no era cierto?...
—Sí, pu'. Si era cierto. Pero al menos me hubiera preguntado primero, y después me hubiera cacheteado. ¿No te parece?. Eso muestra que a mí no me cree nada de lo que le digo...
—¿Pero tú le habrías dicho la verdad si te hubiera preguntado?
—¿Estái' mas loco?... Ni que estuviera tará'. Si le digo la verdad, me da la grande...
—¿Y si le mientes?
—Igual no me cree... y me la da igual, pu'.
—Entonces...
—Ay, cachito, que eres gan...sito, ja, ja, ja –dice la muchacha riendo de la inocencia de Cristian–. Por lo menos si le miento, se queda con la duda de si era cierto o no. Así a lo mejor le remuerde la conciencia por haberme pegado injustamente ¿cachai’ ahora?
—Bueno, si tú lo dices... La verdad es que no entiendo muy bien tu manera de razonar, ja, ja, ja. - ambos jóvenes ríen del transe.
—Ay, cachito, me hiciste reír... eres un ángel –dice Nuri, mientras da un beso tierno en la mejilla del joven.
En esos momentos Mirtha e Irene descubren el paradero de Nuri y Cristian.
—Aquí estabas, flaquita –dice Mirtha–. Andábamos buscándote.
—¿Qué te pasa, amiga?, ¿Te peleaste con el tonto del Claudio? –pregunta preocupada Irene.
—No, tonta. Si con el Claudio terminamos hace rato ya. ¿No te acuerdas que te conté? Nunca pones atención cuando te cuento mis cosas –responde Nuri incorporándose, mientras limpia su falda.
—Lo que pasa es que tiene problemas con su papá –interviene Cristian.
—Me lo debí imaginar –dice Irene, mientras pasa su mano por la cabeza de Nuri en un gesto de consuelo–. ¿Te pegó otra vez ese viejo estúpido?
—¡Oye, no lo tratís' así tampoco, si es mi taita!. –responde Nuri molesta.
—Chís', además que te estoy defendiendo, la agarras conmigo –dice Irene sorprendida.
—Sí, pu' Irene, no la "embarrís" –interviene Mirtha condescendiendo con Nuri–. Si el taita de uno es el taita de uno. Puede ser un "balsa", un "desgraciado", pero es el taita de uno. ¿verdad Nuri?
Nuri se queda mirando interrogativamente a su amiga por un momento, sin responder, tratando de determinar si está hablando en serio o en broma.
—No me defiendas na' mejor, Mirtha –dice finalmente con mirada rogativa a su amiga– Quédate calladita no más, ¿ya?. "Me gustas cuando callas, por que estás como ausente" galla, ¿cachay?
La conversación termina entre las risotadas de las tres amigas y la mirada interrogativa de Cristian, quien se pregunta si alguna vez logrará entender a las mujeres...

Esa tarde, a la salida del colegio, Cristian observa que Nuri conversa con un muchacho de uno de los cursos superiores. Nota que la muchacha le entrega algo, de manera disimulada. Luego se despiden dándose la mano, cosa que llama de sobremanera la atención de Cristian, ya que Nuri nunca da la mano a nadie al despedirse. Se encuentra meditando en aquello mientras la muchacha se despide de él, con una seña, a lo lejos; algo perturbada al notar que Cristian la ha estado observando.
Al día siguiente La muchacha lo ha estado esquivando a propósito. Lo notó cuando rehuía su mirada durante clases, a pesar que ella se sienta ahora dos bancos más allá que él. Además en el primer recreo, Nuri no lo buscó para conversar, como lo hace habitualmente, y se dedicó a conversar con las otras muchachas del curso. Luego, cuando él intentó acercársele en el recreo de la tarde, ella hizo como que no lo veía y se metió al baño de las mujeres, y allí se quedó hasta el comienzo de clases. A Cristian se le hizo evidente que la muchacha no quería conversar con él. Por ello, y en aras de la paz (pensó), no intentó abordarla a la salida de clases. Sin embargo se acerca a Ulises, su compañero de clases, que se dirige a tomar la locomoción colectiva.
—¡Ulises!
—¿Ah? ¿Qué pasa Cristian?
—¿Vas muy apurado?
—No, ¿Porqué?
—Es que quería preguntarte algo...
—Sí. ¿Qué?
—¿Haz notado medio rara a la Nuri?
—¿Porqué, compadrito?
—No, es que pareciera como que no quiere hablar conmigo. Cuando trato de acercarme a ella para conversar, se hace la ‘loca’, y me rehuye.
—¿Estás seguro?
—Claro que estoy seguro. Al final opté por dejarla tranquila. ¿Estará enojada conmigo?
—¿Enojada? ¿Y porqué? ¿Le hiciste algo?
—No, pu’. Por eso me extraña. Desde la mañana que me rehuye.
—¿Y ayer?
—No, pu’. Ayer no.
—A lo mejor está molesta porque no le das “bola”, pu’ compadre.
—¿Por qué dices eso? Na’ que ver...
—Oye, por que tú eres el único que no se da cuenta que le gustai’, pu’ socio. ¿No te das cuenta que durante las clases se te queda mirando babosa?
—No lo había notado... ¿Estás seguro, Ulises?
—La legal, compadre. Pero yo creí que tú sabías y que te hacías el loco, porque no te gustaba.
—No. No lo sabía. Pobrecita...
—¿Pobrecita?, y ¿porqué, socio? ¿Porqué no te pegas un buen “atraque” con la flaca, y así la dejai’ contenta. Total, después le dai’ filo, y listo. Quedan como amigos.
—No. No podría. Sería mala clase si me aprovecho de sus sentimientos y después capaz que la deje peor. Acuérdate que sufre depresiones. Además no quiero pololear todavía.. Tú sabes. Creo que mejor esperaré a ser más adulto para tener novia, cuando esté seguro de mis sentimientos, y encuentre a la niña apropiada para mi.
Ulises se le queda mirando. Tratando de entender el extraño modo de pensar de su amigo. Extraño para él, por supuesto. Concluye que se debe a la vida provinciana que Cristian ha llevado hasta ahora.
—Parece que nunca te voy a entender, compadrito –dice–. Pero tú sabes lo que haces. Yo que tú, me atraco a la flaca y también a la Claudia, que es otra que se mea los churrines por vo’. Ja, ja, ja.
—Ulises, ¿crees que la Nuri ande metida con drogas? –dice, sin darse por aludido por el último comentario de Ulises.
—¿La Nuri?. ¿Porqué compadre? ¿La vio piteando?
—No, no –se apresura a responder–. No la he visto. Pero ayer la vi conversando con un gallo de 4to. medio, y me pareció que se escondía cuando le pasó algo al niño. Ella me vio que la observaba y se puso nerviosa. Me da la impresión de que por eso me rehuye.
—Capaz, pu’ compadre. La flaca a veces se pone media rara. A mi me cuesta entenderla. A veces anda re’ contenta y habla hasta por los codos. Y a veces no se la puede ni mirar. Ni a las niñas las cotiza cuando anda así. La única que a veces se le puede acercar cuando anda así, es la Mirtha. Y a veces hasta la Mirtha la tira al hielo, hasta que se le pasa.
—Bueno, es comprensible. El otro día me contó los problemas que tiene en su casa, con su papá y su madrastra. Pobre, me da más pena. Me imagino lo difícil que debe ser que los papás no te entiendan. Bueno, yo no tuve ese problema, porque a mi me criaron mis abuelos y nunca tuve problemas con ellos. Claro, problemas graves, me refiero.
—Yo también creo que es eso lo que la tiene así a la flaca. Pero ella también tiene culpa, porque no se les queda callada a los taitas. A mi me a contado las medias ni peleas que tiene con su viejo. Chis’, si yo le contestara la mitad de lo que ella le contesta al taita, mi viejo me asesina compadre.
—¿Tú crees que esté fumando droga, para evadirse o algo así?
—Alomejor, pu’. Bueno la flaca a veces ha fumado yerba. Pero nunca, que yo sepa, ha piteado ‘monos’. Una vez llegó a clases como medio atontada así. Parecía que andaba ‘cocida’. El profe de Matemáticas la mandó a la dirección a hablar con el señor Artíguez.
—¿El director?
—Seguro. Pero la Nuri le dijo que andaba dopada, porque el doctor le dio unas pastillas para los nervios, y se había tomado dos en vez de una.
—¿Y el director le creyó?
—Bueno, creo que sí, porque la flaca andaba con la receta y los remedios. Así que se los mostró al director, y él la mandó para la casa. Pero no pasó nada más.
—A lo mejor la pobre Nuri necesita que la lleven a un Psiquiatra o un Psicólogo para que le den algún tratamiento.
—¿A la flaca? –responde sorprendido Ulises–. Chis’ capaz que el pobre doctor termine loco en algún manicomio si trata de entenderla. Ja, ja, ja.
—Tienes razón. Ja, ja, ja, ja.
—Oye, Cristian. Me olvidaba decirte que el otro día andaba un compadre preguntando por ti a la salida del colegio.
—¿Por mí?¿Y quién era, Ulises?
—La dura que no sé, compadre. Pero era un loco medio raro. A mí me pareció “punga”.
—¿Punga? Cómo...
—Puchas, de veras que a ti hay que traducirte, ja, ja, ja. “Punga”, compadre, “cuma”, delincuente, maloso, maleante, “maldito”...malan...
—¿”Maldito”?
—Bueno, es un decir....
—No, es que me hiciste acordar de...
—¿De qué, compadre?
—No, de nada. No me hagas caso....
—Bueno, mejor me voy, Cristian. Nos vemos, chao...
—Chao...
Cristian no puede evitar intranquilizarse con el comentario que le hiciera Ulises. Está casi seguro que el muchacho que lo buscaba es el Claudio, el ex–pololo de la Nuri y miembro de “Los malditos”, el grupo de Licha. Tal vez quiera constatar si es verdad que no tiene nada con Nuri. De todos modos no le atrae nada la idea de encontrarse con él.

Esa semana concluye sin que Cristian logre acercarse a Nuri. La muchacha ha seguido rehuyéndolo sistemáticamente. Ese fin de semana su tío lo invita al cine con Nélida, pero Cristian se excusa. En realidad se siente mal ante las miradas de la joven. A veces ella lo ha sorprendido mirándola y le ha sonreído. Claro, él la encuentra bonita, pero jamás pensaría nada impropio con ella. Es más, Cristian se ruboriza ante sus miradas y le preocupa que ella vaya a pensar que él la mira con doble intención. Por eso prefiere no frecuentarla, aunque le intranquiliza recordar que últimamente sueña con frecuencia con ella, e incluso esa misma semana le perturbó haber tenido una emisión nocturna. ¿Cómo evitar esos sueños?... Está seguro que su abuelo sabría qué hacer. Pero ya no está con él para aconsejarlo como solía hacerlo. El lunes de madrugada Alfredo subió a su turno de trabajo en la minera. Le pesó no haber coincidido con el cumpleaños de su sobrino el sábado de esa semana, pero le dijo que ese día no faltara a tomar onces en casa de doña María, pues le había dejado un regalo con Nélida. A Cristian le agradó sin embargo, que le prometiera que a su siguiente bajada saldrían ellos dos solos a celebrar juntos.

Durante esa semana, el día jueves para ser más exacto, notó que Nuri lo miraba disimuladamente durante la clase de matemáticas. El profesor Leonardo Miranda, moreno, mediana estatura, bigotes gruesos, hermano de Nélida, quien reemplaza a su profesor habitual, trata de hacerse el gracioso con la clase, logrando que los festivos estudiantes se aprovechen de ello y armen un desorden que hace arrepentirse al maestro de haberles dado confianza. Pero con habilidad logra el control de los más desordenados.

—A ver “loquillos”... no sé cómo sea su relación con sus profesores, pero no quiero que confundan una clase amena con un cumpleaños de monos. ¿Estamos? –dice con seriedad–. Porque de lo contrario me obligarán a tener que “relegar” a algunos a la dirección y a transformar la clase en un campo de concentración nazi. ¿Les gustaría?... No, creo que no, ¿verdad?.
El silencio resultante le hace ver al profesor que no les gustaría.... Luego de pasear entre los escritorios sin proferir palabra, se detiene al lado de Nuri, y tocando su hombro, produce un sobresalto en la distraída muchacha...
— ¿Podría terminar de resolver el problema de la pizarra señorita....? ¿Cómo es tu nombre?...
— ¡Hay!. ¿Cómo?...Oh, perdone... Nuri Zamora, señor...
— Nuri... ¿Puedes resolver el problema por favor?
— ¿Yo...?
— Sí, tú... por favor.
Nuri se dirige a la pizarra, mientras saca apresuradamente el chicle de su boca. Luego traza unos números en el problema de álgebra y se queda indecisa en una de sus etapas.
— Parece que te equivocaste en el signo... menos con menos no puede ser menos...¿o sí?... –rectifica el profesor.
Nuri rectifica, sonriendo ante su involuntario error, y se dispone a terminar pero el profesor la interrumpe...
— Está bien, Nuri. Gracias. Puedes sentarte... Me gustaría que otro de tus compañeros continúe. Tú, por favor –dice dirigiéndose a Cristian–. ¿Puedes terminar el problema?.
Cristian, se pone blanco de susto ya que no ha entendido el ejercicio. Nuri al pasar a su lado le susurra al oído...
—“Treinta y dos partido por cuatro, igual ocho positivo”...
La joven regresa a su escritorio dando una sonrisa a Cristian sin que el profesor se percate. Esto da un aliento de confianza al joven, quien con cierta inseguridad, sigue las instrucciones de la muchacha y termina el ejercicio.
—Bien, muy bien... ¿Cuál es tu nombre, “loquillo”? –pregunta satisfecho el profesor Miranda mientras toma apuntes en un libro.
—Cristian Aliaga....Señor.
—¿Cristian Aliaga? ¿ No eres sobrino de Alfredo Aliaga, por casualidad?
—Sí señor, es mi tío.
—Con razón me sonaba tu nombre cuando pasé lista. Gracias “loquillo”. Les puse una anotación positiva a ti y a tu compañera. Puedes sentarte.
La clase continúa sin mayores inconvenientes, entre los chistes desabridos del profesor y las risas forzadas de los alumnos. Al final de la clase el profesor le pide a Cristian que se quede un momento, mientras Nuri se le queda mirando como tratando de decirle algo.
—Así que tú eres el sobrino de mi cuñado Alfredo –dice el profesor sonriente, mientras se sienta en una silla–. Alfredo habló conmigo para que te ayude en matemáticas, que según tu tío, no es tu fuerte.
—Sí, señor.
—Pero parece que hoy quedó demostrado que no es tan así ¿verdad? –pregunta el profesor mirando fijamente a Cristian, quién baja la vista avergonzado por saber que de no haber sido por Nuri, no habría sabido resolver el ejercicio en la pizarra.
—En... en realidad no... no es así, señor.
—¿No? ¿Y por qué?
—Porque... porque Nuri me ayudó. Yo no sabía el resultado... lo siento.
—¿Ah sí? ¿Y en qué momento te ayudó, que no me di cuenta? –responde el profesor muy sorprendido por la honradez del muchacho.
—Cuando paso por mi lado...
—¡Sorprendente!, ¡Increíble!
—Es que me lo dijo en voz baja –replica a modo de explicación el joven.
—No, si no me refiero al hecho de cómo lo hayan hecho, si no a que nunca he conocido a un alumno que reconozca delante de su profesor que hizo trampa en sus respuestas. ¿Tú eres siempre así?
—¿Así cómo?... No entiendo
—Así, tan... tan honrado... –responde el profesor sin ocultar su admiración por la confesión del joven. –Te felicito, haz recibido una excelente educación de tus padres.
—En realidad fueron mis abuelos quienes me criaron. Mis padres murieron cuando yo era muy niño.
—Lo siento. Alfredo ya me lo había dicho. Y tu compañera, Nuri, ¿es tu polola o algo así? –agrega el maestro, cambiando el giro de la conversación.
—¿Nuri?, No, no. Somos solo amigos. Yo no pololeo. No me gusta. –responde el joven sonriente y un tanto ruborizado por la pregunta.
—¿No te gusta? Yo no la encuentro tan mal, y se ve que tú si le gustas porque me fijé que te miraba bastante durante la clase –dice el maestro, con cierta picardía en su comentario.
—Me refiero a que no me gusta pololear.
—¡Hay mamá! ¡Esto sí que es extraordinario!... Supongo que no eres... no eres...
—Ja, ja, ja. No... no soy gay –responde divertido el joven al notar la expresión de preocupación poco disimulada del profesor –. Todos me preguntan eso cuando les digo que no me gusta pololear. Pero en realidad no es que no me guste, es que pienso que uno debe pololear cuando tiene la edad suficiente para casarse y tomar responsabilidades. No antes...
—¿Y porqué piensas eso? Yo no veo nada malo en que los jóvenes expresen sus sentimientos, especialmente si sus intenciones son buenas. ¿No crees?
—Es que no es cosa de solo expresar los sentimientos.
—¿Ah no?
—Bueno yo pienso que no. Yo creo que los adolescentes no estamos preparados para enfrentar desengaños amorosos, por ejemplo. Me contó una amiga que una niña se suicidó tirándose al mar porque su pololo la dejó.
—Bueno pero ese es un caso extremo. Existen muchos jóvenes que no se suicidan por eso ¿o no?
—Sí pero... ¿Quién puede saber cómo reaccionará uno si sufre un desengaño así?, o cómo reaccionará su polola... Yo no podría vivir con un sentimiento de culpa así. Además existe el peligro que uno no pueda retenerse, y capaz que deje embarazada a una niña y sienta la obligación de casarse con ella. Y no va a esperar salir de la escuela para casarse ¿verdad? Y si se casa y tiene que trabajar, tiene que dejar la escuela y qué clase de trabajo puede encontrar uno si no ha completado sus estudios...y ....
—Oye, oye, ya, ya... Está bien... está bien. Ya entendí. –interrumpe el profesor poniéndose de pié– La verdad es que no puedo rebatir tus argumentos. Debo reconocer que son bastante... convincentes. Pero aún sigo pensando que pololear no tiene nada de malo. Pero no voy a discutir contigo. De todos modos agradezco tu honradez. Creo que eso te enaltece. Y en cuanto a Nuri....
—Por favor no la vaya a castigar, ella lo hizo porque me aprecia –se apresura a interrumpir Cristian–. Además está pasando por un mal momento y anda muy deprimida...
—No, no te preocupes. No soy tan mala leche, “loquillo”. Lo que quería decir es que ella parece estar muy interesada en ti, y no estaría nada de malo que le prestaras algo de tu atención.
—Bueno, yo he tratado de acercarme para ayudarla, pero me rehuye, y no se porqué.
—¿Te rehuye? Qué raro. A ver, espérame un rato...
Sin agregar palabra, el profesor sale de la sala dejando a Cristian sorprendido. Al cabo de un momento regresa con Nuri quien trae un rostro de interrogación, al igual que el que pone Cristian cuando los ve aparecer por la puerta...
—Bueno. Aquí está la muchacha –dice el profesor sonriente–. Los dejo solos para que arreglen sus diferencias –agrega en voz baja, en tono de complicidad, saliendo de la sala y cerrando la puerta tras de sí.
Por un momento los dos jóvenes se miran confundidos, sin atinar a decir palabra por la sorpresa que les causa la inesperada situación. Al cabo de un instante Nuri rompe el silencio, con un tono lastimero...
—¿Estás enojado conmigo, “cachito”?
—¿Yo? Claro que no, flaquita. Yo pensaba que tú eras la que estaba enojada conmigo. Como me has estado rehuyendo toda esta semana... ¿Qué pasa? ¿Qué hice que te molestó?...
—Tu no me haz hecho nada Cristian. Lo que pasa es que... –la muchacha guarda silencio como tratando de no decir nada inapropiado–. Es que me da vergüenza decirlo...
—Decir ¿qué, Nuri?
—¿Te acuerdas que yo te dije que iba a hablar con el estúpido del Claudio, mi “ex”?
—Sí, lo recuerdo... ¿Qué pasa con él?
—Na’, es que yo la muy... tará’, pensé que si le paraba los carros y lo amenazaba con mis amigos, él te iba a dejar tranquilo...
—¿Y...?
—Na’, que resulta que fui a verlo y le dije que si te hacía algo, se las iba a ver con mis amigos, que son malandras...
—Nuri... –replica con un gesto de impaciencia el joven– ¿Para qué hiciste eso? Te dije que no era necesario...
—Bueno, el caso es que ya lo hice, pu’ “cachito”. Y cuando le dije quienes eran mis amigos, se rió de mi y me dijo que a esos dos, una tal Licha, los había mandado al hospital a los dos juntos...
—¿Licha?
—Sí. ¿La conoces?
—Bueno... algo... –dice Cristian un tanto turbado–. Me han hablado de ella.
—La cuestión es que cuando el Claudio me dijo eso, yo no le creí y seguí echándole la bronca. Después el desgraciado me fue a ver a mi casa, y venía con una mina re’ chora’ que en cuanto me vio, me preguntó si era cierto que yo estaba pololeando contigo.
—¿Ella fue a verte?... ¿ A tu casa?... No puedo creerlo...
—Sí. ¡La tal “Licha” esa!...Y yo le dije que quién le daba vela en este entierro, que se metiera en sus asuntos, y que yo hacía lo que yo quería y que nadie me iba a estar diciéndome lo que yo quiero o no quiero hacer... y...bueno tú me conoces, la embanderé a garabatos...
—Hay, no, Flaquita. No me digas....
—¿No te digo? ¡Mejor no hubiera dicho na’, “cachito”!. La loca me mandó ni qué tremendo puñete en la guata, que me dejó sin respiración. Y mientras yo trataba de sacar el aliento, me agarró de las mechas y me dijo que si seguía pololeando contigo, me iba a ir a buscar a mi casa y me dejaría todos los huesos rotos. No pude ni explicarle que yo no pololeo contigo... ¡Si no podía ni respirar! –dice Nuri, gesticulando con sus manos.
—Puchas’, flaquita, para qué te le enfrentaste.... –dice con pena el joven.
—Y eso no es nada....
—¿Ah, no?, ¿Hay más?...
—Claro, pu’. Cuando fui a buscar a mis amigos para que me defendieran y fuéramos a “fletear” al Claudio y a la loca, al principio estaban de acuerdo y se les arrancaban las “patas” por ir a meterlos en un saco de combos. Pero cuando les nombré a esa tal “Licha”, se les hizo agua los helados, y me dijeron que ni que estuvieran locos se meterían con ella. Que esa loca era veneno, y que no sé a cuantos gallos había mandado al hospital, y que incluso a uno le había hecho un tajo desde el “pupo” hasta la oreja, y que al compadre cuando se la nombran se mea en los pantalones. Putas’, y ahí me dio julepe, porque la loca me dijo que tenía amigos en el liceo y que ellos le iban a contar si me veían contigo. Y yo no quiero que la loca te vaya a hacer algo, “cachito”. Por eso que he estado evitándote.
—Hay, flaquita. Yo no tenía idea... Creía que estabas enojada conmigo o porque...
—¿O porqué, “cachito”?...
—No, nada... ¿Y... la muchacha esa... te dijo si me iba a hacer algo a mí?...
—Bueno, no dijo exactamente eso, pero es obvio, pu’ Cristian. Si está claro como el agua, que ese estúpido del Claudio le pidió que me amenazara y que impidiera que tu te me acercaras, porque ese día que la loca me golpeó en el estómago, el Claudio me dijo que yo era su mina, y que no iba a permitir que nadie se me acercara, y que si quería que no te hicieran nada, tenía que volver con él.
—Y esa...tal...”Licha”, ¿me ubica? Es decir... ¿Sabe quien soy?...
—Bueno, no sé. Creo que sí, porque cuando me preguntó si pololeaba contigo, dijo tu nombre completo “Cristian Aliaga”... ¿Porqué “cachito”? ¿Crees que te pueda venir a golpear al colegio?
—No, no creo... Es decir no sé, pero no creo que se tome todas esas molestias...
—No te confíes, “cachito”, esa loca, es re’ peligrosa. Yo ya averigüé acerca de ella, y lo que me contaron, me dejó pa’dentro. Mejor es que no nos vean juntos en el liceo, para que no te vayan a hacer algo... ¿me perdonas?...
—Pero de qué te voy a perdonar, flaquita... si tú te haz arriesgado por ayudarme... na’ que ver...–responde condescendiente el joven, acariciando la cabellera de la muchacha.
—Es que yo te iba a ayudar, y mira en qué resultó todo. Me da vergüenza que tenga que estar escondiéndome de ti como una maldita cobarde, para que no te hagan nada. Esta lesera me tiene super deprimida, ¿sabís’, “cachito”?. Ya ni con pastillas puedo dormir...
La muchacha pone su cabeza en el hombro de Cristian, evitando mirarlo a los ojos, por vergüenza.
—No, flaquita. No es tu culpa. Pero no te preocupes. Yo creo que puedo arreglarlo...
—¿Túu?, ¿Y cómo podrías?... –replica sorprendida la muchacha, abriendo sus ojos.
—Ahora no te puedo decir nada, pero confía en mí. Esta situación va a cambiar...
La muchacha se le queda observando interrogativa, sin atinar a imaginarse cómo podría su tímido amigo arreglar la situación.
Cristian se queda meditando en cómo se han dado las cosas y tratando de imaginar cómo lo aconsejaría su abuelo en esos transes. Seguro que él diría: “A las mujeres no hay que tratar de entenderlas, chatito, si no de complacerlas”, como solía decir. Eso le da una idea de lo que tiene que hacer.... y espera que su abuelo tenga razón...

FIN DEL CAPÍTULO 15