lunes, marzo 03, 2008

—LA TELARAÑA— Cap. 17

Contra la corriente –Novela...

Recostado de espaldas, sobre su cama, repara en una araña que, laboriosamente, teje su red en uno de los rincones del techo, entre los palos que sujetan las tejas. El pequeño insecto teje por un rato hasta terminar su labor. Luego se retira a un rincón a esperar alguna descuidada víctima. Al cabo de un rato, una confiada polilla se posa sobre la delicada red. De nada sirven sus desesperados esfuerzos por librarse de la trampa. Bueno, sí sirven, pero para alertar a la araña que rápidamente se posesiona de su víctima, paralizándola con su veneno mortal. El triste final de la pequeña polilla, hace recordar a Cristian, una de las metáforas sobre la vida que su abuelo gustaba de contar...
—" Cuando crezcas te darás cuenta de muchas cosas, "Chato" –decía su abuelo, mientras sentado en su silla metálica en el patio, cortaba cuero con su cuchilla filosa sobre sus piernas, protegidas con el coleto de cabritilla, arreglando los zapatos para la escuela, de Cristian–. Por ejemplo, no toda la gente que conozcas es buena. Hay 'futres' muy malos, y mujeres también. Por eso conoce bien primero a las personas, después te fiai' de ellos."
El niño escuchaba paciente, encuclillado, mientras observaba a su abuelo trabajar. Sin entender mucho las cosas que decía el viejo, algo le hacía comprender que eran cosas muy importantes. Por ello escuchaba con mucha atención.
—" Hay personas que son como las arañas –decía, mientras le señalaba con su cuchilla para dar énfasis a sus palabras–. Preparan su tela pacientemente, engañando y tramando puras 'leseras'. Y cuando el confiado menos lo espera... ¡zas!, cae en su trampa y le meten el veneno."
—" Tata, ¿y cómo uno puede cuidarse para que no le metan el veneno? –preguntaba inocentemente el niño.
—" Evitando caer en sus trampas, pu' "Chato". Pero no es fácil. Por eso hay que conocer muy bien primero a la gente, antes de confiarse de ellos."
La araña del techo, ya tiene completamente inmovilizada a la desafortunada polilla, y procede a succionar sus jugos vitales. El sueño le vence poco a poco, confundiendo la realidad con la extraña pesadilla que le acomete. Se ve atrapado en una telaraña gigantesca mientras una enorme araña se aproxima amenazante. Sus esfuerzos por librarse resultan infructuosos. Llama desesperadamente a Alfredo, quien siempre le mira inexpresivo, ausente al peligro que le amenaza. Después de huir de un lado para otro, siempre seguido de la araña, despierta sobresaltado y mojado en sudor. Mira el reloj despertador en el velador. No puede creer que ya sean las 6 de la tarde.
Se moja medio cuerpo en el cuartucho y se dirige a casa de doña María para tomar onces. La “Negra” le recibe indiferente. Ya no se molesta en juguetear con el botapié de sus pantalones. ¡mas vale!. Ya lleva dos pantalones zurcidos por su causa. La puerta está sin llaves, así es que abre la reja y golpea suavemente. Nélida sale a abrir con su mini-mini y una blusa de seda semitransparente ( lo que siempre perturba al muchacho).
—Hola, “Cris”. Pasa. Te sirvo enseguida.
—¿Y doña María? –pregunta Cristian, un tanto nervioso.
—¿Mi mamá? Salió al centro. Fue a ver a una amiga que le cose la ropa. Le pedí que me retirara un vestido que me están haciendo. Volverá más tarde. Ponte cómodo, voy a la cocina a servirte.
No se explica bien por qué, pero la situación que se presenta, no le gusta nada. El que Nélida esté sola en casa le produce presentimientos extraños.
La voz de Plácido Domingo llena la habitación. El volumen alto de la radiocasetera casi no deja escuchar la conversación.
—Estoy escuchando a Plácido Domingo –Nélida casi grita desde la cocina para hacerse oír por sobre la voz del cantante–. Espero que no te moleste...
—No. No se preocupe.
—¿Cómo dices?...
—Que no se preocupe –repite el muchacho levantando la voz.
La muchacha aparece desde la cocina con una bandeja llevando dos tasas de té servido y algunos panes de dulce, los que pone frente al muchacho.
—Qué lástima que mamá no llegue –dice, mostrando fingida preocupación–. Iba a traer unos pastelitos. Me gusta la música clásica ¿sabes?. A mi mamá no le gusta. Dice que estoy “chalada”, que esa música es para viejos. ¿Puedes creerlo?. A ella le gustan “Los Prisioneros” y a mi me fascina escuchar a Plácido Domingo o Luciano Pabarotty...Ja, ja, ja, ja.
Nélida se sienta frente al muchacho con sus codos sobre la mesa y sus manos en el mentón, mientras su pródigo escote deja ver gran parte de sus pechos. Cristian no puede evitar notarlo y hace esfuerzos por desviar la mirada para no ser sorprendido.
—Por eso aprovecho cuando mamá no está para poner la casetera a todo “chancho”... Perdón... quiero decir a todo volumen... Ja, ja, ja. Es que de pronto se me sale la “rota” y me olvido que estoy con un joven tan educadito y gentil como tú –dice la muchacha, dando una picaresca mirada al joven.
Cristian siente que el rubor nuevamente sube a sus orejas y casi se cae la tasa de sus manos por el nerviosismo, cosa que, por supuesto, no pasa desapercibido a la muchacha, aunque trata de ocultar la satisfacción que le produce el comprobar que sus palabras hayan causado ese efecto en el joven.
—¿Y usted no se va a servir? –pregunta Cristian, sin mirarla.
—Claro. Es que ya me comí un dulce con mi mamá, antes que se fuera al centro...por eso estoy un poco inapetente.
Con coquetería se sirve un sorbo de té, sin quitar la vista de Cristian, quién no se atreve a mirarla a los ojos. Luego muerde un trozo de dulce, dejando caer a propósito, un trocito en su escote. Muy a pesar de su deseo, Cristian no puede dejar de dirigir su vista al pronunciado escote de la muchacha. Ella sonríe al notarlo.
—Después que termines, quiero mostrarte algo ¿ya?. –mientras retira su tasa y la lleva a la cocina.
Cristian solo asiente con la cabeza, un tanto perturbado. Luego ella se dirige a su dormitorio donde se encuentra el radiocaset que ha terminado de reproducir la primera parte. Al cabo de un instante, nuevamente se llena la habitación con la voz del tenor.
Después de unos diez minutos, aparece Nélida. Esta vez un fuerte perfume envuelve el ambiente.
—¿Terminaste?, ¿Retiro los cubiertos? –pregunta la muchacha con tono coqueto sin retirar su mirada de los ojos del muchacho quien baja la vista perturbado.
—Sí señorita Nélida, ya terminé. Gracias.
—Por nada, querido. Y no me sigas llamando “señorita”, o me voy a molestar ¿ah?. Ya te he dicho muchas veces que me llames “Nila”. Somos amigos ¿verdad?.
—Sí señorita Nila, quiero decir, Nila.
Cristian seca su frente con un pañuelo. No sabe si su bochorno se debe a lo caliente del té, o es por el nerviosismo que le produce la presencia de Nélida, o ambas cosas. Lo cierto es que le han dado unas ganas locas de salir corriendo y alejarse de esa situación embarazosa. Pero Nélida astutamente, se ha interpuesto entre el joven y la puerta de salida, impidiendo discretamente los pensamientos fugitivos de Cristian.
—Ven, acompáñame a mi cuarto, quiero mostrarte algo que sé que te gustará. Vamos, no tengas miedo, que no voy a comerte–. Le toma del brazo conduciéndole mansamente.
No sabe por qué, pero a Cristian se le antoja estar siendo conducido mansamente al matadero, o a una especie de lugar misterioso, lleno de secretos extrañamente atractivos y a la vez mortales. La voz de Plácido Domingo envuelve el ambiente, que junto al suave perfume de Nélida producen una atmósfera extraña, casi irreal.
—Ven, siéntate aquí –Nélida señala el borde de su cama– Te voy a mostrar algo. Espero que te guste. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga ¿ya?.. Sin hacer trampas ¿eh?.
Cristian cierra sus ojos y se imagina un torbellino de cosas. Su corazón late cada vez más fuerte, casi haciéndole resbalar de la orilla de la cama. ¿Sería cierto lo que se dice de Nélida en el barrio?, ¿que es una desvergonzada, y que ya antes de conocer a su tío Alfredo protagonizaba apasionados y tortuosos romances?. Pero ¿en qué le atañe eso a él?. Después de todo si es la polola de su tío, es problema de Alfredo, no de él. De todos modos se siente culpable de sus pensamientos. Porque no puede negar que frecuentemente tiene sueños prohibidos donde siempre termina por aparecer Nélida. Sueños donde el perfume de ella lo paraliza mientras Nélida recorre su cuerpo con esa mirada cínica y burlona. Donde siempre despierta mojado en transpiración y... mojando las sábanas, las que después tiene que lavar a hurtadillas de su tío, para que éste no note el desahogo del cuerpo. “ No te preocupes, Chato”, le tranquilizaba su abuelo, cuando eso le sucedía. “Si eso es normal en los muchachos. Les sucede a todos los hombres cuando son creciditos como tú”. Su mami nunca le hizo ningún comentario ni reproche cuando eso pasaba. Ella lavaba calladamente las sábanas “almidonadas”. Nunca tuvo problemas por eso. Pero cuando sueña con Nélida, no puede evitar sentirse culpable. Sentir que no está correcto. Aunque se repite que es solo un sueño. Pero algo le hace temer que en el fondo de su corazón, tal vez, desea que sea realidad. Por eso se siente culpable...
—Ya puedes abrirlos
—¿ Qué ?...
—Que ya puedes abrir los ojos, tonto. –La voz de Nélida le saca de sus cavilaciones... Por un momento se imagina...
—¿Te gusta?
Ella le muestra una de esas cajas de madera con tapa de vidrio que contienen clasificadas varios trozos de diferentes minerales, con su nombre escrito bajo cada piedra.
—Vamos, dime... ¿Te gusta?. Te lo traje por que sé que te servirá mucho para tus estudios de minería. ¿Qué te parece? –Nélida le mira complaciente, adivinando la sorpresa del muchacho.
—Oh, sí. Por supuesto. Muchas gracias. No tenía porqué molestarse...
—Si no es molestia, tontito. Además es por tu cumpleaños... Alfredo me lo dijo. Que cumpliste 17 años. Felicidades... Déjame darte un abrazo...
Cristian se incorpora turbado, mientras Nélida lo abraza efusivamente. A Cristian le parece que todo da vueltas. La atmósfera extraña producida por el canto del tenor y el perfume de Nélida le hacen perder la noción del tiempo. Todo se le figura que sucede con tanta lentitud, como secuencia en cámara lenta. El beso de Nélida le ha dejado paralizado. La voz de Plácido Domingo se le antoja distorsionada por la lentitud extrema de los sucesos. El perfume penetrante lo embriaga. Ella gesticula algunas palabras, pero el muchacho solo ve el movimiento de sus labios. Su corazón palpita descontrolado. Sus piernas tiemblan convulsionadas, obligándolo a caer sobre la cama. Cierra los ojos como una forma de huir. Pero no es posible evadirse. Ningún músculo de su cuerpo le obedece. Se encuentra como narcotizado por una poción que lo paraliza. Los sueños prohibidos se suceden con cruel realidad. Le manchan su cuerpo virginal, o mas bien lo queman, como brazas ardientes. Quiere gritar, pero las palabras no brotan. Es como si una poción misteriosa y maligna le hubiera robado el habla y la voluntad. Se siente como la polilla en el techo de su cuarto. Ya no ve ni oye nada. Solo siente sensaciones extrañas sobre su cuerpo joven que se niega a obedecer. La araña ha logrado atrapar a su presa.
De pronto la quietud.
Lentamente los sonidos comienzan a hacerse audibles. Los labios de Nélida, que algo le dicen, se le antojan distorsionados, como muecas en una burda pesadilla. Sin proferir palabra, se viste mecánicamente. Un sabor amargo le seca la boca, mientras una mano misteriosa le aprieta el vientre.
—¿Te gustó, Cris?. Sé que lo deseabas... ¿Era como lo imaginabas?...–le susurra cínicamente, mientras se viste.
No contesta. Solo la mira desilusionado, amargado,... odiándola y odiándose a sí mismo. Piensa en su tío, en Alfredo... ¿Qué le dirá?... ¿ Cómo podrá explicarle lo inexplicable?.
—Esto será un secreto entre tú y yo ¿verdad, Cris? –dice la muchacha, como adivinando los pensamientos del joven–. Por ningún motivo lo vayas a comentar con nadie, mucho menos con Alfredo. No te lo perdonaría. Además podremos hacerlo cuando tú quieras... ¿Te gustaría?... Vamos, háblame, dime algo...
No responde. Solo quiere huir de allí. No volver jamás. Nunca se imaginó que se sentiría así. Se odia por no haber tenido fuerzas para evitarlo. Lágrimas de impotencia se deslizan por sus mejillas. ¿Porqué tienen las cosas que ser así? ¿Porqué Tito tiene que vender drogas? ¿Porqué Nuri debe estar esclavizada a ellas? ¿Porqué su Tata tenía que abandonarlo antes de estar listo para la vida?. ¿Porqué permitió que Nélida lo sedujera?... Son muchas preguntas sin respuestas.
La “Negra” se le queda mirando triste y melancólica. Como si adivinara todo lo sucedido, con el hocico entre sus patas. Ni siquiera se incorpora para despedirlo como suele hacerlo. Solo se le queda mirando como diciéndole que lo lamenta, que ya no hay nada que se pueda hacer...
Nélida se ha vestido rápidamente y le llama. No la escucha. Su mente está lejos de los sonidos y los sentidos.
—¡Cris,...Espera, debo entregarte el regalo de Alfredo...! ¿No vas a esperar que llegue mi mamá? Ella trae unos pasteles para ti....
Al cerrar la puerta de la reja, Nélida, con preocupación, le habla tratando de no ser escuchada por algunas personas que pasan por allí...
—¡No olvides lo que te dije... Es nuestro secreto!...

Por no sabe cuanto tiempo, solo camina desorientado. La gente al pasar se le antoja habitantes de un extraño mundo que no se percatan de su presencia. Como si estuvieran en otra dimensión, donde él fuera invisible para todos. El viento helado de la tarde y la incipiente oscuridad le hacen percibir que deben ser ya pasadas las ocho de la noche. De pronto, y sin saber cómo, se encuentra frente a la puerta de doña Soledad, “La loca”, como le dice el Antuco. Sin golpear ni proferir algún sonido que lo explique, la puerta se abre, y el rostro sonriente de doña Soledad se le antoja una suave caricia maternal.
— Cristiancito, pasa. Te estaba esperando –dice, con el “Pequitas” en sus brazos, mientras con un gesto le invita a entrar. El perro se esmera en dar lengüetazos en las mejillas de Cristian quien apenas puede esquivarlos.
—¿Me esperaba? –pregunta intrigado el joven.
— Sí, pues. Hace días que no vienen a verme con el Tuquito... ¿Están enojaditos conmigo? –responde sonriente la mujer, mientras se sienta en el sofá.
— Pero.... ¿qué te ha pasado tesorito, que tienes tus ojitos rojos? ¿haz estado llorando? –continúa la mujer sin esperar respuesta a su primera pregunta. Su voz suena maternal y lastimera, como si quisiera acariciar al joven con sus palabras–. Dime... ¿hay algo en que te pueda ayudar? Puedes confiar en esta viejita loquita. Yo conozco mucho de la vida, y sé que a ti algo te sucede que te ha causado mucho dolor ¿verdad?
El joven trata de gesticular una palabra, pero el sollozo espontáneo se lo impide. Instintivamente se acurruca en el regazo de la mujer quién tiernamente le acaricia el cabello. El “Pequitas” también parece comprender la pena del joven, pues pone su cabeza junto al regazo de Cristian.
— No hables, tesorito... solo desahoga tu pena. Te hará bien. Ya habrá tiempo para que conversemos y hagamos algo que te pueda ayudar. Los problemas se pueden solucionar conversando calmadamente hasta que se encuentra siempre una salida. Todo tiene solución en este mundo, Cristiancito, incluso la muerte.
El rostro sonriente de su Abuelo se le aparece con su mirada tierna y apacible. Pareciera decirle que confíe en la señora Soledad. “Los viejos tienen la sabiduría del tiempo, chatito, –decía– si tan solo los jóvenes supieran prestar atención a sus consejos... ¡cuantos problemas se evitarían!”.
La mujer acaricia la cabeza del joven por un buen rato, balbuceando algunas palabras como si se tratara de un pequeño niño triste, o como suele consolar a su muñeca “Mimí”, en sus momentos de desvarío. Al cabo de un espacio de tiempo, indeterminado para el joven, se siente mas tranquilo. Y tal vez con la confianza de que doña Soledad no conoce a su tío ni a Nélida, poco a poco le confía todo lo ocurrido en casa de doña María, y de lo mal que se siente por ello.
—Ay, tesorito. No sabes la pena que me da oírte decir lo que te ocurrió –dice tiernamente la mujer–. Al mismo tiempo es tan hermoso escuchar cómo ves las cosas con tanta madurez, Cristiancito.
—¿Madurez? –pregunta intrigado el joven, incorporándose hasta quedar sentado al lado de la mujer, quien con su pañuelo seca las lágrimas de Cristian.
—Madurez, pues hijito. Otros jóvenes andarían vanagloriándose por ahí, o aprovechándose de la situación, traicionando la confianza de los que los aman. En cambio tú te apenas tanto por tu tío, y por lo que ocurrió. Porque lo que ocurrió fue un abuso de confianza, y una traición sin nombre por parte de esa... de esa desvergonzada. –agrega con indignación.
—Me siento tan podrido, tan malo.... –balbucea triste .
—Ay no, mi amorcito –dice la mujer, poniendo su brazo alrededor del joven, mientras el “Pequitas” echado en su regazo, lame sus manos como si entendiera la situación–. Usted no tiene nada que ver en la situación.
—Pero yo a veces tenía pensamientos... malos de... ella. Y a veces le miraba.....
—No, cariñito –interrumpe la mujer, con ternura–. Ella es una mujer adulta, y astuta, hijo. Seguramente te provocaba para despertar esos pensamientos en ti. A esas mujeres les gusta mostrar sus piernas y otras “presas”, ji, ji, ji, para alborotar a los incautos, y tú en tu inocencia no te diste cuenta. Tú eres muy sano de mente, Cristiancito.
—¿Cómo sabe que ella hacía eso?...–pregunta inocente, el joven.
—Ay, ji, ji, ji. Es que una cuando llega a vieja, aprende a conocer a la gente, mi amorcito. Cuando los jóvenes van, nosotros los viejos, venimos de vuelta varias veces ya, ja, ja, ja. Ay, no vayas a pensar que me río de tu penita –dice cambiando el tono de la conversación–, es que yo soy así, tu me conoces....¿verdad?
—Sí, no se preocupe doña “Sole”. Yo entiendo.
—Además piensa en esto hijito: ¿Tú buscaste la ocasión para estar a solas con ella?
—¡No! –se apresura a responder–. Lo que pasa es que justo se dio la casualidad de que su mamá había salido al centro, y....
—Mmm, –murmura la mujer frunciendo el seño y negando con su cabeza–. Ninguna casualidad mi niñito. Seguramente la muy astuta lo preparó todo muy cuidadosamente para entramparte. Nunca hay que confiarse inmediatamente de las personas, cariñito. A veces no representan lo que son. Por eso yo no tengo amigas aquí en el barrio. –bajando la voz como para no ser escuchada agrega casi susurrando: Son todas unas hipócritas y lenguas de víbora. Menos la Rebequita y doña Luisa, la del almacén, que son toda unas señoras.
—Ahora no sé cómo voy a decírselo a mi tío. Capaz que no me crea., y...
—¡No, no, no!. –interrumpe la mujer, frunciendo el seño–. Si me permites aconsejarte, yo te voy a decir lo que tienes que hacer, hijo. Deja que una vieja con experiencia te aconseje... ¿Tú le dijiste a... a esa desvergonzada que le ibas a contar a tu tío?
—No. Pero parece que cree que lo voy a hacer, porque insistió mucho que no se lo dijera, y se notaba como asustada.
—Bueno, deberás tranquilizarla diciéndole que no le contarás nada a tu tío. Por que si cree que se lo dirás, puede adelantarse e inventar quizás qué calumnia contra ti para salir bien parada con tu tío.¿ya?. Entonces lo primero que debes de hacer es volver donde ella y decirle que esté tranquila, que no le dirás nada a tu tío.
—Pero ¿y si quiere que volvamos a.....?
—Tú le dices que no te sientes bien, no más, y que otro día podría ser...
—Pero mi tío llega mañana en la noche, y tenemos que almorzar todos los días en su casa... y yo me voy a poner muy nervioso....
—Cristiancito, confía en mi. –agrega la mujer en tono maternal–. Verás que podrás superarlo. Por último inventas una gripe o una enfermedad al estómago y almuerzas y te retiras altiro, y te vas a tu cuarto. Yo te diré en qué momento se lo dirás a tu tío.¿de acuerdo, amorcito?
—Está bien, doña “Sole”.
—Ahora anda donde la desvergonzada esa, y discúlpate con ella por habarte ido así tan de improviso. Yo sé que eso la va a tranquilizar. A esa yo la conozco muy bien...
—¿La conoce usted? –pregunta muy sorprendido el joven.
—¿Y quién no, cariñito?. Si aquí en el barrio todas las “lenguas de víbora” la “descueran” todo el tiempo en el almacén. Así que ahí me entero de todo lo que pasa en la población. No es que yo me meta en chismes –se apresura a aclarar–, pero una no puede evitar escuchar a las cotorras peladoras. Si yo te contara lo que dicen de ella... pero por respeto a ti y a tu tío no voy a repetir chismes. Pero creo que tu tío no merece una muchacha así. Me imagino que él debe ser una persona muy correcta ¿verdad?
—Sí. Y yo lo quiero mucho, por eso me da tanta pena....
—No te preocupes. Déjamelo a mí. Yo te voy a ayudar. Ahora ve donde la... muchacha esa, antes que se haga mas tarde.
Cristian, con mucho nerviosismo regresa a casa de Nélida. La muchacha que ha sentido el ruido de la reja al abrirse, se apresura a recibirlo.
—Me tenías preocupada, Cris’. Llegó mi mamá hace rato y me preguntó porqué te habías ido. Le dije que te habías sentido mal –dice apresuradamente en voz baja, para no ser escuchada por doña María–. Recuerda lo que te dije... ¿No le contarás lo que pasó a nadie, ¿verdad?, ¿verdad?
—No se preocupe señorita Nila, no se lo diré a nadie, y menos a mi tío –responde en voz baja Cristian–. Lo que pasa es que me dio vergüenza, y me dio miedo que mi tío se vaya a enterar...
—No te preocupes por eso, amorcito. Él no tiene porqué enterarse. No te olvides que este es un secreto entre tú y yo. Mira, vamos a fingir que no ha pasado nada, para que él y mi mamá no sospechen. Y cuando él esté de turno, yo te aviso cuando mi mamá no esté. A veces ella viaja a Tocopilla y vuelve al día siguiente. Ahí puedes venir a quedarte conmigo si deseas ¿ya?.
Cristian asiente con la cabeza, mientras entran en la casa.
Doña María lo recibe con la amabilidad exagerada de siempre, ofreciéndole algún medicamento para su “repentino dolor de cabeza” que lo obligó a retirarse. Después de casi obligarlo a servirse unos pasteles que trajo “especialmente para la ocasión” –dijo-, le entrega un pequeño paquete de regalo que Alfredo le dejó para que le fuera entregado. Al abrirlo se encuentra con un hermoso reloj pulsera, el mismo que Cristian le admirara varias veces al vérselo puesto. Una pequeña tarjeta decía:
“Para mi querido y amado sobrino, a quien quiero mucho y prometo cuidar siempre... Tu tío y amigo... Alfredo”.
El joven no puede evitar sus lágrimas espontáneas, producidas por un profundo dolor en el pecho. Se siente tan podrido, tan desleal.
—Ay, pobrecito... se emocionó –dice doña María entrecruzando sus manos–. Debes quererlo mucho ¿verdad?
El último comentario de doña María solo logra que las emociones del joven se sacudan más y rompa a llorar. Nélida aprovecha la situación para abrazar inocentemente al joven.
—Alfredo y yo también te queremos mucho –dice fingiendo ternura–. Te vamos a cuidar muy bien cuando vivamos juntos, después que nos casemos.
El comentario de Nélida logra que las lágrimas sinceras de Cristian se detengan abruptamente. Después de agradecer las atenciones a doña María, el joven se disculpa y se retira a su cuarto. Nélida se le queda observando con una sonrisa de satisfacción.
Al llegar a su cuarto, Tito le sale al encuentro.
—Oye, compadre, ¿dónde te habías metido? ¿Te acuerdas que te dije que íbamos a organizar un carrete por tu cumpleaños?
—Ah, sí. Lo recuerdo. Pero perdóname Tito, no tengo ánimo para nada, la verdad es que me siento bastante mal, y lo único que quiero es acostarme.
—Puchas, menos mal.
—¿Menos mal?
—Si, pu’ compadre. Lo que pasa es que se nos “chingó” el carrete. Surgieron unos problemas con algunos locos del grupo. Así que vamos a tener que dejarlo para otro día. ¿No te enojai’?
—¿Enojarme?... Al contrario. Me alivia, porque tengo un dolor de cabeza que no me lo aguanto.
—Lo que te falta a vo’ compadre, es debutar con una mina, y se te van a pasar todos los malestares, Ja, ja, ja.
Cristian apenas responde con una mueca al disparate de Tito. Obviamente no le causa ninguna gracia.
Después de tomarse una pastilla para el dolor de cabeza, se acuesta a medio vestir. Sus negros pensamientos lo sumen en angustia y desesperación. La soledad de su cuarto se vuelve gigantesca, intolerable, insoportable. Las palabras de doña soledad resuenan en su mente. ¿Cómo se resolverá este enorme problema? Solo Dios lo sabe... solo Dios lo sabe....

FIN DEL CAPITULO 17

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