lunes, octubre 29, 2007

—LA FIESTA— Cap. 10

La casa del "Piojo" está ubicada en un pasaje angosto del barrio colindante. El pasaje, malamente iluminado, le produce una sensación extraña a Cristian, como si estuviera inmerso en una de esas películas de policías y maleantes. Fuera de la casa, de bloques sin estucar, cuatro muchachos adolescentes ríen y conversan animados, mientras fuman un cigarrillo que se pasan unos a otros. Dentro de la casa, completamente a oscuras, se escucha música popular, a todo volumen.
Las muchachas saludan a Tito con un beso en la mejilla, mientras miran de reojo a Cristian. Los dos muchachos adolescentes saludan con un golpe de palma a Tito.
—¡Oye!, que bonito tu peto, Vero. ¿Lo vamos a desamarrar más tarde? –bromea Tito, dirigiéndose a una de las muchachas.
—Ay, que soi' pesado negro. ¿Y quién es tu amigo? –responde la jovenzuela, de unos 15 años, vestida con unos jeans azules y peto rojo, amarrado a la espalda.
—Les presento al "vacan" Cristian, él es sobrino de don Alfredo, el compadre que vive en mi casa. Llegó la semana pasada de Ovalle –dice Tito, mientras recibe el cigarrillo de mano de la muchacha, dándole una "pitada".
—Hola, Cristian –le saluda con un beso en la mejilla la otra muchacha, de unos 17 años, agraciada de rostro y bonita figura. Lleva puesto un vestido corto, de seda azul–. Llámame Dina. Oye, no está nada mal tu amigo, Tito. ¿Me lo prestas pa' bailar con él?
—Claro pu', loca. Eso sí, no me lo aprietes mucho, mira que es medio tímido, y capaz que se nos asuste y salga "apretando cachete", ja, ja, ja.
Cristian no puede evitar sentir que el rubor le sube por las mejillas. Las bromas de Tito logran avergonzarlo, por lo que sonríe tratando de parecer lo mas calmado posible. Los muchachos saludan a Cristian del modo que ya aprendió con Ulises, su compañero de curso.
—Este es el "Piojo", el dueño de casa, compadre –dice Tito a Cristian, cuando éste le saluda–. Tú ya lo conociste en la mañana, en el partido. –El “Piojo”, de unos 18 años, lleva puesta una camiseta deportiva de un club de primera división, y pantaloncillos cortos–. Y él –indicando al otro muchacho–, es el Roni, hermano del Jhony y de Dina.
—Que tal, socio. ¿Quieres una pitada? –pregunta el Roni, queriendo parecer condescendiente. Jovenzuelo de unos 16 años, rubicundo, de ojos claros, lleva puesta chaqueta de cuero y jeans.
—No, gracias. No fumo –responde Cristian, algo nervioso.
—No te preocupes. Si sigues juntándote con nosotros, vas a terminar fumando como chimenea de amasandería, compadre. Ja, ja, ja, ja –interviene el “Piojo”.
—Este es el segundo "Mino" que conozco que no fuma –dice "la Vero", mientras da la última pitada al arrugado pucho, tirándolo al suelo.
—¿Ah sí?. ¿Y quién es el otro? –pregunta intrigada Dina, la hermana del “Jhony”.
—El cura de la Iglesia, Ja, ja, ja, ja –irrumpe en una escandalosa risotada, mientras los demás se unen a su jolgorio, menos Dina quien da un pellizco en el brazo a su amiga.
—¡Ay, tonta, que me duele! –protesta "la Vero"–. Esta loca cree que tengo los brazos de fierro.
—Eso es para que no me estís' balanceando –responde Dina, mientras toma del brazo a Cristian–. ¿Vamos a bailar, Cristian?
Sin esperar la respuesta del muchacho, lo conduce hacia dentro de la casa, entre cuerpos que se mueven frenéticamente y que Cristian apenas puede esquivar, por la total falta de iluminación. El joven recuerda que la última vez que bailó, fue en casa de Atilio, para su cumpleaños, y en esa ocasión no lo hizo muy bien, al menos eso es lo que él piensa. Pero ahora nunca sabrá si bailó bien o no. ¡Nadie lo verá en la oscuridad!. Después de todo, la oscuridad ayuda bastante a que no se note el rubor que ha invadido sus mejillas. En un momento se mueve lo mejor que puede, pero no puede ver si está frente a Dina, o a otra muchacha. Solo ve siluetas en la oscuridad, puesto que sus ojos no se acostumbran a la penumbra.
— " Oye Dina, ¿Quién es el 'mino'..."? –escucha susurrar entre la música, a alguna muchacha.
—" Un amigo" –responde Dina, lo que permite a Cristian saber que aún está junto a ella.
—" Está super-rico". –se escucha, entre risitas nerviosas.
—"Sí".
—"Preséntamelo".
—"Después".
—"¡Ay!, cuidado"
—Perdón –dice Cristian al percatarse que ha dado un codazo involuntario a alguna invisible muchacha.
— "Está bien, ‘papito’, no te preocupes."
Cristian siente cierta preocupación, al notar lo desinhibidas que son las amigas de Tito. No está acostumbrado a que lo "acosen" así. Le preocupa no poder controlar el rubor de sus mejillas y el temblor de la voz, cuando se pone nervioso. ¡Ojalá no enciendan la luz!. Al fin termina la música. Cristian trata de caminar hacia algún costado de la habitación, pero parece que nadie quiere moverse de su lugar. Antes de que logre su propósito, la estridente música comienza de nuevo.
—¡Vamos, Cristian, sigamos bailando! Está super buena la música –dice Dina, tomándolo de la mano, al notar las intenciones de fuga del muchacho.
—Yo...
—La música no deja oír su débil protesta, de modo que nuevamente se encuentra moviéndose, al son de la música tropical, y de los gritos y risas de los otros bailarines. Después de un rato, en que parece que la cabeza se le va a caer de los hombros por la vibración de los parlantes, Cristian “ve” con alivio que el tema termina. El encargado de poner la música, toca un bolero de Luís Miguel, ante los gritos de los solicitantes.
— “¡ Ya locos, aprovechen de “agarrar” de todo, ja, ja, ja!” –se escucha desde un rincón oscuro de la habitación, ante la risa de los bailarines, y las protestas de algunas muchachas.
Dina se ha asegurado de retener de la mano a Cristian, hasta que el tema comienza. Se cuelga de su cuello con sus dos brazos, poniendo su cabeza en el hombro del muchacho, quién, perturbado, solo atina a seguir como puede los pasos de Dina al bailar. Para ese momento sus ojos se han estado acostumbrando a la oscuridad, de modo que distingue mejor al grupo de jóvenes de diversas edades que, ahora en silencio, bailan apegados entre las bromas esporádicas de los que observan desde fuera de la pista de baile. Al final del tema, Dina le ofrece un vaso de licor con bebida. Después de tomarlo, Cristian se apresura a disculparse, inventando un urgente deseo de ir al baño, con el propósito de liberarse de su fogosa compañera de baile.
—Mira, tienes que salir por esa puerta –indica la muchacha–, y luego en la segunda puerta, a mano izquierda, está el baño. Golpea primero, para ver si está ocupado. Te espero ¿ya?
Con cierta dificultad, Cristian se abre paso entre los jóvenes. En el pasillo que indicó Dina, solo hay una puerta, al lado izquierdo. Pensando que la muchacha tal vez se equivocó al darle las indicaciones, pulsa suavemente la manilla para comprobar que no esté ocupado. Al constatar que la manilla da vueltas, abre la puerta percatándose de que se trata de uno de los dormitorios. Dos jóvenes, un muchacho y una jovencita sentados en el suelo, comparten por turnos un maltrecho ‘mono’, cigarrillo de cocaína. Otro joven, recostado sobre la cama, a quién Cristian reconoce como el “Johny diez pesos” se percata de su presencia.
—Miren a quién tenemos aquí –dice incorporándose con dificultad, tratando de mantener abiertos sus somnolientos párpados–. ¡El mismísimo “tumba”!. Hola “Tumba”. Putas’, de veras que no le gusta al socio que le digan “Tumba”... ja, ja, ja... Pasa compadre, siéntate aquí conmigo socio.
La insistencia del “Johny”, derrota la débil resistencia de Cristian, a quien casi obligan a sentarse al lado de la muchacha un tanto robusta, de unos 17 años.
—¿Cómo te llamai’, loco? –pregunta la muchacha, expulsando una bocanada de humo en la cara de Cristian, quien debe entrecerrar sus ojos.
—Cristian.
—Pero podís’ decirle “el Tumba” –interrumpe el “Jhony”, haciéndose el gracioso–, por que el socio es mas callado que... que... que puchas’ que es callado, Ja, ja, ja... ja, ja, ja.
—Toma. Pégate una “pitiá” –dice la muchacha, mientras le ofrece el “mono”.
—No, gracias –responde perturbado–. Yo no fumo.
—Pégate una “pitiá”, pu’ loco –insiste el “Jhony”–. Así te hací’ hombre. Si no vai’ a ser “fleto” igual que este loco. Ja, ja, ja. –dice el muchachón, meneando la cabeza del otro muchacho que bebe cerveza sentado al lado de la cama, y que apenas logra sonreír tratando de abrir los ojos, absolutamente borracho.
Finalmente Cristian coge el pucho, simulando aspirarlo para evitar más presión de parte de los jóvenes. Al tratar de incorporarse con disimulo, escucha un extraño jadeo al otro lado de la cama. Al mirar en esa dirección se percata de la presencia del “Jote”, violando sobre el piso, a una muchachita adolescente, la que parece estar completamente drogada. El hombrón, al percatarse de la mirada de Cristian, reacciona con molestia...
—¿Qué estái’ mirando? ¿No sabís que a los “sapos” los violamos y los dejamos “ranas”, loco?
—Oye, si al “Tumba” lo vamos a hacer macho, pu’ loco, no “macha”, ja, ja, ja –interviene el Jhony, pellizcando uno de los glúteos de Cristian.
Cristian, con sus ojos desmesuradamente abiertos por el susto, se aproxima hacia la puerta para retirarse apresuradamente del lugar. El “Jote” se incorpora rápidamente y detiene al asustado joven por la solapa.
—¿No sabís’ que es mala onda andar metiendo las narices donde no te invitan, “tumba”? –dice entre dientes, y de manera no muy amable.
—Perdón, yo no sabía... –contesta el asustado joven, sin atinar a decir nada más.
—¿Lo vas a dejar ir así no mas, “Jote”...? –pregunta el otro muchacho borracho, con mirada cínica y burlona.
—Claro, porqué no pu’ –responde el “Jote”, sacando una cortaplumas del pantalón y poniéndola cerca de cuello del asustado muchacho-. Si el “Tumba” no es tonto y sabe hacer honor a su “chapa”, ¿verdad “Tumba”?
—¿Hacer ho..honor ... a qué dice...? –balbucea pálido el angustiado joven, mientras echa su cabeza hacia atrás, mirando de reojo la hoja del cortaplumas.
—¿Me estai’ vacilando, ‘tumba’? –responde el “Jote”, dando una mirada interrogativa al “Jhony diez pesos”, como pidiéndole su opinión. El “Jhony” solo se limita a sonreír sin responder.
—“Te las vió”, “Jote”, ja, ja, ja –incita de manera provocadora, el otro jovenzuelo.
—Es que no entiendo... –se disculpa Cristian, como suplicando.
—Parece que es cierto que no entiende, “Jote”. Este cabrito es medio ganso. –dice el “Jhony”. Dirigiéndose ahora a Cristian, dice: –Se refiere a que de esto que viste, no tenis’ que abrir el “toyo”. ¿Entendís’ ahora, loco?
Cristian supone que por “no abrir el toyo”, el “Jhony” querrá decir no abrir la boca. De todos modos no piensa preguntárselo. Lo único que desea ahora, es estar lo más lejos de ahí. El “Jote” después de dar unas palmaditas en la mejilla del joven, quién le asegura enfáticamente que no dirá nada, le recomienda que no vuelva a aparecerse por ahí. Acto seguido, cierra la puerta y pasa el pestillo.
Después de la desagradable experiencia, ahora de verdad tiene enormes ganas de evacuar su vejiga. Afortunadamente ve salir a alguien, de una de las dos puertas de enfrente, comprobando la verdadera ubicación del W.C. Su cabeza da vueltas. La música estridente, el humo de los cigarrillos, y sobre todo, su última experiencia, terminan por producirle unas fuertes ganas de vomitar. Agradece que el volumen de la música amortigüe el ruido que hace al voltear su estómago. Después de salir del W.C., se dirige sigilosamente hacia la puerta de entrada, procurando no llamar la atención, especialmente de Dina, a quien ve bailando con Tito y levantando su cabeza, como atisbando para encontrarse con él. Sin embargo no puede escapar de la mirada de la “Pita” y del Roni, quienes aún permanecen fuera de la casa, besándose.
—¿Qué pasa, socio? ¿Ya te vas? ¿Tan temprano? –pregunta insistente el jovenzuelo.
—Sí, la verdad es que me siento muy mal. Parece que el licor me descompuso el estómago. Es que no estoy acostumbrado –se disculpa.
—¿Quieres que llame al Negro? –pregunta la “Pita”.
—No, no, por favor –se apresura a decir el joven–, prefiero que no lo molestes. Después de todo yo sé el camino, no te preocupes por favor. Después le dices que me fui, por favor. Gracias.
—Está bien, papito.
Cristian sabe que si Tito se entera que se va a casa, hará cualquier cosa por retenerlo, de modo que se apresura regresando por el camino por el cual se vinieron.

Al avanzar unas cuantas cuadras camino a su pieza, se percata de un grupo de unos veinte jóvenes en una de las esquinas de más adelante. Temeroso, cruza hacia la vereda de enfrente para no pasar cerca de ellos. Suficiente ha tenido con el susto en la fiesta. Sin embargo comprueba con horror, que ellos también cruzan, con el fin de quedar en su camino. Por un momento se queda paralizado. Presume que si regresa el camino, será muy evidente su temor, lo cual podría alentar a los del grupo. Si vuelve a cruzar a la vereda de enfrente también quedará en evidencia. No sabe qué hacer. No tiene que pensar por mucho rato; una joven de unos 18 años aproximadamente, pelo largo, hermosamente negro, de pantalones de cuero y chaqueta, se acerca decidida, seguida de otros dos muchachos.
—Hola, socio. ¿Tenís’ fósforos? –pregunta mirándolo a los ojos, sosteniendo un cigarrillo apagado en su mano.
—No... no fumo. Lo siento –contesta nervioso.
—¿Vienes de la fiesta? –pregunta uno de los jóvenes que acompañan a la muchacha.
—¿De la fiesta? ¿Cuál fiesta? –responde Cristian, en una reacción instintiva de sobrevivencia.
—De la fiesta de los “Gatos”, pu’ socio. ¿Pa’ qué te hací’? –dice el otro jovenzuelo, mirándolo fijamente para ver su reacción.
—¿Los gatos?. En serio,... yo no conozco a los “gatos” como le dicen ustedes –responde nervioso.
—Oye, lindo, yo no te he visto nunca por aquí. ¿Eres de por aquí? –pregunta la muchacha, jugueteando con el cuello de la camisa del joven.
—Bueno, sí. Llegué hace como una semana no mas, de Ovalle. Vivo con mi tío –responde, con voz casi entrecortada.
—Yo sí te he visto en alguna parte, compadre... –dice uno de los jóvenes.
—¿A mí? –pregunta extrañado–. A lo mejor en el liceo...
—¿Vo' estudiai' en el Liceo Industrial, loco? –pregunta el joven que dice haberlo visto.
—Si. ¿por qué?
—Ahora recuerdo. Tú eres del curso de la Flaca “Pitillo”. El otro día te vi en el patio conversando con ella.
—¿Quién es la flaca “Pitillo”? No la ubico.
—La Nuri Zamora, del segundo de minas pu’ loco. ¿No sabís’ que le dicen “la Pitillo”?
—No. No tenía idea –responde Cristian, un tanto aliviado, sin saber por qué.
—Ella es mi "pierna", loco –dice el muchacho–. Pero ahora andamos peleados. ¿Tú “andai” con ella”, socio?
—¿Andar?
—Sí, pu' loco.
—¿Cómo “andar”?...
—Andar, pu’ loco. “Atracar”, “manosear”, “babosear”. ¿No sabís’ lo que es “andar”? –el muchacho mira a sus amigos, como incrédulo–. Parece que es cierto que el socio no es de acá.
—Bueno, bueno, Claudio. ¿Y eso qué? –dice la muchacha adoptando una actitud de líder–. No estamos en una telenovela, cariño. ¿O sí?
—Oye, oye, tranquila, loca’. Solo quiero saber si el socio anda con la “pitillo” o no. ¿Me cachai, galla? –responde con firmeza el joven, tratando de no ser amilanado por la muchacha.
—Bueno, solo somos amigos –responde nervioso el asustado joven.
—Que bueno, por que esa “mina” es mía, loco –dice el joven, gesticulando y tocando el pecho de Cristian con su dedo índice–. No me gustaría tener que encajarte la "catana", por pasao' pa' la punta, compadre –amenaza el jovenzuelo, mostrando su cortaplumas.
—Oye, que bonito reloj –dice el otro muchacho alargando su mano para tomar el reloj de la muñeca de Cristian–. ¿Me lo prestas pa' verlo?...
—Ey, ey, ey. ¿Que pa' loco? –se interpone el muchacho que amenazó a Cristian–. Soy yo el que está cuenteando con el socio, compadre. ¿No es cierto socio?...
Mientras el muchacho guarda su cortaplumas en el bolsillo trasero del pantalón, Cristian, trata de tranquilizarse lo mejor que puede. Ahora le gustaría tener a su abuelo con él, para decirle qué hacer en estas circunstancias. El viejo siempre tenía salida para todo. Su mente se encuentra en blanco por el miedo que siente. En el fondo de su mente recuerda haber oído comentar a alguien, que ningún objeto de valor, vale la vida de una persona. Por lo que su principal preocupación ahora, es salir con vida de este difícil trance. En un momento de inspiración le viene una idea a su mente... tal vez...
—Si me permiten, me gustaría regalarle mi reloj a la señorita –dice, esforzándose por que no se note el temblor de sus manos, mientras se saca su reloj de la muñeca y se lo pasa a la muchacha, que con ojos sorprendidos por lo imprevisto de la situación, solo atina a recibirlo embobada.
—Oye, cabros –dice, con risa nerviosa, el sorprendido muchacho que inicialmente pretendía quedarse con el reloj del joven, mientras se dirige a los otros jóvenes que se han acercado al grupo–, ¡No nos habíamos dado cuenta que nos estábamos 'piteando' al viejo pascuero, ja, ja, ja.!
—Bueno, entonces me imagino que todos recibiremos regalos ¿verdad, viejo pascuero? –dice el muchacho al que llaman Claudio, y que amenazó a Cristian, mientras trata de sacarle la chaqueta.
—Déjalo, Claudio –interviene enérgicamente la joven, ante la sorprendida mirada de los demás–. Está bueno de leseo, vámonos...
—Pero Licha... –trata de protestar el jovenzuelo.
—Dije que nos vamos –insiste la muchacha, en medio de varias palabrotas, al estilo del mejor carretonero (sin agraviar a los dignos representantes de ese oficio). Me cayó super bien el "mino". Es todo un caballero, no como "algunos" que se creen 'pulentos' y no saben ni tratar a las damas –dice, mientras acaricia la barbilla de Cristian.
—¡Oye, se enamoró la Licha, ja, ja, ja.! –dice el Claudio, sin darse por aludido, mientras los otros jóvenes celebran su comentario, y las demás muchachas no dejan de molestarlo por las palabras que le "dedicó" la joven.
Finalmente el grupo se aleja, mientras la joven a quien regaló su reloj, contorneándose al caminar, no deja de enviarle miradas coquetas y seductoras. Cristian, no puede creer que haya salido bien de esa situación. Su "jugada", fue muy oportuna y hecha a la persona precisa. ¿Habrá sido su abuelo quien lo inspiró?. Sea como fuere, ya pasó. Y ahora apenas puede caminar con sus temblorosas piernas.

Al llegar a su pieza, trata de no meter ruido para no despertar a Alfredo. Apenas puede esperar para contarle su "experiencia". Pero, ¿será prudente contarle? ¿Y si se pone muy aprensivo y se preocupa en demasía? Pero tendrá que explicar la falta de su reloj... Podría mentirle... pero no. No le gustaría tener que mentirle a su tío. Él ha sido muy bueno. Alfredo entreabre sus ojos al sentir llegar a Cristian...
—¿Eres tú, flaquito?... ¿Qué hora es?
—Sí, soy yo. Perdona que te haya despertado. Deben ser como las doce y media –responde susurrando, rogando que su tío no pregunte la hora de manera más específica.
—Aah. Está bien. Hasta mañana, flaquito.
Alfredo se vuelve de costado y sigue durmiendo. El Joven se saca los zapatos y se mete bajo las tapas, para evitar más trámite. Le da pena que su tío tenga que dormir en el sillón, llegando tan cansado de su trabajo. Mañana le propondrá cambiar, ya que él es mas bajo de estatura y podrá acomodarse mejor en el sofá.
No puede evitar seguir pensando en los sucesos del día. "El partido" de la mañana, las palabras de Andrés Ävila, la fiesta, las amenazas del "Jote", el encuentro con el grupo de jóvenes que se quedaron con su reloj, en fin... Demasiadas cosas para un solo día... Pero también hubo cosas buenas: La llegada de su tío, el televisor nuevo, el haberse salvado milagrosamente del asalto de esta noche, y... el estar vivo, por supuesto.
Por ahora, la "indeseable visita", que se ha llevado a sus seres queridos, tendrá que seguir retozando, bajo la parra encaramada en la sombrilla fuera de la casa de su abuelo. Él no tiene intensiones de acompañarla todavía en sus tétricos paseos, en busca de la gente que ha llegado al final de su camino.


FIN DEL CAPÍTULO 10

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