viernes, junio 18, 2010

— Los secretos de Alfredo — Capítulo 19

“LOS SECRETOS DE ALFREDO”
Luego de darse un baño, Cristian se dirige a casa de Nélida. Espera que esté presente doña María. Solo de ese modo podrá poner en práctica los consejos del viejo “Poeta copete”. Lo extraño para él, es que el consejo del mendigo resulta casi idéntico al que le ofreciera la señora Soledad “La loca”. Casi se diría que se pusieron de acuerdo para aconsejarlo. Respira hondo. Sabe que necesitará mucho valor y sangre fría para llevar a cabo sus planes. Pero solo de ese modo su tío le creerá y podrá tomar una escisión sobre su relación con Nélida.

En casa de Nélida, las dos mujeres le reciben con mucho afecto y jolgorio. Doña María ya tiene dispuestos los cubiertos para el almuerzo. Un mantel nuevo decora la mesa. Después del almuerzo, y durante la sobremesa, doña María domina la conversación con sus cuentos graciosos y su risa caricaturesca.

— Ay, Cris’ —dice doña María, con entrecortada voz— Me da tanta penita que tu tío no haya podido estar aquí para tu cumpleaños ayer. Pero ¿sabes? Con tanta emoción y tanta lágrima, se nos olvidó cantarte el “cumpleaños feliz”, ji, ji, ji. Pero ahora te lo cantamos con Nila....

Después de cantar el estribillo unas dos veces (bastante desafinado por parte de doña María), las dos mujeres besuquéan en las mejillas al joven.

— Gracias —balbucea incómodo Cristian.
— Ay, mi amor, es lo menos que podemos hacer —dice Nélida.
— Me gustaría que una vez que llegue don Alfred’ pudieran venir los dos mas tarde –dice festiva, doña María–. Podríamos servirnos algunos dulces y bebidas, mientras Nélida y Alfred’ pueden bailar un poquito ¿No crees, Cris’?
— Sería bonito, sí. Me gustaría –responde el joven.
— ¿Te gustaría? –pregunta sorprendida Nélida.
— Si, me gustaría ¿Porqué? ¿Le extraña?
— No...es decir, sí... algo –responde confundida Nélida–. Es que siempre que te hemos invitado a venir en la noche, te has excusado.
— Es que ahora es por su cumpleaños, pues Nila –interrumpe doña María –. Es una ocasión especial verdad Cris’?
— Si, señora María. Lo único es que ojalá mi tío no venga muy cansado y no quiera.
— Bueno, si dice que no quiere, me avisas y yo lo voy a buscar –dice complacida Nélida, devorando a Cristian con sus ojos.

El último comentario de la muchacha hace pensar a Cristian, que las cosas saldrán mejor de lo que se había propuesto. Pareciera que el “Poeta copete” hubiera sido adivino o algo así.

Luego de visitar a la señora Soledad después de almuerzo y contarle los últimos pormenores del día, se dirige a su cuarto a dormir una siesta. Deberá estar muy calmado para lo que se avecina. Le divierte algo, la insistencia de la señora Soledad en conocer al viejo “Poeta Copete”. Si hasta le pidió que uno de estos días le invitara a tomar onces con ellos y el Antuco. “Haz todo lo que ese buen hombre te recomendó, hijo” —le había dicho— “No puedo imaginar mejor consejo”.

Luego de dormir un poco, se dirigió a tomar onces donde doña María. Nélida estaba muy eufórica con la idea de tener a Alfredo y Cristian en una “velada íntima” como ella la había catalogado. Luego de preparar los pormenores, Cristian se dirige a su cuarto como a las 21:30 horas a esperar a Alfredo, cuando éste baje de la minera.

Como a las diez de la noche Alfredo llega al cuarto. Luego de saludar efusivamente a Cristian por su cumpleaños, se da un baño mientras canta a todo pulmón. Cristian no puede dejar de reír al recordar las palabras de Tito en cuanto al canto de su tío. El recuerdo de Tito, le hace volver su dolor de estómago. Sabe que deberá contarle a su tío todo el problema en que Tito está metido. Paciente espera que Alfredo se cambie ropa.

— ¿Sabes, sobrino regalón? Vengo tan cansado que de buenas ganas me acostaría sin comer. No tengo ni ganas de ir donde doña María.
— Ellas quieren que vayamos los dos a tomar unas bebidas y dulces, por mi cumpleaños.
— ¿Ah sí? ¿Y tú quieres ir?
— La verdad no me anima mucho la idea, pero las vi tan entusiasmadas, que les dije que bueno.
— ¡Puchas!. Qué le vamos a hacer. Tendremos que hacernos los amables no más.

A Cristian le salta el corazón desbocadamente, pero sabe que debe actuar. Se arma de valor para tocar el tema a Alfredo.

— Alfredo. Tengo algo muy delicado que decirte...
— ¿Algo delicado? ¿Qué pasa sobrino? ¿Te ocurrió algo malo? .

Alfredo no puede disimular su preocupación que se refleja en su rostro.

— En realidad... sí. Pero quiero pedir tu paciencia y me permitas decírtelo... de...una manera especial...
— ¿Especial? No te entiendo Cristiancito... me estás preocupando.
— Tiene que ver con Nélida... pero...
— ¿Nélida? ¿Qué hay con ella? ¿Le pasó algo?
— No.... no. No es eso... pero
— No me vayas a decir que te faltó el respeto –dice Alfredo en tono serio–. Porque soy capaz de ir a ponerla en su lugar de inmediato.

Cristian abre sus ojos estupefacto. Nunca imaginó que su tío se pusiera así de su parte, aún sin escuchar su relato. Casi tartamudeando sigue con sus palabras...

— ¿Cómo sabes....?
— Sobrino... Si no soy tonto, ni tengo la cara de imbécil. ¿Crees que no me doy cuenta cómo te mira y te provoca? ¿Qué te hizo, Cristiancito?
— La verdad es que me gustaría que tu escucharas de ella lo que pasó, y por eso quiero pedirte un favor. No quiero que ella niegue lo que hizo y me culpe a mí –dice Cristian bajando la vista perturbado.
— Mira sobrino.... Cualquier cosa que tu me cuentes, es para mi la verdad absoluta. Yo te conozco mas de lo que tu te imaginas. También la conozco a ella, y sé las cosas que se dicen de ella en el barrio. De las cuales, estoy seguro, muchas deben ser verdad.
— ¿Lo sabes?
— Por supuesto, pues Cristian. Si no soy ningún cándido.
— ¿Y entonces...¿ Porqué pololeas con ella?...
— Ay, sobrino regalón –dice Alfredo abrazando a Cristian tiernamente y acariciando sus cabellos–. Hay cosas que no he podido contarte aún. Pero confía en mi. Hay razones de peso que con el tiempo te contaré.
— Gracias por confiar en mi, Alfredo –balbucea emocionado Cristian, mientras se abraza fuertemente a su tío, cediendo a las lágrimas.
— Sobrino, sobrino... –responde Alfredo emocionándose también.
— Y yo que quería hacer que ella lo reconociera sin que se diera cuenta.
— ¿Ah sí? –responde mas repuesto Alfredo y soltando a su sobrino–. ¿Y cómo pensabas hacerlo?
— Quería pedirte que te escondieras en el Ropero de plástico y yo traería a Nélida a buscarte. Y cuando pensara que estábamos solos, le preguntaría de porqué me hizo lo que hizo, y así tu podrías escucharlo.
— Ay, Cristian, ya me estoy imaginando lo que te hizo, y me parte el alma por ti –dice Alfredo llevándose sus manos a la cabeza, visiblemente perturbado y apenado.

— Yo creía que tu te enojarías conmigo por traicionar tu confianza....

— ¿Enojarme contigo? Por supuesto que no, pues sobrino. Con quien estoy furioso es con ella, por aprovecharse de mi confianza y tu candidez.



Cristian relata todo el penoso episodio del día anterior a Alfredo, quien mudo por la impotencia, escucha a su sobrino, casi sin poder creer de lo que fue capaz Nélida. También Cristian le relata los consejos que le dieron la Señora Soledad y el Poeta Copete, cosa que divierte y enternece al mismo tiempo a Alfredo, manifestando que le gustaría mucho conocer a ese interesante personaje de la playa. Luego de tranquilizar a Cristian, Alfredo decide ir a la “velada íntima” preparada por su Polola, como si nada hubiera sucedido.



— ¿Le dirás que yo te conté...? –pregunta preocupado Cristian.

— No, sobrino. Esto es lo que haremos por ahora: No le diremos nada a esa... a esa descarada. La dejaremos que crea que nos tiene engañados a los dos. Debo hacer algo antes, y no puedo enemistarme con ella todavía. Ya lo entenderás.

— Pero... ella tratará de....

— No te preocupes por eso, Cristian. No tendrá oportunidad de hacerlo. La próxima semana es muy probable que mi empresa me cambie a una faena en la ciudad. No tendré que subir más a la minera. Así nos veremos todos los días y no tendrás que estar a solas con ella.

— ¡Qué buena noticia, Alfredo! ¡Podremos vernos todos los días!

— Así es. Y pronto te tendré otra sorpresa que te alegrará más aún. Pero por ahora permíteme no contártelo ¿si?

— Está bien...”Alfred” –responde sonriente Cristian, recuperando su buen humor.

— ¿Y cómo ha estado Tito? ¿Sigue invitándote a sus fiestas locas?

La pregunta de Alfredo le hace retorcer sus intestinos. Casi había olvidado ese otro trago amargo. Con calma y con tino, relata a Alfredo todo lo que oyó de la conversación de Tito con el traficante de drogas. Alfredo responde tomándose el mentón, con un dejo de preocupación, pero muy ensimismado en sus pensamientos. Casi se diría que la noticia no le ha sorprendido en lo absoluto.



— ¿Crees que Tito esté enviciado con las drogas, Alfredo? –pregunta con preocupación Cristian.

— Espero que no, Cristian. Pero independiente de eso, lo que está haciendo Tito al vender drogas, es algo muy peligroso y además un delito muy grave. Lo lamento por su familia, ya que son unas lindas personas. Cómo pudo ese muchacho necio involucrarse en eso... Espero no sea demasiado tarde para ayudarlo.



Tío y Sobrino se abrazan emocionados. Después de un momento, se dirigen a casa de Nélida. Por acuerdo de ambos, Cristian se esfuerza para no hacer sospechar a la muchacha que su tío ya lo sabe todo. Nélida no percibe nada anormal y de vez en cuando guiña un ojo a Cristian. Alfredo también lo hace, lo que no deja de divertir a Cristian ante tan extraña situación. Después de bailar un poco con Nélida, Alfredo se excusa por su cansancio y junto a Cristian se retiran a su cuarto a descansar.



Las palabras de su abuelo resuenan en la mente de Cristian...



“Los viejos tienen la sabiduría del tiempo, chatito, si tan solo los jóvenes supieran prestar atención a sus consejos... ¡cuantos problemas se evitarían!”.



Ese Lunes Alfredo cumplió su promesa a Cristian, y después de clases le llevó a un restauran del centro a comer comida china. Cristian estaba encantado con los pequeños fritos llamados “wantan”. Cristian le observa complacido. Luego de servirse una carne picante que fascinó al Joven, Alfredo le llevó al cine.

De regreso en su cuarto, Cristian pasa al pequeño cuartucho de WC. Al regresar al cuarto, su tío toma su lugar en el baño. Cristian nota en el ropero de plástico el pequeño bolso negro con el que su tío llegó de la minera, semi-abierto. Un objeto brillante asoma por el cierre medio descorrido. La curiosidad lleva a Cristian a ver mas de cerca el objeto. Su corazón da un vuelco al notar que se trata de un revolver. Sin poder evitarlo lo toma en sus manos justo cuando Alfredo entra al cuarto. Cristian lo mira pálido, con el revolver en su mano.



— ¡Cristian! –alcanza a exclamar Alfredo, mientras su sobrino lo mira atónito y boquiabierto.

— Perdón... yo, yo....

— No te disculpes, el necio soy yo por haber sido tan descuidado.



Un torbellino de ideas pasa por la mente de Cristian. Se imagina a su tío involucrado con los narcotraficantes, delincuentes o quizás qué otra calamidad absurda... Alfredo se apresura a tomar el arma de las manos de su sobrino, y la mete al fondo del bolso de mano. Luego se sienta en la cama, e invita con un gesto a Cristian a sentarse a su lado.



— Mañana –dice lentamente, como tratando de tranquilizar al joven–, faltarás a clases e iremos a un lugar en el centro de la ciudad. Creo que ha llegado el momento de que lo sepas todo. Solo te pido que confíes en mi y no pienses nada malo. No estoy metido en nada ilegal, si es eso lo que te preocupa. Pero prefiero que veas con tus propios ojos la situación y así no tendrás dudas acerca de mi. Alfredo abraza fuertemente a su sobrino, para infundirle ánimo y afecto.



Esa noche, Cristian apenas puede conciliar el sueño. Los últimos sucesos de estos tres días han sido demasiado para él. Y ahora esto. Su llanto quedo finalmente lo sume en un profundo letargo.



Al día siguiente, temprano, sin desayunar, se dirigen al centro en un taxi colectivo. Al llegar al centro, se encaminan a un edificio antiguo, alto, de unos cuatro pisos, ubicado en una calle no muy céntrica. Al llegar, Cristian nota que todos los que están allí saludan con cierta familiaridad, pero al mismo tiempo con formalidad a su tío. Un hombre, formalmente vestido, los hace ingresar a una oficina espaciosa y sobria. Cristian nota en las paredes, algunos cuadros que contienen diplomas y pergaminos. Unas letras grandes, en metal, se encuentran justo arriba del escritorio principal “POCE”. Ambos toman asiento en un cómodo diván de cuero. Alfredo solo se limita a sonreír a su sobrino sin emitir palabra. Al cabo de unos instantes, un hombre grueso, medio calvo, formalmente vestido, ingresa a la oficina. Alfredo se pone de pié de forma automática.

— Buenos días Capitán.

— Buenas, Antonio... ¿Este es tu sobrino...? –pregunta el hombre tomando asiento e invitando con un además a Alfredo a hacer lo propio. Cristian ha permanecido sentado, pero muy nervioso. Aún no entiende nada de lo que está pasando, y menos el porqué el hombre ha llamado “Antonio”, a su tío..

— Si, Capitán. Este es mi sobrino de quien le hablé.

— ¿Estás seguro de lo que estás.....?

— Sí, señor –responde Alfredo sin dejar terminar la frase al oficial–. Creo que ya no se puede esperar más.

— Está bien. Si tú así lo quieres. Sin embargo te recuerdo los riesgos envueltos en esto...

— Lo se, capitán. Estoy conciente de ello. Asumo las consecuencias.

— Bien... Tu decides, aún cuando conoces mi opinión.

El hombre se queda mirando un largo instante a Cristian, observándolo detenidamente, con sus manos tomadas, como si quisiera escrutar hasta los más mínimos detalles de la figura del joven. Luego se reclina hacia atrás en su sillón y por fin, le dirige la palabra al joven que le observa intrigado.

— Jovencito.... Seguro te preguntarás qué es todo esto y porqué tu tío te ha traído aquí. Bueno, te diré que estás en las oficinas de la policía civil, y este es el departamento de operaciones encubiertas.

Cristian da una mirada de interrogación a su tío, quién solo atina a hacerle un gesto para que siga escuchando las explicaciones del oficial.



— Tu tío... Alfredo es lo que podríamos llamar un policía secreto en operaciones encubiertas. Trabajamos infiltrándonos en células delictivas para desbaratar sus operaciones de narcotráfico. Estamos en medio de una operación que ya a durado unos ocho meses, y de la cual esperamos aprehender a un importante grupo de narcotraficantes que operan en la zona.



El oficial hace una larga pausa, como si dudara en entregar información a este joven adolescente a quien acaba de conocer y que le mira con cara de asustado. Luego de dar una mirada de resignación a Alfredo, continúa su explicación...



— Algo que debes saber, jovencito, es que los riesgos que corre tu tío, son sumamente altos. Por ello es imperativo que todo lo que has escuchado aquí, y lo que de seguro te enterarás con relación a este caso, debe permanecer absolutamente confidencial. Nadie más debe enterarse de esto... ¿Entiendes lo que digo, hijo?

— Sí, señor. Entiendo –responde casi susurrando al oficial.

— ¡Excelente! No pretendo asustarte, pero tu tío arriesga su vida cada día en esta operación –continúa el capitán, con su seño fruncido y con voz grave–. Podrás imaginar lo que le sucedería si esos delincuentes se llegaran a enterar que tu tío es policía.

Cristian siente que todos los bellos de su cuerpo se le erizan. Una angustia creciente por Alfredo y lo que le pudiera ocurrir, le hace dar una mirada agónica a su tío. Alfredo lo tranquiliza poniendo su mano sobre su brazo derecho.



— Bien –concluye el oficial, poniéndose de pié y poniendo fin a la conversación–. No creo necesario que debas saber nada mas de todo este asunto, por tu propia seguridad y la de tu tío.



El oficial extiende la mano a Cristian, a modo de despedida. Después de murmurar algunas instrucciones a Alfredo, se retira de la oficina, dejando a los dos jóvenes solos en el despacho. Apenas el capitán cierra la puerta, Cristian no puede mas guardar la compostura y se deja caer abrumado en el sillón. Alfredo se sienta a su lado y le tranquiliza.



— Tranquilo, sobrino regalón –le dice con afecto–. La cosa no es tan terrible como parece.

— Pero Alfredo... el señor dijo que arriesgas tu vida todos los días... –protesta quedo Cristian–. ¿Te imaginas que te pase algo terrible? Quedaría solo en el mundo, no tengo a nadie mas que a ti.



Lágrimas sinceras salen de los ojos brillosos del joven. Se le hace una enorme tragedia solo pensar en quedarse solo sin su amado tío. Alfredo sin agregar palabra lo abraza tiernamente, mientras se pone de pie invitando a hacer lo mismo a su sobrino con un gesto.



— Vamos, iremos a desayunar en el centro y ahí conversaremos del tema. No te preocupes demasiado. No es primera vez que estoy en este tipo de peligros, y sé cómo cuidarme.



Luego de caminar unas cuadras hacia el sector céntrico de la ciudad, ingresan a un café. Alfredo busca un rincón apartado de los pocos clientes que hay en el local a esa hora de la mañana. Luego que el encargado les trae el pedido para desayunar, Alfredo inicia su explicación a su sobrino.

— Mira Cristian. Lo que te dijo el capitán, debes tomarlo con tranquilidad. El exageró un poco el asunto para que tu no vayas a comentar esto con nadie. Él no te conoce y seguramente pensó que, por ser adolescente, serías imprudente con esta información.

— Pero yo jamás imaginé que tu....

— ¿Qué fuera policía? Bueno, es lo que siempre soñé ser. Desde que tenía mas o menos tu edad, que quise ingresar a la policía civil.

— ¿Y desde cuándo eres policía?

— Desde hace unos diez años, mas o menos...

— ¿Y nunca se lo dijiste a nadie?

— Bueno, cuando quise ingresar a la escuela de investigaciones, tu abuelo, mi padre, se opuso enérgicamente. Cuando cumplí los dieciocho años me fui a la capital sin su consentimiento. Por eso que estuvo molesto conmigo por mucho tiempo.. Aunque nunca le dije que había ingresado a la policía, el viejo parece que lo sospechaba. Una vez llamó a la escuela policial preguntando si yo estaba matriculado. Como yo ya había advertido a la telefonista que él podría llamar, lo negaron.

— ¿Y por qué te viniste a Antofagasta?

— Bueno en realidad, me asignaron a esta prefectura una vez que egresé de la Escuela. Después de unos años, me ofrecí para trabajar en el POCE, y me aceptaron.

— ¿Qué es “POCE”? Recuerdo haber visto esas letras en la pared de la oficina donde me llevaste.

— Son las siglas para “Policía Civil Encubierta”. La verdad es que no a cualquiera aceptan en esta división. Deben ser personas de una alta moralidad y espíritu de servicio. Es personal de suma confianza de la jefatura.

— Pero... ¿Y tu trabajo en la compañía minera?

— Ah, bueno. Esa es una fachada que uso para mi trabajo policial.

— ¿Quieres decir que no es un trabajo verdadero?

— Oh, no... Claro que es verdadero. Solo que no es importante. Uno de los oficiales me consiguió ese empleo. Llevo varios años trabajando con un subcontratista. Como se supone que yo doy atención calificada en máquinas para la minería, puedo ingresar y salir libremente de la faena, sin despertar sospechas. Como uso radio comunicadores para las faenas, nadie sospecha que al mismo tiempo es mi comunicador con la prefectura. Precisamente este trabajo me permitió entrar en contacto con el grupo de narcotraficantes que estamos investigando.

— ¿Y has estado en mucho peligro? Me refiero ¿qué te pudieran matar?

— Bueno, no es tan terrible como te lo pintó el capitán, pero sí una vez estuve en verdadero peligro cuando estuvieron a punto de descubrir que era policía.

— ¿Y cómo sucedió?

— Uno de los delincuentes me escuchó hablando con el capitán por el radio trasmisor, y me siguió por varios días sin que yo lo notara.

— ¡Qué susto! ¿Y Cómo....?

— Bueno, cuando me di cuenta que me seguía, lo increpé con rudeza, y amenacé con matarlo si me seguía molestando. Dentro de los narcotraficantes, me tienen cierto respeto, pues creen que maté a uno de los delincuentes más temidos.

— ¿Y lo mataste?

— Bueno, no. Lo hizo otro de los delincuentes, pero ellos no lo supieron. Creen que lo hice yo. No me he molestado en desmentirlo, pues me sirve como protección.

— ¿Y el que lo mató no te delató?

— Difícil que lo haga. Está muerto.

— ¿Lo...?

— No. Yo no lo maté. Se ahogó nadando borracho en la playa. Eso fue muy providencial para mi.

— Y al que amenazaste... ¿no te ha vuelto a seguir?

— No. Yo lo denuncié a uno de los jefes de los Narcotraficantes y le dijeron que si seguía importunándome, ellos mismos lo iban a matar.

— ¿Tanta confianza te tienen?

— Al parecer si, pero me ha costado años ganarme su confianza. He participado en varias operaciones de trafico de drogas con ellos. Pero en esto uno nunca está completamente seguro de nada. Hoy día te dan la mano, y al día siguiente te pueden dar un balazo... y ya.

— Me dijiste que no podías enemistarte con la señorita Nélida... ¿Eso tiene que ver con...?



Al parecer la pregunta de Cristian, perturbó a Alfredo, ya que después de un profundo suspiro, guardó silencio por un instante...



— Uf, sobrino... tocaste un tema muy delicado... ¿Me permitirías que no habláramos de eso por ahora? Te prometo que en su debido momento te lo contaré...

— Está bien, Alfredo no te preocupes.

— Solo te adelantaré que casi me desbaratas mucho trabajo efectuado, si me hubieras hecho enemistar con ella. Pero gracias a Dios, eso no sucedió.



Cristian no puede dejar de pensar en que algo turbio hay con Nélida y todo ese trabajo policial que efectúa Alfredo. Pero prefiere no anticiparse a nada y esperar pacientemente que Alfredo se lo revele algún día.



— ¿ Y ganas mucho dinero con eso de las drogas...? ¿Cómo....?

— Eres bastante perspicaz, sobrino regalón –dice riendo divertido Alfredo, mientras sacude el cabello de su sobrino–. Claro que sí. No te imaginas la cantidad de dinero que se gana con el narcotráfico. Por eso es tan difícil de desarraigar.

— Pero tu vives en un cuarto pequeño conmigo....¿cómo...?

— Ja, ja, ja. Sabía que llegarías a esa conclusión. La parte que no sabes, es que todo el dinero que he ganado por el negocio de la droga, va completito a la prefectura, donde me hacen un recibo y pasa a formar parte de las evidencias que se usarán en contra de los narcos una vez que sean aprehendidos. Además mi conciencia no me permitiría gastar dinero en mi, que ha salido del sufrimiento de tanto desdichado.

— ¿Pero los delincuentes no sospecharían si ven que no usas el dinero?

— Oye...ja, ja, ja.... tú deberías ser policía también con esa capacidad que tienes de sacar conclusiones, ja, ja, ja. Claro que lo uso, pues sobrino. Solo que lo justo y necesario. Además les he hecho creer que estoy ahorrando todo el dinero que puedo para comprarme una mansión en el sur. Ellos saben que vivo en el cuartucho de la casa de Tito. Ellos mismos me sugirieron que viviera modestamente para no hacer surgir sospechas. Pero luego nos cambiaremos de allí a un lugar más cómodo.

— ¿Esa es la otra buena noticia que me ibas a dar?

— Exacto, colega policía, ja, ja, ja. Ahora que ya no tendré que subir a la minera, podemos hacerlo con mas confianza.

— ¿Porqué ya no subirás? ¿El capitán...?

— No, no, no. Esto no tiene nada que ver con la policía. En verdad mi jefe de la empresa subcontratista me va a enviar a supervisar equipos que las mineras tienen en la ciudad. Me lo comunicaron este domingo pasado, en la mañana.

— ¡Qué bueno es eso!

— Lo único malo, es que estando aquí abajo, no podré hacer ciertos trabajos con los delincuentes. Tendré que hacer ajustes al respecto.

— Alfredo.... ¿No has pensado retirarte de la policía...?

— Si me hubieras hecho esa pregunta antes que muriera mi viejo, te habría dicho que no, que por ningún motivo... Pero ahora que las circunstancias ha cambiado.... no sé... La verdad es que lo he estado considerando seriamente. Más ahora que me he tenido que hacer cargo de tu educación. Este trabajo es muy peligroso, y se hace aún mas cuando debo velar por tu seguridad. Puede que por venganza atenten contra ti. Ese pensamiento no me ha dejado dormir estos últimos días.



Tío y sobrino se abrazan afectuosamente, sin proponérselo. Sus ojos vidriosos delatan sus emociones a flor de piel. Después de pagar la cuenta, se retiran del lugar, abrazados como dos viejos amigos.



Cristian está feliz de que ya no haya tantos misterios entre ambos. Pero un dejo de preocupación se ha alojado en su joven corazón.



—FIN DEL CAPÍTULO 19—

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